sábado, 10 de agosto de 2013

Enseñanzas de Jesús: El perdón incondicional. L. Cervantes-Ortiz.

11 de agosto, 2013

¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate, recoge tu camilla y anda”? Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados en este mundo. Se volvió al paralítico y le dijo: —A ti te hablo: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.
Marcos 2.9b-11

Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
J.L. Borges, “Cristo en la cruz”

Los evangelios, al narrar la vida y obra de Jesús, asumieron una postura misionera y proclamadora del mensaje promovido por él, con lo que cada aspecto del mismo se relacionó directamente con el tema central de su enseñanza: la presencia viva y actuante del Reino de Dios en el mundo. De esa manera, el asunto del perdón (de los pecados y entre las personas) aparece como muy relevante en la propuesta de construcción de una nueva humanidad, propósito central del anuncio de Jesús. Siendo un asunto de tanta profundidad porque toca las finas más sensibles de la relación de los seres humanos con Dios y entre ellos mismos, reclama una lectura minuciosa de los textos evangélicos, a fin de articular la enseñanza de la manera más adecuada y consecuente. Una primera posibilidad es estudiar el tema por separado en cada evangelio para observar su desarrollo. La otra, complementaria y obligada, consiste en revisarlo en sus aspectos esenciales y tomar de cada uno los diversos aspectos para elaborar “la doctrina de Jesús”.
En Marcos (2.1-12), primer evangelio escrito, la mención inicial se encuentra en un contexto muy complejo, que anuncia la evolución y profundización de la enseñanza propia del maestro galileo al confrontar la necesidad del perdón con las necesidades humanas urgentes: un hombre enfermo condenado a la inmovilidad recibió de sus labios el anuncio doble de y la sanidad total. Partiendo de la experiencia de fe y de las afirmaciones antiguas acumuladas en relación con la manera en que Dios mismo lo realizó en su trato con el pueblo de Israel en el marco de la alianza, Jesús encarnó en su persona la realidad del perdón y se atrevió a afirmar, con base en la vida de fe que trasmitía, que era Dios quien directamente absolvía a las personas. Eso fue lo que hizo con el hombre a quien llevaron sus amigos o familiares ante él para que lo sanase. El perdón de los pecados era lo que menos esperaban que se ofrecería al enfermo, pero en vista de las ideas que relacionaban el pecado con la enfermedad, Jesús tuvo que romper esta relación de un solo golpe, produciendo en la conciencia de los testigos un shock porque lo aparentemente más urgente era resolver el problema de la enfermedad, no el del pecado. La fe de quienes lo llevaban (v. 5a) impresionó de tal manera a Jesús, quien se vio obligado a proferir las palabras sobre la certeza del perdón de Dios. Parecería que el hombre inmovilizado seguiría en esa condición, pero ya con el alivio de no interpretar su enfermedad como un castigo moral. No obstante, quienes presenciaron la afirmación no podían quedar conformes con lo que pareció una blasfemia, pues únicamente Dios podía garantizar el perdón de pecados (v. 7b, afiénai jamartías) y Jesús como hombre se tomó tal atribución. La necesidad de la salud había pasado a un segundo término, pero Jesús la coloca en el centro y completa la obra de redención integral en el enfermo al ordenarle que se levante, es decir, que ejerció una autoridad (exousía) doble: espiritual o moral, y física también.
Luego de la serie de acciones (reclutamiento de los primeros discípulos, enseñanza con autoridad, exorcismos, sanidades) con que Jesús comenzó su labor en el cap. 1, el pasaje en cuestión “formaría una perfecta unidad literaria en que Jesús afirma la eficacia de su palabra de perdón no mediante una declaración verbal, sino con un milagro cuyo alcance sólo es conocido por quienes lo consideran desde el punto de vista de la fe”.[1] “La curación operada por Jesús apoya su pretensión de perdonar los pecados y simboliza al mismo tiempo la salud espiritual comunicada al pecador perdonado” (Ibid., p. 74). El asombro del pueblo (v. 12) se debe a que no alcanza a comprender que el milagro es un signo de los poderes que tiene Jesús para perdonar los pecados” (Idem).
Un avance más será el “perdón horizontalizado”, la “revolución del perdón”, entre personas cuya fe en Jesucristo será capaz, como escribió Borges, de “anular el pasado”, como ejercicio espiritual, ontológico y psicológico que constituye una de las más profundas enseñanzas del Señor. Marcos da fe de ello en 11.25-26, donde esta práctica humana se relaciona con el eventual perdón divino anunciado antes: “Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenselo, para que también el Padre que está en los cielos les perdone el mal que ustedes hacen. Pero, si ustedes no perdonan, tampoco el Padre les perdonará el mal que ustedes hacen”. (La otra mención del perdón en 3.29, Se refiere a la blasfemia contra el Espíritu Santo.) El resumen de Alain Patin esboza las grandes líneas de la obra y enseñanza de Jesús sobre el perdón:

Perdonar es romper el encadenamiento de causas: un mal llama a una venganza; esta venganza desencadenará a su vez una reacción, y así sucesivamente. El perdón introduce la novedad en ese encadenamiento: el perdón saca su energía no del odio que provoca el mal sufrido, que sería lo ordinario, sino de otra fuente; es una creación porque la amistad reemplaza al odio. Es un comportamiento libre y creador; vengarse es dejarse dictar la propia conducta por el adversario (ojo por ojo, diente por diente), perdonar es engendrar relaciones nuevas libremente elegidas. […]
El perdón es un proceso revolucionario porque rompe el círculo infernal del mal. Inventa él solo un mundo en el que nadie está definitivamente, clasificado, perdido, ni encerrado en su odio, su pecado o su desesperación. El perdón no consiste en dejar cobardemente que el agresor continúe ejerciendo su dominación, ni en predicar al explotado la sumisión; el perdón libera para poder buscar las verdaderas causas que hacen de uno un opresor, un verdugo, hace lúcida a la persona para que pueda luchar los verdaderos combates, mientras que el odio, el desprecio, el resentimiento, ciegan. El perdón inyecta en nuestras luchas la única energía que puede construir un mundo verdaderamente nuevo: el amor y no el odio.[2]

Aunque con esto entramos a los umbrales de la psicología y, quien lo diría, el derecho, y deberemos hurgar más ampliamente en el sentido completo de las enseñanzas de Jesús en los cuatro evangelios. Sobre aquellas implicaciones, María Martina Casullo apunta:

…el concepto psicológico perdonar no debe confundirse con el legal de indulto, con condonar (que implica una justificación de un hecho) o excusar (que supone que existen razones para obrar de una manera determinada). Ciertos autores señalan la diferencia entre perdón y reconciliación (restablecimiento de un vínculo); el perdón supone una voluntad subjetiva de abandonar el resentimiento, los juicios negativos y la indiferencia hacia quien nos ha injuriado o lastimado y poder desarrollar sentimientos de compasión y generosidad. Para McCullough et al. (2000) la esencia del perdonar implica cambios de tipo prosocial en las motivaciones personales hacia la persona, grupo o situación que ha lastimado o injuriado. Desde su experiencia en el trabajo con parejas, Hargrave y Sells (1997) definen al perdón en términos de: 1) permitir al victimario reconstruir un vínculo quebrado, y 2) favorecer una discusión abierta sobre la violación relacional de manera tal que víctima y victimario puedan trabajar en la reconstrucción de tal vínculo.[3]





[1] E.J. Mally, “Evangelio según san Marcos”, en R. Brown, J. Fitzmyer y R. Murphy, dirs., Comentario bíblico san Jerónimo. Tomo III. N.T. I. Madrid, Cristiandad, 1972, p. 73.
[2] A. Patin, La aventura de Jesús de Nazaret. Santander, Sal Terrae, 1997 (Alcance, 7), pp. 100-101.
[3] M.M. Casullo, “La capacidad para perdonar desde una perspectiva psicológica”, en Revista de Psicología de la PUCP, vol. XXIII, 1, 2005, p. 42.

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