domingo, 27 de marzo de 2011

La espiritualidad del seguimiento de Jesús


27 de marzo, 2011


Piensen en el ejemplo de Jesús. Mucha gente pecadora lo odió y lo hizo sufrir, pero él siguió adelante. Por eso, ustedes no deben rendirse ni desanimarse, pues en su lucha contra el pecado todavía no han tenido que morir como él.

Hebreos 12.3, Traducción en Lenguaje Actual


1. ¿Es necesaria una “preparación espiritual” para Semana Santa? Y si lo es, ¿en qué sentido?

2. Dios estuvo presente en la cruz de Cristo, por lo que se puede hablar de un Dios crucificado por amor a la humanidad.

3. La espiritualidad del seguimiento de Jesús pasa, inevitablemente, por la experiencia de la cruz.

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LA ESPIRITUALIDAD DE LA CRUZ EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

José Luis Caravias

Lo que solemos llamar "la cruz" o "las cruces" no es otra cosa que los sufrimientos y contradicciones de la vida. Cruz es lo que limita la vida (las cruces de la vida), lo que hace sufrir y dificulta el caminar a causa de la imperfección o la mala voluntad humana. De suyo, las cruces no tienen ningún valor en sí. Son una experiencia humana negativa, de la que nadie se puede escapar. Pero con Jesús el sufrimiento humano ha encontrado sentido. No es que él nos haya enseñado a eliminar la cruz o le haya dado un valor a la cruz en sí misma, sino porque le ha dado un valor santificante liberador. Desde Jesús toda cruz puede encontrar un lugar en la construcción del Reino de Dios.

Gracias a Jesucristo, el hecho de la cruz puede ser tomado como una dimensión de la espiritualidad. Por eso su llamado a "cargar la cruz" (Mt 10,38) para poder seguirle: "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,27). Sólo siguiendo a Cristo, la cruz nos hace crecer en la vida según el Espíritu. Por eso podemos afirmar que no existe propiamente una espiritualidad de la cruz, sino una espiritualidad de seguimiento del Crucificado. La espiritualidad de la cruz no es meramente la aceptación de la tristeza, del dolor; no es pasividad y resignación. La cruz no se busca en sí misma; pero se la encuentra ciertamente en la medida en que seguimos a Jesús. Nuestras cruces no tienen sentido si no nos incorporamos por ellas a la cruz de Cristo. No todo sufrimiento es específicamente cristiano, sino el que nace del seguimiento de Jesús.

Por eso es de suma importancia entender cómo soportó Jesús la cruz. Él no buscó la cruz por la cruz. Buscó el espíritu que hace evitar que se produzca la cruz para uno mismo y para los demás. Predicó y vivió el amor. Quien ama y sirve no crea cruces para los demás con su egoísmo. El anunció la Buena Nueva de un Dios que es amor para todos, especialmente para con los despreciados. Se comprometió por el Reinado de este Dios. Y el mundo se cerró a él; puso cruces en su camino y acabó alzándolo en el madero de la cruz. La cruz fue la consecuencia de un anuncio que cuestionaba y de una acción liberadora. El no huyó, no contemporizó, no dejó de anunciar y testimoniar, aunque eso le costase ser crucificado. Siguió amando a pesar del odio. Asumió la cruz en señal de fidelidad a Dios y a los hombres. Según el ejemplo de Jesús, ¿en qué, consiste, pues, la espiritualidad cristiana de la cruz?


a) En primer lugar se trata de comprometerse, siguiendo a Jesús, a fin de que se vaya construyendo un mundo en el que sea menos difícil el amar, la paz, la fraternidad, la apertura y la entrega a Dios. Esto implica la denuncia de situaciones que engendran odio, división y ateísmo en términos de estructuras, valores, prácticas e ideologías. Implica también el anuncio y la realización, con hechos concretos, de la justicia, la solidaridad y el amor en la familia, en las escuelas, en el sistema económico, en las relaciones políticas.


Este compromiso acarrea como consecuencia crisis, confrontaciones y sufrimientos. Aceptar la cruz proveniente de esta lucha y cargar con ella lo mismo que cargó con ella el Señor, forma parte integral del compromiso cristiano. La cruz que hay que soportar en este empeño, la cruz con la que hay que cargar en ese camino, son un sufrimiento y un martirio por Dios y por los hermanos.

b) Cargar con la cruz tal como lo hizo Jesús significa, por consiguiente, solidarizarse con los crucificados de este mundo: los que sufren violencia, los que son empobrecidos, deshumanizados y ofendidos en sus derechos. Defenderlos, ayudarles a abrir los ojos y organizarse, atacar todo lo que los convierte en infrahombres, asumir la causa de su liberación, sufrir por ella: en eso consiste cargar con la cruz de Jesús. La cruz de Jesús y su muerte fueron consecuencia de ese compromiso a favor de los desheredados de este mundo.

Sólo en la solidaridad con los crucificados se puede luchar contra la cruz; sólo desde la identificación con los atribulados por la vida se puede efectivamente liberar de las tribulaciones. No fue otro el camino de Jesús, la vía del Dios encarnado.

El cristiano solidario con los pobres es el que como Pablo ama la cruz de Cristo, es decir, la lucha por la justicia a través del amor sufriente. Amor sufriente que entraña la radicalidad de un dar la vida por el otro. La praxis de liberación tiene sabor de cruz y de eficacia que sólo conoce el que ama al prójimo.

c) La solidaridad con los crucificados de este mundo, en los que está presente Jesús, lleva consigo la necesidad de dar vuelta a lo que el sistema opresor considera como bueno. El sistema dice: los que asumen la causa de los pobres son gente subversiva, enemigos de la "justicia y del orden", maldecidos por la religión y abandonados por Dios. Los que cargan la cruz de Cristo se oponen tenazmente a este sistema y denuncian sus falsos valores y prácticas, que no son sino un ordenamiento del desorden. Lo que el sistema llama justo y bueno, en realidad es injusto, discriminatorio y malo.

El que sigue a Jesús desenmascara el sistema y por eso sufre violencia de su parte. Sufre a causa de una injusticia mayor, sufre en razón de otro orden: la justicia y el orden de Dios. Sufre sin odiar; soporta la cruz sin huir de ella. La carga por amor a la verdad y a los crucificados por los que ha arriesgado la seguridad personal y la vida. Así hizo Jesús. Su seguidor sufre también como "maldito", cuando en realidad está siendo bendecido; muere "abandonado", cuando en verdad ha sido acogido por Dios. De este modo Dios confunde la sabiduría y la justicia de este mundo.

d) La cruz tiene una significación particular para los sufrientes, los oprimidos y sufridos. Para ellos, el mensaje de la crucifixión consiste en que Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente, no a la manera de la resignación, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. No basta cargar la cruz; la novedad cristiana es cargarla como Cristo, llevando el compromiso hasta el extremo: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15.13). Las dos palabras que quizás más utiliza el Nuevo Testamento cuando habla de la vida práctica son audacia y aguante. Aguante a prueba de bomba, como del que ya no espera nada. Audacia también a toda prueba, como del que ya ha pasado todo lo malo. La cruz, efectivamente, lleva a la resignación, pero es la resignación del que no se resigna.

e) No se puede cargar la cruz de Cristo si uno no se domina a sí mismo. "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga" (Mt 16,24). Porque estamos arraigados en el egoísmo y la tendencia al pecado, el camino para seguir a Jesús es un camino de superación, de "muerte al hombre viejo" (Rm 6,6), de renunciar a vivir "según la carne" (Mt 18,8). No es posible la cruz del compromiso, sin esta otra forma de cruz que es la renuncia a nosotros mismos. No es posible un amor extremo a los demás si uno no está totalmente descentrado de sí mismo. El centro ha de ser Dios, y no uno mismo; y eso no se consigue sin "negarse a sí mismo".

f) Sufrir y morir siguiendo de este modo al Crucificado es ya vivir. Al interior de esta muerte en cruz existe una vida que no puede ser aniquilada. Está oculta en la muerte. No es que venga después de la muerte, sino que está ya dentro de la vida de amor, de la solidaridad y de la valentía para soportar y morir. Por eso la elevación de Jesús en la cruz es también su glorificación. Vivir y ser crucificado de este modo por la causa de la justicia, que es la causa de Dios, es vivir. Por eso el mensaje de la pasión va siempre unido al mensaje de la resurrección. Los que murieron por la insurrección en contra del sistema de este mundo y se negaron a entrar "en los esquemas de este mundo" (Rm 12,2), son los que experimentan la resurrección. Pues la insurrección por la causa de Dios y del prójimo es ya resurrección.

Predicar hoy el seguimiento de Jesús en la cruz es anuncio de que se acerca la resurrección, la victoria que llegará por hacer cada vez más imposible el que unos hombres continúen crucificando a otros hombres. Es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede ya crucificar. Lo único que la cruz puede hacer es convertirla en más victoriosa. Predicar la cruz, pues, significa seguir a Jesús. Y seguir a Jesús es per-seguir su camino, proseguir su causa y conseguir su victoria.

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