11 de junio, 2017
Esto explica por qué el hombre deja a su padre y
a su madre, y se une a su mujer para formar un solo cuerpo.
Génesis 2.24, Nueva
Versión Internacional
Un fundamento social antiguo
“En el Antiguo Testamento el matrimonio aparece
originariamente como una relación normal —ligada a la más íntima condición del
ser humano— dispuesta por Yahvé, propia de un periodo de inocencia y
desbordante alegría; una etapa jubilosa que, con el transcurso del tiempo,
daría paso a otra de ‘dureza de corazón’ (Mateo 19.8), en la que se hicieron
indispensables las reglas”.[1] La
indagación sobre los orígenes más remotos de las instituciones humanas, desde
una lectura teológica, encontró aspectos que, al exponerse de una manera
simbólica, transmiten la fascinación y el asombro que producía el misterio de
la vida, la fertilidad y el manejo del placer en las parejas. Todo ello formaba
parte de un conjunto de realidades que debían ser comprendidas a la luz de los
designios divinos, que se consideraban muy interesados en definir el papel de
las personas en la fundamentación de la sociedad hebrea, en este caso.
Para el A.T., el matrimonio es un estado de
convivencia que permite fundamentar la existencia de la sociedad sobre una base
de estabilidad. La preocupación mostrada por Dios en Gén 2 muestra la necesidad
de una armonía humana que completara a cabalidad el orden cósmico y ecológico
que se iba estableciendo en la creación. La premisa básica de que ambos, hombre
y mujer, compartían la imagen de Dios, establece, en primer lugar, un plano de
igualdad que la cultura y los convencionalismos relegaron progresivamente para
imponer los criterios dominantes. Ciertamente, el trasfondo de la redacción de
los textos manifiesta la búsqueda de los orígenes en el ambiente donde
finalmente alcanzaron la forma escrita y también la forma en que llegaron a
ciertas conclusiones sobre el estamento que debía prevalecer en la mentalidad
del pueblo.
El énfasis en la procreación de Gén 1.28 se ve complementado
por los énfasis de la segunda narración del origen de la humanidad y de la
pareja, pues si bien el primer relato expresa de manera general los orígenes
del hombre y de la mujer, el segundo es más minucioso y se detiene con gran
detalle a explicar los pormenores de los mismos, haciendo de Dios una especie
de artífice, mediante la comprensión de la época, completamente ajena a la
ciencia o a la biología. Gén 1.26-30 resalta “la responsabilidad propia del
hombre y la mujer en este conjunto armónico creado por Dios mediante su Palabra”.[2] Por
ello, no es casual que ambas criaturas sean lo último que Dios creó, pues ellos
serán co-administradores del mundo. Gén 2.18-25 es una parábola en la que “Dios
no da órdenes para que aparezcan las cosas; Él mismo va haciendo con sus manos,
va modelando con arcilla a cada ser viviente, se las ingenia para conseguir que
su principal criatura, el hombre, se sienta bien: lo duerme y de su costilla ‘forma’
una criatura, que el varón la reconoce como la única con capacidad de ser su
compañera entre el resto de criaturas: la mujer”.[3]
Al misterio de la diferencia se agrega el de la convivencia, puesto que el lugar que
ocuparían ambos en el Edén está marcado por un tono más poético, pero no por
ello menos atento a la necesidad colectiva de agregarse y formar comunidad
desde la unidad básica. La primera pareja tiene una clara afinidad biológica,
pero al mismo tiempo sus diferencias son las que fundarán la civilización. La ruptura
del clan originario para formar nuevas unidades sociales será la clave de todo
(Gén 1.24).
Monogamia y poligamia en el
libro del Génesis
“El relato de la creación de la primera pareja humana
presenta el matrimonio monógamo como conforme con la voluntad de Dios. […] En
todos los casos se observa una monogamia relativa: no hay nunca sino una sola esposa
‘titular’”.[4]
El Código de Hammurabi (1700 a.C.), seguramente conocido por los patriarcas
antiguos como Abraham, establecía que el marido solamente podía tomar otra
esposa en caso de la esterilidad de la primera y que, incluso, se vería privado
de hacer eso si la esposa le proporcionaba una esclava como concubina. Pero el
marido, aun con hijos de la esposa, podía tener una sola concubina. Con esto se
aprecia que, antes de la aparición de una normatividad legal, los antiguos
patriarcas no dejaban de respetar ciertas leyes que reglamentaban la vida de
las parejas. La tensión entre monogamia y poligamia, entonces, aparece desde
los inicios de los textos sagrados, lo que manifiesta el grado de interés que
despertaron esas realidades entre los teólogos y redactores de esos documentos.
Podría decirse que se presentan como realidades que las comunidades experimentaron
simultáneamente.
“Los patriarcas de la línea de Set son presentados
como monógamos, mientras que la poligamia hizo su aparición en el linaje
reprobado de Caín”,[5]
por lo que es posible advertir un tono crítico y una relación velada entre los
descendientes de la línea genealógica marcada por la desobediencia y el crimen.
Caín y su descendencia siguen siendo un gran desafío para la interpretación bíblica
en este y otros asuntos. De modo que nos encontramos, al momento de hacer una
reconstrucción de la historia del desarrollo de la unión conyugal en el antiguo
Israel en la encrucijada entre fe y cultura, entre costumbres ancestrales y la
lucha ideológica por imponer modificaciones a la conducta social con base en
postulados religiosos de difícil instauración. Es decir, igual que ahora, con
las variaciones impuestas por la época y las mentalidades. El conflicto
ideológico y cultural entre monogamia y poligamia, al menos en Occidente, se ha
resuelto a favor de la primera, lo que no significa que las tendencias de
muchas personas vayan por el otro rumbo, aun cuando no se pueda legislar a
contracorriente de las mismas.
La forma en que Dios estableció la institución
matrimonial revela la orientación social que debía caracterizar al pueblo de
Dios. Los textos la presentan desde una sólida base teológica a fin de afrontar
con seriedad su desarrollo. La presencia de la monogamia, como práctica
normativa, en las diversas etapas históricas del Antiguo Testamento sale
bastante airosa, pues sólo se menciona en el caso de Elcaná, el padre de Samuel
(I Sam 1). Los libros sapienciales, que presentan un cuadro de la sociedad de
su tiempo, tampoco la mencionan: “…los numerosos
pasajes que conciernen a la mujer en el hogar se comprenden mejor en el marco
de una familia estrictamente monógama”.[6] En
ese marco deben entenderse Prov 5.15-19; Ecl 9.9 y hasta el elogio de la mujer
perfecta, que cierra el libro de los Proverbios (31.10-31). Además, según la
imagen del matrimonio monógamo, los profetas representan a Israel como la
esposa única que escoge Dios (Os 2.4s; Jer 2.2; Is 50.1; 54.6-7; 62.4-5), aunque
Ezequiel 16 desarrolla la metáfora en una alegoría. Es inquietante comparar las
relaciones de Yahveh con Samaria y Jerusalén, con un matrimonio con dos
hermanas (Ez 23, cf. Jer 3.6-11).
No obstante, el cuadro de la realidad matrimonial es
bastante claro, aun cuando deban afrontarse las nuevas lecturas que nos exige la
época para seguir situando el matrimonio en su justa dimensión social y
espiritual.
[1] Vidal
Rivera Sabatés, “El matrimonio según la Biblia”, en Foro, nueva época, núm. 13, 2011, p. 190.
[2] Luis Alonso
Schökel, La Biblia de
Nuestro Pueblo. Bilbao, Mensajero, 2008, p. 19.
[3] Ibíd., p.
20.
[4] Roland
de Vaux, “El matrimonio”, en Instituciones
del Antiguo Testamento. Barcelona, Herder, 1985, pp. 55, 56.
[5] Ibíd., p.
55.
[6] Ibíd., p.
57.
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