11 de agosto, 2013
¿Qué es más fácil?
¿Decir al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate,
recoge tu camilla y anda”? Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene
autoridad para perdonar pecados en este mundo. Se volvió al paralítico y le
dijo: —A ti te hablo: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
Marcos 2.9b-11
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
J.L. Borges, “Cristo en la cruz”
Los
evangelios, al narrar la vida y obra de Jesús, asumieron una postura misionera
y proclamadora del mensaje promovido por él, con lo que cada aspecto del mismo
se relacionó directamente con el tema central de su enseñanza: la presencia
viva y actuante del Reino de Dios en el mundo. De esa manera, el asunto del
perdón (de los pecados y entre las personas) aparece como muy relevante en la
propuesta de construcción de una nueva humanidad, propósito central del anuncio
de Jesús. Siendo un asunto de tanta profundidad porque toca las finas más
sensibles de la relación de los seres humanos con Dios y entre ellos mismos, reclama
una lectura minuciosa de los textos evangélicos, a fin de articular la
enseñanza de la manera más adecuada y consecuente. Una primera posibilidad es
estudiar el tema por separado en cada evangelio para observar su desarrollo. La
otra, complementaria y obligada, consiste en revisarlo en sus aspectos
esenciales y tomar de cada uno los diversos aspectos para elaborar “la doctrina
de Jesús”.
En Marcos (2.1-12), primer evangelio escrito, la
mención inicial se encuentra en un contexto muy complejo, que anuncia la
evolución y profundización de la enseñanza propia del maestro galileo al confrontar
la necesidad del perdón con las necesidades humanas urgentes: un hombre enfermo
condenado a la inmovilidad recibió de sus labios el anuncio doble de y la
sanidad total. Partiendo de la experiencia de fe y de las afirmaciones antiguas
acumuladas en relación con la manera en que Dios mismo lo realizó en su trato
con el pueblo de Israel en el marco de la alianza, Jesús encarnó en su persona la
realidad del perdón y se atrevió a afirmar, con base en la vida de fe que trasmitía,
que era Dios quien directamente absolvía a las personas. Eso fue lo que hizo
con el hombre a quien llevaron sus amigos o familiares ante él para que lo
sanase. El perdón de los pecados era lo que menos esperaban que se ofrecería al
enfermo, pero en vista de las ideas que relacionaban el pecado con la
enfermedad, Jesús tuvo que romper esta relación de un solo golpe, produciendo
en la conciencia de los testigos un shock porque lo aparentemente más urgente
era resolver el problema de la enfermedad, no el del pecado. La fe de quienes
lo llevaban (v. 5a) impresionó de tal manera a Jesús, quien se vio obligado a
proferir las palabras sobre la certeza del perdón de Dios. Parecería que el
hombre inmovilizado seguiría en esa condición, pero ya con el alivio de no
interpretar su enfermedad como un castigo moral. No obstante, quienes
presenciaron la afirmación no podían quedar conformes con lo que pareció una
blasfemia, pues únicamente Dios podía garantizar el perdón de pecados (v. 7b, afiénai jamartías) y Jesús como hombre
se tomó tal atribución. La necesidad de la salud había pasado a un segundo
término, pero Jesús la coloca en el centro y completa la obra de redención
integral en el enfermo al ordenarle que se levante, es decir, que ejerció una
autoridad (exousía) doble: espiritual
o moral, y física también.
Luego de la serie de acciones (reclutamiento de
los primeros discípulos, enseñanza con autoridad, exorcismos, sanidades) con
que Jesús comenzó su labor en el cap. 1, el pasaje en cuestión “formaría una
perfecta unidad literaria en que Jesús afirma la eficacia de su palabra de
perdón no mediante una declaración verbal, sino con un milagro cuyo alcance
sólo es conocido por quienes lo consideran desde el punto de vista de la fe”.[1] “La curación operada
por Jesús apoya su pretensión de perdonar los pecados y simboliza al mismo
tiempo la salud espiritual comunicada al pecador perdonado” (Ibid., p. 74). El asombro del pueblo (v.
12) se debe a que no alcanza a comprender que el milagro es un signo de los
poderes que tiene Jesús para perdonar los pecados” (Idem).
Un avance más será el “perdón horizontalizado”,
la “revolución del perdón”, entre personas cuya fe en Jesucristo será capaz,
como escribió Borges, de “anular el pasado”, como ejercicio espiritual, ontológico
y psicológico que constituye una de las más profundas enseñanzas del Señor.
Marcos da fe de ello en 11.25-26, donde esta práctica humana se relaciona con
el eventual perdón divino anunciado antes: “Y cuando estén orando, si tienen
algo contra alguien, perdónenselo, para que también el Padre que está en los
cielos les perdone el mal que ustedes hacen. Pero, si ustedes no perdonan,
tampoco el Padre les perdonará el mal que ustedes hacen”. (La otra mención del
perdón en 3.29, Se refiere a la blasfemia contra el Espíritu Santo.) El resumen
de Alain Patin esboza las grandes líneas de la obra y enseñanza de Jesús sobre
el perdón:
Perdonar es romper el
encadenamiento de causas: un mal llama a una venganza; esta venganza
desencadenará a su vez una reacción, y así sucesivamente. El perdón introduce la
novedad en ese encadenamiento: el perdón saca su energía no del odio que
provoca el mal sufrido, que sería lo ordinario, sino de otra fuente; es una
creación porque la amistad reemplaza al odio. Es un comportamiento libre y
creador; vengarse es dejarse dictar la propia conducta por el adversario (ojo
por ojo, diente por diente), perdonar es engendrar relaciones nuevas libremente
elegidas. […]
El
perdón es un proceso revolucionario porque rompe el círculo infernal del mal.
Inventa él solo un mundo en el que nadie está definitivamente, clasificado,
perdido, ni encerrado en su odio, su pecado o su desesperación. El perdón no
consiste en dejar cobardemente que el agresor continúe ejerciendo su
dominación, ni en predicar al explotado la sumisión; el perdón libera para
poder buscar las verdaderas causas que hacen de uno un opresor, un verdugo,
hace lúcida a la persona para que pueda luchar los verdaderos combates,
mientras que el odio, el desprecio, el resentimiento, ciegan. El perdón inyecta
en nuestras luchas la única energía que puede construir un mundo verdaderamente
nuevo: el amor y no el odio.[2]
Aunque con esto entramos a los umbrales de la
psicología y, quien lo diría, el derecho, y deberemos hurgar más ampliamente en
el sentido completo de las enseñanzas de Jesús en los cuatro evangelios. Sobre
aquellas implicaciones, María Martina Casullo apunta:
…el
concepto psicológico perdonar no debe confundirse con el legal de indulto, con
condonar (que implica una justificación de un hecho) o excusar (que supone que
existen razones para obrar de una manera determinada). Ciertos autores señalan
la diferencia entre perdón y reconciliación (restablecimiento de un vínculo);
el perdón supone una voluntad subjetiva de abandonar el resentimiento, los
juicios negativos y la indiferencia hacia quien nos ha injuriado o lastimado y
poder desarrollar sentimientos de compasión y generosidad. Para McCullough et al. (2000) la esencia del perdonar
implica cambios de tipo prosocial en las motivaciones personales hacia la
persona, grupo o situación que ha lastimado o injuriado. Desde su experiencia
en el trabajo con parejas, Hargrave y Sells (1997) definen al perdón en
términos de: 1) permitir al victimario reconstruir un vínculo quebrado, y 2)
favorecer una discusión abierta sobre la violación relacional de manera tal que
víctima y victimario puedan trabajar en la reconstrucción de tal vínculo.[3]
[1] E.J. Mally, “Evangelio según san Marcos”,
en R. Brown, J. Fitzmyer y R. Murphy, dirs., Comentario bíblico san Jerónimo. Tomo III. N.T. I. Madrid, Cristiandad,
1972, p. 73.
[2] A. Patin, La aventura de Jesús de Nazaret. Santander, Sal Terrae, 1997
(Alcance, 7), pp. 100-101.
[3] M.M. Casullo, “La capacidad para
perdonar desde una perspectiva psicológica”, en Revista de Psicología de la PUCP, vol. XXIII, 1, 2005, p. 42.
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