28 de julio, 2019
Algunos jefes de
familia hicieron donaciones para el trabajo de reconstrucción. El gobernador
entregó a la tesorería ocho kilos de oro, cincuenta tazones y quinientas treinta
túnicas para los sacerdotes. Nehemías 7.70, TLA
Nehemías
7 es un capítulo peculiar, pues además de extenso, integra una serie de
elementos que se complementan para exponer la forma en que la obra material que
Dios dirigió a través de Nehemías llegaría a su término mediante la
colaboración integral —material y espiritual— del pueblo para su consecución. La
estructura del capítulo es bastante elocuente:
a)
Nehemías organizó la defensa de la ciudad (vv. 1-3)
b)
Surgió la idea de censar a todo el pueblo (vv. 4-5)
c)
Enumeración de líderes (vv. 6-7) y familias (vv. 8-42)
d)
Ayudantes, vigilantes, cantores y obreros (vv. 43-58)
e)
Parientes de ayudantes de Salomón, de sacerdotes y otros
ayudantes (vv. 57-69)
f)
Colaboración económica por niveles del pueblo (vv. 70-72)
g)
Resumen final (v. 73)
Así se puede apreciar la vastedad del proyecto
narrativo que trató de hacer justicia a las enormes dimensiones del trabajo
realizado mediante la participación colectiva, sin olvidar los diferentes
niveles de participación. El relato hace a un lado los factores contrarios y se
ubica en una perspectiva de recuperación de la memoria de la actuación del
pueblo en sus diferentes sectores para que, a partir de ello, fuera posible
comenzar la evaluación de todo el proceso. Esta labor descriptiva y de resumen
no es nada despreciable, pues trató de considerar todos los aspectos que
entraron en juego al momento de realizar la obra divina, incluyendo tanto lo estrictamente
material, como lo espiritual.
Tal como afirman los especialistas, lo que estaba
en juego en todo el proceso fue la continuidad de la herencia religiosa y
cultural del pueblo de Dios que estuvo en riesgo por la dispersión y por el
sometimiento a un poder extranjero. En este capítulo la situación es crítica,
pues como se expone al inicio, Jerusalén no estaba suficientemente habitada (4),
y Jeremías debió atender esa situación también. Vivir allí no atraía a la gente
y la administración de la ciudad no era la óptima. El registro de las familias
recuerda, por contraste (“Entonces
Dios me dio la idea…”, v. 5), lo acontecido durante el censo que ordenó
el rey David, el cual, según la versión del Cronista, fue incitado por Satanás
(I Cr 21.1). Nehemías reunió a los nobles, a los oficiales y al pueblo (cf.
2.16; 4.14, 19; 5.7), para hacer la lista del pueblo. A partir de ella, se
determinaría quiénes debían vivir en Jerusalén.
La enumeración de las familias sigue un orden lógico e
impecable: los líderes principales (12, v. 7), las diferentes familias y el
grueso de los exiliados que volvieron. Llama la atención la lista de quienes
trabajaban en el templo (46-56) y el énfasis en la pureza étnica (61-62), y en las
familias sacerdotales (63-65). El gran total señalado de personas, 42 360, apunta
hacia el hecho de contar con una visión panorámica completa de todo lo
realizado, de principio a fin, y en donde la minuciosidad estadística implicaba
un plan organizativo impecable. Con todo eso en mente, Nehemías va a concluir,
con la observación específica y central, en relación con las aportaciones
económicas del pueblo en todos sus sectores y niveles.
La primera afirmación es sumaria: “Algunos jefes de
familia hicieron donaciones para el trabajo de reconstrucción”. (70a). E inmediatamente
después pasa a detallar el monto de las aportaciones que, curiosamente, apuntan
a destacar, por igual, la generosidad del gobernante, la contribución de las
familias y la forma en que el peso económico de la obra recayó sobre todo el
pueblo. Las cifras hablan por sí solas: en el nivel más alto, “el gobernador
entregó a la tesorería ocho kilos de oro, cincuenta tazones y quinientas treinta
túnicas para los sacerdotes” (70b; Esdras hizo algo similar: Esd 8.26-27). Los
jefes de familia hicieron lo propio y multiplicaron el oro 20 veces (160 kilos)
de oro y agregaron 1210 kilos de plata (71). El resto del pueblo (el “nivel
inferior”) no se quedó atrás y ofreció otros 160 kilos de oro, para igualar a
las familias (aparentemente más ricas), agregaron una alta cantidad de plata
(1100 kilos de plata) y 67 túnicas para los sacerdotes (72). Los donativos
debían abarcar ambas partes de la necesidad requerida: la aportación monetaria,
sustento de la vida social, y la simbolización de los ropajes sacerdotales, que
también implicaban una fuerte inversión para su elaboración. La economía del
Segundo Templo (que sirvió también para la liberación de casas, tierras y
esclavos), a diferencia del primero, basado en la explotación del propio pueblo
por parte de su rey, y del templo de Herodes, surgido de la imposición despótica
de un usurpador al servicio de otro imperio, se fundamentó en la participación comunitaria
abierta, comprometida e igualitaria, toda una gran lección.[1]
La imagen final es abrumadora: ningún nivel del pueblo
quedaría exento de colaborar económicamente en la labor de reconstrucción
porque la sensación de que este episodio pasaría a la historia como algo
irrepetible permeaba el ambiente. La conclusión de Paolo Sacchi incorpora todos
estos elementos:
Tras haber reforzado las murallas
de la ciudad con el apoyo de la mayoría absoluta de sus habitantes, después de
haber saneado la situación social y encaminado la ciudad hacia un mayor
bienestar con medidas que tuvieron incluso más opositores que la obra de restauración
de las murallas, pero a la vez partidarios más decididos, Nehemías llegó a la
providencia crucial de su “misión”, en realidad una serie de medidas dirigidas
al mismo objetivo.[2]
[1] Cf. Sandro Galazzi,
“Aspectos de la economía del segundo templo. No abandonaremos más la casa de nuestro Dios (Neh 10.40)”, en RIBLA, núm 30, 1998, pp. 55-72.
[2] P. Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo
Templo. Israel entre los siglos VI y I a.C. Madrid, Trotta-Pontificia
Universidad Católica de Perú, 2004, p. 156.
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