sábado, 2 de marzo de 2013

Pedro, el discípulo: seguimiento en el camino de la cruz, L. Cervantes-O.

3 de marzo, 2013

Iba Jesús paseando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: Simón, también llamado Pedro, y su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: —Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres. Ellos dejaron de inmediato sus redes y se fueron (ekoloúthesan) con él.
Mateo 4.18-20, La Palabra (Hispanoamérica)

Ahora que se habla tanto del llamado “ministerio petrino” o papado por la renuncia del teólogo católico alemán Joseph Ratzinger al obispado de Roma, la figura del apóstol Pedro, Simón o Cefas, vuelve a adquirir relevancia en todas las iglesias, más allá de la aceptación o el rechazo de quienes han pretendido ser sus “sucesores”. Obviamente, la lectura protestante de Pedro difiere radicalmente de la católica en los aspectos básicos relacionados directamente con la tradición y con la interpretación de los textos bíblicos claves, especialmente Mt 16.18. Para la tradición reformada, Pedro es uno más de los discípulos y apóstoles, sin ningún rango superior sobre sus demás hermanos. Es más, sus notorias deficiencias en la fidelidad al Maestro lo colocaron en una situación muy complicada, y sus fricciones con el apóstol Pablo lo mostraron como alguien que actuó con poca congruencia. Una “biografía teológico-exegética” de Pedro, obra del reformado francés Oscar Cullmann (Pedro: discípulo, apóstol, mártir, 1952), plantea que el apostolado de los Doce fue un suceso de salvación irrepetible y que, por lo tanto, no admite sucesión. Por ello, el “primado temporal” de Pedro estuvo en función de ese apostolado:

Él es la roca de la Iglesia simplemente porque fue el primer testigo y el primer apóstol que anunció la resurrección del Señor y que dirigió la Iglesia-Madre de Jerusalén hasta que, liberado por el ángel de la cárcel, ‘marchó a otro lugar’ (Hch 12.17). Desde entonces, hacia el año 42, Santiago asumirá el episcopado de Jerusalén, y San Pedro se convertirá en el gran misionero de los judío-gentiles. El tiempo de la roca se habría realizado, pues, de una vez para siempre, sin sucesión posible (pp. 182-196). Sería, pues, un primado temporal muy distinto del primado de jurisdicción que la Iglesia reconoce y atribuye a San Pedro.[1]

Luego de tomar aquí en años pasados a cada evangelista y al apóstol Pablo como testigos privilegiados de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, resulta obligado considerar también a Pedro a partir de lo que los propios evangelios, los Hechos de los Apóstoles y otras cartas (incluyendo las suyas) dicen que fue: discípulo, apóstol y mártir y, en ningún modo, jefe de la Iglesia, dado que la colegialidad con que actuaron los líderes de las comunidades durante el primer siglo impidió que se impusiera, en un primer momento, alguna forma de jerarquía o “autoridad superior”, lo que sucedería sólo posteriormente como resultado del embate de las fuerzas externas a la vida de la iglesia y de tendencias clericales internas que se asoman ya en las llamadas “cartas pastorales” déutero-paulinas.Y es que según Mateo 4, todo empezó en un momento: en un abrir y cerrar de ojos, Jesús ve a dos pescadores, los hermanos Simón y Andrés, y los invita a seguirlo, a él que recién estaba comenzando una labor incierta muy similar a la de Juan el Bautista (predicar la conversión ante la cercanía del reino de los cielos: 4.17), cuyo arresto hizo que se retirara a Capernaum, en Galilea, donde sería su base de operaciones. Pero en el momento de llamarlos a ambos no es posible saber nada de eso; solamente se trata de una acción simple ante un par de trabajadores que son conminados a cambiar de oficio mediante una metáfora tan extraña como hermosa: “…ahora serán pescadores de personas” (v. 19). Sorprendentemente, la respuesta de ellos es positiva, pues abandonaron sus instrumentos de trabajo “y se fueron con él”. La simplicidad de la invitación y de la aceptación puede confundir porque representa el inicio formal del grupo de discípulos. El relato contiene muchas resonancias del Antiguo Testamento y, al mismo tiempo, ofrece rotundas novedades. Como explica Juan Mateos:

La llamada de estas dos parejas de hermanos será el paradigma de toda llamada en Mt. Jesús camina junto al lago/mar de Galilea, en la frontera marítima con los pueblos paganos. Esta localización ilumina la escena: los hombres que habrá que pescar serán lo mismo judíos que paganos. […]
Jesús llama a una misión profética, que pretenderá atraer a los hombres […] y cuyo éxito está asegurado. Aparece por primera vez el verbo “seguir”, que, referido a los discípulos, indicará la adhesión a la persona de Jesús y la colaboración en su misión. A los que lo siguen, Jesús no pide “la enmienda” (4.17); la adhesión a su persona y programa supera con mucho las exigencias de aquélla; comporta una ruptura con la vida anterior, un cambio radical, para entregarse a procurar el bien del hombre.[2]

Pedro inicia su seguimiento personal como un auténtico “camino hacia la cruz” y su biografía espiritual comienza con la respuesta afirmativa a la llamada de Jesús a seguirlo. Lo que cualquier lector puede hoy reconstruir armando la vida del apóstol como un rompecabezas con base en los textos es, en realidad, una muestra del seguimiento de Jesús que, en el caso de Pedro, terminó en el martirio, es decir, en su propia cruz, literalmente, pero que comporta la comprensión de los designios del Señor para su vida, y en cuyo horizonte nunca estuvo el ejercicio del poder sino más bien el del servicio.




[1] A. Turrado Turrado, “Primado de San Pedro y del romano pontífice I. El primado de San Pedro”, en Enciclopedia GER, www.canalsocial.net/ger/ficha_GER.asp?id=11254&cat=religioncristiana.
[2] J. Mateos, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Cristiandad, 1981, pp. 48-49.

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