PRIMUS TRUBAR (1508-1586)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Reformador
esloveno nacido en Rašica y muerto en Derendingen, cerca de Tubinga. Después de estudiar en Rijeka,
Salzburgo (en el convento benedictino de San Pedro, donde también desarrolló
sus dones musicales) y Viena. En 1524 fue invitado por el obispo de Trieste,
Pietro Bonomo, a ser su asistente y a cantar en coro episcopal. En 1528 estuvo
presente en el martirio de Balthasar Hubmaier y su esposa. Fue ordenado
sacerdote en 1530. A través de Heinrich Bullinger conoció en 1541, la reforma
en Suiza. En 1542 fue canónigo catedralicio en Liubliana. Sus sermones le
granjearon gran popularidad. Cayó en sospecha de protestantismo, por lo que
debió huir en marzo de 1548 a Nuremberg y buscar asilo junto a Veit Dietrich,
por cuyo intermedio llegó a ser predicador en Roteburgo del Tauber. Allí
escribió sus obras Catechismus
(influido por los catecismos de Lutero y Johannes Brenz; el texto incluía
tambioén una letanía, himnos y exposiciones sobre pasajes de la Biblia, así
como un texto de Matthias Flacius Illyricus sobre la fe verdadera) y Abecedarium (1550), los primeros libros
impresos en esloveno. Sirvió a su nueva comunidad y, al mismo tiempo, trabajó
para extener la Reforma en su patria. Sobre eso escribió: “El gran amor y
reverencia que te profeso y la gracia recibida de Dios, mi sacerdocio, este
llamado y el mandamiento de Dios son lo que me mueven a hacer todo esto”.
A partir de 1551
fue pastor en Kempten. Entre 1555 y 1560 publicó una traducción del Nuevo
Testamento al esloveno. En 1561 estuvo en Urach, donde se dedicó a publicar
libros protestantes escritos en su idioma y en croata. Ese mismo año llegó a
ser superintendente en Liubliana, donde creó el primer ordenamiento
eclesiástico luterano en tierras hereditarias de Austria (1564). Trabó amistad
con el barón Ungnad, que igualmente había abrazado la Reforma, quien fundó una
imprenta especializada en libros en esloveno y croata destinados a la
exportación. En 1565 fue obligado a abandonar nuevamente su patria para ser
pastor en Lauffen y, a partir de 1566, en Derendingen. Tradujo una veintena de
libros al esloveno y alemán,
entre otros, y participó en la edición de varios más. Escribía en el dialecto
de su pueblo, Rašcica, en Baja Carniola,
que se convirtió en lengua literaria. Fue el creador del lenguaje literario y
la ortografía eslovenas, y también fue responsable de los primeros textos
impresos de la música de su país.
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LA VERDADERA PENITENCIA (I)
Paolo Ricca y Giorgio Tourn
Las 95 tesis
de Lutero y la cristiandad de nuestro tiempo.
Nueva edición revisada. Turín, Claudiana, 2016, pp. 15-24.
Tesis 1.
Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha
querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
Tesis 2.
Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental
(es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se
celebra por el ministerio de los sacerdotes.
Tesis 3. Sin
embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes
bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas
mortificaciones de la carne.
Tesis 4. En
consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir,
la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la
entrada en el reino de los cielos.
La verdadera penitencia: éste es el
tema de fondo no sólo de las 95 Tesis de Lutero, sino, podemos decir, de toda
la Reforma. Nació del redescubrimiento de la doctrina evangélica de la
penitencia. La iglesia de la época la predicaba, sin duda, pero más ligada a
las obras a realizar que para restablecer la fe. Las personas que llevan a cabo
las obras de penitencia creían que obtenían así el perdón divino. La fe estaba
ahí, naturalmente, pero había la certeza de que el perdón la daban las obras,
no la fe. Lutero no subestimó las obras de penitencia, ni dejó de reconocer su
importancia: la penitencia no puede consistir únicamente en un sentimiento
interior, que debe llevarse a cabo también en el exterior "en diversas
mortificaciones de la carne", que es precisamente obras de penitencia de
varios tipos (Tesis 3).
Estas mortificaciones
son necesarias, pero en su cumplimiento el creyente al buscar la paz no puede
encontrar la certeza del perdón. Esta certeza Lutero quería que se basara no en
nuestras obras (que son necesarias), sino en la obra de Cristo, no en nuestra
obediencia, sino en la de él. Es por eso que Lutero insiste tanto en la fe:
porque la fe nos lleva a Cristo y nos hace vivir en él. En él encontramos la
salvación y la seguridad de la misma.
En una carta de
abril de 1517 (medio año antes de la publicación de las 95 tesis), dirigida a
Georg Spenlein, monje agustino como él, Lutero escribió:
Tenía ganas de saber también en qué punto está su alma y
si finalmente cansado de mi propia justicia, estaba aprendiendo a respirar en
la justicia de Cristo y confiar en esto. De hecho, en nuestro tiempo la
tentación de la presunción arde en el corazón de muchas personas, y en especial
aquellos que tratan con todas sus fuerzas de convertirse en buenos y justos.
Haciendo caso omiso de la justicia de Dios, que se nos da en abundancia y
libremente en Cristo, tratando de hacer buenas obras, hasta que estén seguros de
aparecer ante Dios adornados en sus virtudes y sus méritos; pero esto es
imposible. Tú también has compartido esta opinión, o más bien este error,
cuando estabas con nosotros. Yo también lo he compartido. Ahora lucho contra este
error, pero no he ganado todavía.
Por lo tanto, mi querido hermano,
aprender a conocer a Cristo, y Cristo crucificado; aprender a cantar sus
alabanzas, a desesperar de sí mismo y decir: Tú, Señor Jesús, eres mi justicia,
pero yo soy tu pecado; tú has tomado sobre ti mismo lo que era mío, y me dio aquello
que no lo era. Eso sí, mi querido hermano, que no te pase un día sin que
aspires a la pureza de manera que es posible que no estarás dispuesto a ver en
ti un pecador, como eres. En efecto, Cristo mora solamente con los pecadores
[...] Encontrarás la paz sólo en él, después de haber perdido la esperanza en
ti mismo y en tus obras.
Consagrar su
vida a Dios, queriendo ser buenos y justos, y buscar la santidad son ciertamente
frutos de la fe. Como dice la Escritura: “‘Sed santos porque yo soy santo’,
dice el Señor” (Lv 11.44). Y aún más: “Buscad la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor” (Heb 12.14). Pero la búsqueda de la santidad, sobre todo si
tiene éxito, puede suscitar en el creyente un sentido de la moral suficiente,
un orgullo oculto, la conciencia de su propia justicia, un “sentirse bien”, lo
que podría debilitar la conciencia de su condición de pecador y secretamente
hacer innecesario el perdón de Cristo. Esto es lo que ocurre con el fariseo en
la famosa parábola (Lc 18.9-14). Pero si el perdón de Cristo se convierte en
innecesario en nuestras vidas, es Cristo mismo quien se vuelve superfluo:
parece que estamos bien sin él. Paradójicamente, nuestra justicia, la santidad
y la moralidad nos alejan de él. “En efecto, Cristo mora solamente con los
pecadores”. Por eso, la verdadera penitencia debe durar toda la vida, porque a
través de ella el alma se mantiene más cerca de Cristo todos los días,
invocando la misericordia.
La predicación
de los profetas en Israel era esencialmente un llamado al arrepentimiento, para
volver a Dios: “Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así
prevaricasteis contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová. [...] Convertíos,
hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti,
porque tú eres Jehová nuestro Dios. Ciertamente vanidad son los collados, y el
bullicio sobre los montes; ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación
de Israel. [...]” (Jeremías 3.20-23, RVR60), como la predicación de Juan el
Bautista (Lc 3.7-8) y del mismo Jesús (Marcos 1.15) fue también un llamado al
arrepentimiento, por lo que también la Reforma quería nada más que el
arrepentimiento de la iglesia del siglo XVI, su retorno a Dios y a Cristo. La
profunda continuidad entre la predicación profética, la primera predicación
cristiana y la predicación de la Reforma consiste, precisamente, en esta llamada
común al arrepentimiento, para volver a Dios y sólo a él.
La Reforma se ve
a menudo como un acto de rebelión, de la intolerancia, de insubordinación; por
el contrario, fue un gran acto de
humillación y arrepentimiento delante de Dios. La iglesia que nació de la
Reforma no era una iglesia rebelde; era una iglesia penitente, arrepentida, que había encontrado en Dios, en Él
solamente, el comienzo, el final y el centro de su existencia.
¿Qué es, pues,
de acuerdo con Lutero, la verdadera penitencia? Es el movimiento del ser humano
que, consciente de su pecado, se vuelve a Cristo, en quien se encuentran la justicia,
la inocencia y la paz. “Hacer de la penitencia toda la vida” no significa hacer
de la vida cristiana una eterna Cuaresma, sino volverse cotidianamente a Cristo
mediante la fe “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención” (I Corintios 1.30). Por lo tanto, la verdadera penitencia
es solamente la conversión a Cristo que dura toda la vida porque empieza de
nuevo cada día, y al empezar cada día, es el resultado de una dura batalla
interna e implacable que acompaña la vida cristiana de principio a fin, “hasta
la entrada en el reino de los cielos” (Tesis 4).
Versión: LC-O.
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QUETURÁ: MADRASTRA (II)
Margot Kässmann
El hijo mirará a la nueva mujer que va
del brazo de su padre
con ojos extraordinariamente críticos. Los celos son un sentimiento profundo
que puede salir a relucir. En los casos en que su madre siga viva —es decir, cuando
los progenitores se hayan separado—, el hijo siempre querrá que estos vuelvan a
formar pareja. Incluso cuando se trata de relaciones muy complicadas, los hijos
anhelan que sus padres vuelvan a estar juntos. Y si la madre ha muerto, el
dolor por la pérdida será muy grande. La tristeza que sienten no permite a
muchos hijos entender que su padre busque una nueva compañera. La muerte les ha
afectado y se niegan a aceptar que las cosas no vuelvan a ser como antes.
Actualmente, la madrastra forma parte de muchas familias
en nuestro país. En este sentido, lo tienen más fácil que antes, porque ahora
un divorcio no conlleva una mácula para los implicados. Sin embargo, estos
tienen que hacer un gran esfuerzo emocional para convivir positivamente en el
nuevo entorno familiar. El relato bíblico de Queturá no sirve exactamente de
ejemplo para estas familias modernas. En efecto, la familia de la que formaba
parte Queturá parece haber solucionado sus conflictos recurriendo a la
autoridad del patriarca, no estrechando lazos mutuos. Ahora bien, la necesidad
de estrechar lazos entre todos los miembros de la familia es imprescindible
para alcanzar una verdadera solución en estos casos.
Estoy convencida de que el precepto bíblico “Ama al
prójimo como a ti mismo” es especialmente útil en estas situaciones. Puedo
contemplarme a mí misma con mis puntos fuertes y débiles. Sí, ¡puedo amarme a
mí misma! No tengo que dejarme amedrentar, sino que más bien debo estar
dispuesta a confiar también en mí misma. E igualmente puedo querer a aquellas
personas que tratan de mostrar su lado positivo, “no calumniar, ni difamar a
nuestro prójimo, sino disculparlo, hablar bien de él e interpretarlo todo en el
mejor sentido”, como nos sugiere el octavo mandamiento del Catecismo menor de Martín
Lutero. Y, finalmente, debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Esto nos saca
de la coyuntura, a veces estrecha y opresiva, de las relaciones
interpersonales, y nos hace tomar conciencia de una relación en la que Dios es
la tercera persona, a través de la cual ambos podemos relacionarnos y que, de
hecho, nos relaciona mutuamente.
Para ser madrastra se necesitan, en mi opinión,
paciencia, valor, amor y perseverancia. Esta tarea es sin duda mucho más
complicada que la de la maternidad biológica. Pero merece la pena, porque el
hijastro seguirá siendo el hijo del hombre a quien la mujer ama. A veces, la
relación funciona a pesar de la pérdida experimentada —pérdida que el hijo
seguirá sintiendo—. En estos casos, la nueva familia no habrá sufrido un “robo”,
sino que habrá sido enriquecida con un miembro más.
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