LA ESCRITURA COMO MAESTRA DEL
CONOCIMIENTO
Y LA SABIDURÍA
Ekkehard W.
Stegemann
www.calvin09.org
“Dios ha querido de
esta manera manifestar su deidad y majestad a todas las criaturas sin excepción
alguna. Sin embargo, es necesario que haya otro medio, y más apto, que
derechamente nos encamine y haga conocer a quien es Creador del universo”, a
saber, la Sagrada Escritura. [...] De la misma manera, la Escritura, recogiendo
en nuestro entendimiento el conocimiento de Dios, que de otra manera sería
confuso, y deshaciendo la oscuridad, nos muestra muy a las claras al verdadero
Dios. Por tanto es singular don de Dios que, para enseñar a la Iglesia, no
solamente se sirva Él de maestros mudos, como son sus obras, sino que también
tenga a bien abrir su sagrada boca“ (Institución
I,6,1).
Este conocido pasaje
de la Institución evidencia que el reformador ginebrino no espera que el
secreto de Dios se revele abiertamente en la creación. Dios es secreto,
misterioso (secreto arcanus), obra en
secreto, en forma invisible, todo depende de Él y nada ocurre sin Él, no
obstante, su poder obra en forma secreta. Su obrar no es oculto, obscuro ni
encubierto como el de Satán que opera insidiosamente, detrás de máscaras, como
una caricatura de Dios. Dios, en cambio, está fuera del alcance del ser humano,
por ende, el secreto de la vida es inaccesible. Aun Cristo, en quien Dios se
encarnó, traspasa nuestro conocimiento, pues a pesar de haber estado en la
tierra no abandonó el cielo. Es necesario mencionar además el axioma filosófico
Finitum incapax infiniti, aun cuando Calvino
no se refiera expresamente a él. De acuerdo a este axioma, lo finito no puede
abarcar lo infinito, por ello, es necesario que Dios se acomode a lo humano y
esa humanación es en resumen la Escritura. Si bien la creación misma también es
una revelación silente de Dios, su Palabra, la Sagrada Escritura, siempre alude
a una mayor proximidad a Dios y su dominio. La grandiosa concepción de Calvino es
que este puente que se tiende entre lo finito y lo infinito no sólo se dio con
Cristo,-sino que puede darse continuamente mediante la Escritura. La palabra de
Dios, el Verbo Divino, su llamado, está contenido en ella: „Dios también tiene
a bien abrir su sagrada boca“ (Institución
I,6,1). Sin duda Dios se acomoda al utilizar este medio, Él hace comprender en
ella lo que de otra forma no se podría comprender. No obstante, por muy
comprensible que sea su Palabra en la Escritura, también debe entenderla el ser
humano para que pueda surtir efecto. Su enseñanza y sabiduría en la Escritura
son oráculos, revelaciones, diferenciándose por esta razón de toda palabra
humana. Pero estas palabras son ahora también palabras en lenguaje humano y
deben serlo para que el ser humano pueda comprenderlas. Dios es quien habla,
pero para poder ser comprendido „consagró para sí la boca y lengua de algunos
para que en ellas resuene su voz“ (Inst.
IV,1,5).
Sólo
que estas palabras no son diáfanas ni en su esencia ni mediante traducción,
sino que es necesario interpretarlas. La Palabra de la Escritura es el medio
que Dios utiliza para entregar su mensaje, un medio más apto que la creación.
Sin embargo, en primer lugar Dios no es idéntico al mensaje, y en segundo
lugar, los maestros de la divina Palabra son necesarios, dado que la
instrucción en la divina enseñanza es esencial. Por tanto, deben servir de
maestros y Dios prefiere valerse de este servicio a utilizar a las señales
naturales de su poder.
Calvino
articula esta comprensión de la Escritura según su pasaje favorito de la
Biblia, el capítulo 3,13-17 de la 2da Epístola a Timoteo, en especial el
versículo 16 (Cfr. CO 30, 381ss.):
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir,
para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
Calvino
extrae de allí una doble comprensión, a saber, sobre la autoridad de la
Escritura, es decir, que ésta divinitus
inspirata est, lo que en la Vulgata ya es una traducción bastante textual
de qeo, pneustoj, y sobre su utilidad, utilis
est. Su autoridad consiste justamente
en que Dios habló con humanos como Moisés y los profetas, ellos son
herramientas del Espíritu Santo al dar fiel testimonio de lo que Dios les dijo.
Calvino señala que este principio es lo que diferencia nuestra religión de
todas las otras, quod scimus Deum nobis
loquutum esse. No obstante, si Dios por una parte habló mediante los
profetas, pero por la otra también se dirigió “a nosotros”, entonces los
humanos también necesitan la mediación del Espíritu Santo para recibir su
mensaje. Por tanto, el mismo Espíritu que dio a Moisés y los profetas certeza
de su vocación, nunc quoque testatur
cordibus nostris, también da testimonio en nuestros corazones de que Él
utilizó su ministerio para instruirnos, ad
nos docendos. De esta forma se manifiesta la majestad de Dios en la
Escritura y por esta razón se le debe la misma veneración como a Dios. Sin
embargo, la majestad de Dios sólo pueden verla los que fueron iluminados por el
Espíritu Santo, los iluminados (illuminati),
los elegidos (electi), o en términos
menos pretenciosos, los creyentes. Algunos consideran este argumento como
biblicista y fundamentalista, en donde lo análogo sólo es reconocido por
semejantes, y donde el testimonio externo del Espíritu debe ser correspondido
por un testimonium internum que
convenza internamente al elegido de la inspiración que obró en la Escritura y
que ésta misma da testimonio de ella. Para Calvino la Biblia es, semejante a lo
que Heinrich Heine señala, la representante portátil de Dios, de su Espíritu
Santo, respectivamente. Este concepto, sin embargo, cayó en una profunda crisis
con la irrupción del espíritu de la ilustración en el protestantismo (Cfr.
Oberman, p. 230). No obstante, es la gran virtud de esta exégesis protestante
la que metódica y continuamente exige fidelidad a texto original, reflejando
así la continuidad del principio escriturístico reformado de Calvino, sólo que
según él, esta fidelidad al texto se la debemos finalmente a su testador, a
Dios mismo. Pues si a la Escritura se le otorga la misma reverencia que también
se le debe a Dios, es „porque sólo de Él procede y en ella no se agrega nada
humano”.
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NO QUIERO TOLERANCIA, EXIJO DERECHOS
Lisandro Orlov*
Página 12, 31 de julio de 2013
El papa Francisco en su
viaje de regreso a Roma y delante de los periodistas dijo en el avión: “Si una
persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?
El catecismo de la Iglesia Católica dice que no se deben marginar a estas
personas por eso”, sostuvo, y agregó: “Hay que integrarlas en la sociedad. El
problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer
un lobby”.
Consultado sobre por qué no habló de estos temas en Brasil, respondió:
“Tampoco hablé sobre la estafa y la mentira. La Iglesia se ha expresado ya
perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre eso. Los jóvenes saben
perfectamente cuál es la postura de la Iglesia”.
Desde ayer esta afirmación
que salió en todos los medios me viene molestando y me parece sumamente
demagógica y populista. En primer lugar, en esta frase se coloca en un espacio
de juicio y de juez donde nadie lo ha colocado. Ya esta perspectiva y esa
mirada me parecen lamentables. ¿Quién soy yo para criticarlo? En un primer
momento parece muy positivo pero todo el contexto nos lleva a sentir una
especie de tolerancia, como que el Papa perdona la vida a quienes vienen del
mundo de la diversidad sexual. No me parece que la tolerancia sea la mejor
perspectiva y nunca habló sobre los derechos humanos a toda dignidad de las
personas de orientación homosexual.
Por otro lado termina la frase diciendo que no habló del tema porque
“los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia” y ese es
justamente el núcleo del problema y no su tolerancia personal e individual. En
ningún momento propuso un cambio del catecismo de la Iglesia Católica, que
afirma con todo desparpajo que la homosexualidad es “intrínsecamente
desordenada” con relación a todos los criterios de esa iglesia con relación a
la sexualidad.
Toda esta expresión me ha parecido una frase que no le significa ningún
costo teológico, doctrinario ni pastoral porque todo continúa igual desde la
institución. No me sirve ni quiero esta posición individual que no implica
ningún cambio ni costo. Es puro gatopardismo, digamos algo popular-mente
correcto pero no cambiemos nada.
* Pastor de la Iglesia
Luterana Unida (Argentina)
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VIDA EN EL AMOR
Ernesto Cardenal
El coyote cuando aúlla solitario en
la noche, aúlla por Ti. Y por Ti grita la lechuza cuando grita en la noche. Y
por Ti arrulla dulcemente la paloma y no lo sabe; y cuando el ternerito tierno
llama a su madre, es a Ti a quien llama, y a Ti llama el león cuando ruge, y
todo el croar de las ranas es a Ti. Toda la creación te llama con toda clase de
lenguajes. Como te llama también con el lenguaje de los amantes, y de los
poetas, y con la oración de los monjes.
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Y en los ojos de todo ser humano hay un anhelo
insaciable. En las pupilas de los hombres de todas las razas; en las miradas de
los niños y de los ancianos y de las madres y de la mujer enamorada, del
policía y el empleado y el aventurero y el asesino y el revolucionario y el dictador
y el santo: existe en todos la misma chispa de deseo insaciable, el mismo
secreto fuego, el mismo abismo sin fondo, la misma ambición infinita de
felicidad y de gozo y de posesión sin fin. En todos los ojos humanos existe un
pozo profundo, que es el pozo de la samaritana.
Toda
mujer es una mujer junto al pozo. El pozo es profundo. Y en el brocal del pozo
está sentado Jesús. […]
Esta
sed que hay en todos los seres es el amor a Dios. […]
Por
este amor se escalan las montañas y se desciende a los abismos del océano […]
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