22 de agosto de 2010
La Biblia ha sido el texto fundante de la civilización occidental. En su nombre se han cometido muchas atrocidades y legitimado injusticias. Recuerdo mucho una leyenda escrita en un muro de la Universidad de Costa Rica que decía: “Nos dejaron la Biblia y se llevaron nuestras tierras”. Podemos no estar de acuerdo con esta declaración, pero lo que ella deja ver es el sentimiento de rechazo que la religión cristiana ha provocado. La Biblia puede ser usada para legitimar abusos, sometimientos, asimetrías o criterios de superioridad y subordinación. La Biblia en sí misma no tiene ningún papel fundamental en las luchas sociales, algo que sí tiene la interpretación que hacemos de ella. Sólo cuando la interpretación de la Biblia está comprometida con el mantenimiento de la vida toda es que podemos llamarla Palabra de Dios.
La Biblia tiene sus propios escollos. A veces su simple lectura nos pone los pelos de punta. Esto es porque incluye escritos con diferentes visiones, necesidades, momentos históricos, tradiciones, influencias y muchas manos. Entonces la Biblia a veces puede ser cruel y es por supuesto parcial. Por ello su simple lectura no siempre puede ser el fundamento que oriente todas nuestras relaciones sociales.
La Biblia, como dice Elsa Tamez, tiene que ser interpretada desde el Evangelio del Reino anunciado por Jesús. Una proclamación centrada en la justicia, la paz y el amor, que servirán como criterios de validación de todo el texto. Esos centros pueden seguir siendo válidos siempre y cuando estemos dispuestos/as a saber entender nuestra historia. Eso hacían las y los profetas bíblicos: interpretaban los tiempos y ahí colocaban el mensaje de Dios, que era un mensaje liberador. Eran pensadores y sentidores de la Vida, puesto que reconocían el mensaje de Dios al mirar la vida, y hacían esto mismo al reconocer el mensaje de Dios. Por eso es que su palabra era oportuna.
La interpretación liberadora de la Biblia fue de suma importancia en las luchas revolucionarias centroamericanas. De ahí que podemos decir que “la Biblia acompañó al pueblo”, pues algunos de sus textos inspiraron discursos, homilías, pinturas, cantos y poemas. Fue tal el impacto de esta manera de interpretar la Biblia, que la gente fue perseguida y hasta asesinada por ello. Así, en Nicaragua la gente cantaba, por ejemplo:
Cristo, Cristo Jesús,
identifícate con nosotros,
Señor, Señor mi Dios,
solidarízate, no con la clase opresora
que mata y devora la comunidad,
sino con el oprimido,
con el pueblo mío sediento de paz.
El texto de Amós es un ejemplo que quedó registrado acerca de cómo un texto religioso acompaña las luchas de un pueblo, que como el de Amós vivía en la miseria. El texto inicia con una letanía, que es un modo literario, una oración, una retahíla, un argumento insistente, repetido hasta el hartazgo. Aquí la letanía tiene esta forma: “Tres pecados hay, pero el cuarto…”. Por eso no es casual ni una simple arbitrariedad que la denuncia del profeta inicié con una de ellas. La demanda de justicia exige la insistencia, indica que no ha sido cosa fácil, que no es una petición sino una exigencia ante el incumplimiento.
La demanda de justicia es ya de larga historia. Siempre que hay relaciones desiguales significa que existe también injusticia y exigencia porque las cosas cambien. La denuncia de Amós y los profetas nos enseña que siempre hay voces que se levantarán. La particularidad del profetismo de Israel, a diferencia de otros movimientos proféticos del norte de África y de la cuenca del Mediterráneo, consistió justamente en la denuncia de los abusos de quienes ostentaban el poder: los sacerdotes, los reyes, los grandes propietarios. Los profetas eran mensajeros de Dios y su mensaje estaba dirigido a esta situación, que era una demanda inaplazable para algunos y esperanza para otros.
Tal vez no todas ni todos podamos llamarnos profetas, pero nuestro testimonio cristiano exige el entendimiento de la historia y la opción política por los excluidos. Insistamos, insistamos, insistamos…
Remato con unas palabras de Miguel Hernández, poeta asesinado por sus palabras insistentes, durante el régimen franquista en España:
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche
árbol que con sus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
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