2 de agosto, 2009
1. Redescubrir la Biblia como fuente de sentido
Acercarse a la Biblia para analizar sus capacidad de ser “fuente de sentido”
(o significado) implica varias cosas, simultáneamente: primero, considerar que
nuestras lecturas anteriores quedaron en el pasado y requieren actualizarse
para acceder a lo que algunos denominan “reserva de significado”; segundo,
asumir que toda lectura de la Biblia (como de cualquier libro) está sesgada,
dominada o dirigida por intereses que pueden confesarse abiertamente o no; y
tercero, que creemos firmemente en que encontraremos cosas o enseñanzas nuevas,
aun cuando nuestra mentalidad siga siendo la misma. Debido a estos y otros
planteamientos, tan constantes a la hora de revisar lo que la Biblia sebe
seguir representando para nuestra vida, Walter Brueggemann escribió un pequeño
libro que discute la necesidad de seguir encontrando validez para la
operatividad de la Biblia en nuestra vida. Sus primeras palabras explican el
problema:
Es curioso que la Biblia sea nuestro
libro más preciado y que, a la vez, nos resulte tan difícil que no le
encontremos mucha utilidad. Puede que nuestras expectativas respecto a ella
sean equivocadas; le pedimos cosas que en realidad no puede hacer; esperamos
que cumpla una serie de promesas que nunca nos hizo. La Biblia no es un amuleto
de la suerte para conseguir la bendición de Dios, ni un libro de respuestas
para resolver nuestros problemas o saber en qué hay que creer. Al leer la
Biblia, pues, lo primero que debemos preguntarnos es qué podemos esperar de
ella.[1]
Esto quiere decir podemos creer que “utilizamos” la Biblia sin dejarnos
interrogar por ella desde el mundo que procede y que nuestro supuesto dominio
de su contenido ha hecho que construyamos un “universo de significado”, fuera
del cual restringimos el acceso de nuevas posibilidades de interpretación o
mensaje. Al leer un pasaje como Oseas 2, podemos experimentar una serie de
sentimientos extraños debido al lenguaje del texto, pero progresivamente
nuestra experiencia como creyentes subjetivamente va poniendo “las cosas en su
lugar”. Específicamente, podemos limitarnos a observar que la persona que habla
se expresa violentamente acerca de una relación humana que se ha desgarrado por
ciertas circunstancias ligadas a una comprensión del amor que no necesariamente
compartimos. Algunos abordajes contemporáneos del libro de Oseas (y de los
profetas en general) aseguran que se trata de un “amor maltratado” y que la
violencia verbal del mismo obedece a una cadena de situaciones ligadas a la
violencia con que se ejercía la sexualidad en la antigüedad.
Si aceptamos que Yahvé, como Dios exclusivista, desea
enseñar a su pueblo los sentimientos que experimenta a través de la existencia
concreta de un hombre llamado por Él a ejercer la labor profética, a quien
ordena unirse a una mujer fornicaria y formar una familia con ella (v. 2b: “porque
la tierra fornica apartándose de Yahvé”) nos daremos cuenta de que las
advertencias del pasaje manifiestan de pasar a vivir, como comunidad, bajo el
rechazo y la negativa divinas a las prácticas sociales predominantes. El v. 4,
por ejemplo (“Ni tendré misericordia de sus hijos, porque son hijos de
prostitución”), manifiesta una postura inflexible hacia los hábitos religiosos,
espirituales e ideológicos de una sociedad que necesitaba ser sacudida, primero
verbalmente, para reaccionar en medio de una coyuntura determinada.
Renita Weems, al observar el lenguaje utilizado, afirma:
“El profeta Oseas diseña partes de su contenido, redactado en el siglo viii, bajo la forma de una disputa
matrimonial, el varón lanza acusaciones y amenazas contra su mujer a la que
percibe sexualmente disoluta y moralmente indócil. [...] Vinculó la capital del
norte”.[2]
Dios parecería, entonces, un marido mexicano
recriminando el comportamiento de su mujer, aun cuando sabemos que, por
cultura, costumbre y frecuencia, los hombres son más proclives a la infidelidad
y al comportamiento indecoroso (coquetería le llaman algunos con
elegancia). Si pensáramos en invertir los papeles, incluso desde la Biblia
misma, deberíamos recordar la forma en que Mical, la esposa de David, se queja
de la exhibición física de su marido (II S 6.20-23). Y hasta podríamos decir, mediante
una argumentación retorcida, que Dios enseña a los varones a ser enérgicos en
el control de la vida conyugal mediante una manera de hablar que no teme
limitar sus referencias a la manera de actuar de la mujer. En México, donde
incluso desde el noviazgo se ejerce la violencia física,[3] esta
manera de hablar y de actuar no es ninguna novedad.
2. Los modelos que moldean nuestra mentalidad actual
Guardadas la proporciones, Brueggemann agrega al análisis de nuestra
lectura actual de la Biblia: “La Biblia es valiosa porque ofrece un modo de
entender el mundo desde un nuevo enfoque, un enfoque que conduce a la vida, a
la alegría y a la plenitud; nos proporciona un modelo, un esquema mediante el
cual podemos pensar, percibir y vivir la vida de una forma diferente”.[4] La
crítica profética hacia la enorme resistencia del antiguo Israel a vivir según
los mandatos divinos pasó por el filtro de la metáfora sexual y conyugal, y el
mismo texto se encarga de dar el giro aplicativo luego de palabras tan
excesivas como las del v. 5: “Porque su madre se prostituyó... porque dijo: Iré
tras mis amantes...”, para referirse a los beneficios económicos que obtenía la
nación de la fidelidad a Yahvé (vv. 8-9). Hasta el v. 11 se aprecia, ya sin
mayores dudas, que se refiere al pueblo infiel y, a partir del v. 14, el
lenguaje se vuelve propositivo y afectuoso, al grado de que Dios promete “casarse
con ella para siempre” (v. 19). “En vez de matar o divorciarse de su esposa
(como marcaba la costumbre) Dios, inexplicablemente, volvía a acoger a su
incorregible mujer y la invitaba a comenzar de nuevo”.[5]
Alrededor nuestro, y antes de que nos diéramos cuenta
o incluso de que naciéramos, existen modelos de vida y pensamiento que pueden
moldear lo que somos o podemos llegar a ser:
Todos hemos adoptado un modelo de
vida u otro, aunque sea inconscientemente. Hemos asumido cierta actitud por el
hecho de vivir en determinados contextos y escuchar determinadas voces, las de
unos padres temerosos o de unos compañeros calculadores, la voz de una tradición
poco generosa o de unos sueños eufóricos. […] Todas estas voces han dado forma
a nuestra conciencia y nos han empujado hacia una particular concepción vital,
se han apoderado de nuestra vida y han forjado nuestras experiencias sin que
nos diéramos cuenta. Pero lo cierto es que con el tiempo han llegado a
adueñarse de nosotros y a definir nuestra identidad y nuestro destino.[6]
Brueggemann señala básicamente tres de estos modelos: el
científico-industrial, el existencialista y el trascendentalista. Podríamos
traducir esto por: materialismo, subjetivismo y falso misticismo, pero lo peor
de todo es que en ocasiones estos modelos parecen traducir mejor las enseñanzas
de la Biblia que un estudio serio y sistemático de las Escrituras, el cual
posponemos... casi siempre por razones que responden a estas y otras
inclinaciones del ambiente. Por eso, este autor propone una manera ágil y
fresca, pero responsable, de abordar nuevamente la lectura y aplicación de la
Biblia a nuestra vida, siempre hambrienta de sentido, y capaz de encontrarlo
hasta en los pasillos del Metro, adonde dicen que se apareció la Virgen, por
ejemplo. Nosotros, decimos los evangélicos, no llegamos a eso, pero lo cierto
es que en momentos de ansiedad y urgencia, somos capaces de hacer cosas
equivalentes. La propuesta es, hasta cierto punto, simple: “El modelo fundado
en la historia y la alianza afirma que la existencia humana no consiste
solamente en conocer, controlar y gestionar. Este modelo sostiene que la
auténtica vida con Dios consiste en compromisos arriesgados, recuerdos intensos
y visiones convincentes”.
Es necesario leer la Biblia y encontrarse con esos
compromisos, recuerdos y visiones, es decir, nuevas maneras de relanzar la
existencia hacia el proyecto que Dios desea, tal como lo hacían los cristianos
de Corinto a la hora de celebrar la Eucaristía, como la renovación de un pacto
que los incorporaba de manera plena a los planes de Dios en medio de la
historia y de los modelos dominantes de su época.
[1] W. Brueggemann, La Biblia, fuente de sentido.
Barcelona, Claret, 2007, p. 7.
[2] R. Weems, Amor maltratado. Matrimonio, sexo y
violencia en los profetas hebreos. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1997, pp.
14, 25.
[3] Cf. Laura Poy Solano, “Violencia en noviazgo, en jóvenes de 15 a 24 años”,
en La Jornada, 1 de agosto de 2009,
p. 35, www.jornada.unam.mx/2009/08/01/index.php?section=sociedad&article=035n3soc.
[4] W.
Brueggemann, op. cit., p.
[5] Ibid., p. 41.
[6] W.
Brueggemann, op. cit., pp. 7-8.
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