viernes, 30 de diciembre de 2011

"Nada nos apartará del amor de Dios...", L. Cervantes-O.

31 de diciembre, 2011

Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros? He aquí ciertamente el único apoyo que nos puede mantener firmes en medio de todas las pruebas, porque si Dios está con nosotros, aun cuando todas las cosas sean contra nosotros, podremos, sin embargo, permanecer confiados. El favor de Dios no solamente es un consuelo suficiente para toda tristeza, sino también un defensor bastante poderoso contra todas las tempestades. […] Por esta razón, teniéndole a El como defensor, nada debemos temer. Nadie, pues, demostrará poseer una verdadera confianza en Dios, sino aquellos que contentándose con su protección a nada temen ni pierden jamás su valor. Es cierto que los creyentes son a menudo quebrantados; pero jamás enteramente abatidos. En resumen, la intención del Apóstol es la de que el corazón del creyente permanezca firme por el testimonio interior del Espíritu Santo, y no depender de las cosas externas.[1]

J. Calvino

La teopoética de Pablo

Acaso los momentos doxológicos o celebratorios en las cartas del apóstol Pablo sean los más recordados por sus lectores/as de todos los tiempos, pues a la densidad con que su pensamiento aborda las cuestiones más profundas de la fe en sus epístolas a los Romanos, Corintios, Efesios o Filipenses le corresponden fragmentos en los que se dejan ganar por el lirismo y la pasión para cantar las maravillas del amor de Dios. Con ello, este creyente comprometido hasta la muerte con la expansión del Evangelio por todo el mundo, anticipó, sin imaginárselo, una de las vetas más vivas de la fe cristiana, la llamada teopoética, es decir, la expresión literaria, litúrgica y teológica de la comunión con Dios por parte de los seguidores/as de Jesús de Nazaret, en medio de las luchas y los procesos sociales. Esta corriente teológica, cristiana y literaria obliga a sus practicantes a beber del pozo de la fe y de la espiritualidad bíblicas para que, mediante una tendencia mística de búsqueda verbal creativa, puedan trasladar a los textos la experiencia del encuentro con las bondades y exigencias del Dios de la Vida, más allá del propagandismo y el panfleto fácil. Se reflexiona teológicamente, al mismo tiempo que se expresan poéticamente los misterios, alegrías y descubrimientos de la fe. Uno de sus exponentes más reconocidos en la actualidad es el obispo catalán-brasileño Pedro Casaldáliga, quien ha persistido en aunar la lírica con el compromiso cristiano liberador. La teopoética es un discurso y una praxis, tal y como San Pablo los practicó en su vida y obra, aunque ya los salmistas y el mismo Jesús habían avanzado en eso durante largo trecho.

Así la explica Rui Manuel Grácio das Neves: “Es una teología alternativa […] Es la convicción de que el lenguaje poético, la poética, se convierte en la herramienta epistemológica más adecuada (en algunos momentos, imprescindible) para abordar ciertas cuestiones de vivencia religiosa […] la prosa se torna aquí muy insuficiente, descarnada, seca, superficial. El ser, la realidad, es polisémico, multidimensional, y la poesía nos descubre el mundo bajo otra mirada. Es productora de sentido y reveladora del ser (Paul Ricœur)”.[2]

Y es que, luego de haber atravesado las honduras teológicas a las que le obligó su interés casi anatómico por desentrañar las raíces del pecado humano y de su presencia en el mundo en el capítulo 7 de su carta a los Romanos, y en 9-10, por establecer la situación de su propio pueblo, el judío, ante los planes de Dios, Pablo de Tarso atisba la luz de la salvación en Cristo y asume la voz de un adorador y celebrante que no duda en orientar su exclamación en voz alta por los senderos de la alabanza más exaltada y emotiva. Luego de llegar a la conclusión terrible y grandiosa, simultáneamente: “Porque Dios encerró á todos en incredulidad, para tener misericordia de todos”, estalla de emoción:

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!

¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!

Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?

¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?

Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.

A él sea la gloria por los siglos. (11.33-36)

Una oda al amor interminable de Dios en Cristo

Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Para acercarnos más a las palabras griegas utilizadas por San Pablo, sería menester decir: Nosotros sobrevivimos, es decir, luchando llegamos al fin de nuestras perplejidades y vencemos las angustias. Es cierto que algunas veces parece que los fieles son vencidos y derrotados, porque el Señor no solamente les obliga a ejercitarse, sino también a humillarse; mas siempre ellos obtienen la victoria. Para que reconozcan de dónde les viene este valor y fortaleza invencibles, el Apóstol repite lo que ya dijo, al enseñarnos que no solamente Dios, por su amor, nos sostiene y fortifica, sino que también confirma lo que ya dijo sobre el amor de Cristo. Esta única palabra significa suficientemente que el Apóstol no se refiere al ardiente amor que sintamos hacia Dios, sino a la dulce y paternal misericordia de Dios o de Cristo hacia nosotros. Si esta convicción está profundamente arraigada en nuestro corazón, nos llevará del infierno a la luz de la vida, sirviéndonos de apoyo suficiente.[3]

J. Calvino


En 8.33-39, no duda en mezclar la reflexión y la enumeración para afirmar las grandezas del amor de Dios y su compromiso por salvaguardar la vida de sus elegidos/as contra toda forma de oposición, rechazo e incomprensión, ya sea cósmica, histórica o espiritual. Los niveles de comprensión teológica que alcanza Pablo no sólo son superiores sino que además le agrega a su visión de la salvación y sus misterios una veta de penetración incuestionablemente práctica y actual, capaz de remover las fibras de los corazones inflamados por la fe en la obra redentora de Cristo:

¿Quién acusará a los escogidos de Dios?

Dios es el que justifica.

¿Quién es el que condenará?

Cristo es el que murió;

más aun, el que también resucitó,

el que además está a la diestra de Dios,

el que también intercede por nosotros.

¿Quién nos separará del amor de Cristo?

¿Tribulación, o angustia, o persecución,

o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (vv. 33-35)

La garantía de la salvación tiende las dimensiones aludidas: ningún tribunal, mucho menos uno en el cual el fiscal sea alguien como Satanás, criminal confeso, podrá acusar a los escogidos/as porque Dios ya los ha rehabilitado, capacitado, dignificado, declarado inocentes. Es el ámbito cósmico-teológico. Y en ese mismo, nadie podrá condenar a los/as creyentes porque la muerte de Cristo es y fue un evento que traspasa las barreras de la historia y penetró en las tinieblas para imponer la victoria de la vida y el hecho de que ahora esté sentado a la derecha de Dios es una garantía todavía mayor, la de que Él intercede, aboga, media entre Dios y la humanidad a causa de su doble naturaleza. ¡Por ello nada ni nadie nos podrá separar de su amor! Una afirmación de labios de alguien que no estuvo nunca físicamente con él, ¡al igual que nosotros! La certeza de la compañía del amor divino en Jesucristo procede del hecho de que la prenda del amor de Dios, el cuerpo mismo del Salvador, se encuentra ya transformado ante su presencia, al lado suyo, en las instancias eternas.

Por ello, en el v. 35b, al descender al mundo de la mezquindad, el odio y la injusticia, por así decirlo, el apóstol afirma que nadie ni nada puede dañar a los seguidores/as y hermanos/as de Jesús, quienes ahora son, literal y espiritualmente indestructibles, pero sin asumir una actitud triunfalista ni arrogante, sino todo lo contrario, como lo recuerda el apóstol, pues: “Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;/ somos contados como ovejas de matadero” (v. 36). Este realismo histórico, profético y martirial, en línea con los grandes presentadores de la fe bíblica, es el sustento de la victoria moral, espiritual y cósmica de la fe sobre todos sus opositores y exigencias, acaso por orden de aparición: tribulación (problemas cotidianos), angustia (sufrimientos), persecución (rechazo), hambre (precariedad total), desnudez (extremos climatológicos), peligro (riesgos) o espada (violencia y muerte). Pablo contempla de manera amplia una cadena de contingencias que abarca casi todo aquello a .lo que están expuestos los/as creyentes para dar a entender, como agrega y resume, al incluir los extremos más evidentes: vida-muerte, ángeles-principados, potestades, presente-futuro, alto-profundo, ni ninguna otra cosa creada, absolutamente nada, en suma, los podrá separar del amor de Dios mediado por Cristo. Vencen, claro, porque toda su vida depende de la afirmación mayor: “Dios por nosotros” (8.31), aquí y ahora, ante los tiempos idos y los que han de venir.



[1] J. Calvino, Comentario a la epístola a los Romanos. Trad. de C. Gutiérrez Marín. Grand Rapids, Desafío, 2005, p. 150.

[2] R.M. Grácio das Neves, “Introducción. De las insuficiencias del lenguaje o apología de la teopoética”, en Utopía y resistencia. Hacia una teopoética de la liberación. Salamanca, San Esteban, 1994, pp. 11-12.

[3] J. Calvino, op. cit., p. 154.

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