LOS HOMBRES DEL MAESTRO (XV)
MATÍAS
Mitrut Popoiu
“MATÍAS EN HEBREO SIGNIFICA “DADO
A NUESTRO SEÑOR” O “UN regalo de nuestro Señor”, o incluso, humilde, pequeño.
Fue elegido por nuestro Señor cuando entró en el grupo de los setenta y dos
discípulos y cuando, por sorteo, fue elegido para entrar en el grupo de los
apóstoles. Se consideraba pequeño, porque era manso y humilde. Como dice San Ambrosio
hay tres formas de ser humilde: la primera es hacerse humilde por aflicción, la
segunda es ser humilde por la consideración de sí mismo y la tercera es serlo
por devoción a nuestro Creador. San Matías tuvo la primera por sufrir el
martirio, tuvo la segunda por despreciarse a sí mismo y tuvo la tercera por
maravillarse de la majestad de nuestro Señor. Por San Matías como cambiar el
bien por el mal, porque por ser bueno, ocupó el lugar de Judas, el traidor. Su
vida es leída en la Santa Iglesia y San Beda escribió sobre él como de un
hombre santo que da testimonio” (Leyenda áurea, siglo XIII).
Sobre San Matías se dicen
pocas cosas en la Biblia. Sólo es mencionado una vez en el Nuevo Testamento, o
sea, cuando es elegido para reemplazar a Judas a fin de que se cumpla el que
hubiera doce apóstoles de Cristo (Hechos 1.15-26). Después de la Ascensión del
Señor, se reunieron los discípulos, con María la Madre de Jesús y los once
apóstoles. Estaban esperando la prometida venida del Espíritu Santo, perseverando
en la oración. Como el puesto ocupado por Judas había quedado vacante, el
número de los doce no estaba completo y este es el texto sobre la divina
elección del nuevo apóstol, el número doce.
Por Hechos 1.15-26 se conoce
cómo fue elegido el nuevo discípulo (apóstol), o sea, por sorteo. Hoy en día,
esta elección podría ser considerada de alguna manera como anticristiana, ya
que podría asociarse con el juego. Sin embargo, la tradición judía conocía lo
sagrado de las probabilidades llamadas Urim y Tummim, que eran utilizadas por
el sumo sacerdote del Templo. Y aun hoy en día, este sorteo es utilizado por la
Iglesia; por ejemplo, los ortodoxos serbios eligen a su Patriarca por sorteo
contando con dos o tres candidatos propuestos por el Santo Sínodo de la Iglesia
Ortodoxa Serbia. Pero, de todos modos, de acuerdo con la “Leyenda áurea”, la
elección de Matías no fue exactamente
un sorteo, sino una elección divina, una señal dada por Dios, pues añade: “Pero
dice San Dionisio que, habiendo un empate en la elección, un rayo bajó del
cielo brillando sobre él”. Asimismo, por este pasaje bíblico que hemos mencionado,
sabemos que Matías fue elegido para reemplazar a Judas. Sabemos que Judas compró
la tierra llamada Haceldamah (Haqueldamá)
y esto es una novedad porque parece que San Pedro, con este discurso,
contradice lo dicho por los evangelios. Parece que Judas no se suicidó, sino
que murió en su causa a consecuencias de un accidente: “Compró un campo con el
precio de su iniquidad y cayendo de cabeza, se reventó por medio, derramándose
todas sus entrañas” (Hechos 1, 18).
Asimismo, por este texto,
nos enteramos que, tanto Matías como José el Justo, eran miembros del grupo más
amplio, el de los setenta y dos discípulos que acompañaban a Jesús después de
su Bautismo. Así que Matías fue testigo presencial de todas las enseñanzas y
milagros de Jesús, aunque no formaba parte del grupo restringido de los doce
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EL CAMINAR
DEL DISCÍPULO DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
EL SEGUIMIENTO Y EL INDIVIDUO
Dietrich
Bonhoeffer
PARA QUIEN SIGUE A JESÚS, NO
HAY “REALIDADES DADAS POR DIOS” MÁS QUE A TRAVÉS de Jesucristo. Lo que no me es
dado por medio de Jesucristo encarnado no me es dado por Dios. Lo que no me es
dado a causa de Cristo no viene de Dios. La acción de gracias por los dones de
la creación se hace a través de Cristo y la súplica que pide la gracia de la
conservación de esta vida se hace por la voluntad de Cristo. Si hay algo que no
puedo agradecer a causa de Cristo, no puedo agradecerlo de ninguna manera, o
cometo un pecado. También el camino que lleva a la “realidad dada por Dios” del
prójimo con quien convivo pasa por Cristo; de lo contrario, es un camino
equivocado.
Todos nuestros intentos de
franquear, por medio de lazos naturales o afectivos, el abismo que nos separa
del otro, de vencer la distancia insuperable, la alteridad, el carácter extraño
del otro, están condenados al fracaso. Ningún camino específico conduce del
hombre al hombre. La intuición más amante, la psicología más profunda, la
apertura de espíritu más natural, no avanzan hacia el otro; no existen
relaciones anímicas inmediatas. Cristo se interpone. Sólo a través de él
podemos llegar al otro. Por eso, de todos los caminos que llevan al prójimo, la
súplica es el más rico de promesas, y la oración común en nombre de Cristo es
la forma más auténtica de comunión.
No hay verdadero
reconocimiento de los dones de Dios sin reconocimiento del mediador, por cuya
causa nos han sido dados. Y no es posible dar verdaderas gracias por el pueblo,
la familia, la historia y la naturaleza, sin un profundo arrepentimiento, que
atribuye la gloria sólo a Cristo, y a él por encima de todo. No hay una
auténtica vinculación a los datos del mundo creado, no hay verdadera
responsabilidad en el mundo, si no se reconoce primero el abismo que nos separa
del mundo. No hay auténtico amor al mundo fuera del amor con el que Dios amó al
mundo en Jesucristo. “No améis al mundo” (l Jn 2.15). Pero: “De tal manera amó
Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que cree en
él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3.16).
La ruptura con las
relaciones inmediatas es inevitable. Bien se produzca exteriormente, bajo la
forma de una ruptura con la familia o el pueblo, siendo uno llamado a llevar de
modo visible el oprobio de Cristo, a asumir el reproche de odiar a los hombres,
bien sea preciso llevar esta ruptura secretamente, conocida sólo por él,
dispuesto a realizarla visiblemente en cualquier instante, no hay en esto una
diferencia definitiva. Abraham es el ejemplo de estas dos posibilidades.
Debió abandonar a sus amigos y la casa de su padre; Cristo se interpuso entre
él y los suyos. Entonces la ruptura debió hacerse visible. Abrahán se convirtió
en un extranjero a causa de la tierra prometida. Fue la primera llamada. Más
tarde Abrahán es llamado por Dios a sacrificarle a su hijo Isaac. Cristo se
interpone entre el padre de la fe y el hijo de la promesa.
No sólo la inmediatez
natural, sino también la inmediatez espiritual son rotas aquí; Abrahán debe
aprender que la promesa no depende de Isaac, sino sólo de Dios. Nadie oye hablar
de esta llamada divina, ni siquiera los servidores que acompañan a Abrahán
hasta el lugar del sacrificio. Abrahán está absolutamente solo. Una vez más es
un ser completamente individualista, como hace tiempo, cuando abandonó la casa
de su padre. Toma esta llamada tal como le ha sido dirigida, no le da vueltas
para encontrar explicaciones, no la espiritualiza, toma a Dios a la letra y
está dispuesto a obedecer. Contra toda inmediatez natural, contra toda
inmediatez ética, contra toda inmediatez religiosa, obedece a la palabra de
Dios. Lleva a su hijo al sacrificio. Está decidido a manifestar visiblemente la
ruptura secreta, a causa del mediador.
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LA POLÍTICA (II)
Roger Mehl
I.
Naturaleza y fines de lo político
Para elaborar una ética cristiana de lo político es
importante definir con precisión su naturaleza y reconocer los valores
específicos que gobiernan el mundo político. No podemos establecer el
apriorismo de que la política es sólo un apéndice de la ética, aun cuando ambas
disciplinas mantengan entre sí inevitables relaciones.
En el sentido más amplio de la palabra, la política es
la organización de la ciudad, el establecimiento de una legislación que regule
las relaciones entre los individuos y entre los grupos sociales. La ciudad no
es, en su esencia, un conglomerado de individuos aislados, sino una red de
grupos sociales más o menos conjuntados, pero cuyos intereses no se armonizan
espontáneamente. Ninguna ciudad se encuentra en estado de equilibrio; por el
contrario, suelen predominar las tensiones entre las diversas capas sociales
(clases, profesiones, a veces etnias, religiones). El objetivo primero de la
política es, por tanto, hacer que de ese tejido social complejo surja una “voluntad
general” (J. J. Rousseau) o, utilizando una expresión más actual, cierto
consenso. Éste no es nunca total, no suprime todos los conflictos y además
sería de lamentar que lo lograra, pues los conflictos provocan una dinámica
social, gracias a la cual pueden realizarse ciertos progresos. Pero este
consenso, variable según las épocas, puede alcanzar cierta amplitud, puede
darse un acuerdo casi general sobre la forma del régimen político. De hecho, en
gran parte de nuestras sociedades occidentales no existe un problema de
legitimidad. Dejando de lado algunos grupos totalmente minoritarios, todos los
partidos políticos están de acuerdo en apoyar un régimen democrático, de tipo
parlamentario, en que se impongan a todos las decisiones de la mayoría. El
objetivo de la política es, ante todo, tratar de conservar o, si es posible,
ampliar ese consenso.
Pero se advierte en seguida que esta actividad
política implica dos riesgos éticos importantes: el de obtener dicho consenso
con medios puramente pasionales, lo que supone generalmente bloquear la opinión
pública recurriendo a un enemigo real o imaginario que desempeña el papel de
cabeza de turco y sirve para provocar una historia colectiva (como sucedió en
la desastrosa aventura hitleriana), y el de ahogar con la violencia la voz de
los contrarios. La ética no puede condenar la búsqueda del consenso (la idea
del pueblo ocupa un lugar fundamental en la historia de la salvación). Sin
embargo, no puede aprobar todos los métodos utilizados para lograr ese
consenso. Pero conviene tener en cuenta que la ética debe ejercer una función
crítica frente a la política.
La política invoca principalmente dos valores: el de
orden y el de justicia. Entre ellos se establece una dialéctica que presenta
sus dificultades y que muchas veces lleva a graves crisis.
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