sábado, 18 de marzo de 2017

Letra 512, 19 de marzo de 2017

GIULIA GONZAGA (1513-1566), DETRÁS DE LA REFORMA ITALIANA (II)
Simonetta Carr
www.ibrnj.org/giulia-gonzaga-detras-de-la-reforma-italiana/

Una vida problemática
De alguna manera, Giulia había experimentado angustia, incertidumbre y agitación durante la mayor parte de su vida. Nacida alrededor de 1513 en una familia noble de Gazzuolo, una pequeña ciudad al norte de Italia, había sido entregada en matrimonio a una edad temprana (probablemente a los catorce años, si la fecha estimada de su nacimiento es correcta) a un líder de tropas mercenarias y rico terrateniente, Vespasiano Colonna, duque de Traetto y conde de Fondi, 27 años mayor que ella. Era el clásico matrimonio de conveniencia, ya que la familia de Giulia, que buscaba las formas de expandir sus territorios y su influencia, vio en Vespasiano el partido perfecto.
Desconocemos cómo se sentía Giulia en cuanto a esta unión, pero Vespasiano era un hombre de guerra y permaneció la mayor parte del tiempo alejado de su casa, hasta que murió en el campo de batalla tan solo dos años después. Le dejó todos sus bienes a Giulia, siempre que no se volviera a casar. En el caso de unas segundas nupcias, todas sus propiedades serían transferidas a su hija Isabella, que tenía aproximadamente la misma edad que Giulia. Esto causó, obviamente, una tensión de por vida entre ambas mujeres. Al principio, Giulia siguió viviendo en su castillo de Fondi, una antigua y encantadora ciudad costera entre Roma y Nápoles, convirtiéndola en el centro de un vibrante círculo literario y artístico. Su belleza era extraordinaria, e inspiró a muchos poetas de su tiempo. Era el Renacimiento, una época en la que se prestaba atención a la belleza, como en la antigua Grecia, un símbolo de completitud y perfección, que elevaba el espíritu y no un peligro espiritual como en los siglos anteriores.
Su cercano amigo Paolo Carnesecchi dijo de ella: “Tal era la fama de su belleza y su virtud que cualquier caballero que pasaba por aquellos lugares intentaba conocerla y hacerse amigo suyo”. Para decepción de los hombres, ella siempre se negó a volverse a casar. Algunos dicen que valoraba sus propiedades por encima del matrimonio, pero algunas fuentes indican que podría haberle tenido miedo a nuevos quebrantos de corazón. “Si vuelvo a casarme, siempre tendré miedo de perder a mi nuevo esposo, y no quiero correr ese riesgo”, comentó al parecer.
Giulia estuvo muy cerca de un nuevo matrimonio cuando un caballero altamente culto y poderoso, Ippolito de Medici, sobrino del papa León X, se enamoró desesperadamente de ella. Al principio, se suponía que se casaría con Isabella, pero cuando visitó a su futura esposa, sus sentimientos por Giulia se apoderaron de él y le impidieron seguir adelante con el matrimonio concertado. Finalmente, Ippolito le confesó su amor a Giulia, pero antes de que ella pudiera considerar siquiera el asunto, la familia de él le presionó para que siguiera una carrera eclesiástica y los convencionalismos sociales exigieron su conformidad. Poco después de esto, en el verano de 1534, un dramático suceso estremeció la vida de Giulia, ya que su castillo fue atacado durante la noche por una banda de piratas turcos que habían estado saqueando la costa italiana. Su líder, Khair ad Din (conocido por los italianos como Barbarossa), regente de Argel, había oído hablar de su hermosura y decidió capturarla y llevarla como presente al gran sultán Suleiman I. Envió a un grupo de sus piratas para que irrumpieran en la residencia de la joven, pero cuando estos lo consiguieron descubrieron que Giulia ya había escapado.
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¿QUÉ ES EL PECADO ESTRUCTURAL?
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_pecado_estructural.htm

Introducción
Las diversas concepciones de pecado responden siempre en el fondo a una pregunta que manifiesta su perspectiva básica. La moral casuística pregunta "quién hace algo"; la moral renovada, "quién es usted", en el sentido profundo del verbo ser; la teología de la liberación pregunta "de qué lado se encuentra usted". Las diversas respuestas a estas preguntas no dejan de ofrecer algún fundamento bíblico. La teología de la liberación encontrará el fundamento bíblico de su pregunta y la consiguiente respuesta en tres direcciones nada originales: en la dirección de la alianza, de las actitudes de Jesús y del reino. Lo original es la lectura bíblica.

Etapa antigua
La alianza es el núcleo central de la teología veterotestamentaria, también desde el punto de vista de la comprensión del pecado. Pero resulta que, ignorada prácticamente por la casuística, leída en clave personalista por la moral renovada, esconde todavía un filón precioso en la perspectiva del pecado: exactamente el social.
Se puede afirmar que la primera alianza se encuentra ya implícita en la propia creación. A través de sus proyectos, el creador se vincula profundamente con su obra, de tal modo que cualquier ruptura de la obra se constituye también'en ruptura con el creador. La primera ruptura se encuentra ya en la raíz de la propia humanidad: es el pecado de origen. Dentro de este supuesto, el Génesis presenta el pecado como algo que nace en el corazón humano, pero inmediatamente se extravasa a la humanidad entera, e incluso a toda la creación. Dentro de ese mismo supuesto, san Pablo, al afirmar que todos pecaron en Adán, afirma al mismo tiempo que "toda la creación gime y está en dolores de parto esperando la liberación" (Rom 8,22). En otras palabras, desde el libro del Génesis, todo pecado asume al mismo tiempo una configuración personal, interpersonal, comunitaria, social e incluso cósmica. El pecado del mundo se constituye en aquel clima en el que todos nacen y al que todos colaboran con sus pecados personales y con sus actitudes sociales.
Indudablemente la alianza es una categoría profundamente religiosa. No obstante, tampoco hay duda de que no es estrictamente religiosa. Entraña una tarea histórica, que ha de llevar a cabo el pueblo de Dios: manifestar un Dios diferente de los otros dioses exactamente a través de la construcción de una historia también diferente de las demás historias. Esa historia debería propiciar la aparición de mecanismos solidarios que hiciesen posible la participación de todos sus miembros en todos los sentidos: religioso, socio-político y económico.
La tarea no es primordialmente individual; le incumbe al pueblo de Dios en cuanto pueblo. Por eso las bendiciones y las maldiciones están condicionadas a un modo de vivir de todo el pueblo. Fidelidad o infidelidad se traducen en la construcción o no de estos proyectos históricos de Dios. Por eso mismo, la ruptura con la alianza no se da primordialmente ni en el nivel de las personas ni en el nivel de las relaciones directas con Dios. Se da, y de manera explícita, en las relaciones con los seres humanos entre sí. El pueblo de Dios rompe con la alianza cuando no respeta el derecho, no protege al oprimido, no hace justicia al huérfano y no defiende a las viudas (Is 1,16-17); la rompe cuando es opresor y violador de los derechos de los pobres (Os 5,11-15). Todas esas afirmaciones no niegan el fundamento de la comprensión manualística del acto malo (hatta), ni de la actitud personal perversa tematizada por la moral renovada (awon), pero ciertamente sacan de la sombra el pesha, que contiene la idea más amplia de "rebelión", de "revuelta" del pueblo o de parte del pueblo de Dios.

Jesús ante el pecado estructural
También las actitudes de Jesús permiten diversas lecturas, en particular una de vertiente personal y otra de vertiente más social. El hecho es que la actitud de Jesús respecto al pecado está henchida de sorpresas. Conviene destacar tres. La primera consiste en el hecho de que él ni habló mucho ni muy directamente del pecado. Habló mucho más de salvación. En general, al anunciar la salvación denuncia con mayor claridad el pecado. Habla ciertamente de pecado, pero lo hace sobre todo a través de las parábolas del reino. Puede verse la de los convidados al banquete de bodas (Lc 14,18-20), la de las muchachas que se durmieron (Mt 25,1 ss), la de la irrupción inesperada de Dios en la historia (Mt 24 37-39), la del verdadero pecador: el hermano mayor (Lc 15,1 I-32) y la del juicio final (Mt 25,31ss).
La segunda sorpresa estriba en el modo de tratar Jesús a los que oficialmente son considerados pecadores o justos: se muestra acogedor con los primeros e inflexible con los, segundos. Jesús no sólo supera la concepción de pecado transmitida por los líderes religiosos, sino que la rechaza. Para Jesús el pecado no tiene nada que ver con la impureza legal o con otras concepciones de índole extrínseca: del fondo del ser humano es de donde nace el pecado (Mc 7,2-12). La tercera sorpresa es consecuencia de las dos primeras. Los personajes alegóricos de las parábolas antes mencionadas, de suyo no hicieron nada especial. La maldad -proviene simplemente del hecho de no estar ligados al reino y a su justicia.
Todas estas sorpresas se pueden leer en clave personalista. Sin embargo, Jesús no se detiene ahí; detecta a los enemigos del reino. Y aquí va a surgir una segunda vertiente: la socio-estructural. Basándose en su afirmación personal, grupos organizados, sirviéndose incluso de la religión y del nombre- de Dios, se oponen frontalmente a la buena.nueva del reino. Y esto lo hacen al servirse de su poder para impedir la concretización histórica del reino. Curiosamente, con la excepción del caso de Herodes, Jesús no arremete contra individuos, sino contra grupos organizados: fariseos, escribas, ricos, sacerdotes y gobernantes. Es forzoso reconocer que los anatemas de Jesús son colectivos. Además, deja bien claro que existe opresión religiosa porque los fariseos colocan en los hombros de los demás cargas intolerables; existe ignorancia porque los levitas guardan para sí las llaves de la ciencia; existe pobreza porque los ricos no comparten su riqueza; existen oprimidos porque los que gobiernan hacen un uso despótico de su poder en vez de ponerlo al servicio de los demás (Mt 23).
Ante todo esto, resulta difícil negar que Jesús denuncia formas de convivencia y estructuras sociales en cuanto formas constitutivas del antirreino. Pues para él el reino es ciertamente espiritual, pero no sólo eso; es trascendente, pero también ha de concretarse en la historia de la humanidad. La lucha que se entabla es exactamente entre el reino de este mundo (de los hombres) y el reino de Dios. Cuando reinan los hombres, reinan la injusticia, la opresión, la violencia, la discriminación. Cuando reina Dios a través de la concretización de, sus proyectos, reinan la justicia, el servicio, la paz y el amor fraterno. Decididamente, la concepción de Jesús recuerda el libro del Génesis. Todo el mal empieza cuando los hombres intentan implantar sus proyectos y consienten en dar oídos a la serpiente: "Seréis como dioses". El resultado será la torre de Babel.
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SARA, MADRE DE UN HIJO SECUESTRADO
Margot Kässmann

E
n la Biblia, Sara es otra de las mujeres que no son madres hasta una edad avanzada. Es ya anciana y no espera poder tener un hijo. Es la esposa de Abrahán, el patriarca por excelencia del pueblo de Israel.
Según cuenta la Biblia, Sara había entrado en la menopausia, «ya no tenía sus períodos» (Génesis 18,11). En esta fase de la vida de una mujer, la cuestión de los hijos está decidida. Se interrumpe el período y está claro: un embarazo deja de ser una opción en su vida. Algunas mujeres temen este momento porque, si no han tenido ya algún hijo, se sienten desamparadas, inútiles, confundidas. Otras se sienten aliviadas y hasta alegres, porque finalmente saben cuál es la respuesta a la pregunta “Hijos, ¿sí o no?”, que no lograban apartar de su cabeza. […]
Me gusta esta risa y la ironía con que se contempla a sí misma. Sara no es una mujer insegura ni amargada. Cuántas mujeres se desaniman cuando se acerca la menopausia y quieren ser madres, pero no han encontrado con quién, o el embarazo no se ha presentado. Saben que el reloj biológico avanza. Esto suele desmoralizar y poner en tela de juicio planes de vida muy pensados. El final de la menstruación es una experiencia especialmente significativa para las mujeres. A partir de ese momento biológico, ya no se puede dar la vida. Mientras que los varones pueden engendrar hijos hasta edades avanzadas, en el caso de las mujeres existe esta barrera natural. […]
De vez en cuando oímos, leemos, nos enteramos de casos en los que el padre, a quien la madre había confiado a los hijos, los ha secuestrado o matado. Esto último se denomina fríamente en términos jurídicos “sustracción de menores”. Sin embargo, el lado emocional no tiene nada de frío: ¡todo un shock para la madre! Qué terrible dejar de ver a tu hijo, que no lo traigan de regreso a casa como se había acordado. Un horror, si el secuestro se da en un país al que la madre no tiene acceso, si una familia inaccesible oculta al hijo, si se lleva al hijo a una cultura donde no tienen vigencia nuestras ideas, donde la madre no tiene derechos. Aún peor - si puede serlo - es que el padre mate a los hijos. También se dan casos.
Padres que luchan por la custodia, padres que quieren castigar a sus ex mujeres, padres confundidos que matan a sus hijos antes que devolverlos. La madre se reprochará toda la vida el hecho de haber puesto al hijo o a la hija en manos del padre.
En la interpretación del relato sobre el sacrificio de Isaac desempeña un papel crucial la idea de que Dios pone a prueba la fe de Abrahán. Para mí, esta presentación de Dios no está en completa armonía con mi fe. Puedo aceptar que Dios no nos libre de la tentación; pero que Dios pretenda causar la muerte de un hijo, que pida un sacrificio así... Esta presentación de Dios me parece del todo incompatible con lo que sabemos de Jesús, con el amor que Dios profesa precisamente a los hijos, como muestra Jesús. […]
Es muy difícil para una madre poner a su hijo en manos de un padre del que no se fía. Seguro que también ocurre a la inversa: padres separados que se quejan amargamente de que se les prive de sus hijos, porque las madres impiden que sus hijos vayan tranquilamente a ver a sus padres, o porque no respetan los horarios de visita. No puede negarse que hay muchas madres que, inmediatamente después de un divorcio, no permiten que el padre vea a los hijos.
Una actitud así no puede ser beneficiosa para el niño; lo sensato es que tanto el padre como la madre tomen parte en la educación del hijo. Sin embargo, no puede ponerse en duda que algunas madres sienten un temor justificado a la hora de entregar a su hijo al padre. El miedo ante el secuestro de un hijo siempre tiene la raíz en los conflictos familiares internos.

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