Iba Jesús paseando por
la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: Simón, también
llamado Pedro, y su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red
en el lago. Jesús les dijo: —Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres. Ellos
dejaron de inmediato sus redes y se fueron (ekoloúthesan)
con él.
Mateo 4.18-20, La
Palabra (Hispanoamérica)
Ahora
que se habla tanto del llamado “ministerio petrino” o papado por la renuncia
del teólogo católico alemán Joseph Ratzinger al obispado de Roma, la figura del
apóstol Pedro, Simón o Cefas, vuelve a adquirir relevancia en todas las
iglesias, más allá de la aceptación o el rechazo de quienes han pretendido
ser sus “sucesores”. Obviamente, la lectura
protestante de Pedro difiere radicalmente de la católica en los aspectos
básicos relacionados directamente con la tradición y con la interpretación de
los textos bíblicos claves, especialmente Mt 16.18. Para la tradición
reformada, Pedro es uno más de los discípulos y apóstoles, sin ningún rango
superior sobre sus demás hermanos. Es más, sus notorias deficiencias en la
fidelidad al Maestro lo colocaron en una situación muy complicada, y sus
fricciones con el apóstol Pablo lo mostraron como alguien que actuó con poca
congruencia. Una “biografía teológico-exegética” de Pedro, obra del reformado
francés Oscar Cullmann (Pedro: discípulo, apóstol, mártir, 1952), plantea que el apostolado de los Doce fue un suceso de
salvación irrepetible y que, por lo tanto, no admite sucesión. Por ello, el
“primado temporal” de Pedro estuvo en función de ese apostolado:
Él es la roca de la
Iglesia simplemente porque fue el primer testigo y el primer apóstol que
anunció la resurrección del Señor y que dirigió la Iglesia-Madre de Jerusalén
hasta que, liberado por el ángel de la cárcel, ‘marchó a otro lugar’ (Hch
12.17). Desde entonces, hacia el año 42, Santiago asumirá el episcopado de
Jerusalén, y San Pedro se convertirá en el gran misionero de los
judío-gentiles. El tiempo de la roca se habría realizado, pues, de una vez para
siempre, sin sucesión posible (pp. 182-196). Sería, pues, un primado temporal
muy distinto del primado de jurisdicción que la Iglesia reconoce y atribuye a
San Pedro.[1]
Luego de tomar aquí en
años pasados a cada evangelista y al apóstol Pablo como testigos privilegiados
de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, resulta obligado considerar
también a Pedro a partir de lo que los propios evangelios, los Hechos de los
Apóstoles y otras cartas (incluyendo las suyas) dicen que fue: discípulo,
apóstol y mártir y, en ningún modo, jefe de la Iglesia, dado que la
colegialidad con que actuaron los líderes de las comunidades durante el primer
siglo impidió que se impusiera, en un primer momento, alguna forma de jerarquía
o “autoridad superior”, lo que sucedería sólo posteriormente como resultado del
embate de las fuerzas externas a la vida de la iglesia y de tendencias
clericales internas que se asoman ya en las llamadas “cartas pastorales”
déutero-paulinas.Y es que según Mateo 4, todo empezó en un
momento: en un abrir y cerrar de ojos, Jesús ve a dos pescadores, los hermanos
Simón y Andrés, y los invita a seguirlo, a él que recién estaba comenzando una
labor incierta muy similar a la de Juan el Bautista (predicar la conversión
ante la cercanía del reino de los cielos: 4.17), cuyo arresto hizo que se
retirara a Capernaum, en Galilea, donde sería su base de operaciones. Pero en
el momento de llamarlos a ambos no es posible saber nada de eso; solamente se
trata de una acción simple ante un par de trabajadores que son conminados a
cambiar de oficio mediante una metáfora tan extraña como hermosa: “…ahora serán
pescadores de personas” (v. 19). Sorprendentemente, la respuesta de ellos es
positiva, pues abandonaron sus instrumentos de trabajo “y se fueron con él”. La
simplicidad de la invitación y de la aceptación puede confundir porque
representa el inicio formal del grupo de discípulos. El relato contiene muchas
resonancias del Antiguo Testamento y, al mismo tiempo, ofrece rotundas
novedades. Como explica Juan Mateos:
La llamada de estas dos
parejas de hermanos será el paradigma de toda llamada en Mt. Jesús camina junto
al lago/mar de Galilea, en la frontera marítima con los pueblos paganos. Esta
localización ilumina la escena: los hombres que habrá que pescar serán lo mismo
judíos que paganos. […]
Jesús
llama a una misión profética, que pretenderá atraer a los hombres […] y cuyo
éxito está asegurado. Aparece por primera vez el verbo “seguir”, que, referido
a los discípulos, indicará la adhesión a la persona de Jesús y la colaboración
en su misión. A los que lo siguen, Jesús no pide “la enmienda” (4.17); la
adhesión a su persona y programa supera con mucho las exigencias de aquélla;
comporta una ruptura con la vida anterior, un cambio radical, para entregarse a
procurar el bien del hombre.[2]
Pedro inicia su seguimiento personal como un
auténtico “camino hacia la cruz” y su biografía espiritual comienza con la
respuesta afirmativa a la llamada de Jesús a seguirlo. Lo que cualquier lector
puede hoy reconstruir armando la vida del apóstol como un rompecabezas con base
en los textos es, en realidad, una muestra del seguimiento de Jesús que, en el
caso de Pedro, terminó en el martirio, es decir, en su propia cruz, literalmente,
pero que comporta la comprensión de los designios del Señor para su vida, y en
cuyo horizonte nunca estuvo el ejercicio del poder sino más bien el del
servicio.
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