miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Biblia, fuente de sentido en medio de los modelos dominantes, L. Cervantes-O.

2 de agosto, 2009

1. Redescubrir la Biblia como fuente de sentido
Acercarse a la Biblia para analizar sus capacidad de ser “fuente de sentido” (o significado) implica varias cosas, simultáneamente: primero, considerar que nuestras lecturas anteriores quedaron en el pasado y requieren actualizarse para acceder a lo que algunos denominan “reserva de significado”; segundo, asumir que toda lectura de la Biblia (como de cualquier libro) está sesgada, dominada o dirigida por intereses que pueden confesarse abiertamente o no; y tercero, que creemos firmemente en que encontraremos cosas o enseñanzas nuevas, aun cuando nuestra mentalidad siga siendo la misma. Debido a estos y otros planteamientos, tan constantes a la hora de revisar lo que la Biblia sebe seguir representando para nuestra vida, Walter Brueggemann escribió un pequeño libro que discute la necesidad de seguir encontrando validez para la operatividad de la Biblia en nuestra vida. Sus primeras palabras explican el problema:

Es curioso que la Biblia sea nuestro libro más preciado y que, a la vez, nos resulte tan difícil que no le encontremos mucha utilidad. Puede que nuestras expectativas respecto a ella sean equivocadas; le pedimos cosas que en realidad no puede hacer; esperamos que cumpla una serie de promesas que nunca nos hizo. La Biblia no es un amuleto de la suerte para conseguir la bendición de Dios, ni un libro de respuestas para resolver nuestros problemas o saber en qué hay que creer. Al leer la Biblia, pues, lo primero que debemos preguntarnos es qué podemos esperar de ella.[1]

Esto quiere decir podemos creer que “utilizamos” la Biblia sin dejarnos interrogar por ella desde el mundo que procede y que nuestro supuesto dominio de su contenido ha hecho que construyamos un “universo de significado”, fuera del cual restringimos el acceso de nuevas posibilidades de interpretación o mensaje. Al leer un pasaje como Oseas 2, podemos experimentar una serie de sentimientos extraños debido al lenguaje del texto, pero progresivamente nuestra experiencia como creyentes subjetivamente va poniendo “las cosas en su lugar”. Específicamente, podemos limitarnos a observar que la persona que habla se expresa violentamente acerca de una relación humana que se ha desgarrado por ciertas circunstancias ligadas a una comprensión del amor que no necesariamente compartimos. Algunos abordajes contemporáneos del libro de Oseas (y de los profetas en general) aseguran que se trata de un “amor maltratado” y que la violencia verbal del mismo obedece a una cadena de situaciones ligadas a la violencia con que se ejercía la sexualidad en la antigüedad.

Si aceptamos que Yahvé, como Dios exclusivista, desea enseñar a su pueblo los sentimientos que experimenta a través de la existencia concreta de un hombre llamado por Él a ejercer la labor profética, a quien ordena unirse a una mujer fornicaria y formar una familia con ella (v. 2b: “porque la tierra fornica apartándose de Yahvé”) nos daremos cuenta de que las advertencias del pasaje manifiestan de pasar a vivir, como comunidad, bajo el rechazo y la negativa divinas a las prácticas sociales predominantes. El v. 4, por ejemplo (“Ni tendré misericordia de sus hijos, porque son hijos de prostitución”), manifiesta una postura inflexible hacia los hábitos religiosos, espirituales e ideológicos de una sociedad que necesitaba ser sacudida, primero verbalmente, para reaccionar en medio de una coyuntura determinada.

Renita Weems, al observar el lenguaje utilizado, afirma: “El profeta Oseas diseña partes de su contenido, redactado en el siglo viii, bajo la forma de una disputa matrimonial, el varón lanza acusaciones y amenazas contra su mujer a la que percibe sexualmente disoluta y moralmente indócil. [...] Vinculó la capital del norte”.[2]

Dios parecería, entonces, un marido mexicano recriminando el comportamiento de su mujer, aun cuando sabemos que, por cultura, costumbre y frecuencia, los hombres son más proclives a la infidelidad y al comportamiento indecoroso (coquetería le llaman algunos con elegancia). Si pensáramos en invertir los papeles, incluso desde la Biblia misma, deberíamos recordar la forma en que Mical, la esposa de David, se queja de la exhibición física de su marido (II S 6.20-23). Y hasta podríamos decir, mediante una argumentación retorcida, que Dios enseña a los varones a ser enérgicos en el control de la vida conyugal mediante una manera de hablar que no teme limitar sus referencias a la manera de actuar de la mujer. En México, donde incluso desde el noviazgo se ejerce la violencia física,[3] esta manera de hablar y de actuar no es ninguna novedad.

2. Los modelos que moldean nuestra mentalidad actual
Guardadas la proporciones, Brueggemann agrega al análisis de nuestra lectura actual de la Biblia: “La Biblia es valiosa porque ofrece un modo de entender el mundo desde un nuevo enfoque, un enfoque que conduce a la vida, a la alegría y a la plenitud; nos proporciona un modelo, un esquema mediante el cual podemos pensar, percibir y vivir la vida de una forma diferente”.[4] La crítica profética hacia la enorme resistencia del antiguo Israel a vivir según los mandatos divinos pasó por el filtro de la metáfora sexual y conyugal, y el mismo texto se encarga de dar el giro aplicativo luego de palabras tan excesivas como las del v. 5: “Porque su madre se prostituyó... porque dijo: Iré tras mis amantes...”, para referirse a los beneficios económicos que obtenía la nación de la fidelidad a Yahvé (vv. 8-9). Hasta el v. 11 se aprecia, ya sin mayores dudas, que se refiere al pueblo infiel y, a partir del v. 14, el lenguaje se vuelve propositivo y afectuoso, al grado de que Dios promete “casarse con ella para siempre” (v. 19). “En vez de matar o divorciarse de su esposa (como marcaba la costumbre) Dios, inexplicablemente, volvía a acoger a su incorregible mujer y la invitaba a comenzar de nuevo”.[5]

Alrededor nuestro, y antes de que nos diéramos cuenta o incluso de que naciéramos, existen modelos de vida y pensamiento que pueden moldear lo que somos o podemos llegar a ser:

Todos hemos adoptado un modelo de vida u otro, aunque sea inconscientemente. Hemos asumido cierta actitud por el hecho de vivir en determinados contextos y escuchar determinadas voces, las de unos padres temerosos o de unos compañeros calculadores, la voz de una tradición poco generosa o de unos sueños eufóricos. […] Todas estas voces han dado forma a nuestra conciencia y nos han empujado hacia una particular concepción vital, se han apoderado de nuestra vida y han forjado nuestras experiencias sin que nos diéramos cuenta. Pero lo cierto es que con el tiempo han llegado a adueñarse de nosotros y a definir nuestra identidad y nuestro destino.[6]

Brueggemann señala básicamente tres de estos modelos: el científico-industrial, el existencialista y el trascendentalista. Podríamos traducir esto por: materialismo, subjetivismo y falso misticismo, pero lo peor de todo es que en ocasiones estos modelos parecen traducir mejor las enseñanzas de la Biblia que un estudio serio y sistemático de las Escrituras, el cual posponemos... casi siempre por razones que responden a estas y otras inclinaciones del ambiente. Por eso, este autor propone una manera ágil y fresca, pero responsable, de abordar nuevamente la lectura y aplicación de la Biblia a nuestra vida, siempre hambrienta de sentido, y capaz de encontrarlo hasta en los pasillos del Metro, adonde dicen que se apareció la Virgen, por ejemplo. Nosotros, decimos los evangélicos, no llegamos a eso, pero lo cierto es que en momentos de ansiedad y urgencia, somos capaces de hacer cosas equivalentes. La propuesta es, hasta cierto punto, simple: “El modelo fundado en la historia y la alianza afirma que la existencia humana no consiste solamente en conocer, controlar y gestionar. Este modelo sostiene que la auténtica vida con Dios consiste en compromisos arriesgados, recuerdos intensos y visiones convincentes”.

Es necesario leer la Biblia y encontrarse con esos compromisos, recuerdos y visiones, es decir, nuevas maneras de relanzar la existencia hacia el proyecto que Dios desea, tal como lo hacían los cristianos de Corinto a la hora de celebrar la Eucaristía, como la renovación de un pacto que los incorporaba de manera plena a los planes de Dios en medio de la historia y de los modelos dominantes de su época.



[1] W. Brueggemann, La Biblia, fuente de sentido. Barcelona, Claret, 2007, p. 7.
[2] R. Weems, Amor maltratado. Matrimonio, sexo y violencia en los profetas hebreos. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1997, pp. 14, 25.
[3] Cf. Laura Poy Solano, “Violencia en noviazgo, en jóvenes de 15 a 24 años”, en La Jornada, 1 de agosto de 2009, p. 35, www.jornada.unam.mx/2009/08/01/index.php?section=sociedad&article=035n3soc.
[4] W. Brueggemann, op. cit., p.
[5] Ibid., p. 41.
[6] W. Brueggemann, op. cit., pp. 7-8.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...