JEANNE D’ALBRET, JUANA DE ALBRET, JUANA III DE NAVARRA (1528-1572)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Hija de Enrique II de Navarra y de Margarita de Angulema, hermana del
rey de Francia Francisco I. Nació en el castillo de Pau. Heredó de sus padres
los territorios de Navarra situados al norte de los Pirineos y, junto con el
ducado de Albret, heredó también el vizcondado de Tartas y de Maremne en los
alrededores de Dax, Casteljaloux y el vizcondado de Aillas en el territorio de
Bazás, Nérac en el territorio de Condom y algunas otras tierras por las que fue
feudataria del rey de Francia. Estuvo bajo la tutela de su tío, Francisco I. Su
madre se preocupó de que recibiese formación y fue educada por el poeta y
pedagogo Nicolás Bourbon. Según algunos autores, las enseñanzas de este
preceptor influirían en la distancia que tomó Juana respecto al catolicismo
dogmático. Dada la relevancia del matrimonio de Juana para la monarquía de
Navarra, conquistada el año 1512 por las tropas enviadas por Fernando “el
Católico”, el rey francés la retuvo en este castillo recluida prácticamente
como una prisionera. Al morir Enrique II de Navarra (1555), heredó diversos
territorios navarros. Pasó a gobernar como Juana III. Empleó todas sus fuerzas
para conservar el reino ante la ambición de Francia y España. Abjuró de la
religión católica en 1560 para convertirse al calvinismo, al que estableció
como religión oficial. La fractura religiosa de sus súbditos acentuó la
división provocada por las disputas existentes entre las varias facciones
nobiliarias. La reina se mantuvo en sus creencias calvinistas y, con intención
de divulgar la nueva doctrina a sus súbditos, promovió que Joannes de
Leizarraga tradujese el Nuevo Testamento al euskera (1571), publicada en La
Rochelle, bastión calvinista. Murió envenenada en París en el verano de 1572.
De ella se dice que la persecución,
en lugar de rendirla, le daba ocasión de ser más fuerte en la defensa de la fe
que había adoptado y confesado por su propia decisión. “Para lograr libertad de
conciencia para todos, estoy dispuesta a la buena batalla y a no regatear
esfuerzos. La causa es tan santa y sagrada que yo creo que Dios me fortalecerá
con su poder”. “Porque es ya el tiempo de salir de Egipto, atravesar el Mar
Rojo, y rescatar a la Iglesia de Cristo de en medio de las ruinas del trono de
toda soberbia, la inmoral Babilonia”. Con su esposo todavía vivo dijo: “Afirmo el
poder que Dios me ha dado sobre mis súbditos, que en un tiempo cedí a mi
marido, en consideración de la obediencia que Dios manda que la esposa tenga al
esposo. Pero cuando percibí que por esta concesión la gloria de Dios y el bien
de mi pueblo eran atropellados, entonces, sin pérdida de tiempo, sin dudar,
ejercí mis derechos reales”. En Orthez existe un museo que lleva su nombre (www.museejeannedalbret.com).
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JUANA DE ALBRET, REINA DE NAVARRA
Emilio Monjo Bellido
Protestante Digital, 22 de mayo de 2011
Hija
de Margarita de Navarra, nieta de Luisa de Saboya: esposa, madre, organizadora
de la iglesia, mujer de su casa, mujer de Estado. Si a Leonor de Roye era
difícil encontrarla, Juana de Albret aparece en muchos apartados de la historia
de su tiempo. Sus 44 años de vida dieron para mucho, y su actuación en varias
de las guerras civiles de Francia, así como su condición de madre del futuro
rey Enrique, la colocan como figura obligada en la mirada del historiador. Su
persona y trabajos están siendo recuperados e investigados. Hay bastante
escrito en la actualidad sobre ella, aunque la biografía moderna de referencia
sea de 1968, Nancy Lyman Roelker, Queen of Navarre: Jeanne d’Albret,
1528-1572. Cambridge, Universidad de Harvard. […]
La geografía política que le tocó vivir, su vida personal como mujer
creyente en ese contexto, y su acción política para transformar esa geografía
en una tierra prometida de libertades. […] Con la advertencia de que a estos
tres nombres se le pueden añadir otros muchos de mujeres de la Reforma, y que
nunca se pretende con ello hacer una especie de proceso de santidad para
subirlas a algún altar. Con sus aciertos y errores fueron ejemplo de fe
cristiana. La geografía donde vivió forma parte de nuestra propia Historia, por
ser un asunto de España y por su relación con la reforma española.
La reina Juana de Albret amparó a nuestros reformadores, dispuso su
colaboración para la impresión de la Biblia de Casiodoro de Reina, puso a
Antonio del Corro como tutor de su hijo, y pensó un plan de acción para
evangelizar España. Asunto de España, porque el reino de Navarra fue
conquistado por las armas en 1512 y anexionado a la corona de Castilla.
Fernando de Aragón, con el pretexto de una bula, bulo o burla, pero en
cualquier caso con el beneplácito del papa guerrero Julio II, atacó el reino de
Navarra, y sus legítimos soberanos, el padre de la reina Juana de Albret,
tuvieron que abandonar con la corte Pamplona y refugiarse en la parte ulterior
de los Pirineos, estableciendo su capital y el Consejo Soberano finalmente en
Pau en 1520 (Baja Navarra).
La “legitimidad” de esa conquista y anexión es la legitimidad que se le
otorgue al “derecho internacional” de la iglesia papal para disponer por
decreto que un rey o príncipe pierde tal condición en cuanto se oponga a sus
intereses, y sus reinos quedan liberados del derecho de vasallaje de sus
habitantes y a merced de cualquier súbdito del papa que lo tome por las armas.
Fernando de Aragón, modelo del que Maquiavelo saca la figura de su “príncipe”,
con base a esa “legitimidad” conquistó Navarra y, tras varios intentos de
reconquista, al final quedó dividida por los Pirineos. Mermado el territorio,
mantenidas, sin embargo, sus leyes (no se aplicaba la Ley Sálica), el pequeño
reino de Navarra (Baja Navarra) fue una pieza permanente de conflictos entre
España y Francia; cada una procurando tenerlo como propio o tutelado.
Incluso en un momento Juana es vista como el armazón que dejará el
reino para España de forma definitiva, y la quieren casar con Felipe II. La
oveja que milagrosamente había parido la vaca, en referencia burlesca de la
corte hispana a la noticia del nacimiento de Juana, por las dos vacas
pirenaicas del escudo de Bearne, ahora es vista incluso como solución. [Se
cuenta que Antonio de Borbón dijo al nacer su hijo Enrique: “Éste es el
verdadero milagro, la oveja ha parido un león”; en cualquier caso, si la corte
hispana prevé el futuro, la frase hubiera sido: ¡Cuidado, la vaca ha parido una
leona!]
Ésta era la geografía donde la reina Juana de Albret tiene que vivir su
fe, y donde mantener su casa (además del reino, otros territorios, como el
Bearne) frente a tres poderes mundiales: Francia, España y el Vaticano. La
mantuvo como ejemplo (con todas las carencias que se quieran señalar) de estado
moderno, anticipo de mucho de lo que luego será Europa como campo de libertades
sociales. El reino de Navarra y el vizcondado de Bearne conservaron la impronta
de la reina tras su muerte. Su hijo, el rey Enrique, logra mantenerlos fuera de
la pretensión de Francia de que su rey incorpora por ley al reino todos sus
dominios. Con la colaboración de su hermana Catalina como regente, la herencia
cultural y política de su madre se sostiene con solvencia (nunca dando por
perdida la parte española del reino). Luego viene el fin. Si a la parte del sur
de los Pirineos la destruyen con la legalidad de la iglesia papal, otro tanto
va a ocurrir con la del norte.
Tras el asesinato del rey Enrique, su hijo Luis XIII, educado como
súbdito de Roma por Richelieu, con la “legitimidad” de la iglesia papal, al
frente de un ejército, conquista el reino y el vizcondado, eliminando la
“anomalía” de una sección de Francia donde se vivía la libertad política y
religiosa. En 1620 el reino de Navarra es anexionado a la corona francesa. El
rey conserva el título de Navarra, pero ya no hay reino. La tierra prometida de
la reina Juana de Albret, es vomitada por su nieto. Esa Navarra independiente y
libre, que Shakespeare calificó como “asombro del mundo” (en su obra Trabajos
de amor perdidos, 1594, localizada en Navarra), será, junto con el Bearne y
otras zonas protestantes, la geografía donde se sufrirá una noche de San
Bartolomé que dure un siglo. Una geografía compleja y conflictiva, donde se
libran incluso varias guerras civiles. En ese terreno surge y se afirma la fe
cristiana.
Esa fe que Juana de Albret, al poco de nacer su hijo Enrique, ya
consideraba que debería por fidelidad vivir en esos momentos en la expresión
protestante, y que luego reconocerá públicamente en la navidad de 1560. Fe que
no sólo busca como algo personal, sino también para sus hijos y sus
territorios. Siempre por un camino recio y duro. Perseguida, traicionada.
Traición que le viene de donde más le duele: su propio marido, al que tiene que
soportar ver cómo suelta la bandera hugonote para abrazar la corte, y a las
cortesanas, de París. Perseguida, despreciada y amenazada por su marido, tiene
que afirmase como esposa y como madre. Es decir, confiesa su religión
protestante ante el rechazo y persecución de su propio marido.
Por eso cuando escribía o hablaba, todos sabían que no había floridos
protocolos, sino la verdad de los hechos y los propósitos. “Estamos dispuestos
a morir todos nosotros antes que abandonar a nuestro Dios y a nuestra religión
[ese término no es ceremonial; en Francia se conocía a los hugonotes como “la
Religión”], la cual no podemos mantener sin que se permita su adoración
pública, igual que no puede vivir el cuerpo humano sin agua o comida”. Esto no
era retórica, y sus enemigos lo sabían; también sus amigos, por eso las
iglesias protestantes consideraban sus manos como las de una madre cuidadosa.
Manos fuertes, poderosas, pero por el ideal que las mueven, pues en lo físico
estaban cada vez más debilitadas, hasta que al final ya no pueden ni sostener su
Biblia donde leer sus pasajes de consuelo (los capítulos 14 al 18 del evangelio
de Juan y, especialmente, el Salmo 31).
De ella se dice que la persecución, en lugar de rendirla, le daba
ocasión de ser más fuerte en la defensa de la fe que había adoptado y confesado
por su propia decisión. “Para lograr libertad de conciencia para todos, estoy
dispuesta a la buena batalla y a no regatear esfuerzos. La causa es tan santa y sagrada que
yo creo que Dios me fortalecerá con su poder”.
“Porque es
ya el tiempo de salir de Egipto, atravesar el Mar Rojo, y rescatar a la Iglesia
de Cristo de en medio de las ruinas del trono de toda soberbia, la inmoral
Babilonia”. [Con su marido todavía vivo] “Afirmo el poder que Dios me ha dado
sobre mis súbditos, que en un tiempo cedí a mi marido, en consideración de la
obediencia que Dios manda que la esposa tenga al esposo. Pero cuando percibí
que por esta concesión la gloria de Dios y el bien de mi pueblo eran
atropellados, entonces, sin pérdida de tiempo, sin dudar, ejercí mis derechos
reales”.
https://www.youtube.com/watch?v=dEC5aE4DmXQ
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LOIDA, ABUELA (II)
Margot Kässmann
Lavar, limpiar, cuidar a los niños, pasar por
varios embarazos seguidos, ser esposa, todo eso puede suponer una carga enorme.
En sociología se habla de “estancamiento vital” cuando la actividad profesional
y la carrera exigen tiempo en la que no se puede dejar nada al azar. Por eso
muchas madres de niños en edad de crecer parecen agotadas, y apenas les queda
tiempo para contar historias a sus hijos o para orar con ellos.
La mayoría
de las abuelas suelen disponer de tiempo. Y si deciden emplearlo nada puede
sustituirlas: cuentan historias como la del arca de Noé, y la de José, que tras
ser engañado y vendido de forma cruel, sobrevivió en el extranjero e hizo
posible la reconciliación. Luego narran el relato de las mujeres en el sepulcro
vacío. Las abuelas cantan y oran con sus nietos. Recuerdo perfectamente, por
ejemplo, lo que mi abuela me repetía en la cocina: “¡Canta, alma mía!”. Se me
grabó en la memoria. Para mí fue un modelo de fe.
Posiblemente,
el hecho de que las abuelas se muestren más firmes y convencidas en el terreno
de la fe se deba a que han vivido más experiencias de vida. Ellas pueden
explicar cómo les ayudó su fe en los buenos y en los malos momentos de su
propia vida. Oír esto es muy importante para los niños. Si la fe le ha brindado
apoyo y orientación a mi abuela durante toda su vida, ¿por qué no va a ser
buena para mí? Un día, los niños deberán decidir por sí mismos si esa religión
es también la suya, si la fe es su camino. Pero escuchando lo que les cuentan
sus mayores, los pequeños pueden llegar a sentirse más arraigados en una
determinada religión. Quien desde niño ha vivido en una atmósfera saludable, ha
experimentado lo que es la “patria” del ser humano.
Además, en
general, las abuelas son más indulgentes que las madres. Algunos nietos cuentan
a sus abuelas lo que ocultan a sus madres. Naturalmente, eso puede ser gravoso
para la madre, que pertenece a la generación intermedia. ¿Cómo le sentaría a
Eunice que, al hablar de su hijo, no se le mencionara sólo a ella como madre,
sino también a la abuela? Lo más interesante es que no se menciona ni al padre
ni al abuelo de Timoteo. Las mujeres parecen haber sido entonces, como ahora, las
más influyentes en la transmisión de la fe a las generaciones siguientes.
Las mujeres
se plantean conscientemente la propia finitud a más tardar cuando tienen
nietos, es decir, cuando se convierten en abuelas. Quien integra su muerte en
la reflexión sobre la vida puede hablar, y de hecho, hablará con más claridad
acerca de la fe, porque ya ve en perspectiva lo vivido anteriormente. Quien
tiene las “postrimerías” ante los ojos alcanza también una mayor libertad
interior frente a las cosas “penúltimas”. Seguramente hay también abuelas que
observan la vida con amargura. No obstante, muchas aportan al diálogo sobre
Dios y el mundo una especial claridad de fe y paz interior.
Debido a su experiencia y actitud ante la vida, las abuelas tienen también mucho menos miedo de que los miembros de la generación más joven se rían de ellas a causa de su fe. Y sólo raramente se ven intimidadas por los “poderes y potestades”, por el espíritu de la época, por las múltiples influencias, por las ideas de los demás que pretenden hacer que la fe retroceda.
Debido a su experiencia y actitud ante la vida, las abuelas tienen también mucho menos miedo de que los miembros de la generación más joven se rían de ellas a causa de su fe. Y sólo raramente se ven intimidadas por los “poderes y potestades”, por el espíritu de la época, por las múltiples influencias, por las ideas de los demás que pretenden hacer que la fe retroceda.
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