ESCUCHAR
A JESÚS
José
Antonio Pagola
Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos
permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les
resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube
con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente
"para orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba, el
aspecto de su rostro cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la
presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su
identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida
ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y
certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella
montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar,
desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un
conocimiento que no es posible obtener de los libros.
Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se
caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro
solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar
nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía". Por eso, la escena
culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en
una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella
nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle". La
escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar"
nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de
manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta
tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser.
Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su
Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras
desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte,
más gozosa, más contagiosa.
¿Dónde escuchar a Jesús?
Entre todos los métodos posibles de leer
la Palabra de Dios se está revalorizando cada vez más en algunos sectores
cristianos el método llamado lectio
divina, muy apreciado en otros tiempos […]. Consiste en una lectura
meditada de la Biblia, orientada directamente a suscitar el encuentro con Dios
y la escucha de su Palabra en el fondo del corazón. Esta forma de leer el texto
bíblico exige dar diversos pasos.
Lo primero es leer el texto tratando de captar su sentido original, para
evitar cualquier interpretación arbitraria o subjetiva. No es legítimo hacerle
decir a la Biblia cualquier cosa, tergiversando su sentido real. Hemos de
comprender el texto empleando todas las ayudas que tengamos a mano: una buena
traducción, las notas de la Biblia, algún comentario sencillo.
La meditación supone un paso más. Ahora se trata de acoger la Palabra de
Dios meditándola en el fondo del corazón. Para ello se comienza por repetir
despacio las palabras fundamentales del texto, tratando de asimilar su mensaje
y hacerlo nuestro. Los antiguos decían que es necesario “masticar” o “rumiar”
el texto bíblico para “hacerlo descender de la cabeza al corazón”. Este momento
pide recogimiento y silencio interior, fe en Dios, que me habla, apertura dócil
a su voz.
El tercer momento es la oración. El lector pasa ahora de una actitud de
escucha a una postura de respuesta. Esta oración es necesaria para que se
establezca el diálogo entre el creyente y Dios. No hace falta hacer grandes esfuerzos
de imaginación ni inventar hermosos discursos. Basta preguntarnos con
sinceridad: “Señor, ¿qué me quieres decir a través de este texto?, ¿a qué me
llamas en concreto?, ¿qué confianza quieres sembrar en mi corazón?”.
Se puede pasar a un cuarto momento, que suele ser designado como
contemplación o silencio ante Dios. El creyente descansa en Dios acallando
otras voces. Es el momento de estar ante él escuchando solo su amor y su
misericordia, sin ninguna otra preocupación o interés.
Por último, es necesario recordar que la verdadera lectura de la Biblia
termina en la vida concreta, y que el criterio para verificar si hemos
escuchado a Dios es nuestra conversión. Por eso es necesario pasar de la “Palabra
escrita” a la “Palabra vivida”. San Nilo, venerable Padre del desierto, decía: “Yo
interpreto la Escritura con mi vida”.
Según el relato de la escena del Tabor, los discípulos escuchan esta
invitación: “Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo”. Una forma de hacerlo es
aprender a leer los evangelios de Jesús con este método. Descubriremos un
estilo de vida que puede transformar para siempre nuestra existencia.
Perdidos
Según los expertos, uno de los datos más
preocupantes de la sociedad moderna es la “pérdida de referentes”. Todos lo
podemos comprobar: la religión va perdiendo fuerza en las conciencias; se va
diluyendo la moral tradicional; ya no se sabe a ciencia cierta quién puede
poseer las claves que orienten la existencia.
Bastantes educadores no saben qué decir ni en nombre de quién hablar a
sus alumnos acerca de la vida. Los padres no saben qué “herencia espiritual”
dejar a sus hijos. La cultura se va transformando en modas sucesivas. Los
valores del pasado interesan menos que la información de lo inmediato.
Son muchos los que no saben muy bien dónde fundamentar su vida ni a
quién acudir para orientarla. No se sabe dónde encontrar los criterios que
puedan regir la manera de vivir, pensar, trabajar, amar o morir. Todo queda
sometido al cambio constante de las modas o los gustos del momento.
Es fácil constatar ya algunas consecuencias. Si no hay a quién acudir,
cada cual ha de defenderse como pueda. Algunos viven con una “personalidad
prestada”, alimentándose de la cultura de la información. Hay quienes buscan
algún sucedáneo en las sectas o adentrándose en el mundo seductor de lo “virtual”.
Por otra parte, son cada vez más los que viven perdidos. No tienen meta ni
proyecto. Pronto se convierten en presa fácil de cualquiera que pueda
satisfacer sus deseos inmediatos.
Necesitamos reaccionar. Vivir con un corazón más atento a la verdad
última de la vida; detenernos para escuchar las necesidades más hondas de
nuestro ser; sintonizar con nuestro verdadero yo. Es fácil que se despierte en
nosotros la necesidad de escuchar un mensaje diferente. Tal vez entonces hagamos
un espacio mayor a Dios.
La escena evangélica de Lucas recobra un hondo sentido en nuestros
tiempos. Según el relato, los discípulos “se asustan” al quedar cubiertos por
una nube. Se sienten solos y perdidos. En medio de la nube escuchan una voz que
les dice: “Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadlo”. Es difícil vivir sin
escuchar una voz que ponga luz y esperanza en nuestro corazón.
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VIDA
EN COMUNIDAD
Dietrich
Bonhoeffer
La
gratitud
Igual que sucede a nivel individual, la gratitud es
esencial en la vida cristiana comunitaria. Dios concede lo mucho a quien sabe
agradecer lo poco que recibe cada día. Nuestra falta de gratitud impide que
Dios nos conceda los grandes dones espirituales que nos tiene reservados.
Pensamos que no debemos darnos por satisfechos con la pequeña medida de
sabiduría, experiencia y caridad cristianas que nos ha sido concedida. Nos
lamentamos de no haber recibido la misma certidumbre y la misma riqueza de
experiencia que otros cristianos, y nos parece que estas quejas son un signo de
piedad. Oramos para que se nos concedan grandes cosas y nos olvidamos de
agradecer las pequeñas (¿pequeñas?) que recibimos cada día. ¿Cómo va a conceder
Dios lo grande a quien no sabe recibir con gratitud lo pequeño?
Todo esto es también aplicable a la vida de comunidad.
Debemos dar gracias a Dios diariamente por la comunidad cristiana a la que
pertenecemos. Aunque no tenga nada que ofrecernos, aunque sea pecadora y de fe
vacilante, ¡qué importa! Pero si no hacemos más que quejarnos ante Dios por ser
todo tan miserable, tan mezquino, tan poco conforme con lo que habíamos
esperado, estamos impidiendo que Dios haga crecer nuestra comunidad, según la
medida y riqueza que nos ha dado en Jesucristo. Esto concierne de un modo
especial a esa actitud permanente de queja de ciertos pastores y miembros “piadosos”
respecto a sus comunidades. Un pastor no debe quejarse jamás de su comunidad,
ni siquiera ante Dios. No le ha sido confiada la comunidad para que se
convierta en su acusador ante Dios y ante los hombres. Cualquier miembro que
cometa el error de acusar a su comunidad debería preguntarse primero si no es
precisamente Dios quien destruye la quimera que él se había fabricado. Si es
así, que le dé gracias por esta tribulación. y si no lo es, que se guarde de
acusar a la comunidad de Dios; que se acuse más bien a sí mismo por su falta de
fe; que pida a Dios que le haga comprender en qué ha desobedecido o pecado y le
libre de ser un escándalo para los otros miembros de la comunidad; que ruegue
por ellos, además de por sí mismo, y que, además de cumplir lo que Dios le ha
encomendado, le dé gracias.
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PREGUNTAS SIN RESPUESTA ANTE LA
SEDE VACÍA
Mesa de análisis, balance y pendientes del papado de
Benedicto XVI
Miércoles
27 de febrero de 2013
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
Bernardo Barranco, Julián Cruzalta, Ignacio Cuevas,
Marisa Noriega
Panel 2, 12:00-13:30
Marilú Rojas, Alberto Athié, Jael de la Luz
Para mayor información: Gabriela Juárez Palacios, observatorioeclesial@gmail.com