4 de agosto, 2013
Después que Juan fue
encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea, a predicar la buena noticia de Dios.
Decía: —El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios. Conviértanse
y crean en la buena noticia.
Marcos 1.14-15
Jesús denuncia en la
predicación la injusticia social del orden establecido. Exige una conversión
individual radical de corazón, la cual cambiará desde ahora las relaciones con Dios
y con el prójimo. La cuestión está toda ella planteada a la luz del reino de
Dios, cuyas normas son del todo distintas de las del mundo y de los hombres.
Oscar Cullmann, Jesús y
los revolucionarios de su tiempo
(Madrid,
Studium, 1973, 2ª. ed., p. 42)
Al
acercarse a los evangelios para buscar cuáles son las enseñanzas principales de
Jesús de Nazaret que puedan considerarse como básicas para la conformación del
mensaje cristiano, destacan cuatro de ellas: a) la venida y presencia del Reino de Dios en el mundo, b) el perdón incondicional otorgado por
Dios a la humanidad, c) el
surgimiento de una humanidad nueva y digna, y e) el anuncio de una palabra divina fresca y transformadora. Cada
una de ellas incluye una serie de antecedentes y matices que remiten a la
tradición espiritual y religiosa del antiguo Israel, aunque muchos aspectos de
la enseñanza de Jesús plantean una fuerte controversia con las creencias
antiguas de ese pueblo. Por ejemplo, la manera necesariamente conflictiva con
que se situó ante la ley mosaica al colocar su propia persona como principio de
superación de su vigencia o la intensidad con que reivindicó a los grupos
humanos más vulnerables (niños, mujeres, pobres, enfermos, poseídos,
extranjeros) que eran proscritos y discriminados por las instituciones
religiosas que controlaban la fe popular. Cada enseñanza mencionada formó
parte, en primer lugar, de su fe y de la fuerte convicción que alcanzó cuando en
un momento crucial de su vida decidió abandonar la cotidianidad y la
expectativa de una existencia “normal” para consagrarse al anuncio y
proclamación, en palabras y acciones simultáneamente, de la venida inminente y
la presencia efectiva y transformadora del Reino de Dios en el mundo.
Esta primera afirmación de Jesús dio
continuidad directa a la labor profética de Juan, el llamado “bautista”, quien
le precedió en el llamado al arrepentimiento y la conversión ante la esperanza
y la urgencia escatológica del advenimiento del Reino de Dios (Mr 1.2-8),
creencia que se había incubado durante mucho tiempo en la conciencia y en la fe
del judaísmo. Aunque la predicación de Jesús no difiere sustancialmente de la
suya, pues Marcos afirma la necesaria aparición de un mensajero en el desierto que
“preparara el camino del Señor” (1.2-3), basándose en la profecía de Isaías (40.3),
en muchos sentidos, como se vería más adelante, el carpintero de Galilea
modificó el estilo de presentación del anuncio del Reino de Dios, tan sobrio y
ascético (1.6), pues entraría en espacios que Juan jamás hubiera considerado
adecuados: la plaza, los caminos, las casas de los considerados pecadores, y
actuaría como una “persona mundana” y más cercana a la gente (Mt 11.15-19; Lc
15.2). Su mensaje era sencillo y provocador: era preciso arrepentirse para
obtener el perdón y demostrar esto con el bautismo (1.4-5), en un acto de
purificación que no necesariamente debían realizar los judíos de nacimiento. Se
trataba, pues de una práctica religiosa alternativa a los postulados oficiales
impuestos por el Sanedrín y de una muestra de religión popular “tolerada” por
aquella institución que respetaba hasta donde era posible el surgimiento de
profetas o iluminados. Juan anunciaba la venida de “alguien mayor” (1.7a) y que
él que vendría a “bautizar con el Espíritu Santo” (1.8).
Jesús mismo fue desde Nazaret a bautizarse
(1.9), con lo que legitimó la obra de Juan, y fue objeto de una manifestación
divina visible en la que “se abrieron los cielos y el Espíritu descendió sobre
él” (1.10), en un claro episodio de unción para el trabajo profético. La voz
que se escuchó afirmó la filiación divina de Jesús y la complacencia de Dios
para él (1.11). En ese mismo esquema tradicional, el Espíritu lo llevó al
desierto (formación espiritual mística, contemplativa y de revelación especial)
y “Satanás lo probó durante 40 días” (1.12-13). Marcos abrevia al máximo la
historia y, sin ofrecer los detalles, narra el inicio de la labor de Jesús en
Galilea, su lugar de origen, “después de que Juan fue entregado” (1.14), resumiéndola
en la frase “para proclamar la buena noticia de Dios”, con una frase
paradigmática: “El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios.
Conviértanse y crean en la buena noticia” (1.15), es decir, que había que
prepararse espiritualmente para la inminente intervención directa de Dios en la
historia presente y futura. Con miras a desarrollar este tema más tarde, en
palabra y hechos, el relato enfoca a quienes seguirían a Jesús en su aventura,
los cuatro primeros discípulos (1.16-20), pescadores que se convertirían en
“pescadores de personas”. Los cuatro (Simón, Andrés, Santiago y Juan) dejaron
todo para ir tras él. Vendrían entonces los gestos de servicio y sanidad, así
como la enseñanza que encarnarían el anuncio inicial de su programa basado en
la fe profunda que lo poseía: la certeza y confianza de que Dios estaba
introduciendo efectivamente su reino en el mundo para beneficio de la humanidad
necesitada y sufriente.
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