LA LECTURA DE LOS SALMOS (II)
Dietrich Bonhoeffer (1906-1945)
E
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l Salterio es la oración vicaria de Cristo por su Iglesia. Ahora que
Cristo está con el Padre, es el cuerpo de Cristo sobre la tierra —es decir, su
nueva humanidad— el que continúa diciendo su oración hasta el fin de los
tiempos. Y así, no es al miembro individual a quien pertenecen los salmos, sino
a la totalidad del cuerpo de Cristo; sólo en esa totalidad se encarna todo lo
que el individuo aislado no podrá aplicarse jamás a sí mismo. Por esta razón la
oración de los salmos pertenece especialmente a la comunidad. Si un versículo o
un salmo no pueden expresar mi oración personal, no por ello deja de ser la
oración de uno u otro miembro de la comunidad y, en cualquier caso y siempre,
es la oración del verdadero hombre Jesucristo y de su cuerpo en la tierra. Los
salmos nos enseñan a orar sobre el fundamento de la oración de Cristo. Son la
escuela de oración por excelencia. En ella aprendemos, en primer lugar, lo que
significa orar: orar sobre la base de la palabra de Dios y de sus promesas. La
oración cristiana se asienta sobre la palabra revelada, y no tiene nada que ver
con la vaguedad y el egoísmo de nuestros deseos.
Oramos fundándonos sobre la oración del
verdadero hombre Jesucristo. Esto es lo que quiere expresar la Escritura cuando
dice que el Espíritu santo ora en nosotros y por nosotros, y que no podemos
orar verdaderamente a Dios sino en nombre de Jesucristo.
En segundo lugar, la oración de los salmos
nos enseña lo que debemos expresar en nuestras oraciones. Si es verdad que el
alcance de la oración de los salmos sobrepasa en mucho la medida de la
experiencia personal, también es verdad que, por la fe, el creyente puede decir
las oraciones que Cristo pronuncia en los salmos, las oraciones de aquel que
era verdadero hombre y el único que posee en plenitud toda la medida de las
experiencias contenidas en esas oraciones.
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EL MISTERIOSO CAPÍTULO 1 DE GÉNESIS (II)
Antonio Cruz, Protestante
Digital, 28 de marzo de 2015
No podemos estar seguros, pero tal cambio parece poco probable ya que con
cada nuevo descubrimiento cosmológico que se realiza, el modelo de la Gran
Explosión se afianza todavía más. Sea como sea, una cosa parece clara, el
relato del Génesis y el de la ciencia oficial coinciden en que hubo un principio del universo a partir de
la nada.
Pero sigamos con
el texto: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban
sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas” (Gn 1:2). El relato lo explica todo desde el punto de vista de un
espectador situado en la superficie de la Tierra recién formada. Dicha
perspectiva se mantendrá durante todo el capítulo. Estamos ante un planeta
primigenio sin el orden necesario para que prospere la vida, vacío de
organismos y en la más completa oscuridad. No obstante, es interesante señalar
que la palabra hebrea empleada para decir “se movía” (rachaph) significa literalmente “empollar, sustentando y
vivificando”. Es decir, todavía no existía nada que pudiera considerarse vivo
pero el Espíritu de Dios, fuente de toda vida, como si fuera un águila que
empolla sus huevos (Dt 32:11), se movía ya sobre aquellas oscuras aguas.
La cosmología
dice que hace entre 4 600 y 4 250 millones de años la atmósfera terrestre era
completamente opaca debido a la gran cantidad de gases densos, polvo en
suspensión y otras sustancias interplanetarias que contenía. Esto haría que un
hipotético observador situado en la superficie terrestre la viera siempre
oscura como en una noche sin Luna ni estrellas. Además, el frecuente bombardeo
de meteoritos procedentes del espacio exterior contribuía a esparcir todavía
más polvo y escombros terrestres en la ya de por sí espesa atmósfera. De manera
que, en esta remota etapa del planeta, su superficie no podía recibir todavía
la luz solar y no poseía ningún tipo de vida. Así pues, estamos ante la segunda
coincidencia fundamental entre el relato bíblico y la ciencia: la Tierra estaba
oscura y vacía de vida.
Veamos ahora
cómo se explica el origen de la luz: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y
vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó
Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un
día” (Gn. 1:3-5). Nótese que el término “sea” (hayah, en hebreo) significa “aparecer”. Por tanto, “sea la luz”
debe entenderse como “que aparezca la luz”. No se emplea aquí el mismo verbo
para “crear” (bará) que se ha usado a
propósito de la creación de los cielos y la tierra. ¿Por qué? ¿Es posible que
el autor del relato entendiera que la luz ya existía desde la creación de
cielos y tierra, pero que por culpa de las tinieblas terrestres no podía verse
todavía? Si esto fue así, la acción divina habría sido como correr las cortinas
de la oscuridad terrestre para que entrara la brillante luz del Sol, durante el
día, y la de la Luna y las estrellas, en la noche, que ya habían sido creados
anteriormente con el resto de los cielos y la tierra.
Cuando se dice
más delante que “haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el
día de la noche” (versículos 14 al 19), se vuelve a emplear el verbo hayah (aparecer) y no bará (crear). La idea vuelve a ser la
misma. El Sol, la Luna y las estrellas del firmamento no se habrían creado el
cuarto día —como tradicionalmente se entiende—, sino que ya existían desde el
principio. Tan sólo “aparecieron” en ese período cuando la oscura atmósfera
terrestre se tornó transparente. Por tanto, la idea principal aquí es que al
eliminarse las tinieblas resplandeció la luz (2 Cor 4:6). ¿Qué afirma la
ciencia?
Se cree que hace
entre 3 800 y 3 500 millones de años, el bombardeo cósmico de meteoritos empezó
a disminuir y el agua de la Tierra se enfrió lo suficiente como para empezar a
condensarse originando unos océanos poco profundos. La espesa atmósfera
terrestre se comenzó a tornar translúcida a la luz solar, aunque no
completamente transparente como es en la actualidad. Puede que el Sol no se
pudiera apreciar todavía con la nitidez de hoy, no obstante, “fue la luz” y
gracias a ello empezaron los días y las noches apreciables en el planeta.
Estamos pues ante la tercera coincidencia notable entre la Biblia y la ciencia:
la luz fue el primero de los ingredientes necesarios para la vida que apareció
en el gran escenario del mundo.
La palabra
hebrea empleada para referirse a “día” (yom)
puede traducirse como un día literal de veinticuatro horas -este parece ser el
sentido original del texto- o bien, como un período de tiempo indefinido sin
referencia a los días solares. Como ambas definiciones resultan posibles, este
asunto ha generado interminables discusiones entre los biblistas y constituye
la discrepancia fundamental que divide a los propios creacionistas. Quienes son
partidarios de extensos períodos de tiempo, como el Dr. Hugh Ross, aseguran que
las palabras hebreas que se emplean para “tarde” y “mañana” pueden significar
también “comienzo” y “fin”. Se argumenta que la frase “y fue la tarde y la
mañana” no aparece en el séptimo día, lo cual supondría que estamos todavía en
el día del descanso divino (Heb 4:1-10) y que, por tanto, “día” se podría
interpretar de manera figurada (Sa. 90:4-6).
Sea como fuere,
en el día segundo aparece el agua: “Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de
las aguas, y separe las aguas de las aguas. E hizo Dios la expansión, y separó
las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la
expansión. Y fue así. Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la
mañana el día segundo” (Gn 1:6-8). De nuevo el hebreo sugiere aquí que Dios
manufacturó parte de la materia que ya existía. La astrofísica señala que hace
unos 3 000 millones de años la Tierra estaba ya en condiciones de albergar un
océano poco profundo y, por lo tanto, un ciclo del agua estable. Tal
circulación acuosa iba a ser imprescindible para el mantenimiento de la futura
vida y nuestro planeta poseía el tamaño adecuado, la distancia al Sol perfecta
y la órbita conveniente para que el agua cambiara de estado.
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CONSULTA DE ACCRA+10 EN AMÉRICA HACE UN
LLAMADO A LA ACCIÓN
wcrc.ch, 11 de marzo de 2016
La segunda consulta birregional centrada en la Confesión de Accra tuvo
lugar en Cuba durante el mes de enero. Los participantes de la Alianza de
Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL) y el Consejo
del Área del Caribe y Norteamérica (CANAAC por sus siglas en inglés) se
reunieron bajo el tema “Lectura de género sobre las señales de los tiempos.”
“Nuestro territorio geográfico común de
América crea un espacio natural para conversar sobre experiencias a nivel
histórico, cultural, económico y político que afectan a cada uno,” dijo Yvette
Noble Bloomfield de la Iglesia Unida en Jamaica y las Islas Caimán y
vicepresidenta de la CMIR en el Caribe y América del Norte. “Aun estando
geográficamente cerca, hay una rica diversidad que necesitamos respetar y
celebrar.” […]
La extensión geográfica y la diversidad del
continente americano desafiaron a los participantes a contextualizar sus
conversaciones. El contexto caribeño bajo el cual se congregaron, y de donde la
mayoría de los participantes provenían, fue también una herramienta esencial en
las discusiones. Estos contextos reunieron participantes con la capacidad de
desarrollar conversaciones coordinadas entre las iglesias del hemisferio sur y
norte con temas sobre violencia, dignidad humana y respeto del medio ambiente.
Tanto la Confesión de Accra como la de
Belhar, facilitaron un marco desde el que se analizaron diversas reacciones a
la violencia. […]
La Iglesia, la cual pertenece a Dios, debe ubicarse donde el Señor se
ubica, es decir, en contra de la injusticia y con el agraviado; que la iglesia,
como seguidora de Cristo, debe testificar en contra de todos los poderosos y
privilegiados, quienes egoístamente buscan sus propios intereses y así
controlan y dañan a otros. Por tanto rechazamos cualquier ideología que desee
legitimar formas de injusticia y cualquier doctrina que no esté dispuesta a
oponerse a dicha ideología en nombre del evangelio. Creemos que la iglesia, por
obediencia a Jesucristo, su única cabeza, ha sido llamada a confesar y a llevar
a cabo todas estas cosas, aunque las autoridades y las leyes humana se le
opongan y aunque como consecuencias de ello se sufra castigos y padecimientos.
(Belhar, conclusión del artículo 4 y comienzo del artículo 5) […]
La declaración final resumió el trabajo de
los participantes y también hace un llamado a la acción: “Somos llamados a una
misión por la justicia de incidencia pública que denuncie las injusticias y que
genere acciones justas y equitativas, que formule alternativas de
relacionamiento, y que camine junto con el pueblo en pro de la paz. Somos
llamados a denunciar la manera en que los medios de comunicación continúan
creando imágenes que fomentan la discriminación y la cosificación de las
personas. Para esto es necesario un liderato pastoral y laico que afirme los
distintivos de la fe y misión reformadas, y que esté consiente de y
comprometido con estos proyectos en incidencia local, nacional y regional”.
La declaración final también pidió que la
CMIR “afirme que la unidad esencial de la familia Cristiana Reformada a través
del esfuerzo en conjunto en pro de la paz, la solidaridad, la dignidad humana y
la implementación de justicia a lo largo de nuestros continentes y el mundo.”
“Hemos sido llamados para ser la sal y la luz del mundo y ese llamado implica
compromiso y responsabilidades con la comunidad que nos rodea,” dijo Arce
Valentín.
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