sábado, 5 de agosto de 2017

"La fe viene por oír la Palabra de Dios", L. Cervantes-O.


6 de agosto, 2017

Así que las personas llegan a confiar en Dios cuando oyen el mensaje acerca de Jesucristo.
Romanos 10.17, TLA

Así que la fe procede de oír, oír por medio de la palabra de Cristo.
El Nuevo Testamento griego palabra por palabra, SBU

Los desafíos de la Palabra divina en nuestro tiempo
Nuevamente somos confrontados por la espiritualidad y la cultura que brotan del Libro Sagrado. Como Lutero, somos desafiados a seguir cautivos de la Palabra de Dios (Worms, 1521) e igual que él desafiamos a su vez a todo aquel que no se sujete a lo que enseña la Palabra de Dios. Vivimos siempre bajo el dilema y el juicio de la palabra creadora y redentora de Dios. Tenemos la obligación moral y cristiana de sobreponernos a los fundamentalismos y a los relativismos si hemos de seguir siendo fieles al mensaje de Dios.

Como religiones abrahámicas seguimos siendo un Pueblo del Libro que debe ir más allá de la letra para alcanzar la estatura del espíritu, pues de lo contrario corremos el riesgo de ser insensibles a la voz de Dios en estos tiempos tan críticos. También tenemos la obligación espiritual de ir más allá de las diferentes traducciones para acceder a una verdad crítica que brota siempre del texto en los idiomas originales de las Sagradas Escrituras. En una breve reseña de un libro del escritor israelí Amos Oz y su hija Fania (Los judíos y las palabras. Siruela, 2015), Armando González Torres comenta muy bien la relación de los judíos con las palabras sagradas en nuestra época:

La identidad judía no proviene sólo del linaje, sino de la circulación intergeneracional de las palabras, de ese enorme cuerpo textual que arropa la fe, pero también la ironía y el examen. En efecto, si bien el cuerpo textual judío abriga la religión, también tiene un componente laico y crítico y es ese componente, tan oscurecido por los fundamentalismos, el que destacan los autores. Así, desde la Biblia, que constituye el núcleo de la religión pero que también puede leerse como un relato literario, un código social y un ideal ético, hasta algunos textos contemporáneos, los autores mezclan ortodoxia con heterodoxia, devoción con escepticismo, seriedad con humor.[1]

Un fragmento del libro de Oz y su hija es digno de recordarse: “Su esplendor [el de la Biblia] en tanto que literatura trasciende la disección científica, así como la lectura devocional. Conmueve y apasiona de un modo comparable a las grandes creaciones literarias, de Homero unas veces, en ocasiones de Shakespeare, de Dostoievski en otras. Pero su alcance histórico difiere del que tienen estas obras maestras. Admitiendo que otros grandes poemas puedan haber dado origen a ciertas religiones, ninguna otra creación literaria ha dejado grabado, de forma tan efectiva, un código legal, ni ha trazado tan convincentemente una ética social” (p. 21).

A 500 años de la Reforma Protestante, estamos ante una excelente oportunidad para evaluar nuestro estatus como lectores asiduos de la Biblia y productores de interpretaciones críticas y autocríticas de la misma. Para tal fin, podríamos hacer una “encuesta anual sobre la lectura de la Biblia”, por ejemplo, con preguntas básicas y de profundización a la manera de la Encuesta Nacional de Lectura: ¿cuál es el principal motivo que influye en usted para leer un libro [bíblico]?, o ¿usted acostumbra leer [partes de la Biblia] para otras personas?[2] Como protestantes y reformados estamos bajo el signo de la Sola Escritura, es decir, de las bendiciones y los riesgos implícitos en la necesidad de leer e interpretar, en todo momento, con seriedad y responsabilidad, el contenido de la Biblia. No podemos darnos el lujo de violentarlo con base en nuestros deseos y ansiedades, o en nuestros criterios humanos, por muy piadosos que creamos que sean, pues ellos casi siempre nos sacarán del camino de aprendizaje y profundización en el mensaje que Dios quiere que recibamos. Ejemplos de esto mismo abundan en la propia Biblia y son muestra de nuestra incapacidad para “orientar” el rumbo de la proclamación de la Palabra del Señor. Al apóstol Pablo le sucedió algo de eso en su discurso presentado en Atenas (Hch 17.16-33). Continuamente se están produciendo materiales de análisis de los textos bíblicos que tendríamos la obligación de conocer para actualizar el mensaje cristiano.
 
La fe que procede del contacto cercano con las Escrituras
Nuestra consigna consiste en meditar sobre la forma en que la fe brota de la escucha atenta y contextual de la Palabra divina contenida en la Biblia, tal como lo propone San Pablo en Romanos 10.17. Es una propuesta legítima porque la reflexión teológica del apóstol Pablo lo llevó a esa conclusión en medio de su discusión sobre el lugar del judaísmo en la salvación mediada por Jesucristo como parte de la historia de una alianza que comenzó con el patriarca Abraham, fundador de la nación. Ese carácter fundador obligó al apóstol a reflexionar sobre el nuevo papel de la tradición judía ante el rechazo de que fue objeto Jesús de Nazaret por parte de la misma. En Ro 9.1-29 hace un magnífico repaso de la redención hasta llegar al tema de la justificación por la fe por parte de los no judíos (vv. 30-33). Ya en el cap. 10, este autor confiesa su desazón y, sin despegarse en ningún momento del tema de la justicia de Dios, plantea cómo la cercanía con la palabra divina mantiene siempre la puerta abierta para la posibilidad de la salvación (10.8). A continuación, este judío converso resume de la manera más sencilla la invitación a aceptar a Jesús como Mesías y Señor de la existencia: “Pues si ustedes reconocen con su propia boca que Jesús es el Señor, y si creen de corazón que Dios lo resucitó, entonces se librarán del castigo que merecen. Pues si creemos de todo corazón, seremos aceptados por Dios; y si con nuestra boca reconocemos que Jesús es el Señor, Dios nos salvará” (10.9-10).
         
          La fe, la verdadera fe, escribió San Pablo, tiene su origen en el impacto efectivo de la Palabra de Dios (de Cristo, dice en realidad el texto original) en nuestros oídos espirituales, pues ella quien los ha despertado. Oír con familiaridad la Palabra divina es acercarse rotundamente a la posibilidad de una “salvación cercana”. Por ello, el ejercicio de teología bíblica que hizo San Pablo en Ro 10.11-21 al citar tantas veces (ocho) la Ley, un salmo y a dos profetas brilla con luz propia debido a su fidelidad al texto y, al mismo, tiempo, por su búsqueda intensa de las acciones de Dios para salvar a la humanidad. ¿Tenemos que seguir creyendo en la palabra divina, se pregunta Karl Barth entre líneas en su comentario a la carta paulina? La respuesta es clara, pero también importa cómo hemos de seguir haciéndolo como parte de su iglesia en estos tiempos aciagos, marcados por un fuerte relativismo, pero también por los acentos fundamentalistas que nos acechan por todas partes. Negarse sistemáticamente, y con diversos argumentos muy “espirituales”, a situar histórica y culturalmente los énfasis del mensaje de Dios es uno de esos acentos. Con ello se resta fuerza a los asideros históricos que necesitamos para hacer actual la fuerza con que la Palabra de Dios nos interpela siempre. Porque las Escrituras siguen produciendo fe en las personas y por ello hay que anunciarla con urgencia.




[1] A. González Torres, “Los judíos y las palabras”, en Laberinto, supl. de Milenio, núm. 738, 5 de agosto de 2017, p. 2, www.milenio.com/cultura/laberinto/amos_oz-fania_oz-los_judios_y_las_palabras-literatura-escolios_0_1005499687.html.
[2] Cf. Daniel Goldin, ed., Encuesta Nacional de Lectura: informes y evaluaciones. México, UNAM-Conaculta, 2006, pp. 270, 271. Goldin, judío también, es autor de “Leer y escribir antes y después de Babel”, un texto que leyó en el Congreso de Lectura de Durango, en 2004. Puede leerse en: www.mxfractal.org/F28Goldin.html.

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