domingo, 12 de julio de 2015

La fe que se requiere para caminar hacia adelante, L. Cervantes-O.

12 de julio, 2015

Tengan siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno.
Efesios 6.16, La Palabra (Hispanoamérica)

La llamada “guerra espiritual” es un concepto popular en muchas iglesias que consiste en redefinir la existencia cristiana, pero especialmente en lo relacionado con las dificultades que recientemente se han detectado para abrir nuevos espacios cristianos en determinados países, regiones y hasta barrios. Se supone que existen “espíritus malignos” opuestos a que se abran dichos espacios o misiones y que debe lucharse contra ellos echando mano de “armas” como las descritas en algunos libros bíblicos como fue el caso de Josué y las trompetas en Jericó. También se llevan a cabo “unciones” con aceite desde helicópteros para obligar a esos espíritus a someterse y así lograr que se extienda la presencia del Evangelio. La Alianza Evangélica Española publicó un análisis crítico de este asunto y señala que se trata de “una nueva concepción de pensamiento que ha dado lugar a todo un movimiento de oración en la actualidad, que plantea la evangelización desde una visión de lucha con realidades invisibles, que se pretenden combatir desde el ámbito de una historia geográfica de la demonología y sus manifestaciones”.[1]

Esta manera de ver las cosas ha tenido mucho impacto pues deja la impresión de que, en efecto, esa lucha contra las fuerzas oscuras contrarias al Evangelio tiene un “sabor bíblico” que reproduce las “guerras del Señor” contra los pueblos enemigos de Israel en otras épocas, lo que incitaría a los creyentes de hoy a ser unos auténticos “guerreros de la fe”. En términos de la misión y la evangelización de las iglesias, la perspectiva llega a hablar incluso de “territorios” dominados por esos espíritus:

Una nueva teología del mundo invisible está transformando la evangelización y las estrategias misioneras en todo el mundo. Su idea básica es la existencia de espíritus territoriales a alto nivel, que ejercen su poder sobre regiones delimitadas geográficamente. Estar dentro de las fronteras de esas zonas implica inmediatamente estar sujeto individualmente a su poder. La presencia de estos poderosos espíritus territoriales explica la tradicional resistencia de algunos países al Evangelio. Así que la estrategia misionera necesita centrarse, según muchos, en una guerra espiritual para atar su poder.[2]

Si bien es cierto que el lenguaje bélico para referirse a la vida cristiana es una constante en las cartas paulinas, esta interpretación pasa por alto que la fuerza principal de los creyentes es algo intangible pero profundamente real, la fe puesta en práctica en cualquier circunstancia. De ahí que la famosa exhortación de san Pablo en Efesios 6 sigue teniendo enorme vigencia al momento de replantear el papel de la fe en la búsqueda de un presente y un futuro con la mirada puesta en las bases genuinas del Evangelio de Jesucristo.

La exhortación comienza con un propósito que debe renovarse siempre en la vida cristiana: mantenerse fuertes “apoyados en el poder irresistible del Señor” (v. 10). Esa fortaleza únicamente puede provenir de un poder superior, de una fuente de seguridad que es el Señor y que, para el caso de los seguidores de Jesús, es insustituible, pero que debe tomar en cuenta los valores éticos y morales del Evangelio que no pueden ser administrados como “recetas infalibles” para toda situación. Cada exigencia personal y comunitaria es diferente y debe pasar por el filtro de la experiencia de fe probada y testificada en las diversas circunstancias, pero sin perder nunca de vista lo afirmado por el apóstol acerca del fortalecimiento continuo de la esperanza cristiana.

La enumeración de las “armas” proporcionadas por el Señor para la batalla eminentemente espiritual e ideológica abarca un espectro completo de recursos para no sucumbir ante el conflicto (v. 11). Porque si la lucha es indudablemente contra “potencias invisibles” y “fuerzas espirituales” (v. 12), los instrumentos para enfrentarlos también tienen que ser espirituales. Y nuevamente, el objetivo es claro a la hora de acometer este conflicto: “…mantenerse firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno” (v. 13).

Las “armas” son: en primer lugar, la verdad y la rectitud (v. 14). A continuación, el celo por anunciar el Evangelio (v. 15). Luego, el escudo de la fe (v. 16), la salvación misma (v. 17). Y, finalmente, la palabra de Dios (v. 17), tal como lo hizo el Señor en el episodio de la tentación. Cada una de ellas apunta hacia áreas muy específicas de respuesta ante los ataques: la transparencia absoluta para ser irreprensibles e indestructibles ante la calumnia y la falsedad; el ímpetu inquebrantable por proclamar las buenas nuevas de Jesús de Nazaret ante la proliferación de ideologías superficiales y destructivas; la fe como garantía indeclinable frente al dominio de actitudes facilistas de superación personal y colectiva; la certeza de la salvación como antídoto de sustitutos insustanciales para dotar de sentido a la vida de las personas; y una firme convicción en el mensaje eterno de la Palabra divina ante la multitud de discursos y ofertas de fe que tergiversan la religiosidad y la encaminan por senderos ya superados. Tal es el camino de fe que debe vislumbrarse en el camino de la fidelidad al Evangelio de Jesucristo.



[1] José de Segovia, Julián Mellado y Esteban Rodemann, Guerra espiritual: una reflexión crítica. Barcelona, Alianza Evangélica Española, 1998, p. 5, www.aeesp.net/pdf/publicaciones/cuadernos/guerraespiritual.pdf. Cf. Martín Ocaña Flores, “Cristología neopentecostal: ¿cristología del mercado total?”, en Signos de Vida, núm. 40, junio de 2006, www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/SdV40/cristologia%20neopentecostal.htm.
[2] J. de Segovia, “Espíritus territoriales”, en J. de Segovia et al., op. cit., p. 23.

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