domingo, 20 de agosto de 2017

Letra 532, 20 de agosto de 2017

ISABEL DE BRAUNSCHWEIG (BRANDENBURGO) (1510-1558)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Hija de Isabel de Brandenburgo. Princesa alemana de la Casa de Hohenzollern y condesa consorte de Henneberg. Considerada una “princesa de la Reforma”, que junto con el reformador luterano Antonio Rabner [Corvino] contribuyó a fortalecer la Reforma en la Baja Sajonia del Sur. Casada a los 15 años, entró en contacto con la Reforma en 1527, a los 17, en la corte de Brandenburgo cuando su madre celebró la comunión y aceptó las enseñanzas de Lutero. Su padre reaccionó violentamente, temiendo que su madre se convirtiera al protestantismo. Se adhirió al protestantismo en 1538, después de haber escuchado predicar a Corvino (a quien invitó desde el territorio de Felipe de Hesse) e influyó más que su madre en la política de la Reforma. A partir de aquel momento se dedicó a la misión de convertir a todo el ducado contando con el apoyo de su marido Erik I, quien dijo: “Si ella no interfiere con mi religión, yo tampoco interferiré en la suya”. Él había estado presente en Worms cuando Lutero afirmó su convicción reformadora, pero aunque quedó conmovido no varió en sus creencias por sentirse demasiado viejo para ello. A su muerte asumió la regencia, protegida por Corvino que le había dedicado un escrito de argumento religioso.
Cuando su hija Anna María contrajo matrimonio con el príncipe luterano Alberto de Prusia, escribió para ella un tratado sobre el matrimonio, ya casada en segundas nupcias con el duque luterano Poppo de Henneberg. A edad más avanzada escribió un libro de pensamientos consoladores para las viudas. Siempre se sirvió de su influencia para apoyar a la Reforma en sus territorios para lo cual enfrentó fuerte oposición política. Toda la familia Braunschweig abrazó la Confesión de Augsburgo, no como resultado de coerción sino mediante la convicción producida por los esfuerzos y el sufrimiento de los ministros evangélicos y su preceptora, Isabel de Braunschweig.

Bibliografía
Roland H. Bainton, “Elizabeth of Braunschweig”, en Women of the Reformation in Germany and Italy. [1971] Boston, Beacon Press, 1974, pp. 125-144; Giulio de Martino y Marina Bruzzese, “Las mujeres de la Reforma Protestante”, en Las filósofas.  Las mujeres protagonistas en la historia del pensamiento. Madrid, Ediciones Cátedra-Universidad de Valencia, 1996, pp. 109-113; Kirsi Stjerna, Women and the Reformation. Malden, Blackwell, 2009.
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LA VERDADERA PENITENCIA (II)
Paolo Ricca y Giorgio Tourn
Las 95 tesis de Lutero y la cristiandad de nuestro tiempo.
Nueva edición revisada. Turín, Claudiana, 2016, pp. 15-24.

¿Qué es esta batalla? Es la que tan a menudo evocó Jesús con palabras poco amistosas, difíciles no sólo de aceptar, sino de escuchar, las últimas palabras, casi insoportables: “Si alguno viene a mí y no aborrece [...] su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14.26). Y también: “El que ama su vida, la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Juan 12.25). De este "auto-aborrecimiento" habla la tesis 4 de Lutero: se trata del movimiento del corazón y el alma, gracias al cual mi vida ya no gira en torno a mí mismo, sino de Dios y el prójimo. Este movimiento no es espontáneo y natural, por el contrario, nace de una lucha con nosotros mismos y casi contra nosotros mismos. El apóstol Pablo lo describe de muchas maneras, diciendo, por ejemplo, que dentro de nosotros viven juntos y se combate contra el “viejo hombre” natural, concentrado en sí mismo, gobernado por el amor de sí mismo, y un “ser humano nuevo” creado por Palabra de Dios y nacido del Espíritu, que en cambio vive en Dios por la fe y por el amor. La conversión marca el comienzo de este combate interior.
La victoria no se da por sentada. La batalla no es falsa, sino verdadera, y el resultado victorioso no está garantizado. Comenzar a luchar es, sin embargo, ya una victoria, ya sea inicial o no, el paso decisivo hacia la victoria final. Muchos no lo hacen, nunca comienzan a luchar, no saben nada de la batalla. Pero quien ha dado el primer paso debe dar muchos más. Tienes que seguir luchando todos los días, cada hora. Ésta es la verdadera penitencia. Lo fundamental no es confiar en sus propias fuerzas y querer luchar contra sí mismo. Entonces la derrota será cierta. Como dice el himno de Lutero, “Roca fuerte”:

Los que confían en él perecerán, para él todo se pierde;
Pero el Padre ya tiene un escogido, que lucha en nuestra ayuda.
¿Quién es él, preguntas? Es Jesucristo, el Rey de la gloria.
Él solo nos salvará y el oponente caerá.

¿Cuál puede ser la actualidad de estas primeras tesis de Lutero? A primera vista sólo se debería hablar de su escasa actualidad. El mundo espiritual e interior de Lutero y su generación parece estar lejos del nuestro. La penitencia es algo totalmente ajeno a la sensibilidad de nuestra generación, que se siente víctima, no culpable. Paradoja singular, si consideramos que nuestro siglo fue —probablemente— ¡el más bárbaro de toda la historia humana! ¡Cómo en nuestro siglo la humanidad ha sido tan culpable, y nunca se sintió tan inocente! ¿Quién la convencerá de que ha pecado? ¿Quién puede paralizar su buena conciencia? ¿Quién sabrá inclinar su corazón hacia la “verdadera penitencia”? ¡La poca actualidad de Lutero! Su lenguaje, tan agudo como el bíblico, tiene dificultad para hacerse oír, porque hirió antes de hacer el bien, lastimó antes de curar.
A nuestra generación no le gustan las sacudidas interiores, transitar de lo humano a lo divino, de la tierra al cielo, de lo físico a lo metafísico sin fracturas, ningún conflicto, ninguna penitencia, prefiere los círculos que la Nueva Era llama “apocalipsis dulce”. Lo otro es, de hecho, la sabiduría de Lutero, anclada a la “locura de Dios” (así la llama la Biblia: I Corintios 1.25), revelada en la cruz. La fractura es inevitable porque ya ha ocurrido: en el Gólgota. Simplemente no tienes que ponerlo entre corchetes o tirarlo detrás de tus hombros para que no lo veas. No existe el “dulce apocalipsis” sino la muerte y la resurrección, el ocaso del viejo mundo y la nueva aurora, un juicio sobre la “vieja humanidad " y el nacimiento de lo nuevo. ¿Es esto realmente poco actual? ¿En qué nombre de qué lo sería? O sólo decimos que es antiguo para eludir el reto, para no tener que lidiar con la brecha, el juicio y la promesa que conlleva, el “no” y “sí” divinos pronunciado en nuestra vida para transformarla? ¿Es Lutero quien no resulta actual para hoy o estamos haciendo todo para convencernos de que no lo es?
Se cree ampliamente que la humanidad debe renovarse si no desea repetir la tragedia del pasado y recrear en la tierra los diversos infiernos que se llevaron a cabo en este siglo: la carnicería de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, de Auschwitz a Hiroshima, del terror estalinista a las “purgas” en Argentina (los desaparecidos), del napalm estadounidense a la “limpieza étnica” de Yugoslavia, y la lista continúa, atravesando pueblos, continentes, culturas y religiones, incluso. Pero, ¿puede la humanidad renovarse, hacerse fraterna y solidaria, sin convertirse? Conversión, el “verdadero arrepentimiento” es realmente el lujo exclusivo de almas más exigentes, por no decir escrupulosas, una opción reservada para los empleados, en contra de los monstruos religiosos, ¿o no es la única cosa realmente necesaria necesario para los creyentes, religiosos y laicos, los que creen en Dios y los que creen en el ser humano? Y si se reconoce que la conversión no es superflua sino indispensable en la búsqueda y el esfuerzo para diseñar una humanidad diferente, ¿sería Jesucristo realmente obsoleto? ¿Puede la humanidad finalmente convertirse en adulta, ignorándolo? Es la invitación evangélica no tópica para crecer con el fin de lograr "el estado de madurez, para la plena estatura de Cristo"?
Ahora parece que, acercándose a la fecha límite del año dos mil, las iglesias (en particular, la Católica) se han mostrado dispuestas, casi ansiosas, a “arrepentirse” de los pecados cometidos “en el nombre de Cristo” en 20 siglos de historia cristiana, de los cuales tratan de elaborar un resumen minucioso. De hecho, teniendo en cuenta los últimos dos milenios, las razones de la humillación y arrepentimiento abundan. Un ejemplo: las grandes iglesias cristianas tienen toda la responsabilidad, aunque en diversos grados, del nacimiento y desarrollo del anti-judaísmo que, en nuestro siglo, se alió de manera siniestra al anti-semitismo nazi que llevó a la Shoah (Holocausto), el proyecto de erradicar y borrar físicamente al pueblo judío de la historia. Este es un pecado típico para reconocer y confesar, para arrepentirse. Hay, como todos sabemos, muchos más. Y también hay que apreciar la voluntad de las iglesias para reconocerlos y arrepentirse. El arrepentimiento es el paso decisivo para llegar a ser cristianos. No hay nada más importante en la vida humana y cristiana. “Arrepentíos, arrepentíos”: la conversión significa cambiar de rumbo, cambiar la vida, cambiar de amor, cambiar la historia. Es como una muerte y una resurrección, del modo en que los primeros cristianos hablaban del “nuevo nacimiento” y comenzaron de nuevo para contar los años desde la fecha de su conversión. La gravedad del arrepentimiento se mide entonces por la realidad del cambio. (Versión: LC-O)
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RAQUEL: MADRE MUERTA EN SU JUVENTUD (I)
Margot Kässmann

Raquel es el gran amor del Jacob bíblico. Qué disgusto tuvo que suponerle que su padre Labán entregara antes a Lía, su hermana mayor, como esposa a Jacob. Una vez casado con la hermana mayor, Jacob podría tomar también como esposa a la menor, a la amada. Incluso hoy se hace fácil ver lo penoso de esta situación. Además, Raquel tiene que ver cómo Lía, la criada de esta, y su propia criada - esas otras tres mujeres – se quedan embarazadas de “su” Jacob, y cómo son bendecidas con hijos. Sin embargo, ella tiene que esperar mucho tiempo antes de traer al mundo a su hijo José.
Raquel mimó a ese hijo que había deseado durante tantos años. Y cuenta la Biblia que también su padre Jacob le consintió muchas cosas. Se cuenta que José era un muchacho relativamente engreído, cuyo egocentrismo propició que sus hermanos mayores le hicieran desaparecer más adelante de forma cruel. A pesar de todo, Raquel está encantada con este hijo. Y quiere tener otro. De hecho, vuelve a quedarse embarazada; pero, como dice la Biblia, “el parto venía difícil”.
No todos los partos van sobre ruedas. El niño puede venir de nalgas, puede estar cruzado, es posible que el cordón umbilical le haya rodeado el cuello. La madre puede perder mucha sangre. Un parto no es un juego de niños, ni siquiera en el siglo XXI, ni en los países industrializados. La maternidad - el embarazo, el aborto y los partos - y las consecuencias que acarrea siguen representando el mayor riesgo para la salud de las mujeres, y puede suponer incluso su muerte. Es cierto que actualmente la muerte - antes, durante o después del parto - de la madre o del niño se produce en muy raras ocasiones en los países desarrollados. En los países del llamado Tercer Mundo, esta cruel realidad es el pan de cada día.
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100 AÑOS DE ROMERO
www.alainet.org/es/articulo/187442


beatificacion_contrapunto.jpgMiles de feligreses católicos caminaron el pasado fin de semana hasta Ciudad Barrios, al norte del departamento de San Miguel, para conmemorar el centésimo aniversario del natalicio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. La peregrinación inició el viernes en la cripta de Catedral Metropolitana donde descansan los restos mortales del Arzobispo Mártir, y terminó el día domingo en la “Cuna del Profeta”.
Durante la larga caminata que recorrió más de 150 kilómetros los peregrinos clamaron por la paz, el cese de la violencia en todos sus ámbitos y la convivencia armónica en el país. Este mensaje fue secundado por el recién nombrado Cardenal Gregorio Rosa Chávez, presente en la memorable actividad.
Y hoy Comunidades Eclesiales de Base celebraron el cumpleaños 100 del Beato, nacido el 15 de agosto de 1917. De origen humilde y visión conservadora, Monseñor Romero finalmente pasó a la opción preferencial por los pobres durante su breve arzobispado (1977-80) en los convulsos inicios de la guerra civil salvadoreña; clamó fervientemente por la paz, la igualdad y la justicia, razón por la que fue asesinado por la extrema derecha.
La celebración de los 100 años de Romero -realizada en vísperas de su eventual canonización por el Papa Francisco- es oportuna para clamar por la paz, la no violencia y la armonía social, tal como lo hicieron los peregrinos. Es tarea de todos (Estado, sociedad civil, empresarios, iglesias, academia, etc.) detener esta masacre que desangra al país.
El “cumple” de Romero también debería provocar la conversión de los sectores oligárquicos que lo asesinaron, a quienes Monseñor instó a “quitarse los anillos”, renunciar a sus privilegios y compartir la riqueza. El egoísmo y mezquindad de estas élites hoy se expresa en su oposición a la reforma fiscal progresiva, en la intención de privatizar el agua y el boicot contra el gobierno desde el partido ARENA y la Sala Constitucional.
La conmemoración del nacimiento de “San Romero de América” -como lo llaman los pueblos del mundo- debe servir, además, para que las fuerzas progresistas rectifiquen o retomen la perspectiva contra-hegemónica y la apuesta por cambios estructurales inspirados en los ideales romerianos de justicia, igualdad y dignidad.
Finalmente, es necesario que los seguidores del legado romerista estén alertas para evitar la “fechitizacion” y “profanación” que pretenden consumar sectores de derecha que -ante la imposibilidad de evitar la presencia de la figura y mensaje del Arzobispo Mártir- proyectan a un Romero “light” vaciado de su esencia ética y política. Romero es del pueblo, de los pobres y de los que se convierten a su evangelio de justicia e igualdad.

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