RICOS Y POBRES
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 112.
A los
ricos los despide vacíos.
Lucas 1.53
Obra de He Qi
www.richmelheim.com/2011/08/he-qis-work-in-new-3-movement-piece-touch.html
“R
|
icos”: cuando oímos esta palabra,
probablemente pensamos en personas que poseen un montón de acciones y quién
sabe cuántas otras cosas por el estilo. Si esas personas consideran que tener y
disfrutar tales cosas constituye el sentido de la vida, pertenecen, en efecto,
al número de los ricos. Pero ricos son todos los que corren afanosamente de un
lado para otro con la pretensión de que, en el fondo, Dios y los demás deben
estar verdaderamente contentos con ellos. A éstos ha despedido vacíos Dios. No
les ha hecho mal alguno. Simplemente, los ha dejado con todos sus bienes.
Simplemente, no tenía nada que decirles ni que darles. ¡Ricos pobres!
Lo cierto es que los ricos
pobres sólo pueden hacer como si fueran ricos. Con su riqueza se mienten a sí
mismos, a Dios y a los demás. En realidad, nadie queda satisfecho con lo que es
y lo que tiene. Por tanto, existe ya una esperanza para los ricos. El rico
pobre debería limitarse a decir y reconocer: ¡Oh Dios, ten misericordia de mí,
que soy un pecador! Con un golpe de pecho, todo sería diferente. Entonces ya no
sería un rico pobre, sino un pobre rico. Entonces oiría lo que el ángel dijo a
los pastores: "Os anuncio una gran alegría. Hoy os ha nacido el Salvador". A
quienes eran los más pobres de todos, los ha convertido en los más ricos. Y lo
ha hecho haciéndose hermano suyo. ¿Sabéis cuál es el signo seguro de que
alguien es un pobre rico?: inmediatamente
le interesará saber que hay millones de personas a las que les falta incluso el
pan. Entonces reconocerá en ellas a sus hermanos y hermanas y obrará en
consecuencia.
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LA BELLEZA DEL ESTADO LAICO
Argentina Casanova, Rotativo.com,
Querétaro, 2 de julio de 2015
Y es a esa pluralidad o particularidad de la
comunidad votante –única y exclusiva– a quien debe responder.
Es decir, nunca jamás nos ha interesado su
opinión personal, si le gusta o no el apio, o si le parece buena o mala idea que
las personas decidan casarse con otra de su mismo sexo, si deseen o no adoptar
o si quieran o no tener hijos. Las representa, no es su juzgador o juzgadora,
los ciudadanos no están bajo el escrutinio. En cambio los representantes
democráticos sí.
La democracia que prevalece en México es la
representativa, aún falta mucho para que la ciudadanía tome conciencia de la
dimensión de ejercer la democracia directa mediante la organización y la
participación política.
En tanto conviene tener claro quién es el que
debe rendir cuentas y quién sí puede y debe ser “evaluado” y no “juzgado” por
sus actos o gustos personales.
Y todo esto se les olvida cuando están ahí,
creen que deben representar al jerarca de su Iglesia, precisamente en un Estado
laico que no terminan de entender.
En Campeche, como seguramente ocurrió en otros
estados, hubo intervención de personajes públicos opinando en torno al
matrimonio para todas las personas, más allá de la postura de los Derechos
Humanos, la jurisprudencia –creemos que ni siquiera han leído la resolución de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación–, o del sentido común, lo hicieron
desde sus perspectivas individuales y creencias particulares.
Independientemente que sus argumentos de fe,
como prefiero llamar a las creencias basadas en la práctica de un credo
religioso, son desde su propia lógica cristiana de “amor al prójimo”, ser
violentas y de exponerse desde un discurso de odio y discriminación, no es esa
opinión la que nos interesa ni la que los medios de comunicación tendrían que
difundir.
La responsabilidad de las comisiones de
Igualdad de Género, de Derechos Humanos y de las Juventudes deben venir con el
paquete de la información, la capacitación y el aprendizaje de las y los
diputados que las ocupen en materia humanitaria, a fin de entender que éstos ni
se consultan, ni se otorgan, sino que forman parte del paquete con el que nace
cualquier ser humano y que los Estados están obligados a reconocer, proteger y
promover progresivamente, nunca hacia atrás.
Lo que es tan difícil de entender para las
personas que ocupan esos cargos es que no es ocioso ni vamos a cuestionar sus
dogmas de fe, esos pueden seguir teniéndolos y viviendo con ellos, pero la
razón de vivir en un Estado laico es para que se garantice que ellas puedan
seguir teniendo esos dogmas y que no un Estado con una afinidad religiosa sea
impuesto mañana por algún personaje que se vincule con una práctica y quiera
imponerla a todo el país.
Imaginemos que el “gobernador o gobernadora”
de un estado es practicante de una fe hinduista o de cualquier otro lugar, lo
cual es su derecho, pero lo que no puede –gracias al Estado laico– es imponer
esa fe, no puede ser impuesta desde su posición de gobernante al resto de la
población.
Eso es lo que permite que en un mismo
territorio concilien, coincidan y converjan distintas posturas desde distintos
dogmas religiosos o la ausencia de éstos.
Imaginemos un gobernante ateo que impone su
visión. Eso se vivió en la época cristera y ya conocemos el resultado de la
historia.
De ahí que México tendría que tener la
experiencia y conocimiento acerca de lo que ocurre cuando permitimos que sean
los fundamentalismos los que gobiernen, y se pierda el respeto a la diversidad
y a la libertad que cada persona tiene amparada en el Estado laico.
Ni para perseguir a las personas católicas, ni
para perseguir o hacer declaraciones públicas que inciten al odio contra una
población a razón de su vida privada que a nadie le debería importar ni
afectar.
Cuando se desarrolló un proceso electoral en
el que personas bajo partidos o en forma independiente salieron a buscar el
voto ciudadano tras exponer sus ideas respecto a ciertos temas, que permitirán
a la ciudadanía tener una “idea” sobre sus decisiones, y con base en ello
decidieron otorgarle la confianza de ser quien les represente en el mecanismo
de la democracia representativa. No se representan a sí mismas.
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¿AUTORIDAD DE LA BIBLIA O EL PODER
TRANSFORMADOR DE LA PALABRA?: NOTAS SOBRE EL USO DE LAS ESCRITURAS EN LOS
PROBLEMAS ÉTICOS CONTEMPORÁNEOS (IV)
Víctor Hernández Ramírez, Lupa Protestante, 9 de junio de 2015
La diferencia más radical entre Jesús y los
fariseos consiste en que éstos, reconocen la autoridad de la Biblia pero la
utilizan imperativamente y no pueden sino partir de la inevitable tendencia a
juzgar entre el bien y el mal. En cambio Jesús mira la Escritura como Palabra,
no está situado en esa condición dividida y divisora (separación entre “bueno y
malo”), sino en un vínculo de comunión con su Padre, el Dios que perdona sin
medida alguna (¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las cosas
que yo os digo no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es
el que hace su propia obra. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí;
si no, creed al menos por las propias obras. Jn 14: 10 y 11).
Por tanto los fariseos, por más que se
esfuerzan, sólo alcanzan a ver que Jesús no cumple los mandatos de las
Escrituras (permite que los discípulos coman en sábado espigas del campo, cura
a una enferma en sábado sin que fuera algo urgente, etc.) y concluyen que Jesús
es “un nihilista, un hombre que sólo conoce y toma en cuenta su propia ley, un
ególatra, un blasfemo de Dios”.
La
Palabra como poder en la ética cristiana: “en Jesús el Cristo”
A partir de la experiencia de encuentro con
Dios por medio de Jesús (su vida, muerte y resurrección), el creyente y la
comunidad de creyentes, experimentan una nueva unidad (la vida reconciliada)
que permite una vida espiritual que puede enfrentarse a las decisiones sin
confiarse en su saber, renunciando a medir su vida y la de los demás a partir de
su saber sobre lo bueno y lo malo: “no juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt
7:1). Pero el creyente sólo puede hacer esto “en Jesús el
Cristo”, puesto que sólo puede actuar sin juzgar dentro de la experiencia de
una vida reconciliada, en el perdón experimentado por medio de Jesucristo.
El creyente, y la comunidad de creyentes,
pueden enfrentarse a muchos dilemas éticos, experimentarán las exigencias de la
vida con sus contradicciones y se verán sometidos a todo lo cambiante e
inestable de una sociedad posmoderna o una modernidad líquida, como lo dice
Bauman. Y ante tales desafíos no necesita hacer uso de la Biblia de manera
imperativa, puesto que está llamado a tener otra relación con las Escrituras:
una relación espiritual con la Palabra, que le hace poner siempre los ojos en
Jesús el Cristo, de manera que ya no se fía de sus juicios sobre el bien y el
mal.
En suma, el creyente ─dice Bonhoeffer─ “se halla
dentro de un nuevo conocimiento, en el que ha superado el saber del bien y del
mal. Se halla en el saber de Dios, y ya no equiparado a Dios, sino como aquel
que lleva la imagen de Dios. Ya no conoce sino a ‘Jesucristo crucificado’ (1
Cor 2:2), y en él sabe todo. Como ignorante conoce solamente a Dios y en él ha
llegado a conocerlo todo. Quién conoce a Dios en su revelación en
Jesucristo, quien conoce al Dios crucificado y resucitado, quien sabe todo eso
sabe todo lo que hay en el cielo, en la tierra y bajo la tierra (Fil 2:10)”.
Acompañados por la Palabra, el camino
ético sigue abierto
Las preguntas éticas fundamentales (¿qué
hacer? ¿Cómo decidir frente a las encrucijadas éticas?) siguen siendo un
desafío para todos. No hay respuestas fáciles y no existe un manual de
instrucciones con soluciones prefabricadas. La Biblia no es un manual de
ordenanzas o al menos no es así como se la entiende cuando nos hemos dejado
encontrar, en esas Escrituras, por la Palabra encarnada que es Jesús el Cristo.
En el seguimiento de Jesucristo esa misma Palabra nos promete que seremos
iluminados por su Espíritu y que, sobre todo, podemos caminar sin temor, sin
miedo a condenación alguna, sin miedo al juicio de fariseo alguno.
Todos, como experiencia espiritual,
descubrimos a posteriori ese
fariseo en nosotros, una vez que experimentamos el perdón y la aceptación
incondicional por parte del Dios de Jesús. También es cierto que ese fariseo
nos sigue tentando a volver al conocimiento del bien y del mal de manera
legalista, es decir a la definición de leyes que establezcan claramente dónde
está el pecado y donde no, quién quebranta la Ley de Dios y quién no.
La ética cristiana es un camino, lo que
significa que los creyentes vivimos en una tensión constante porque cambian las
situaciones y la historia no se detiene. Tampoco son iguales las respuestas
éticas de los creyentes y las comunidades, según las épocas y según las
culturas. Pero eso no quiere decir que se trate de una ética situacional, sino
que se trata de una ética teológica, es decir, una ética configurada por el
poder de la Palabra: esto quiere decir caminar “en Cristo”, buscando en la
Biblia y en el Espíritu, el discernimiento de la voluntad de Dios para cada
situación, para cada contexto.
Decir que el camino ético, para los creyentes
evangélicos de hoy, sigue abierto quiere decir que en la Biblia escuchamos una
Palabra que nos convoca a desear que se haga la voluntad de Dios en la tierra
como en el cielo, a discernir esa voluntad y actuar de manera obediente. Esto
lo hace el creyente siempre “en Cristo”, lo que significa “en la relación común
de los que han sido incorporados en la nueva vida, es decir en la comunión de
los creyentes” guiados por el Espíritu Santo, en un propósito más grande, que es
el deseo de Dios de hacer una nueva creación.
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