de junio, 2017
Elcaná le preguntó a Ana: “¿Por qué lloras? ¿Por
qué no comes? ¿Por qué te afliges? Para ti, es mejor tenerme a mí que tener
muchos hijos”.
I Samuel 1.8, Traducción en Lenguaje Actual
Ana y Elcaná: un matrimonio en
conflicto
Muchos relatos
del A.T. son presentados con una gran familiaridad debido a que los lectores
estaban acostumbrados a los hábitos dominantes incluso en un ambiente de fuerte
religiosidad. De ahí que al momento de explorar el entramado de sus relaciones
la unidad textual con que son presentados pareciera que se resiste a
profundizar en algunos aspectos que no necesariamente saltan a la vista. Es el
caso de la convivencia conflictiva de la práctica de la monogamia con la poligamia.
La poligamia era tolerada en Israel (Dt 21:15-17). Los patriarcas de la línea
de Set son monógamos (Gen 7:7), al revés de los de la línea de Caín (Gen 4:19).
En Israel, las restricciones antiguas sobre este punto desaparecen en tiempos
de los jueces y de la monarquía. Esa convivencia planteaba el problema de una
obediencia estricta de la ley o de una laxitud en su aplicación a la vida
cotidiana. No se trata de escandalizarse por este tipo de prácticas sino de
situarlas lado a lado con la búsqueda de la obediencia a Dios en medio de
determinadas circunstancias. Igual que hoy mucha gente se rasga las vestiduras
al observar conductas consideradas como “indeseables”, en la antigüedad surgieron
rupturas en el comportamiento social que tardaron mucho tiempo en establecerse
y otro tanto para modificarse.
Las historias de parejas y matrimonios no esconden las dificultades de
su entorno, aunque destacan claramente el lugar central de la fe para
afrontarlas. Desde los tiempos de Abraham, Isaac y Jacob, cuyas historias matrimoniales
y familiares se volvieron paradigmas de la manera en que Dios desplegó su plan
a través de sus vidas, los detalles que las conforman constituyen una veta interminable
para el análisis y la reflexión. De ese modo, indagar en las experiencias de algunos
personajes puede ayudar a comprender el desarrollo de los hábitos establecidos,
así como de las muy necesarias rupturas que presentan los textos, con todo y
que sus propósitos son bastante claros a lo largo de la historia: legitimar
algunas de ellas y deslegitimar otras. Este debate interno o implícito
aparece, una y otra vez, al momento de revisitar las narraciones según la época
que reflejen.
Apenas comenzando el primer libro de Samuel, en la reconstrucción de los
orígenes de este juez y profeta, el contexto histórico delata muy bien a los
protagonistas del relato: Elcaná era “un hombre religioso con consideraciones” rituales
hacia Ana (1.4b) porque “Yahvé había cerrado su útero” (1.4c). No sabemos el
contexto de sus dos matrimonios: a diferencia de otros casos, Ana y él parecían
“atrapados” por las circunstancias. Cuánto dolor debe haberse albergado en el
corazón de Ana por las burlas de Peniná (1.5), al grado de que su esposo
advirtió esa tristeza mediante tres preguntas muy puntuales. “¿Por qué lloras?
¿Por qué no comes? ¿Por qué te afliges?” (1.8a). Margot Kässmann ha
reflexionado sobre esta historia desde su mirada de mujer:
Lamentablemente, Peniná aprovecha la situación para ofender y humillar a
Ana. Quizá lo que subyace tras su comportamiento es que se da cuenta de que
Elcaná quiere mucho a Ana. Aunque ella, con sus hijos, salía ganando. Es fácil
imaginarse las tensiones que habría en la familia. Probablemente los tres
sufrían: el marido, debatiéndose entre el amor a una mujer y el respeto hacia
la otra, que le da hijos. Ana, la mujer amada, viendo que no puede ofrecer a su
marido el hijo que ambos desean, por lo que se siente mortificada e inútil,
vive desconsolada, aunque tiene conciencia de que su marido la ama. Y Peniná,
la segunda mujer, herida en su orgullo por sus hijos, porque sabe que no es amada.
Ser siempre sólo la segunda, la útil... Esta situación se alarga durante años.
Una tortura para todos los implicados, sin duda.[1]
¿Cuántos triángulos amorosos” precedieron al
de Ana en las Escrituras como para que al leer este nuevo caso estemos ya
prevenidos?: Abraham y Jacob, para empezar, y los que vendrían después,
especialmente el de David, Betsabé y Urías.
Colocar el matrimonio en la perspectiva divina
Lamentablemente,
la preocupación de Elcaná hacia Ana se vio acompañada de unas palabras que son
muy difíciles de evaluar hoy en día (1.8b): él se consideraba mejor que todos
los hijos que pudiera tener. Si a algunos lectores pueden molestarlos, no
faltará quien las traje de justificarlas, pues nada podía sustituir la
humillación doméstica, familiar y comunitaria de que era objeto continuamente por
la aparente esterilidad (1.6). Ana era una esposa relegada y ofendida por su
“rival”, ante lo cual su esposo tomó algunas medidas, aunque evidentemente no resultaban
suficientes hasta en tanto no interviniera el propio Yahvé. La lectura positiva
de tales palabras puede consistir en afirmar que Elcaná amaba a Ana con hijos o
sin ellos.
La esterilidad era considerada como una prueba (Gn 16:2; 30:2) o como
castigo de Dios (Gen 20:18). “Según una antigua concepción bíblica (Gen 20:18;
30:22; Rut 4:13), Dios abre o cierra el seno de una mujer casada”,[2]
por lo que, si Él había decidido su fertilidad, podría revertirla según sus
designios en el momento adecuado. “Hay que recordar que el prestigio de una
mujer estaba dado por su capacidad de ser madre y si, además, esta capacidad o
incapacidad se atribuía a decisiones divinas, algo de ‘culpabilidad’ se
sospechaba en la mujer estéril” (Biblia Isha,
p. 319). Al estigma de la infertilidad como tal, había que agregar otra
carga, la de un posible pecado oculto que impidiera su maternidad.
Si hacemos el esfuerzo de advertir que en esta historia el matrimonio
pasó a un segundo plano, aunque debemos percibir cómo la reivindicación de Dios
para Ana, además de otorgarle un lugar en la sociedad y de conseguir que
superase las humillaciones, le permitió recuperar su propia estabilidad y la colocó
en condiciones de hacer un trato directo con Dios para ofrecerle a su hijo, que
es lo que interesa más al relato en su segunda parte (1.12-28). En ella,
incluso Elcaná respetó la decisión de Ana y se lo dice abiertamente, aunque ya
nada sabemos después de cómo evolucionó la relación entre ellos. Luego de pedir
una dádiva y un milagro divinos, pues su tristeza le hizo orar a Dios profundamente
(1.16b), y de escuchar las palabras amables de Elí que la ayudaron a levantarse
de su condición(1.17-18), Ana se convirtió en dadora al entregar voluntariamente
a su hijo para el servicio divino. Al “acordarse Dios de ella” (1.19b-20a),
literalmente volvió a la vida y fue rescatada de su depresión, de su anorexia,
de su enorme tristeza. Ana fue empoderada emocional y vitalmente por Dios mismo
en medio de un matrimonio difícil, tal como puede hacerlo hoy con muchos de
nosotros.
Así resume esta historia la teóloga colombiana Carmiña Navia Velasco:
[1] M. Kässmann, “Ana, madres desnaturalizada”, en Madres de la Biblia. 20 retratos para nuestro tiempo. Maliaño, Sal Terrae, 2012 (El pozo de Siquem, 294), p. 26.
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