sábado, 12 de septiembre de 2009

Ministerios reformados en acción: lecciones de la historia, L. Cervantes-O.

19 de julio de 2009
1. Monarquía, sacerdocio y profecía: una convivencia difícil
La tradición historiográfica deuteronomista hizo el esfuerzo teológico por reinterpretar toda una serie de sucesos en el acontecer de la vida del pueblo de Dios: uno de los conflictos que debió resolver fue explicar la complicada convivencia entre tres instituciones que en diversos momentos representaron formas específicas de la intervención de Dios para conducir la vida de la nación.[1] En primer lugar, Dt 17.14-20 se refiere a las características de los monarcas que serían escogidos por Dios: no aumentaría caballos, ni tendría un harén, ni tampoco acumularía riquezas. Eso sí, debería cumplir la ley de Dios para todo el pueblo para evitar “elevar su corazón” sobre sus hermanos (v. 20). Era un “mal necesario” que el pueblo asumió y experimentó sin suficiente conciencia de los riesgos de ser como los demás pueblos, pues el abuso de los reyes se manifestó de todas formas en medio de Israel.
La monarquía fue uno de los últimos “ministerios” autorizados por Dios, debido a que fue aceptado a regañadientes en el esquema comunitario de Israel, pues chocaba frontalmente con los lineamientos que surgieron desde la época del Éxodo. La relectura de la ley, llevada a cabo por la tradición deuteronomista, coloca al frente a la monarquía como un hecho consumado.
En lo que toca a los sacerdotes (18.1-7), se subraya su ausencia de propiedades, precisamente como una forma de control de los eventuales abusos que también cometían las castas sacerdotales en otros pueblos. No obstante, el texto establece la forma de su sustento como parte del trabajo religioso con el pueblo. El cambio de residencia de un levita, por ejemplo, lo obligaba a establecer los servicios espirituales donde quiera que fuese. Hay que reconocer que el tono del texto al referirse a los diversos “ministerios” en Israel es ecuánime, a pesar de que existe un reconocimiento de fondo acerca del papel que desempeñó cada uno de ellos en la vida de la comunidad. Si la monarquía representó el ejercicio autárquico del poder, tal como sucedía en otras culturas, el sacerdocio debió tratar de superar las limitaciones de su práctica en aquéllas también, puesto que Dios siempre buscó que el desarrollo religioso de Israel fuera en sentido contario a los demás pueblos, es decir, que su revelación pudiera apreciarse como una práctica liberadora, contestataria y alternativa. El sacerdocio, en Israel, no podía ni debía ser una institución al servicio del tradicionalismo y el statu quo, para mantener privilegios y canonjías de nadie. El sacerdocio debía experimentarse como una mediación sana entre Dios y el pueblo. Como guardianes de la Ley, los sacerdotes estaban continuamente en peligro de convertirse en los celosos practicantes del conservadurismo. Por ello necesitaban un contrapeso…Sobre la profecía, el preludio es muy claro: no se practicaría en Israel la consulta a los muertos ni se llevarían a cabo sacrificios humanos. La opción por la vida es sumamente clara, máxime porque a la hora de reconsiderar el papel de los profetas entraban en juego diversos aspectos religiosos, espirituales e ideológicos. Pues, como define Jorge Pixley:
El profeta, que comparte las pasiones de Dios, anuncia también las intenciones de Dios. Los plantes de Yavé son un elemento decisivo en el desenlace de la historia y ejercen una gran influencia sobre lo que será (I R 11.29-39; Is 14.24-27; 45.1-7) No es pues que los profetas puedan anunciar el futuro (más tarde sí pretenderán hacerlo los apocalípticos), sino que anuncian los planes de Dios, quien ejerce una influencia decisiva sobre el futuro. La diferencia es de una importancia capital. […] De manera que el profeta no se puede asemejar ni al agorero y astrólogo, por un lado, quienes por una técnica científica pretenden conocer de antemano el futuro, ni por el otro, con el apocalipticista que pretende haber recibido el plan para las edades venideras de un Dios que todo lo determina. Para el profeta el futguro sigue siendo abierto.[2]
Además de ser portadores/as de un mensaje divino fresco y actual, los profetas surgieron en la historia también como una especie de defensores de los derechos humanos, ante los abusos y exageraciones de la monarquía y el sacerdocio, por lo que con frecuencia entraron en conflicto con esas instituciones. Dt 18 apunta al hecho de que existió un fuerte conflicto de interpretaciones de la actuación de Dios en la historia. Para responder a ello, propone un criterio eminentemente histórico de distinción entre la verdadera y la falsa profecía: sólo si se cumplían los anuncios podría tomarse como auténtica palabra venida de Dios…, lo cual sólo podría verificarse a posteriori. El pueblo necesitaría discernir eso en los momentos más álgidos de la manifestación de la praxis profética.
2. Ministerios en equilibrio, la experiencia en el libro de los Hechos
El equilibrio de los ministerios, tema trabajado por el Deuteronomio, se alcanzó en el libro de los Hechos no sin antes establecer las funciones y límites de los mismos. Si al apostolado de los primeros discípulos se agregó el trabajo de los diáconos, la progresiva diversificación del trabajo eclesiástico se fue realizando como fruto de la acción del Espíritu Santo. Así, la figura de Pablo aparece como una nota excepcional en este desarrollo al lado, nada menos que de Pedro, y en el cap. 11 se aprecian ya las consecuencias de esta división del trabajo ministerial. Pablo representaba la inserción de los gentiles en el misterio de la salvación, muy en la línea de la espontaneidad profética del A.T. y Pedro vendría a ser la representación del sacerdocio tradicional, algo así como la línea directa de la sucesión apostólica. En las primeras comunidades cristianas tenía que alcanzarse un sano equilibrio entre estas tendencias ministeriales y de servicio, puesto que si la Iglesia estaba creciendo más bien en el mundo no judío, el espacio para los purismos étnicos o religiosos estaría muy limitado.
En este sentido, la dinámica comunitaria que presenta el libro de los Hechos se caracteriza por un conjunto de fuerzas expansivas que reconocían la forma en que las nuevas comunidades surgidas en la distribución geográfica debían determinar, de manera autónoma, la forma institucional más adecuada para su funcionamiento: a la “diferenciación” básica entre “apóstoles y hermanos” con que abre el cap. 11, le sigue la aceptación inequívoca de que “a los gentiles también ha dado Dios arrepentimiento para vida” (11.18). Sólo así pueden entenderse estos capítulos previos al gran lanzamiento de la misión cristiana “internacional” como un proceso de capacitación interna para los grandes alcances que tendría el establecimiento de nuevas comunidades en otros territorios. La reacción de la iglesia de Jerusalén fue sensible y positiva cuando se enteró de la acción de Dios: envió a Bernabé, “varón bueno y lleno del Espíritu y de fe” (v. 24) (quien más adelante tendría sus diferencias con Pablo, ya sobre la marcha del trabajo misionero, pero eso sucedería después). En este momento, viaja a Tarso para buscarlo y llevarlo a Antioquía para terminar de formarlo y fortalecer el equipo ministerial. En el v. 26 surge la denominación de “cristianos” por primera vez en la historia, precisamente como resultado de la constancia en la vida comunitaria.
Y es que para que la Iglesia viva una existencia dinámica requiere manejar un sólido equilibrio entre sus ministerios, sometiendo las ansias de poder y protagonismo, muchas veces normales, pero que eventualmente pueden dañar al cuerpo de Cristo.
Notas
[1] Cf. Shigeyuki Nakanose, “Para entender el libro del Deuteronomio. ¿Una ley a favor de la vida?”, en RIBLA, núm. 23, 1996, www.claiweb.org/ribla/ribla23/para%20entender%20el%20libro%20de%20deuteronomio.html.
[2] J.V. Pixley, “Hacia una teoría de la profecía”, en Varios autores, Misión profética de la Iglesia. México, CUPSA, 1981, pp. 24-25.

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