domingo, 13 de agosto de 2017

Letra 531, 13 de agosto de 2017

PRIMUS TRUBAR (1508-1586)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Reformador esloveno nacido en Rašica y muerto en Derendingen, cerca de Tubinga. Después de estudiar en Rijeka, Salzburgo (en el convento benedictino de San Pedro, donde también desarrolló sus dones musicales) y Viena. En 1524 fue invitado por el obispo de Trieste, Pietro Bonomo, a ser su asistente y a cantar en coro episcopal. En 1528 estuvo presente en el martirio de Balthasar Hubmaier y su esposa. Fue ordenado sacerdote en 1530. A través de Heinrich Bullinger conoció en 1541, la reforma en Suiza. En 1542 fue canónigo catedralicio en Liubliana. Sus sermones le granjearon gran popularidad. Cayó en sospecha de protestantismo, por lo que debió huir en marzo de 1548 a Nuremberg y buscar asilo junto a Veit Dietrich, por cuyo intermedio llegó a ser predicador en Roteburgo del Tauber. Allí escribió sus obras Catechismus (influido por los catecismos de Lutero y Johannes Brenz; el texto incluía tambioén una letanía, himnos y exposiciones sobre pasajes de la Biblia, así como un texto de Matthias Flacius Illyricus sobre la fe verdadera) y Abecedarium (1550), los primeros libros impresos en esloveno. Sirvió a su nueva comunidad y, al mismo tiempo, trabajó para extener la Reforma en su patria. Sobre eso escribió: “El gran amor y reverencia que te profeso y la gracia recibida de Dios, mi sacerdocio, este llamado y el mandamiento de Dios son lo que me mueven a hacer todo esto”.

A partir de 1551 fue pastor en Kempten. Entre 1555 y 1560 publicó una traducción del Nuevo Testamento al esloveno. En 1561 estuvo en Urach, donde se dedicó a publicar libros protestantes escritos en su idioma y en croata. Ese mismo año llegó a ser superintendente en Liubliana, donde creó el primer ordenamiento eclesiástico luterano en tierras hereditarias de Austria (1564). Trabó amistad con el barón Ungnad, que igualmente había abrazado la Reforma, quien fundó una imprenta especializada en libros en esloveno y croata destinados a la exportación. En 1565 fue obligado a abandonar nuevamente su patria para ser pastor en Lauffen y, a partir de 1566, en Derendingen. Tradujo una veintena de libros al esloveno y alemán, entre otros, y participó en la edición de varios más. Escribía en el dialecto de su pueblo, Rašcica, en Baja Carniola, que se convirtió en lengua literaria. Fue el creador del lenguaje literario y la ortografía eslovenas, y también fue responsable de los primeros textos impresos de la música de su país.
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LA VERDADERA PENITENCIA (I)
Paolo Ricca y Giorgio Tourn
Las 95 tesis de Lutero y la cristiandad de nuestro tiempo.
Nueva edición revisada. Turín, Claudiana, 2016, pp. 15-24.

Tesis 1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
Tesis 2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
Tesis 3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
Tesis 4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.

La verdadera penitencia: éste es el tema de fondo no sólo de las 95 Tesis de Lutero, sino, podemos decir, de toda la Reforma. Nació del redescubrimiento de la doctrina evangélica de la penitencia. La iglesia de la época la predicaba, sin duda, pero más ligada a las obras a realizar que para restablecer la fe. Las personas que llevan a cabo las obras de penitencia creían que obtenían así el perdón divino. La fe estaba ahí, naturalmente, pero había la certeza de que el perdón la daban las obras, no la fe. Lutero no subestimó las obras de penitencia, ni dejó de reconocer su importancia: la penitencia no puede consistir únicamente en un sentimiento interior, que debe llevarse a cabo también en el exterior "en diversas mortificaciones de la carne", que es precisamente obras de penitencia de varios tipos (Tesis 3).

Estas mortificaciones son necesarias, pero en su cumplimiento el creyente al buscar la paz no puede encontrar la certeza del perdón. Esta certeza Lutero quería que se basara no en nuestras obras (que son necesarias), sino en la obra de Cristo, no en nuestra obediencia, sino en la de él. Es por eso que Lutero insiste tanto en la fe: porque la fe nos lleva a Cristo y nos hace vivir en él. En él encontramos la salvación y la seguridad de la misma.

  En una carta de abril de 1517 (medio año antes de la publicación de las 95 tesis), dirigida a Georg Spenlein, monje agustino como él, Lutero escribió:

Tenía ganas de saber también en qué punto está su alma y si finalmente cansado de mi propia justicia, estaba aprendiendo a respirar en la justicia de Cristo y confiar en esto. De hecho, en nuestro tiempo la tentación de la presunción arde en el corazón de muchas personas, y en especial aquellos que tratan con todas sus fuerzas de convertirse en buenos y justos. Haciendo caso omiso de la justicia de Dios, que se nos da en abundancia y libremente en Cristo, tratando de hacer buenas obras, hasta que estén seguros de aparecer ante Dios adornados en sus virtudes y sus méritos; pero esto es imposible. Tú también has compartido esta opinión, o más bien este error, cuando estabas con nosotros. Yo también lo he compartido. Ahora lucho contra este error, pero no he ganado todavía.
Por lo tanto, mi querido hermano, aprender a conocer a Cristo, y Cristo crucificado; aprender a cantar sus alabanzas, a desesperar de sí mismo y decir: Tú, Señor Jesús, eres mi justicia, pero yo soy tu pecado; tú has tomado sobre ti mismo lo que era mío, y me dio aquello que no lo era. Eso sí, mi querido hermano, que no te pase un día sin que aspires a la pureza de manera que es posible que no estarás dispuesto a ver en ti un pecador, como eres. En efecto, Cristo mora solamente con los pecadores [...] Encontrarás la paz sólo en él, después de haber perdido la esperanza en ti mismo y en tus obras.

Consagrar su vida a Dios, queriendo ser buenos y justos, y buscar la santidad son ciertamente frutos de la fe. Como dice la Escritura: “‘Sed santos porque yo soy santo’, dice el Señor” (Lv 11.44). Y aún más: “Buscad la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12.14). Pero la búsqueda de la santidad, sobre todo si tiene éxito, puede suscitar en el creyente un sentido de la moral suficiente, un orgullo oculto, la conciencia de su propia justicia, un “sentirse bien”, lo que podría debilitar la conciencia de su condición de pecador y secretamente hacer innecesario el perdón de Cristo. Esto es lo que ocurre con el fariseo en la famosa parábola (Lc 18.9-14). Pero si el perdón de Cristo se convierte en innecesario en nuestras vidas, es Cristo mismo quien se vuelve superfluo: parece que estamos bien sin él. Paradójicamente, nuestra justicia, la santidad y la moralidad nos alejan de él. “En efecto, Cristo mora solamente con los pecadores”. Por eso, la verdadera penitencia debe durar toda la vida, porque a través de ella el alma se mantiene más cerca de Cristo todos los días, invocando la misericordia.

La predicación de los profetas en Israel era esencialmente un llamado al arrepentimiento, para volver a Dios: “Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricasteis contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová. [...] Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. Ciertamente vanidad son los collados, y el bullicio sobre los montes; ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel. [...]” (Jeremías 3.20-23, RVR60), como la predicación de Juan el Bautista (Lc 3.7-8) y del mismo Jesús (Marcos 1.15) fue también un llamado al arrepentimiento, por lo que también la Reforma quería nada más que el arrepentimiento de la iglesia del siglo XVI, su retorno a Dios y a Cristo. La profunda continuidad entre la predicación profética, la primera predicación cristiana y la predicación de la Reforma consiste, precisamente, en esta llamada común al arrepentimiento, para volver a Dios y sólo a él.

La Reforma se ve a menudo como un acto de rebelión, de la intolerancia, de insubordinación; por el contrario, fue un gran acto de humillación y arrepentimiento delante de Dios. La iglesia que nació de la Reforma no era una iglesia rebelde; era una iglesia penitente, arrepentida, que había encontrado en Dios, en Él solamente, el comienzo, el final y el centro de su existencia.

¿Qué es, pues, de acuerdo con Lutero, la verdadera penitencia? Es el movimiento del ser humano que, consciente de su pecado, se vuelve a Cristo, en quien se encuentran la justicia, la inocencia y la paz. “Hacer de la penitencia toda la vida” no significa hacer de la vida cristiana una eterna Cuaresma, sino volverse cotidianamente a Cristo mediante la fe “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (I Corintios 1.30). Por lo tanto, la verdadera penitencia es solamente la conversión a Cristo que dura toda la vida porque empieza de nuevo cada día, y al empezar cada día, es el resultado de una dura batalla interna e implacable que acompaña la vida cristiana de principio a fin, “hasta la entrada en el reino de los cielos” (Tesis 4).
Versión: LC-O.
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QUETURÁ: MADRASTRA (II)
Margot Kässmann

El hijo mirará a la nueva mujer que va del brazo de su padre con ojos extraordinariamente críticos. Los celos son un sentimiento profundo que puede salir a relucir. En los casos en que su madre siga viva —es decir, cuando los progenitores se hayan separado—, el hijo siempre querrá que estos vuelvan a formar pareja. Incluso cuando se trata de relaciones muy complicadas, los hijos anhelan que sus padres vuelvan a estar juntos. Y si la madre ha muerto, el dolor por la pérdida será muy grande. La tristeza que sienten no permite a muchos hijos entender que su padre busque una nueva compañera. La muerte les ha afectado y se niegan a aceptar que las cosas no vuelvan a ser como antes.

Actualmente, la madrastra forma parte de muchas familias en nuestro país. En este sentido, lo tienen más fácil que antes, porque ahora un divorcio no conlleva una mácula para los implicados. Sin embargo, estos tienen que hacer un gran esfuerzo emocional para convivir positivamente en el nuevo entorno familiar. El relato bíblico de Queturá no sirve exactamente de ejemplo para estas familias modernas. En efecto, la familia de la que formaba parte Queturá parece haber solucionado sus conflictos recurriendo a la autoridad del patriarca, no estrechando lazos mutuos. Ahora bien, la necesidad de estrechar lazos entre todos los miembros de la familia es imprescindible para alcanzar una verdadera solución en estos casos.

Estoy convencida de que el precepto bíblico “Ama al prójimo como a ti mismo” es especialmente útil en estas situaciones. Puedo contemplarme a mí misma con mis puntos fuertes y débiles. Sí, ¡puedo amarme a mí misma! No tengo que dejarme amedrentar, sino que más bien debo estar dispuesta a confiar también en mí misma. E igualmente puedo querer a aquellas personas que tratan de mostrar su lado positivo, “no calumniar, ni difamar a nuestro prójimo, sino disculparlo, hablar bien de él e interpretarlo todo en el mejor sentido”, como nos sugiere el octavo mandamiento del Catecismo menor de Martín Lutero. Y, finalmente, debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Esto nos saca de la coyuntura, a veces estrecha y opresiva, de las relaciones interpersonales, y nos hace tomar conciencia de una relación en la que Dios es la tercera persona, a través de la cual ambos podemos relacionarnos y que, de hecho, nos relaciona mutuamente.


Para ser madrastra se necesitan, en mi opinión, paciencia, valor, amor y perseverancia. Esta tarea es sin duda mucho más complicada que la de la maternidad biológica. Pero merece la pena, porque el hijastro seguirá siendo el hijo del hombre a quien la mujer ama. A veces, la relación funciona a pesar de la pérdida experimentada —pérdida que el hijo seguirá sintiendo—. En estos casos, la nueva familia no habrá sufrido un “robo”, sino que habrá sido enriquecida con un miembro más.

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