domingo, 18 de junio de 2017

Letra 523, 18 de junio de 2017

UN SONETO DE MANUEL CARPIO SOBRE LUTERO
Protestante Digital, 17 de junio de 2017


En la sección “Poesías históricas” de la recopilación de obras líricas de Manuel Carpio (1791-1860) colocada en línea por la Colección Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León (norte de México) aparece un curioso soneto dedicado al reformador alemán Martín Lutero. Se trata de la segunda edición de Poesías del doctor don Manuel Carpio, “con su biografía escrita por el Sr. Dr. D. José Bernardo Couto”, volumen publicado en la Ciudad de México por la Imprenta de Andrade y Escalante, en 1860. […]
La Universidad Nacional le otorgó el grado de Doctor en 1854. Su interés por otras disciplinas lo llevó a estudiar algunos temas históricos y bíblicos; colaboró en la traducción de Vencé y se encargó de la traducción del Deuteronomio y el libro de Josué, además del profeta Jeremías. Tuvo también una amplia carrera política entre 1824 y 1858, en medio de los conflictos que aquejaron al joven país, como parte del partido conservador y diputado de su tierra natal. En 1853 fue miembro del jurado que seleccionó el Himno Nacional Mexicano. […]
Su fe religiosa le hacía ver la historia de México en una compleja (dis)continuidad con la historia sagrada, que le interesaba tanto para comprender lo que pasaba en el mundo. […] A partir de lo dicho anteriormente, es posible percibir, en primera instancia, una visión histórica dominada por la fe católica, pero que no deja de percibir que en los países del centro y del norte de Europa, Alemania y los países nórdicos, se había efectuado un cambio, ciertamente violento, pero, también irreversible, gracias a Lutero, cuyo fantasma tantas veces amenazó a Nueva España desde tan lejos.  En la primera estrofa se destaca la forma en que el país germánico fue el epicentro de una cruenta revolución que despertó los instintos populares más bajos y que puso a los sacerdotes en otra condición, la de perseguidos y señalados como personajes decadentes. La segunda estrofa alude a lo acontecido en Inglaterra, sin olvidar a las doncellas que fueron encerradas en calabozos bajo acusación de herejía, con la violencia llenando todos los lugares lo que impedía alcanzar la paz. Ya en el primer terceto el poema se dirige a Suecia, donde hubo también un enorme “alboroto” religioso. En el segundo terceto Gustavo Vasa aparece triunfante y la Cristiandad se rompe para siempre en la figura de la túnica de Jesucristo. La exclamación final no puede celebrar el triunfo del reformador sino su amarga victoria signada por todo lo sucedido en la infortunada Europa. (LC-O)
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REINAS PROTESTANTES EN TERRITORIO DE ESPAÑA
Juan Manuel Quero
Actualidad Evangélica, 2 de diciembre de 2016


Las “placas tectónicas de la geografía política” estaban en pleno movimiento en tiempos de la Reforma Protestante. El feudalismo consolidaría reinos, y estos avanzarían y retrocedían con sus castillos, con sus iglesias y con sus vulnerables y explotadas sociedades.
Estos movimientos estaban sacudiendo las sociedades europeas del Renacimiento; pero en España se daba con una característica muy peculiar. A pesar de que los Reyes Católicos fuesen símbolo de unidad, por vincular los reinos de Castilla y de Aragón, con el matrimonio de Isabel y Fernando, esta unidad todavía sería un símbolo, más que una realidad. La unidad todavía no estaría bien definida, y aún pasados los años, e incluso, llegando a nuestro tiempo, la idiosincrasia de España todavía tendrá esta característica de “diferentes reinos”. El esfuerzo hegemónico de estos reinos conllevaba la unidad católica, en el que la mujer, recordemos, tenía un trato bastante discriminatorio.
Pero, la paradoja se da incluso en estos reyes, que tendrían el apelativo de “Católicos”. La unidad se veía atacada, pues cuando todo el mundo parecía ser católico, ahora, habría que distinguir, de ahí el apelativo. La paradoja también estaría integrada en esta dinastía Trastámara, incluso en la forma en la que solía nombrarse a los reyes, ya que Isabel solía ser nombrada antes que Fernando, dejando incluso entrever el papel preponderante de ésta con respecto al rey.
Dominico Fancelli, escultor del sepulcro que se puede ver en la Capilla Real de los Reyes Católicos, en Granada, nos hizo un significativo «guiño escultórico» sobre esto. Se puede ver que la cabeza de Isabel está notablemente más hendida en su almohada fúnebre, que la de Fernando, queriendo denotar «el mayor peso» de la inteligencia de la reina católica, toda una mujer «de armas tomar».
Unos 25 años antes del inicio de la Reforma Protestante, es decir, en 1492, fue reconquistado el último reducto de Al-Ándalus en Granada, siendo evidente que los moros también dejaron su impronta social, con atavismos muy fuertes en cuanto a la mujer se refiere. Recordamos las palabras de la madre de Boabdil el Chico, último rey de la dinastía nazarí, cuando tuvo que entregar las llaves de Granada: “Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre». En esta frase se destacaría de forma indirecta, el papel de la mujer en este tiempo. Todo esto ocurría el mismo año que se descubría América, y que incluso se ordenaba la expulsión de los judíos de España. En este contexto, España vivía extravagancias muy curiosas. Al mismo tiempo, se permeaba la sociedad de machismo, lo que significaba que la mujer habría de estar en una constante tensión, para poder destacar en su faceta intelectual, o simplemente en su empeño de tener los mismos derechos que el hombre.
En este tiempo también había en España una reina que era protestante, se trataba de Juana III Reina de Navarra, conocida también como Juana de Albret. Era hija de los reyes protestantes Enrique II rey de Navarra y Margarita de Angulema o de Navarra, los cuales también habían abrazado el protestantismo. Margarita fue una protectora de muchos protestantes de la Reforma, entre ellos del mismo Juan Calvino, quien dedicaría a ella su trabajo de la Institución. Navarra fue incorporada en 1512 al conjunto de los reinos que iban conformando la España actual. La reina Margarita que destacaba por ser una mujer muy avanzada en su época, sabía griego y latín, y además era escritora. Buscaría una buena educación, para su hija Juana. Esta educación conllevaba también la orientación en los principios de la fe evangélica. Juana III sería fruto de todo este cuidado y de sus propias y firmes decisiones. Fue una mujer que era protestante, que era reina, y que además era de un reino de España. Habría que tener en mente, que el plenipotenciario Felipe II de España, le pediría matrimonio, pero esta lo rechazó, con todo lo que esto le podría suponer.
Se data la conversión de Juana al calvinismo en 1560, y en 1572 la fe protestante se reconocería como oficial en el Reino de la Baja Navarra (transpirenaica), después de diversas situaciones adversas. Su reinado en tiempo de complicadas batallas en Francia, le hizo también participar, encabezando tropas protestantes (hugonotes) en Bearne, ya que, como vizcondesa tenía competencias de regencia. Esta mujer marcó la historia tanto de España como de Francia, dejando un legado de coherencia respecto a su fe protestante. Educó a sus hijos Enrique y Catalina en los principios protestantes que ella creía, Recibió en su residencia al protestante Antonio del Corro, quién daría clases de castellano a su hijo Enrique. Sin embargo, los componentes de esta familia no fueron tan fieles como ella.
Su marido Antonio de Borbón también era protestante (en la genealogía borbónica de los actuales reyes de España también hubo protestantes), aunque fue bastante inestable según intereses políticos y personales. A pesar de ello, y de la oposición que este infligió a su esposa Juana, la reina protestante se mantuvo impertérrita en su decisión de ser cristiana como enseña el evangelio. Uno de sus hijos, Enrique III de Navarra y IV de Francia, también era protestante, pero siguió de alguna forma los pasos de su padre Antonio. Fue a este rey, Enrique, al que se le atribuyeron las palabras de “París bien vale una misa”, volviéndose al catolicismo, para poder reinar como Enrique IV en Francia, ya que de otra manera no se lo permitirían.
A pesar de la inestabilidad de estos reyes borbones, Juana fue coherente, y aun arriesgando su vida por mantener su fe, luchó y dejó un interesante legado. Aunque éste fue amplio, cabe mencionar que hizo que se publicara un catecismo de Calvino; fundó una academia protestante, y procuró que hubiese una educación para todos; y también facilitó, lo que fue la primera traducción de un Nuevo Testamento al euskera, que realizaría Joanes Leizarraga, pastor de una iglesia reformada en Navarra. Juana III recibiría humanistas, y reformadores, teniendo contacto como sus padres, con Calvino mismo.
Su hija Catalina seguiría el ejemplo de su madre, a pesar de las presiones de propio hermano Enrique III de Navarra o IV de Francia, que incluso le amenazó de quitarle su protección si ella no abjuraba de la fe protestante, a lo que ella respondería con convicción y entereza: “Si me desamparáis, Dios nunca lo hará: esa es mi confianza. Prefiero ser la más miserable en la tierra, que dejarle por los hombres”.
Mientras en Sevilla la Inquisición intentaba quemar y borrar cualquier vestigio de la Reforma, por el Norte se abría una puerta, que sería pasillo para proyectar el evangelio a Francia y a España. Desde aquí, no solamente se daría cobijo a la Reforma Protestante, sino que sería lugar estratégico para catapultarla. Shakespeare, ante todo lo que se fraguaba en Navarra, diría que esta sería el “asombro del mundo”, palabras que diferentes historiadores unen a los modernos proyectos de la corte protestante de Navarra.
Fueron tres mujeres regentes, tres generaciones, tres heroínas de la fe protestante en Navarra, Margarita, Juana y Catalina; abuela, madre e hija. La fe no tiene ni signo femenino, ni masculino, la fe se desarrolla de la misma forma, cuando ésta se deposita en el Dios de la Biblia. Él es el único que tiene poder para trascender los designios y políticas humanas, y acercar su reino, que es eterno, y que no admite la manipulación de aquellos que quieren erigirse en sus protagonistas.
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BETSABÉ, MADRE A LA FUERZA (I)
Margot Kässmann

Jamás olvidaré las caras y el aspecto de las mujeres que fueron violadas sistemáticamente en la guerra de Yugoslavia, y las conversaciones que mantuve con ellas. En 1992, en representación del Consejo Mundial de Iglesias, fui a visitarlas a los campamentos en los que vivían en Croacia acompañada por una delegación de mujeres. Muchas habían sido violadas ante los ojos de sus maridos. De estos, algunos fueron asesinados a continuación; otras mujeres vieron cómo sus esposos las abandonaban. Algunas de las mujeres violadas quedaron embarazadas.
La mayoría de ellas no querían traer a su hijo al mundo, pero no había posibilidad de llevar a cabo un aborto en una clínica. Varias intentaron terminar con el embarazo usando agujas para hacer punto. La apatía y la vergüenza, la rabia y el comportamiento autodestructivo, son todas ellas formas de reaccionar de estas mujeres, en su intento de continuar viviendo con el horror de su experiencia, que pudo comprobar nuestra delegación. El odio hacia sus violadores se convirtió para muchas en un odio hacia ellas mismas y hacia el hijo que crecía en su seno. Se dibujaba una espiral del trauma sufrido, que naturalmente ya tenía repercusiones para quienes todavía no habían nacido.
El hecho de que la Biblia conozca también este tipo de situaciones es una prueba de su realismo. Situaciones humanas, incluso demasiado humanas. De David, rey de Israel, se cuenta en el Segundo libro de Samuel cómo vio a Betsabé mientras esta se bañaba. Le gustó, porque era “una mujer muy bella” (11,2). Él, como gran soberano, puede decidir sobre las mujeres. Y, en efecto, hace que le presenten a Betsabé. Un texto lo afirma concisamente: “David mandó a unos para que se la trajesen; llegó la mujer, y David se acostó con ella...”. ¿Qué se supone que podía hacer Betsabé? ¿Opuso resistencia? ¿Cómo, contra el rey? Simplemente, la trajeron...

Betsabé queda encinta. Sin embargo, está casada con Urías, un soldado del ejército de David. Al principio, el rey intenta librarse de toda responsabilidad con regalos; más tarde, intenta atribuir el hijo a Urías. Ambos intentos fracasan. Finalmente, David se vale de una artimaña asesina: ordena que, en la primera batalla, Urías sea colocado indefenso en la vanguardia del ataque y, naturalmente, muere. El rival ha muerto. Betsabé entona una lamentación y hace duelo. ¿Había amado a su esposo? ¿Estaba desesperada? ¿Qué sería de ella? La Biblia no lo cuenta. Nos informa sin adornos: pasado el duelo, David manda a buscar a Betsabé, la toma por esposa y ella da a luz un hijo.

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