sábado, 3 de junio de 2017

"Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal", L. Cervantes-O.


4 de junio, 2017

Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales.
Hebreos 13.4, Nueva Versión Internacional

Humanidad, matrimonio y plan divino
Los textos bíblicos fundadores se remiten al pasado más remoto para indagar los orígenes y tratar de explicar el misterio de la sexualidad y la fertilidad. De ahí que la valoración del cuerpo, de la persona y de la unión como tal haya sido eminentemente positiva, aun cuando el manejo de la convivencia enfrentó las dificultades de aceptar la poligamia y el repudio unilateral por parte de los hombres. La humanidad entendió que la unión conyugal era necesaria como fundamento de la convivencia social. El énfasis de Génesis 2.20b en la “ayuda idónea” para el varón hoy debe interpretarse en ambos sentidos. El peso de la autoridad patriarcal, en ese aspecto, se deja sentir por todas partes en la historia bíblica. No obstante, existen algunos signos positivos que, al normal las relaciones conyugales, sin proyectarse hacia la esfera de la igualdad, abrían la puerta para ciertos cambios. “El relato de la creación de la primera pareja humana, Gen 2.21-24, presenta el matrimonio monógamo como conforme con la voluntad de Dios. Los patriarcas del linaje de Set son presentados como monógamos, por ejemplo, Noé, Gen 7.7, mientras la poligamia hace su aparición en el linaje reprobado de Caín: Lámek tomó dos mujeres, Gen 4.19. Ésta es la idea que se tenía de los orígenes”.[1]

Para el Nuevo Testamento, que sigue la línea de relativizar todo por causa del Reino de Dios, el matrimonio no es la excepción, pues fue visto como un estado en el que los seres humanos son tomados para situarse ante las exigencias del Evangelio. En el horizonte ético de la nueva humanidad, la unión conyugal es colocada en un marco de relaciones mediadas por el Señor Jesucristo y es vista como algo ya dado, pero que debe adecuarse y orientarse en el sentido de la dignificación y humanización que exigen las nuevas condiciones establecidas por Dios. En ese sentido deben entenderse las palabras del Sermón del Monte sobre el divorcio (Mt 5.31-32), así como la respuesta que dio Jesús a la pregunta sobre el divorcio (Mt 19.1-12). En ambos casos, el propio Señor puntualiza la única condición posible para una separación y la manera en que debe percibirse el estado matrimonial ante las exigencias del Reino de Dios. Lo que agrega sobre la situación de los eunucos es inquietante y no necesariamente marca una orientación normativa.

La historia del matrimonio en la Biblia muestra fuertes tensiones entre los hábitos culturales y la enseñanza religiosa que debía normarlas, sobre todo al momento de referirse a los derechos de hombres y mujeres. Es muy desigual, por ejemplo, en Deuteronomio 24.1-4, el trato que recibían las mujeres en el caso de ser repudiadas por sus maridos, aun cuando en el mismo pasaje se estipulaba el año de gracia para los hombres recién casados con un lenguaje bastante inusual para los textos legales: “…para alegrar a la mujer que tomó” (24.5b, RVR1960).

“Un lecho conyugal sin mancha”
En una sección dedicada a ofrecer diversas instrucciones de vida, la carta a los Hebreos aborda, ocasional, pero muy enfáticamente, el asunto del matrimonio y la relación conyugal. Justamente al comenzar el cierre del documento, y como parte de las exhortaciones presididas por la frase: “Permanezca el amor fraternal” (Heb 13.1), el texto agrupa varias observaciones y afirma lo honroso que debería ser el matrimonio (gámos) en el ámbito de las comunidades cristianas. La franqueza con que se expresa esa breve nota, con todo y sus eufemismos, es una muestra de la forma en que muchos textos se refieren al asunto, muy lejos de nuestras tendencias represivas y poco útiles al respecto. Literalmente, el texto dice: “Honroso sea el matrimonio en todos y el lecho conyugal [coíte, “coito”, 1438] sin mancha” (Heb 13.4a). La segunda frase se refiere claramente a la unión sexual, equivalente al uso del verbo “conocer” en el Antiguo Testamento.

La intimidad conyugal es un espacio de conocimiento y entrega personal que no fue descuidado por los escritores sagrados. La inmoralidad (pórnous) y el adulterio (moixoús) son excluidos de facto de la relación matrimonial enmarcada en el nuevo espacio de la ética del Reino de Dios, dado que la supremacía espiritual de éste subordina el matrimonio y lo coloca en un horizonte moral que debe mostrar las realidades de la nueva humanidad. Incluso el componente del placer debe ser colocado en esa perspectiva, puesto que, sin prohibirlo ni mucho menos, llama la atención a los enormes riesgos morales y culturales que conlleva experimentarlo sin una conciencia clara de sus alcances y limitaciones.

La “honra” de una relación matrimonial sana es la marca espiritual y moral que debe presidir las uniones entre personas que confiesan a Jesucristo como Señor de su vida. El centro de la existencia, incluso la corporal, está mediada por valores que el Reino de Dios introduce a la vida de las personas. El filósofo protestante Paul Ricoeur escribió palabras iluminadoras sobre el misterio y la maravilla de la sexualidad humana:

Finalmente, cuando dos seres se abrazan, no saben lo que hacen; no saben lo que quieren; no saben lo que buscan; no saben lo que encuentran. ¿Qué significa ese deseo que los impulsa al uno hacia el otro? ¿Es el deseo de placer? Sí, desde luego. Pero ésta es una respuesta pobre; porque al mismo tiempo vislumbramos que el propio placer no tiene sentido en sí mismo, que es figurativo. ¿Pero de qué? Tenemos la conciencia viva y oscura de que el sexo participa de una red de fuerzas cuyas armonías cósmicas se olvidan, pero no por eso quedan suprimidas; que la vida es mucho más que la vida; quiero decir que la vida es ciertamente mucho más que la lucha contra la muerte, que un retraso del plazo fatal; que la vida es única, universal, toda en todos y que es de ese misterio del que el gozo sexual tiene que participar; que el hombre no se personaliza ética y jurídicamente más que sumergiéndose también en el río de la Vida: ésta es la verdad del romanticismo como verdad de la sexualidad.[2]


[1] Roland de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento. Barcelona, Herder, p. 55.
[2] P. Ricoeur, “Sexualidad: la maravilla, la inestabilidad, el enigma”, en Esprit, noviembre de 1960, recogido en Historia y verdad. Buenos Aires, FCE, 2015, www.facebook.com/notes/silvina-lo-re/sexualidad-la-maravilla-la-inestabilidad-el-enigma-1-por-paul-ricoeur/10151524134428432/

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