5 de julio, 2015
La
fe es garantía de las cosas que esperamos y certeza de las realidades que no
vemos.
Hebreos 11.1, La Palabra (Hispanoamérica)
Las traducciones
Estin
de pístis elpidsoménon jupóstasis,
[3] es [1] Y
[2] la fe [5] siendo esperadas [4] la esencia
pragmáton elégkos
[7] de las cosas [6] la convicción
pragmáton elégkos
[7] de las cosas [6] la convicción
ou blepoménon.
no
siendo vistas (= que no se ven).
·
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve. (RVR
1960)
· Tener
fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar
convencidos de la realidad de cosas que no vemos. (Dios habla hoy)
·
La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de
las realidades que no se ven. (Biblia de
Jerusalén)
·
Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve. (Biblia
de las Américas)
·
La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de
lo que no se ve. (La Biblia del
Peregrino)
·
Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera,
la certeza de lo que no se ve. (Nueva
Versión Internacional)
· Confiar
en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. (Traducción en Lenguaje Actual)
El valor de la fe
para la existencia cristiana
Como se puede ver, la “definición” de fe que ofrece la carta a los
Hebreos es bastante paradójica y utópica. Paradójica, porque depositar en lo no
visto la totalidad de la “esencia” o de las “convicciones” es una apuesta demasiado grande para la vida
humana. Utópica, porque el horizonte del acontecimiento cristiano se ubica en
la esperanza de la manifestación de las cosas no vistas. “Las realidades que no
vemos”, “lo que no se ve”: todo ello remite a un conjunto de situaciones y
procesos que rebasan lo medible, lo material, lo fáctico. Heb 1 afirma que la
fe pertenece al ámbito de lo desconocido, pero profundamente cierto. “La fe nos
mantiene firmes en la espera de lo que todavía ‘no se ve’, aludiendo a esa
segunda y definitiva venida del Señor. Son los ojos de la fe los que perciben
en lontananza al que ha de venir, es más: la fe posee ya, por anticipado, esa
realidad del encuentro definitivo con el Señor que se perfila como el horizonte
último de la historia y que da sentido al tiempo presente”.[1]
Esta propuesta de comprensión de lo que es fe sigue inmediatamente a
unas palabras sumamente elocuentes: “Nosotros no pereceremos por echarnos
atrás, sino que salvaremos nuestra vida por la fe” (10.39; Pero nosotros no
somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para
preservación del alma”, RVR 1960). Si
“la fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve”,[2]
se tiende hacia un equilibrio entre la certeza
y lo que aún no se ve. La relación
compleja se da entre la fe y la esperanza, pues la primera ya se experimenta
aquí, mientras que la segunda se proyecta hacia el futuro desconocido: “El término griego que establece la
relación entre ambas es difícil, es una hipóstasis; literalmente, ‘la ley es
una hipóstasis de lo que se espera’; digamos: un fundamento, una base de apoyo,
lo que ‘se mantiene por debajo’. La fe es el fundamento de lo que se espera, su
base de apoyo: la esperanza es movimiento lanzado hacia..., la fe es la base
donde se arraiga y fundamenta este movimiento”.[3]
Con esta definición se abre la mirada de conjunto sobre la
historia de los antepasados del capítulo 11 y la presentación de la comunidad
neotestamentaria (12.1-11). Jesucristo aparece aquí como el “pionero y consumador
de la fe” (12, 2 ss). Él es el consumado por Dios y por eso puede llevar a buen
término la lucha por la consumación. El dinamismo de la fe le viene impreso al
pueblo de Dios juntamente con la promesa. El mundo futuro es el objetivo que ha
sido prometido por la palabra de Dios. La tensión entre el más acá y el más
allá, característica de la tradición helenística, adquiere con ello una nueva
expresión.[4]
Definición
de la fe que será seguida de un muestrario demostrativo, con nombres y
acciones, de la forma en que ella es capaz de sostener la existencia humana en
medio de las peores circunstancias, “porque por ella alcanzaron buen testimonio
los antiguos” (v. 2). Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob abren ese
inventario divino-humano que da testimonio de la fortaleza que proporciona la
fe y ofrecen lecciones inmejorables: el primero, “ofreció a Dios un sacrificio
más valioso” que el de su hermano y “aunque muerto, sigue hablando todavía” (v.
4); Enoc no pasó por la muerte, pues le “agradó a Dios” (v. 5) y su experiencia
sirve al autor para ampliar la importancia de la fe, condición imprescindible
para agradar a Dios y porque sin ella es imposible estar bien con Él y creer en
sus promesas (v. 6). Noé, a su vez, “tomó en serio la advertencia sobre algo
que aún no se veía” y actuó en consecuencia, además de que “puso en evidencia
al mundo y logró heredar la salvación” (v. 7). Abraham, el modelo y paradigma
de la fe, “obedeció la llamada de Dios y se puso en camino hacia la tierra que
había de recibir en herencia. Y partió sin conocer cuál era su destino” (v. 8).
Lo mismo hicieron sus herederos que dieron cuerpo a la historia de la salvación
en su momento.
La
fe es el sustento de toda acción histórica que se realiza en el nombre de
Jesucristo y también la razón de ser de una comprensión espiritual de todo lo
que acontece al conectarnos con el Creador de todas las cosas: “Por la fe
comprendemos que el universo ha sido modelado por la palabra de Dios, de modo
que lo visible tiene su origen en lo invisible” (v. 3). Gracias a ella es
posible situarse en el presente (“ya”) que inevitablemente está ligado al
futuro (“todavía no”) y que define el péndulo espiritual en el cual se mueve la
iglesia, individual y colectivamente, para recorrer su trayectoria en la
certeza de que el amor de Dios se desdoblará en una multitud de procesos y
situaciones de bendición, incluso ante los peores horizontes.
[1] La
Biblia de Nuestro Pueblo. Biblia del Peregrino. Macau-Bilbao, Misioneros
Claretianos-Mensajero, 2008, p. 1956.
[2] Jean-Marie Carriére, “¡Resistid!”. Relectura de la carta a los
Hebreos. Estella, Verbo Divino, 2011 (Cuadernos bíblicos, 151), p. 49.
[3] Ibid.,
p.
51.
[4] O. Michel, “Fe”, en L. Coenen
et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. Salamanca Sígueme,
2002, p. 184.
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