26 de marzo, 2017
Por tanto,
dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner tropiezos ni
obstáculos al hermano.
Romanos 14.13, Nueva Versión Internacional
La
diversidad en la comunidad
Una de las grandes lecciones de la carta a los Romanos es su
acercamiento a la diversidad presente en las comunidades cristianas que habían
comenzado a surgir en la capital del imperio. Todo el Nuevo Testamento es un
testimonio de esa diversidad que algunos estudiosos han resumido con bastante
exactitud al señalar que había por lo menos cuatro variedades de creyentes cristianos:
1. Judíos y paganos convertidos que exigían la observancia de toda la ley,
incluyendo la circuncisión,
2. Judíos y paganos convertidos que no imponían la circuncisión, pero
exigían a los paganos convertidos la práctica de ciertas observancias judías. A
ellos pertenecieron Pedro y Santiago (y los cristianos de Jerusalén por sus
lazos estrechos),
3. Judíos y paganos convertidos que no imponen ni la circuncisión, ni la
observancia de leyes alimenticias. Entre ellos Pablo y Bernabé,
4. Judíos y paganos convertidos que no imponían ni la circuncisión, ni
las observancias alimenticias, ni se ataban al culto y a las fiestas judías de
significación permanente. Estos eran más radicales que Pablo en cuanto al
judaísmo.[1]
A partir de esta pluralidad, acerca de la cual estuvieron bastante
conscientes los apóstoles, el proyecto paulino al escribir la carta en cuestión
estaba muy claro: “Pablo
busca ganarse el apoyo de los cristianos de Roma, en su lucha por defender un
evangelio que incluya a todos los pueblos de la tierra. Por eso insiste en que
el evangelio de Jesucristo se acoge por fe y no por la ley”.[2] Ese ejercicio discursivo
en busca de la inclusión total aparece después de que el apóstol ha ofrecido
instrucciones éticas y prácticas para su aplicación en la vida comunitaria. La alusión
a los problemas rituales que se enfrentaban también en Roma por parte las
comunidades que habían acogido la fe en Jesús como el Mesías muestra la
preocupación por que ningún factor debía causar divisiones ideológicas o doctrinales
puesto que el amor comunitario sería capaz de superarlas desde la perspectiva de
la igualdad y el respeto mutuo como premisas básicas para la convivencia que se
pudiera calificar como cristiana.
Abrirse
al mundo desde el amor comunitario e inclusivo
La estructura de la sección segunda a la que pertenece el cap. 14
manifiesta su ubicación dentro del proyecto del apóstol encaminado a afirmar la
práctica de la fe en el ámbito cotidiano, el énfasis recae en la vida renovada
y el discernimiento. La enseñanza dominante es: en todo, acoger siempre al
débil, lo que se especifica con una situación concreta: las observancias
alimenticias (14.1-23). Los dos aspectos están claros: no juzgarse mutuamente
(2-12) y actuar siempre con madurez (13-23). Se trata, sobre todas las cosas de
guardar la libertad de conciencia delante de Dios, pero sin dejar caer al
hermano o hermana.[3]
La apertura al mundo por parte de la comunidad eclesial, implica un cambio
profundo de la mentalidad religiosa que permita discernir, en medio de las
costumbres y hábitos culturales, aquellas posibilidades de diálogo y
acercamiento que permitan compartir efectivamente el amor de Dios a todos los seres
humanos, sin distinciones ni privilegios para nadie, tal como lo expresa el apóstol
en la misma carta. “¡Dios no tiene favoritos! Dios acepta a los que obedecen la
ley de Moisés, pero rechaza a quienes solamente la escuchan y no la obedecen.
Los que conocen la ley serán juzgados de acuerdo con esa misma ley. Los que no
la conocen, y pecan, serán castigados, aunque no conozcan esa ley” (2.11-13, Traducción en Lenguaje Actual). “Dios no
hace acepción de personas” era la traducción más socorrida, pero ésta pone el
dedo en la llaga sin miramientos.
No juzgarse mutuamente en el sentido de exclusión o para pronunciar un
juicio definitivo es la actitud recomendada para que la apertura sea completa. La
única gran deuda pendiente es, precisamente, la del amor: “No
tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De
hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley” (13.8). En la comunidad cristiana
no debería haber espacio para ningún tipo de superioridad, pues la iglesia es
ahora un enclave espiritual que es un signo comunitario de la presencia del Reino
de Dios en el mundo, es decir, la representación cristiana de la apertura total
de Dios hacia su creación en amor.
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