Esta idea proveniente de la literatura y el cione de ciencia ficción, describe muy bien lo que sucede con una forma muy extendida de asumir el cristianismo: parecería que al convertirse, a algunos creyentes les instalan recuerdos prestados, ajenos, es decir, historias y situaciones que no les pertenecen. Se trataría de algo así como de un proceso enajenante que les colocaría unos lentes extraños para seguir viendo su realidad y la vida en general, casi literalmente, con otros ojos. Esto se debe a que, lamentablemente, muchas veces se entiende la transformación de las personas y su apego a las Escrituras judeo-cristianas, como la imposición de una manera de vivir y pensar que debe alejar a los sujetos de su realidad psicológica y cultural para subrayar la diferencia de su nueva vida en relación con la “anterior”. Y, en efecto, la conversión a Cristo es un cambio radical de paradigmas, entre ellos el de la lectura, pues ahora el centro de la existencia espiritual, se enseña, debe ser el contacto permanente con la Biblia, entendido como un libro sagrado, de texto y como única fuente de intrerpretación de la totalidad de las cosas. Es una vasta tarea que se encarga a las personas, pero a veces sin las suficientes herramientas que anclen o coloquen dicho esfuerzo de lectura dentro de las coordenadas de la propia Escritura.
Como explica Walter Brueggemann, ciertamente es necesario conectarse con la tradición bíblica para beber de ella y aprovechar, en el esquema del apóstol Pablo, del enorme tronco que representa la fe milenaria en la que Dios mismo nos ha injertado a través de Cristo (Ro 11.17-20), aunque con la posibilidad real de aportar una nueva savia al tronco antiguo, para seguir con el símil. Brueggemann especifica:
Una de las finalidades primordiales de la lectura y del estudio de las Escrituras es llegar a participar de una forma responsable en dicha historia de la alianza, compartir sus pareceres y matices para que nuestro mundo vivido se ajuste a la esencia de sus palabras. Pero para llegar a ser un participante responsable es necesario leer la Biblia desde dentro, lo cual no es nada fácil. A primera vista, somos ajenos a su lenguaje, a sus esquemas de pensamiento y a sus supuestos culturales e históricos. […]
La fe bíblica consiste en tomar parte en otra historia. Se trata de poseer recuerdos que otros no pueden recordar, de tener promesas que otros no pueden imaginar, de tener una identidad y una vocación que otros ignoran o no se toman en serio. Dado que la Biblia es muy extraña, tendemos a quedarnos fuera de su especial mundo vivido.[1]
Esta extrañeza cronológica, geográfica y cultural constituye una barrera que sólo puede ser superada con un esfuerzo intelectual y espiritual al mismo tiempo. La lectura seria de la Biblia implica el manejo de suficientes recursos aplicados con diligencia. Brueggemann llega al extremo de sugerir una serie de pasos que, normalmente, chocan con lo que normalmente sucede en las iglesias a la hora de acercarse a las Escrituras: 1) estudiar su cronología, para entender las relaciones entre sus elementos; 2) conocer el lugar de cada texto en dicha cronología; 3) familiarizarse con la geografía de Canaán y los territorios vecinos, en el caso del AT y de otros territorios para el NT; 4) entender las relaciones internacionales, o sea, cómo interfactuó Israel con los principales pueblos del Creciente fértil; 5) informarse sobre las crisis religiosas que atravesaron dichos pueblos:, el sincretismo, la urbanización, el exilio y la fundación, entre otros; y 6) estar conscientes de la importancia en la vida cotidiana de instituciones como la monarquía, las leyes y el culto.[2]
Uno de los puntos de partida, en este procedimiento informativo y formativo, que sólo se van revelando con años de familiaridad es la identificación de unidades o bloques de significado, entre los cuales hay que mencionar las grandes metáforas y símbolos que concentran reservas de interpretación y explicación aplicables a situaciones históricas similares, como la figura del faraón (asociada ala opresión) y el pan en el desierto (muestra de cómo Dios tiene el poder de alimentar a su pueblo integralmente). Otro ejemplo de esto es la propuesta de Isaías, acaso el profeta más conocido del siglo VIII a.C., acerca de la viña, surgida de muchos recuerdos y asociaciones ligados a un elemento cultural y gastronómico profundamente arraigado en la vida de Israel, que como cultura mediterránea participa de la experiencia permanente de estar en contacto con el sabor y las peculiaridades de la uva. Por esta familiaridad, el tema de la viña aparece en la Biblia de principio a fin y funciona como un modelo de relaciones entre Dios y su pueblo, al ser visto éste como lo que podría decirse en lenguaje directo: un patrimonio obtenido durante años de esfuerzo y dedicación. Dos casos: Gen 9.20: Noé planta una viña; Ap 14.19: un ángel haciendo la vendimia en la viña de la historia humana.
2. Necesidad, funciones y aplicación de la imaginación histórica
Los textos de la Biblia esperan mucho de nuestra creatividad como lectores y “aplicadores” de sus consecuencias. Pero para lograrlo, Brueggemann señala que hay que poner a trabajar la imaginación histórica: “La clave para comprender las Escrituras desde su interior y enfocar la realidad con base en la historia y la alianza, consiste en alimentar la imaginación histórica. La palabra imaginación hace referencia a la disponibilidad y sensibilidad hacia las palpitaciones de significado que se perciben al reflexionar sobre la experiencia histórica en una comunidad. La imaginación de la comunidad bíblica juega principalmente con imágenes que provienen de esa historia particular”.[3] Y agrega: “La imaginación impide que el pasado bíblico sea algo unidimensional, apagado y cerrado, un relato aburrido de una antigüedad remota. Si se aborda con imaginación, la tradición se percibe como un conjunto de recuerdosw vivos que presionan al presente en busca de respuestas y recursos”.[4]
El “cántico de la viña” de Isaías 5 y su relectura de Mateo 21 ofrece la posibilidad de acercarse a una metáfora bíblica que, aplicada a una circunstancia particular, relanza su significado y puede llegar hasta nosotros para recordarnos, en primer lugar, el amor de Dios y su esfuerzo para trabajar la viña (v. 2), en segundo lugar, la expectativa divina por obtener buenos frutos de ella (v. 2b: “dio uvas silvestres”). Una lectura crítica del texto afirmaría que el pasaje habla de las esperanzas frustradas de Yahvé en relación con el reino de Judá.
El v. 4, con un tono exhortativo, se plantea la pregunta retórica sobre la conducta del dueño de la viña ante los malos frutos y el v. siguiente anuncia el juicio que vendrá sobre el pueblo y cómo será hollada por pueblos ajenos. El v. 6 da más detalles al respecto y el 7 espe3cifica y explica la metáfora con un aire profético que subraya lo que esperaba Dios de Judá: juicio, en vez de vileza, y justicia, en vezs de clamor. La figura de la viña para Israel procede de Oseas (10.1) y del salmo 80 (vv. 8-16), pues uno de los recursos más socorridos en la Biblia es lo que hoy se conoce técnicamente como intertextualidad, es decir, el uso y desarrollo de nuevas interpretaciones a partir de lo escrito por otros autores. “El cántico de la viña ha resultado ser una parábola jurídica, por medio de la cual el poeta ha conducido a los ciudadanos de Judá a condenarse a sí mismos”.[5] El resto del capítulo desarrolla las consecuencias del cántico en un lenguaje elegiaco que lamenta las acciones injustas del reino de Judá.
Cuando Jesús retoma el motivo de la viña en Mateo 21, la frustración divina se había acumulado, cuando menos, durante otros ocho siglos. Israel, como viña del Señor, había resultado un pésimo negocio y ya sabemos lo que se hace cuando una empresa no funciona: se vende, se traspasa (Mt 21.41) o se cierra… Sólo que Jesús, al agregar un eslabón a la cadena de la metáfora de la viña, agrega el elemento escatológico y misionero para incluir a quienes darán frutos para el crecimiento del Reino de Dios en el mundo (Mt 21.43) , es decir, los gentiles, o dicho de otra manera, los que sin ser judíos, desean beber de la fuente histórica de la actuación de Dios para beneficio de la humanidad. Jesús se remonta en el tiempo y habla a nuevas generaciones de creyentes que desean encarnar la realidad histórica de su viña y dar los resultados que él espera. Es preciso escuchar ese llamado y aplicar a la Iglesia y a la vida personal la expectativa divina sobre su obra en cada uno de nosotros.
Notas
[1] W. Brueggemann, La Biblia, fuente de sentido. Trad. A. Soler Horta. Barcelona, Claret, 2007, pp. 23-24. Énfasis agregado.
[2] Ibid., p. 24.
[3] Ibid., p. 25.
[4] Ibid., p. 26. Énfasis agregado.
[5] Gary Williams, “Expectativas frustradas en Isaías 5.1-7. Una interpretación literaria”, en Kairós, núm. 33, julio-diciembre de 2003, p. 46, www.seteca-maestria.org/articles/kairos33-williams.pdf.
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