UN SONETO DE MANUEL CARPIO SOBRE LUTERO
Protestante
Digital, 17 de junio de 2017
En la sección “Poesías históricas” de la recopilación de obras líricas
de Manuel Carpio (1791-1860) colocada en línea por la Colección Digital de la
Universidad Autónoma de Nuevo León (norte de México) aparece un curioso soneto
dedicado al reformador alemán Martín Lutero. Se trata de la segunda edición de Poesías
del doctor don Manuel Carpio, “con su biografía escrita por el Sr. Dr. D.
José Bernardo Couto”, volumen publicado en la Ciudad de México por la Imprenta
de Andrade y Escalante, en 1860. […]
La Universidad Nacional le otorgó el
grado de Doctor en 1854. Su interés por otras disciplinas lo llevó a estudiar
algunos temas históricos y bíblicos; colaboró en la traducción de Vencé y se
encargó de la traducción del Deuteronomio y el libro de Josué, además del
profeta Jeremías. Tuvo también una amplia carrera política entre 1824 y 1858,
en medio de los conflictos que aquejaron al joven país, como parte del partido
conservador y diputado de su tierra natal. En 1853 fue miembro del jurado que
seleccionó el Himno Nacional Mexicano. […]
Su fe religiosa le hacía ver la
historia de México en una compleja (dis)continuidad con la historia sagrada,
que le interesaba tanto para comprender lo que pasaba en el mundo. […] A partir
de lo dicho anteriormente, es posible percibir, en primera instancia, una
visión histórica dominada por la fe católica, pero que no deja de percibir que
en los países del centro y del norte de Europa, Alemania y los países nórdicos,
se había efectuado un cambio, ciertamente violento, pero, también irreversible,
gracias a Lutero, cuyo fantasma tantas veces amenazó a Nueva España desde tan lejos.
En la primera estrofa se destaca la forma en que el país germánico fue el
epicentro de una cruenta revolución que despertó los instintos populares más
bajos y que puso a los sacerdotes en otra condición, la de perseguidos y
señalados como personajes decadentes. La segunda estrofa alude a lo acontecido
en Inglaterra, sin olvidar a las doncellas que fueron encerradas en calabozos
bajo acusación de herejía, con la violencia llenando todos los lugares lo que
impedía alcanzar la paz. Ya en el primer terceto el poema se dirige a Suecia,
donde hubo también un enorme “alboroto” religioso. En el segundo terceto
Gustavo Vasa aparece triunfante y la Cristiandad se rompe para siempre en la
figura de la túnica de Jesucristo. La exclamación final no puede celebrar el
triunfo del reformador sino su amarga victoria signada por todo lo sucedido en
la infortunada Europa. (LC-O)
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REINAS PROTESTANTES EN TERRITORIO DE ESPAÑA
Juan Manuel Quero
Actualidad
Evangélica, 2 de diciembre de 2016
Las
“placas tectónicas de la geografía política” estaban en pleno movimiento en
tiempos de la Reforma Protestante. El feudalismo consolidaría reinos, y estos
avanzarían y retrocedían con sus castillos, con sus iglesias y con sus
vulnerables y explotadas sociedades.
Estos movimientos estaban sacudiendo las sociedades europeas del
Renacimiento; pero en España se daba con una característica muy peculiar. A
pesar de que los Reyes Católicos fuesen símbolo de unidad, por vincular los
reinos de Castilla y de Aragón, con el matrimonio de Isabel y Fernando, esta
unidad todavía sería un símbolo, más que una realidad. La unidad todavía no
estaría bien definida, y aún pasados los años, e incluso, llegando a nuestro
tiempo, la idiosincrasia de España todavía tendrá esta característica de
“diferentes reinos”. El esfuerzo hegemónico de estos reinos conllevaba la
unidad católica, en el que la mujer, recordemos, tenía un trato bastante
discriminatorio.
Pero, la paradoja se da incluso en estos reyes, que tendrían el
apelativo de “Católicos”. La unidad se veía atacada, pues cuando todo el mundo
parecía ser católico, ahora, habría que distinguir, de ahí el apelativo. La
paradoja también estaría integrada en esta dinastía Trastámara, incluso en la
forma en la que solía nombrarse a los reyes, ya que Isabel solía ser nombrada
antes que Fernando, dejando incluso entrever el papel preponderante de ésta con
respecto al rey.
Dominico Fancelli, escultor del sepulcro que se puede ver en la Capilla
Real de los Reyes Católicos, en Granada, nos hizo un significativo «guiño
escultórico» sobre esto. Se puede ver que la cabeza de Isabel está notablemente
más hendida en su almohada fúnebre, que la de Fernando, queriendo denotar «el
mayor peso» de la inteligencia de la reina católica, toda una mujer «de armas
tomar».
Unos 25 años antes del inicio de la Reforma Protestante, es decir, en
1492, fue reconquistado el último reducto de Al-Ándalus en Granada, siendo
evidente que los moros también dejaron su impronta social, con atavismos muy
fuertes en cuanto a la mujer se refiere. Recordamos las palabras de la madre de
Boabdil el Chico, ‒ último rey de la dinastía
nazarí‒,
cuando tuvo que entregar las llaves de Granada: “Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre». En
esta frase se destacaría de forma indirecta, el papel de la mujer en este
tiempo. Todo esto ocurría el mismo año que se descubría América, y que incluso
se ordenaba la expulsión de los judíos de España. En este contexto, España
vivía extravagancias muy curiosas. Al mismo tiempo, se permeaba la sociedad de
machismo, lo que significaba que la mujer habría de estar en una constante
tensión, para poder destacar en su faceta intelectual, o simplemente en su
empeño de tener los mismos derechos que el hombre.
En este tiempo también había en España una reina que era protestante, se
trataba de Juana III
Reina de Navarra, conocida también como
Juana de Albret. Era hija de los reyes protestantes Enrique II rey de Navarra y
Margarita de Angulema o de Navarra, los cuales también habían abrazado el
protestantismo. Margarita fue una protectora de muchos protestantes de la
Reforma, entre ellos del mismo Juan Calvino, quien dedicaría a ella su trabajo
de la Institución. Navarra fue incorporada en 1512 al conjunto de los
reinos que iban conformando la España actual. La reina Margarita que destacaba
por ser una mujer muy avanzada en su época, sabía griego y latín, y además era
escritora. Buscaría una buena educación, para su hija Juana. Esta educación
conllevaba también la orientación en los principios de la fe evangélica. Juana
III sería fruto de todo este cuidado y de sus propias y firmes decisiones. Fue
una mujer que era protestante, que era reina, y que además era de un reino de
España. Habría que tener en mente, que el plenipotenciario Felipe II de España,
le pediría matrimonio, pero esta lo rechazó, con todo lo que esto le podría
suponer.
Se data la conversión de Juana al calvinismo en 1560, y en 1572 la fe
protestante se reconocería como oficial en el Reino de la Baja Navarra
(transpirenaica), después de diversas situaciones adversas. Su reinado en
tiempo de complicadas batallas en Francia, le hizo también participar,
encabezando tropas protestantes (hugonotes) en Bearne, ya que, como vizcondesa
tenía competencias de regencia. Esta mujer marcó la historia tanto de España
como de Francia, dejando un legado de coherencia respecto a su fe protestante.
Educó a sus hijos Enrique y Catalina en los principios protestantes que ella
creía, Recibió en su residencia al protestante Antonio del Corro, quién daría
clases de castellano a su hijo Enrique. Sin embargo, los componentes de esta
familia no fueron tan fieles como ella.
Su marido Antonio de Borbón también era protestante (en la genealogía
borbónica de los actuales reyes de España también hubo protestantes), aunque
fue bastante inestable según intereses políticos y personales. A pesar de ello,
y de la oposición que este infligió a su esposa Juana, la reina protestante se
mantuvo impertérrita en su decisión de ser cristiana como enseña el evangelio.
Uno de sus hijos, Enrique III de Navarra y IV de Francia, también era
protestante, pero siguió de alguna forma los pasos de su padre Antonio. Fue a
este rey, Enrique, al que se le atribuyeron las palabras de “París bien vale
una misa”, volviéndose al catolicismo, para poder reinar como Enrique IV en
Francia, ya que de otra manera no se lo permitirían.
A pesar de la inestabilidad de estos reyes borbones, Juana fue
coherente, y aun arriesgando su vida por mantener su fe, luchó y dejó un
interesante legado. Aunque éste fue amplio, cabe mencionar que hizo que se
publicara un catecismo de Calvino; fundó una academia protestante, y procuró
que hubiese una educación para todos; y también facilitó, lo que fue la primera
traducción de un Nuevo Testamento al euskera, que realizaría Joanes Leizarraga,
pastor de una iglesia reformada en Navarra. Juana III recibiría humanistas, y
reformadores, teniendo contacto como sus padres, con Calvino mismo.
Su hija Catalina seguiría el ejemplo de su madre, a pesar de las
presiones de propio hermano Enrique III de Navarra o IV de Francia, que incluso
le amenazó de quitarle su protección si ella no abjuraba de la fe protestante,
a lo que ella respondería con convicción y entereza: “Si me desamparáis, Dios
nunca lo hará: esa es mi confianza. Prefiero ser la más miserable en la tierra,
que dejarle por los hombres”.
Mientras en Sevilla la Inquisición intentaba quemar y borrar cualquier
vestigio de la Reforma, por el Norte se abría una puerta, que sería pasillo
para proyectar el evangelio a Francia y a España. Desde aquí, no solamente se
daría cobijo a la Reforma Protestante, sino que sería lugar estratégico para
catapultarla. Shakespeare, ante todo lo que se fraguaba en Navarra, diría que esta
sería el “asombro del mundo”, palabras que diferentes historiadores unen a los modernos
proyectos de la corte protestante de Navarra.
Fueron tres mujeres regentes, tres generaciones, tres heroínas de la fe
protestante en Navarra, Margarita, Juana y Catalina; abuela, madre e hija. La
fe no tiene ni signo femenino, ni masculino, la fe se desarrolla de la misma
forma, cuando ésta se deposita en el Dios de la Biblia. Él es el único que
tiene poder para trascender los designios y políticas humanas, y acercar su
reino, que es eterno, y que no admite la manipulación de aquellos que quieren
erigirse en sus protagonistas.
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BETSABÉ, MADRE A LA FUERZA (I)
Margot Kässmann
Jamás olvidaré las caras y el aspecto de las
mujeres que fueron violadas sistemáticamente en la guerra de Yugoslavia, y las
conversaciones que mantuve con ellas. En 1992, en representación del Consejo Mundial
de Iglesias, fui a visitarlas a los campamentos en los que vivían en Croacia
acompañada por una delegación de mujeres. Muchas habían sido violadas ante los
ojos de sus maridos. De estos, algunos fueron asesinados a continuación; otras
mujeres vieron cómo sus esposos las abandonaban. Algunas de las mujeres
violadas quedaron embarazadas.
La mayoría
de ellas no querían traer a su hijo al mundo, pero no había posibilidad de
llevar a cabo un aborto en una clínica. Varias intentaron terminar con el
embarazo usando agujas para hacer punto. La apatía y la vergüenza, la rabia y
el comportamiento autodestructivo, son todas ellas formas de reaccionar de
estas mujeres, en su intento de continuar viviendo con el horror de su
experiencia, que pudo comprobar nuestra delegación. El odio hacia sus
violadores se convirtió para muchas en un odio hacia ellas mismas y hacia el
hijo que crecía en su seno. Se dibujaba una espiral del trauma sufrido, que
naturalmente ya tenía repercusiones para quienes todavía no habían nacido.
El hecho de
que la Biblia conozca también este tipo de situaciones es una prueba de su
realismo. Situaciones humanas, incluso demasiado humanas. De David, rey de
Israel, se cuenta en el Segundo libro de Samuel cómo vio a Betsabé mientras
esta se bañaba. Le gustó, porque era “una mujer muy bella” (11,2). Él, como
gran soberano, puede decidir sobre las mujeres. Y, en efecto, hace que le
presenten a Betsabé. Un texto lo afirma concisamente: “David mandó a unos para
que se la trajesen; llegó la mujer, y David se acostó con ella...”. ¿Qué se
supone que podía hacer Betsabé? ¿Opuso resistencia? ¿Cómo, contra el rey?
Simplemente, la trajeron...
Betsabé
queda encinta. Sin embargo, está casada con Urías, un soldado del ejército de
David. Al principio, el rey intenta librarse de toda responsabilidad con
regalos; más tarde, intenta atribuir el hijo a Urías. Ambos intentos fracasan.
Finalmente, David se vale de una artimaña asesina: ordena que, en la primera
batalla, Urías sea colocado indefenso en la vanguardia del ataque y,
naturalmente, muere. El rival ha muerto. Betsabé entona una lamentación y hace
duelo. ¿Había amado a su esposo? ¿Estaba desesperada? ¿Qué sería de ella? La
Biblia no lo cuenta. Nos informa sin adornos: pasado el duelo, David manda a
buscar a Betsabé, la toma por esposa y ella da a luz un hijo.
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