PALABRAS
PARA UNA INSTALACIÓN PASTORAL
Leopoldo
Cervantes-Ortiz
Hace exactamente 21 años fui instalado por
primera vez en una iglesia. Ésta es la segunda ocasión en que recibo una
bendición semejante, sólo que, más allá de cualquier nostalgia y sentimiento,
es preciso reconocer que, en medio de las luchas eclesiásticas donde, en
ocasiones, ha privado más la incomprensión, la continuidad producida por la
reflexión teológica constante ha sido el baluarte en muchos de estos años,
siete para ser exactos, en los que la tarea pastoral tuvo que ser postergada
involuntariamente. Ahora, a partir de julio de 2007, en que esta comunidad tuvo
a bien recoger mis pedazos para caminar juntos en nuevas jornadas de peregrinaje
espiritual, levanto la mirada, como Dios siempre espera que lo hagamos,
únicamente hacia el futuro, ese tiempo desconocido que comienza cada mañana…
La supuesta oposición
entre pastoral y teología, tan lastimosamente tomada como bandera por algunos
sectores de nuestra iglesia, no debería ser vista como un dilema sino, en la
línea de nuestros maestros y antecesores, en especial, Calvino y Karl Barth,
como una necesaria interacción crítica, cotidiana, al servicio del crecimiento
y la edificación de la Iglesia en todos los órdenes. Sin la teología, la
pastoral corre el riesgo de extraviarse por rumbos inciertos, y sin ésta, la
teología puede volverse sólo una teoría exquisita y elitista para el
degustamiento hedonista de unos pocos.
En estos momentos, la
única palabra que acude a mi mente es gracias: a Dios, en primer lugar,
porque en los pliegues insondables de su gracia siempre tiene escondidas muchas
sorpresas para sus hijos e hijas; a Rocío, Helena y Leopoldo, por su constante
estímulo y desafío para seguir ejerciendo una labor teológica y pastoral más
auténtica y liberadora, sin dobleces ni una falsa conciencia; y, por supuesto,
a la propia iglesia Ammi-Shadday, por su infinita paciencia ante los diversos
planteamientos bíblico-teológicos expuestos y que, inevitablemente, al menos
para mí, ya no pueden ni deben pasar por el lugar común ni por la
superficialidad, aunque con ellos se pongan en entredicho nuestras verdades no
escritas y universalmente aceptadas. Por otra parte, mal haría en no recordar,
también, los lejanos años en que mi madre marcó, con su mirada visionaria, un
futuro pastoral no tan remoto, pero eso sí, plagado de dudas e incertidumbres
ante el perfil con que se asumiría esa tarea. Ella contribuyó decididamente a
darle un rumbo más concreto.
Los colegas y amigos
cercanos, algunos de ellos discípulos/as dentro y fuera de las aulas, a quienes
se han agregado nuevos rostros, con una fidelidad digna de reconocimiento
fraterno, han acompañado estos años, especialmente desde 1999, cuando comenzamos
soñamos a soñar con mayor firmeza en una iglesia nueva, como parte de una veta
de productividad, diálogo e intercambio que no imaginábamos en otras
épocas, sobre todo porque aún no habíamos tenido el valor de invadir los
diversos espacios a los que Dios nos estaba empujando y en donde, sin duda, nos
esperaba para darnos a conocer otras miradas, otras rutas y esperanzas… Allí
hemos encontrado compañerismo y nuevos retos en las diversas trincheras.
Por todo ello, esta
nueva etapa de compromiso pastoral representa asumir la labor de animación,
coordinación y participación comunitaria como una de esas trincheras en las que
Dios nos coloca al lado de otros actores en la común búsqueda de su voluntad y
de una práctica cristiana que refleje efectivamente el grado variable de avance
en la comprensión de las exigencias de ser portadores de una eficaz manera de
vivir, experimentar y promover el Reino de Dios, meta suprema de los individuos
y las colectividades que dicen seguir a Jesús de Nazaret. Los planes, proyectos
y programas que se fijen como eje fundamental esta misión tendrán que estar
acordes con los valores y los principios éticos emanados de una sólida
comprensión de la lectura reformada de las Escrituras y de su visión de las
necesidades espirituales y humanas de nuestros días, en diálogo crítico y
fecundo.
Sólo me resta retomar
como consigna para este periodo que hoy inicia, las palabras de alguien que
practicó una pastoral sin fingimientos ni intereses mezquinos: “Por lo cual,
siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número.
[…] Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he
hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (I Corintios 9.19, 22).
Soli Deo gloriam.
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