domingo, 31 de marzo de 2013

El Jesús resucitado rehabilita a Pedro, L. Cervantes-O.


31 de marzo, 2013

Por tercera vez le preguntó Jesús: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció al oír que le preguntaba por tercera vez si lo quería, y contestó: —Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo: —Apacienta mis ovejas.
Juan 21.17

El Cuarto Evangelio concluye con uno de los momentos más significativos en la vida y ministerio de Pedro, compañero y colega del “discípulo amado”: su rehabilitación y reivindicación como discípulo, apóstol y pastor a quien el Jesús resucitado le encomienda “apacentar a sus ovejas” en el episodio que reproduce, a la inversa, el momento en que Pedro lo negó cuando fue secuestrado y apresado por sus enemigos. Con ello, Pedro recupera su lugar en la comunidad, recibe el aval de su señor y maestro para realizar su ministerio en la iglesia y es recibido por las comunidades juaninas como igual a su dirigente en un esfuerzo de unificación notable.
El encuentro con el Jesús resucitado tiene una introducción donde Pedro vuelve a su oficio de pescador y en medio del cual su señor no le recrimina que haya regresado al pasado laboral, y por el contrario, lo apoya, junto con sus compañeros, para tener una pesca magnífica. El hecho de que no le reproche ese retorno abre las puertas para el momento climático, de comunión, diálogo y tranquilidad, en el que directamente le encargará la labor pastoral, y no un cargo superior sobre los demás apóstoles o servidores.
Pedro asimilaría la lección, y al dolor inicial por la amarga negación de su maestro le seguirá una reconstrucción de su ministerio que aparece testificada en el libro de los Hechos, en donde adquiere cierta preeminencia en los primeros capítulos, hasta que es sustituido en la atención por su colega, el apóstol de los no judíos, San Pablo. Con él tendrá algunas desavenencias, mencionadas en la carta a los Gálatas, pero que Pedro menciona, pues más bien se refiere a él como compañero en el ministerio (II P 3.15-16). Y al hablar del propio Jesucristo como “pastor y obispo de vuestras almas” (I P 2.25) demostrará la manera en que comprendió el oficio que Jesús había depositado sobre él. Asimismo, desarrolla más el tema de la pastoral y se dirige a sus colegas con palabras muy claras: “Esto es lo que les pido a quienes los dirigen, yo, que comparto con ellos la tarea y soy testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que está a punto de revelarse: apacienten el rebaño de Dios confiado a cargo de ustedes; cuídenlo, no a la fuerza o por una rastrera ganancia, sino gustosamente y con generosidad, como Dios quiere; no como dictadores sobre quienes estén a cargo de ustedes, sino como modelos del rebaño. Y el día en que se manifieste el Pastor supremo recibirán ustedes el premio imperecedero de la gloria.” (I P 5.1-4). Sobre el Señor como pastor lo califica como el superior de ellos, el “príncipe” (RVR), con lo que da a entender el lugar que para sí mismo se había reservado en esa dinámica.
La resurrección de Jesús le permitió a Pedro reencontrar el lugar para el cual había sido llamado y le ganó un puesto, al lado de los demás apóstoles que llevó adelante hasta ser martirizado por amor a su señor y maestro. Ciertamente, tuvo que ser evangelizado por María Magdalena y creer firmemente en que quien lo llamó había vuelto a vivir según su promesa. Como escribió Jürgen Moltmann: “Si las mujeres debieran permanecer en silencio, no tendríamos ningún testimonio de la resurrección de Cristo”.

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