sábado, 9 de marzo de 2013

Letra 312, 10 de marzo de 2013


CONCENTRAN OCHO ENTIDADES 61% DE LOS FEMINICIDIOS QUE SE COMETEN
Fabiola Martínez
La Jornada, 8 de marzo de 2013

Edomex, Chihuahua, Distrito Federal, Guerrero, Baja California, Michoacán y Veracruz presentan alto número de casos, que siguen al alza en sus formas más crueles y dolorosas.
En México, los feminicidios siguen al alza en sus formas más crueles y dolorosas. Ocho entidades, encabezadas por el estado de México, concentran 61 por ciento de los homicidios de mujeres por causa de género.
En el interior de este grupo (Estado de México, Chihuahua, Distrito Federal, Guerrero, Baja California, Jalisco, Michoacán y Veracruz), varios de sus municipios tienen el mayor número de casos, es decir, zonas que están significativamente por arriba del promedio nacional. Sin embargo, alerta la Secretaría de Gobernación, los crímenes cometidos contra las mujeres –acrecentados por la violencia social de la década reciente– se expanden de modo preocupante en un esquema de contagio que afecta zonas que hace una década no tenían esta situación.
Lo anterior se desprende del Estudio nacional sobre todas las fuentes, orígenes y factores que producen y reproducen la violencia contra las mujeres —presentado en noviembre pasado—, así como de las proyecciones de los funcionarios encargados de atajar esta problemática.
“En 2012 hubo una réplica similar a 2011 (de feminicidios) y ahora va la misma tendencia al alza (…) De lo más valioso que arroja el estudio es advertir acerca de este repunte terrible (homicidios por causas de género)”, advirtió Dilcya García Espinoza de los Monteros, comisionada nacional para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres.
El problema persiste y, además, está inserto en lo más profundo de nuestra cultura. Lo tenemos que atender a partir del combate a la impunidad, pero también mediante prevención, clave de la erradicación, y no en las cadenas perpetuas o en la pena de muerte para los agresores, dijo en entrevista.
Aunque en algunas entidades, como Baja California, las autoridades no tienen claridad en cuanto a las subidas y bajadas de los homicidios contra mujeres (en determinados meses los feminicidios suben y de pronto desaparecen), lo más preocupante es el factor contagio.
El Estado de México tiene 20 por ciento de los feminicidios que se cometen en el país; en el interior de la entidad están a tres ayuntamientos: Ecatepec (12.4 por ciento de los casos), Nezhualcóyotl (7.6) y Toluca (5.2). La segunda entidad más violenta en esta lista es Chihuahua con 9.44 de las muertes; la mayoría de los ataques son reportados en Ciudad Juárez, seguido de Distrito Federal (8.35), con el fenómeno concentrado en las delegaciones Izatapalapa y Gustavo A. Madero.
En Baja California, el foco rojo es Tijuana; en Guerrero, Acapulco; para Jalisco, Guadalajara y Zapopan; Michoacán, Morelia y Lázaro Cárdenas; Oaxaca, su capital, y Veracruz, el puerto. En cuanto al contagio persiste la problemática en 12 puntos, identificados como hot spots, ubicados en igual número de entidades, donde los municipios contiguos a los focos rojos empiezan a registrar una tasa de crecimiento de homicidios.
La funcionaria, encargada en este tema de la coordinación y operación política entre gobierno federal y estatales, señala que esta proclividad al contagio ha provocado que el estado de México continúe a la cabeza de la lista de feminicidios. Entonces, añadió, empieza a subir la mancha de la violencia en estos municipios. Se ha demostrado –dijo– que el gobierno tiene un año para trabajar en las áreas recién afectadas, porque de lo contrario el problema escala a una situación más crítica.
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¿UNA “PRIMAVERA VATICANA”?
Hans Küng
El País, 1 de marzo de 2013


La primavera árabe sacudió toda una serie de regímenes autoritarios. Ahora que ha dimitido el papa Benedicto XVI, ¿será posible que ocurra algo similar en la Iglesia católica, una primavera vaticana?
Por supuesto, el sistema de la Iglesia católica, más que a Túnez o Egipto, se parece a una monarquía absoluta como Arabia Saudí. En ambos casos, no se han hecho auténticas reformas, sino concesiones sin importancia. En ambos casos, se invoca la tradición para oponerse a la reforma. En Arabia Saudí, la tradición solo se remonta a 200 años atrás; en el caso del papado, a 20 siglos. Ahora bien, ¿es cierta esa tradición? En realidad, la Iglesia vivió durante un milenio sin un papado de tipo monárquico absolutista como el que conocemos.
Fue a partir del siglo XI cuando una “revolución desde arriba”, la “reforma gregoriana” iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características históricas del sistema de Roma: un papado centralista y absolutista, un clericalismo forzoso y la obligación del celibato para los sacerdotes y otros clérigos seglares.
Los esfuerzos de los concilios reformistas del siglo XV, los reformadores del siglo XVI, la Ilustración francesa en los siglos XVII y XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron éxito solo en parte. Incluso el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, a pesar de abordar muchas preocupaciones de los reformadores y los críticos modernos, se vio obstaculizado por la curia, el órgano rector de la Iglesia, y no logró poner en práctica más que parte de los cambios exigidos.
Hoy, la curia, que también es un producto del siglo XI, sigue siendo el principal obstáculo para cualquier reforma de fondo de la Iglesia católica, cualquier acuerdo ecuménico con las demás iglesias cristianas y religiones mundiales y cualquier actitud crítica y constructiva frente al mundo moderno. Con los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se ha producido un fatal regreso a los viejos hábitos monárquicos de la Iglesia.
En 2005, en una de sus escasas muestras de audacia, Benedicto mantuvo una amigable conversación de cuatro horas conmigo en su residencia de verano, en Castelgandolfo, cerca de Roma. Yo había sido colega suyo en la Universidad de Tubinga y también su crítico más feroz. Durante 22 años, después de que criticara la infalibilidad del Papa y me retirasen la autorización eclesiástica para dar clase, no habíamos tenido el menor contacto privado.
Antes del encuentro, decidimos dejar de lado nuestras diferencias y hablar de temas sobre los que podíamos estar de acuerdo: la relación positiva entre la fe cristiana y la ciencia, el diálogo entre religiones y civilizaciones y el consenso ético entre fes e ideologías. Para mí, y para todo el mundo católico, la entrevista fue una señal de esperanza. Pero, por desgracia, el pontificado de Benedicto estuvo marcado por crisis y malas decisiones. Logró irritar a las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de Latinoamérica, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los católicos partidarios de las reformas.
Los mayores escándalos de su papado son conocidos: para empezar, el hecho de que Benedicto reconociera a la archiconservadora Sociedad de San Pío X del arzobispo Marcel Lefebvre, que se opone de manera rotunda al Concilio Vaticano II, y a un personaje que niega el Holocausto, el obispo Richard Williamson.
Luego estuvo la inmensa ola de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes, que el Papa ayudó en gran parte a encubrir cuando era el cardenal Joseph Ratzinger. Y después el caso Vatileaks, que reveló un espantoso número de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la curia, y que parece ser una de las principales razones por las que Benedicto ha decidido abandonar.
Esta primera dimisión de un papa en casi 700 años deja al descubierto la crisis fundamental que se cierne sobre una Iglesia anquilosada. Y ahora, todo el mundo se pregunta: ¿Será posible que el próximo Papa, a pesar de todo, inaugure una nueva primavera para la Iglesia católica? No se pueden ignorar las desesperadas necesidades de la Iglesia. Existe una desastrosa escasez de sacerdotes, en Europa, Latinoamérica y África. Son muchísimas las personas que han dejado la Iglesia o han emprendido una “emigración interna”, sobre todo en los países industrializados. Ha habido una inequívoca pérdida de respeto hacia obispos y sacerdotes, el distanciamiento, en particular, de las mujeres jóvenes, y la incapacidad de incorporar a los jóvenes a la Iglesia.
No debemos dejarnos engañar por el poder mediático de los grandes acontecimientos papales de masas ni por los aplausos enloquecidos de los grupos juveniles católicos. Detrás de la fachada, la casa está viniéndose abajo.
En esta dramática situación, la Iglesia necesita un Papa que no viva desde el punto de vista intelectual en la Edad Media, que no defienda ningún tipo de teología, liturgia ni constitución eclesiástica propias de la época medieval. Necesita un Papa abierto a las preocupaciones de la reforma, a la modernidad. Un Papa que defienda la libertad de la Iglesia en el mundo no solo mediante sermones sino luchando con hechos y palabras por la libertad y los derechos humanos dentro de la Iglesia, por los teólogos, por las mujeres, por todos los católicos que desean decir la verdad abiertamente. Un Papa que no siga obligando a los obispos a obedecer una línea oficial reaccionaria, que ponga en práctica una democracia apropiada dentro de la Iglesia, construida según el modelo del cristianismo primitivo. Un Papa que no se deje influir por ningún otro “Papa en la sombra” del Vaticano como Benedicto y sus leales seguidores.
La procedencia del nuevo Papa no debería ser un factor crucial. El Colegio Cardenalicio debe elegir al mejor, sin más. Por desgracia, desde la época del papa Juan Pablo II, se emplea un cuestionario para hacer que todos los obispos sigan la doctrina oficial de Roma en los asuntos polémicos, un proceso sellado por el voto de obediencia incondicional al Papa. Por eso, hasta ahora, no ha habido disidentes públicos entre los obispos.
Sin embargo, la jerarquía católica ha recibido advertencias sobre la brecha existente entre ella y los seglares en asuntos importantes relacionados con posibles reformas. Una encuesta reciente en Alemania muestra que el 85% de los católicos son partidarios de dejar que los curas se casen, el 79%, de que los divorciados puedan volver a casarse por la Iglesia, y el 75%, de que las mujeres puedan ordenarse. Probablemente, las cifras serían similares en muchos otros países.
¿Será posible que tengamos un cardenal o un obispo que no esté dispuesto a seguir por la misma senda trillada de siempre? ¿Alguien que sepa lo profunda que es la crisis de la Iglesia y conozca vías para salir de ella? Estas preguntas deben discutirse abiertamente, antes del cónclave y durante él, sin que nadie amordace a los cardenales, como se hizo en 2005 para que se atuvieran a las directrices.
Soy el último teólogo en activo de los que participó en el Concilio Vaticano II (junto con Benedicto) y, como tal, me pregunto si no será posible que haya al comienzo del cónclave, igual que hubo al comienzo del Concilio, un grupo de cardenales valientes que se enfrenten a los miembros más inflexibles de la jerarquía católica y exijan un candidato dispuesto a aventurarse en nuevas direcciones. ¿Tal vez a través de un nuevo concilio reformista o, mejor aún, una asamblea representativa de obispos, sacerdotes y seglares?
Si el próximo cónclave elige a un Papa que vuelva a lo de siempre, la Iglesia nunca experimentará una nueva primavera, sino que caerá en una edad de hielo y correrá el peligro de encogerse hasta convertirse en una secta cada vez más irrelevante.

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