26 de julio de 2009
La palabra vocación quiere decir “llamado”… e implica que Dios hace una señal con el dedo y le dice a cada quien: “quiero que vivas así o así”.
JUAN CALVINO, Sermón XLIV, Mateo 3.11-12
1. El concepto de vocación en Efesios
Uno de los múltiples aspectos relevantes que aborda la carta a los efesios es del de la vocación, el llamamiento, el apostolado, el ministerio, la misión personal, pues el concepto desarrollado en 4.1 enfatiza la forma en que Dios desea conducir la vida de los creyentes para otorgarles un propósito específico dentro de su proyecto más amplio de reunir todas las cosas en Cristo. Si la primera sección de la epístola se caracteriza por ser un discurso de naturaleza prácticamente litúrgica, la segunda es una exhortación a participar en el proyecto divino a partir de la afirmación de la “dignidad de una vocación”, es decir, de asumir con profunda seriedad y responsabilidad que la fe, cuando es auténtica, propicia y consolida una serie de compromisos que conducen la vida humana a alturas insospechadas. El texto parte del hecho relevante de que la cotidianidad puede, por decirlo así, “desdoblarse” o alcanzar una suerte de conexión con la trascendencia que es capaz de otorgar sentido a la existencia individual (algo siempre fundamental) e ir más allá de los conceptos convencionales (en nuestro caso, profundamente burgueses, ligados a la influencia del sistema económico) acerca de a qué causas puede dedicar una persona su vida, por decirlo de alguna manera predecible, en términos de una “carrera” o “profesión”, porque lo cierto es que estamos bastante “contaminados” de una percepción utilitaria de la orientación básica que puede tener la vida y hasta el llamado “servicio a Dios” se entiende como una ocupación u oficio dentro del esquema laboral u ocupacional.[1] Porque nadie pone seriamente el servicio a Dios por delante a la hora de escoger una carrera lucrativa, ¿o sí…?, especialmente en el caso de las profesiones de moda.
Pero Ef 4.1 se refiere a otra cosa: Pablo exhorta a los creyentes a vivir dignamente según la vocación a la que habían sido llamados. Como explica Mariano Ávila:
La diaconía es vocación de todos los cristianos. Esa debe ser su marca distintiva. El sustantivo diakonos se usaba para describir a quienes realizaban tareas de servidumbre, como servir a la mesa. El sentido de la palabra es ayudar a otros realizando tareas consideradas propias de la servidumbre. El autor se describe a sí mismo como diácono (3.7) y luego usa el mismo título para describir a Tíquico, el posible pastor de las iglesias receptoras de la carta (6.21). Aunque la palabra “ministerio” es acertada, para mucha gente esconde la idea de servicio. Por ello es que las virtudes mencionadas al principio de este capítulo (4.2) son tan importantes: “humildad, mansedumbre, paciencia, amor”. Esa es la vestidura que ha de engalanar a la iglesia en su ministerio (diaconía) en el mundo.[2]
La vocación (kleseos) esencial es la capacidad para conocer y servir a Dios en los demás y encontrarse con Él para confirmarla en el camino. Como subraya II Tim 1.9: “Dios nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de su gracia”. Romanos es más específico aún y, para nuestros oídos acostumbrados a las medias tintas, el llamado parece casi irracional: la vocación es “a ser santos” (Ro 1.7). En nuestro medio, “vocación” es aquello que nos interesa profundamente, algo hacia lo cual nos sentimos intensamente atraídos. Pero socialmente también sabemos que existen vocaciones “fallidas” pues frecuentemente escuchamos que algunos dicen: “Creí que esa era mi vocación”. El llamado de Dios es a experimentar el servicio para Él en todo aquello a lo que nos dediquemos, pues lo básico es reconocer su voz en todo lo que hacemos para rendirle la gloria y servirlo en los demás. Hardy resume esto muy bien, en términos casi de “orientación vocacional” cristiana:
Calvino tiene qué decirnos: él recomienda que quienes pertenecen a la familia de la fe, deberían “escoger los empleos que signifiquen el mayor provecho para el prójimo”. Ello equivale a decir que, como cristianos, estamos obligados a evaluar un trabajo en virtud de su contenido social, según cuánto beneficia —o daña— a los demás. Debido a los efectos del pecado en la conformación institucional del trabajo en nuestra sociedad, no podemos suponer que todas las ocupaciones que existen son igualmente útiles, o que los empleos mejor pagados son los que satisfacen las mayores necesidades y las más importantes. Para acoger nuestro llamado, no sólo necesitamos una sobria estimación personal, sino también una comprensión crítica de nuestra sociedad. (Ibid., p. 5)[3]
Pero este tipo de consideraciones no nos deben alejar de aquellas labores que, como el Derecho o la política, aparentemente están tan viciadas (como de hecho sucede) en nuestra sociedad, en nombre de falsos purismos que en realidad enmascaran nuestro temor a afrontar los enormes desafíos de experimentar y promover la justicia propia del Reino de Dios en todos los ámbitos.
2. ¿Hacia dónde van los ministerios hoy?
Hoy que el verbo "ministrar" se ha puesto de moda y que los movimientos neo-apostólicos están de moda y estimulan o generan comportamientos no necesariamente acordes con la enseñanza global del Nuevo Testamento, es muy necesario rescatar las líneas dominantes de la vocación cristiana para responder a las necesidades de nuestro tiempo sin dejarse llevar por las tendencias o ideologías predominantes. La búsqueda obsesiva del prestigio, la imagen y sus injevitables consecuencias económicas ha hecho que el perfil de los ministerios cristianos haya adquirido matices que los hacen parecerse más a puestos empresariales que al genuino y desinteresado servicio. Cuando observanos cómo ciertos personajes pasan de determinadas labores (como la música) a otros terrenos que requieren un grado de capacitación (como la misión o la predicación) como si se tratara de cambiar de trabajo o de “giro”, podemos apreciar cuánto puede llegar a devaluarse la comprensión de lo que las Escrituras denominan dones (o carismas) específicos y la sociedad en general califica de “especialización”, aunque ella misma en ocasiones también incurre en flagrantes contradicciones al respecto, sobre todo en ciertas áreas de gobierno.
Una sana comprensión de la vocación cristiana debe partir de un adecuado concepto del Dios que llama, es decir, no superponer las voces de la familia, los amigos o la sociedad y confundirlas con la de Dios. Si la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad cristiana entran le categoría de “laicos” (integrantes del pueblo), los clérigos o ministros no son excepciones a la regla sino practicantes de ministerios que el Espíritu suscita en medio de la Iglesia. No existe ninguna superioridad en ellos/as, ni tampoco su labor es cualitativamente superior a la de quienes no ejercen ministerios en la Iglesia, pues el compromiso de ambos es idéntico y generalizado, según se ve en las palabras de Efesios. Cuando se dice que faltan “vocaciones” para el servicio a Dios, se habla de que hay escasez de vocaciones al ministerio pastoral, o sea, que cada vez menos personas desean servir a Dios “de tiempo completo”, se deja de ver que la vocación “para la vida laical” es la más frecuente y constante por la sencilla razón de que todos vivimos la fe en medio de la vida. Ése es el factor más importante que debe conducir el sentido de las vocaciones cristianas.
Por todo esto, es necesario discernir cuidadosamente el llamado de Dios en nuestra vida, pues todos los aspectos de nuestra vida son santos y, por ende, todas las áreas de empeño vital deben ser gobernadas por Dios, por lo que las decisiones personales deberán realizarse en función de la convocación básica del Señor a asumir su gracia como lo más importante de nuestra existencia y partir de allí realizar la misión básica que Él quiera encargarnos (el proyecto personal), para sumarnos al proyecto más grande y amplio de Dios: hacer presente su gracia en el mundo a través de todos los medios posibles. Los ministerios eclesiales, clericales o laicos, tienen el mismo peso específico y son el rostro que el Espíritu quiere dar a la acción divina para bendición y, en el caso de la Iglesia, para su edificación constante. Calvino resume muy bien el tema de la vocación con su estilo tan peculiar:
Hoy que el verbo "ministrar" se ha puesto de moda y que los movimientos neo-apostólicos están de moda y estimulan o generan comportamientos no necesariamente acordes con la enseñanza global del Nuevo Testamento, es muy necesario rescatar las líneas dominantes de la vocación cristiana para responder a las necesidades de nuestro tiempo sin dejarse llevar por las tendencias o ideologías predominantes. La búsqueda obsesiva del prestigio, la imagen y sus injevitables consecuencias económicas ha hecho que el perfil de los ministerios cristianos haya adquirido matices que los hacen parecerse más a puestos empresariales que al genuino y desinteresado servicio. Cuando observanos cómo ciertos personajes pasan de determinadas labores (como la música) a otros terrenos que requieren un grado de capacitación (como la misión o la predicación) como si se tratara de cambiar de trabajo o de “giro”, podemos apreciar cuánto puede llegar a devaluarse la comprensión de lo que las Escrituras denominan dones (o carismas) específicos y la sociedad en general califica de “especialización”, aunque ella misma en ocasiones también incurre en flagrantes contradicciones al respecto, sobre todo en ciertas áreas de gobierno.
Una sana comprensión de la vocación cristiana debe partir de un adecuado concepto del Dios que llama, es decir, no superponer las voces de la familia, los amigos o la sociedad y confundirlas con la de Dios. Si la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad cristiana entran le categoría de “laicos” (integrantes del pueblo), los clérigos o ministros no son excepciones a la regla sino practicantes de ministerios que el Espíritu suscita en medio de la Iglesia. No existe ninguna superioridad en ellos/as, ni tampoco su labor es cualitativamente superior a la de quienes no ejercen ministerios en la Iglesia, pues el compromiso de ambos es idéntico y generalizado, según se ve en las palabras de Efesios. Cuando se dice que faltan “vocaciones” para el servicio a Dios, se habla de que hay escasez de vocaciones al ministerio pastoral, o sea, que cada vez menos personas desean servir a Dios “de tiempo completo”, se deja de ver que la vocación “para la vida laical” es la más frecuente y constante por la sencilla razón de que todos vivimos la fe en medio de la vida. Ése es el factor más importante que debe conducir el sentido de las vocaciones cristianas.
Por todo esto, es necesario discernir cuidadosamente el llamado de Dios en nuestra vida, pues todos los aspectos de nuestra vida son santos y, por ende, todas las áreas de empeño vital deben ser gobernadas por Dios, por lo que las decisiones personales deberán realizarse en función de la convocación básica del Señor a asumir su gracia como lo más importante de nuestra existencia y partir de allí realizar la misión básica que Él quiera encargarnos (el proyecto personal), para sumarnos al proyecto más grande y amplio de Dios: hacer presente su gracia en el mundo a través de todos los medios posibles. Los ministerios eclesiales, clericales o laicos, tienen el mismo peso específico y son el rostro que el Espíritu quiere dar a la acción divina para bendición y, en el caso de la Iglesia, para su edificación constante. Calvino resume muy bien el tema de la vocación con su estilo tan peculiar:
En fin, si no tenemos presente nuestra vocación como una regla permanente, no podrá existir concordia y correspondencia alguna entre las diversas partes de nuestra vida. Por consiguiente, irá muy ordenada y dirigida la vida de aquel que no se aparta de esta meta, porque nadie se atreverá, movido de su temeridad, a intentar más de lo que su vocación le permite, sabiendo perfectamente que no le es lícito ir más allá de sus propios límites. El de condición humilde se contentará con su sencillez, y no se saldrá de la vocación y modo de vivir que Dios le ha asignado. A la vez, será un alivio, y no pequeño, en sus preocupaciones, trabajos y penalidades, saber que Dios es su guía y su conductor en todas las cosas. El magistrado se dedicará al desempeño de su cargo con mejor voluntad. El padre de familia se esforzará por cumplir sus deberes. En resumen, cada uno dentro de su modo de vivir, soportará las incomodidades, las angustias, los pesares, si comprende que nadie Lleva más carga que la que Dios pone sobre sus espaldas.
De ahí brotará un maravilloso consuelo: no hay obra alguna tan humilde y tan baja, que no resplandezca ante Dios, y sea muy preciosa en su presencia, con tal que con ella sirvamos a nuestra vocación. (Institución de la Religión Cristiana, III, x, 6, www.iglesiareformada.com/Calvino_Institucion_3_10.html)
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Notas
[1] Cf. Lee Hardy, “La inversión de nuestra vida en la economía divina”; trad. E. Castro, en Estudios Evangélicos, www.estudiosevangelicos.org/Areas/economiadivina.pdf, pp. 3-4, quien afirma, acerca de las evolución del concepto luterano de vocación en el calvinismo: “Durante las convulsiones sociales en los inicios de la época moderna, los calvinistas se dieron cuenta de que las instituciones sociales son en parte el resultado de la creación humana, y por lo tanto, ni especialmente estables ni especialmente buenas. Los deberes y expectativas asociadas al rol social del padre en algunas sociedades pueden ser peligrosos y dañinos. Lo mismo puede ocurrir con los deberes y expectativas que vulneran a quienes actualmente practican la ley familiar. Por esta razón, los calvinistas realizaron dos modificaciones al concepto de vocación que habían recibido. En primer lugar, para descubrir nuestra vocación, inicialmente no miramos a los deberes asociados con nuestro puesto en la vida, sino a los dones que Dios nos ha dado como individuos. Luego podemos considerar cómo se pueden emplear aquellos dones al interior de una estructura social dada. En segundo lugar, si una estructura social, es decir, un patrón existente de prácticas y expectativas, no permite el uso de nuestros dones de modo que verdaderamente sirvan al prójimo y honren a Dios, entonces se debe cambiar la estructura social. Lo que el calvinismo incentivaba era acomodar las instituciones sociales existentes a nuestra vocación, no la vocación a las instituciones sociales”.
[2] M. Ávila Arteaga, Carta a los efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, p. 142.
[3] Cf. “Reformed theology of calling”, en www.geneva.edu/object/call_rp.html, sobre todo por la forma en que se subrayan las otras voces que llaman a las personas en esta época: “las sirenas del hiperconsumismo, el estatus, la exaltación y el poder. […] Su llamado a mostrar amor al prójimo en un mundo necesitado. Su llamado a administrar la creación y server a Dios como transformadores culturales y su llamado a adorarlo plenamemnte”. Otra aportación importante es: “Who are we called to be? ¿Quiénes somos llamados a ser?”), en Alianza Reformada Mundial, http://warc.ch/where/23gc/study/stud11.html.
[2] M. Ávila Arteaga, Carta a los efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, p. 142.
[3] Cf. “Reformed theology of calling”, en www.geneva.edu/object/call_rp.html, sobre todo por la forma en que se subrayan las otras voces que llaman a las personas en esta época: “las sirenas del hiperconsumismo, el estatus, la exaltación y el poder. […] Su llamado a mostrar amor al prójimo en un mundo necesitado. Su llamado a administrar la creación y server a Dios como transformadores culturales y su llamado a adorarlo plenamemnte”. Otra aportación importante es: “Who are we called to be? ¿Quiénes somos llamados a ser?”), en Alianza Reformada Mundial, http://warc.ch/where/23gc/study/stud11.html.
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