3 de junio de 2018
En ese momento llegaron
unos fariseos, y le dijeron a Jesús: —¡Huye, porque el rey Herodes Antipas
quiere matarte! Jesús les dijo: —Vayan y díganle a esa zorra que hoy y mañana
estaré expulsando demonios y curando a los enfermos, y que el tercer día ya
habré terminado.
Lucas 13.31-32, TLA
La
vida de Jesús de Nazaret no fue una novela de aventuras ni un paseo sin riesgos
por la existencia humana. Fue, como bien lo narran los cuatro evangelios, parte
de un proyecto amplio de manifestación de la voluntad divina para la humanidad:
él encarnó en su persona la venida del Reino de Dios como espacio de gracia,
amor y justicia, y como un anticipo efectivo de ese Reino mediante la formación de
un grupo de discípulos, llamados/as a ser iguales entre sí. Todo ello,
inevitablemente debió confrontarlo con los poderes de su tiempo, de lo que da
fe magníficamente Lucas 13 (sin texto paralelo) desde el inicio (vv. 1-5), al
incluir el dato del asesinato de ciertos galileos por parte de Pilato y un
accidente que mató a varias personas: “Hay un hecho social (insurrección de
algunos galileos) y una catástrofe natural (caída de una torre). Los culpables
no son los castigados o damnificados, sino el sistema mismo, por eso todos
debemos cambiar de mentalidad y convertirnos”.[1]
Más adelante, el énfasis político reaparece cuando se refiere que algunos
fariseos le anuncian a Jesús que el tetrarca Herodes Antipas quería matarlo (13.31,
el mismo que actuará en el juicio contra él: 23.8-12). En ese momento, Jesús
estaba enseñando acerca de la dificultad para entrar en el Reino de Dios (“la
puerta estrecha”, Lc 13.22-30) mediante un resumen conflictivo sobre la
autenticidad de algunos de sus seguidores, algunos de los cuales serán
desconocidos a causa de su falsedad (vv. 25-27).
Al llegar a ese punto vino la advertencia de los
fariseos sobre las intenciones del tetrarca. La reacción de Jesús es, se diría
hoy, resiliente, pues muestra una
enorme capacidad para adaptarse a una situación adversa. En vez de amedrentarse
o agradecer el consejo, redobla su propósito de continuar actuando en favor de
los poseídos y enfermos (32a) y anuncia que lo hará hasta que sea “llevado al
fin” o “soy consumado” (teleioumai,
32b), dado que deberá morir como profeta. Esta escena se encuentra en el centro
mismo de la narración del viaje a Jerusalén (9,51-19,44).[2]
“Jesús se autodefine como profeta. […] Jesús no puede desviarse de su meta,
Jerusalén, a pesar de los buenos consejos de los fariseos que lo abordan
(v.31). ‘Debe’ ir a Jerusalén, porque los profetas, según la gran tradición
israelita, actuaron sobre todo en Jerusalén y allí fueron rechazados y
perseguidos. Acto seguido, Jesús apostrofa a la ciudad, pero esta vez no se
autodefine como profeta que muere en ella sino que la define a ella como ‘la
matadora de los profetas’”.[3]
Es entonces cuando Jesús envía un mensaje a “esa zorra” (o zorro, en los
escritos rabínicos, la palabra zorra se usaba para
referirse a alguien inferior o de poco valor, es decir, un “don nadie”): su
labor no se frenaría por una amenaza del poder político-militar; él seguiría
adelante “hoy, mañana y pasado mañana” (33a) en su proyecto de mostrar los
signos visibles del Reino mediante acciones de servicio a las personas
aquejadas por enfermedades, los más olvidados de la sociedad.
Jesús considera a Herodes
Antipas (cf. 3.l, 19-20; 9.7-9; 23.6-10) un personaje astuto y taimado. No
deberíamos pasar por alto la importancia de esta crítica contra una
personalidad política. En el evangelio lucano no se considera sacrosanto ni el
orden social romano ni tampoco aquellos que, como Herodes, lo apoyan. Jesús los
critica libremente. “Más aún, Jesús no se somete a los modelos y prácticas
sociales aceptadas por los romanos y sus aliados. Rechaza la violencia y
explotación que, sin embargo, ellos aceptaban como elementos normales de la
existencia; sus enseñanzas y comportamiento iban en contra de muchos otros
modelos que aceptaban y aprobaban” (R. J. Cassidy, Jesus, Politics, and Society. Maryknoll, 1978, pp. 61-62; trad.
esp.: Jesús, política y sociedad.
Madrid, Cristiandad, 1981).[4]
Herodes no iba a ser quien impediría a Jesús proseguir
su misión, pues sólo cuando a Dios le pareciera conveniente, Jesús llegaría a
Jerusalén, “y allí será levantado al tercer día como vindicación de Dios”.[5]
Gustavo Guitiérrez explica muy bien la “perspectiva política” de Jesús: “Según
Oscar Cullmann [biblista reformado francés], la llave del comportamiento de
Jesús en materia política sería su ‘radicalismo escatológico’, basado en la
espera de un advenimiento cercano del Reino. Para Jesús, todos los fenómenos de
este mundo deben forzosamente ser relativizados de modo que su actitud se sitúa
más allá de la alternativa ‘orden establecido’ o ‘revolución’”.[6]
Jesús se preocupó primordialmente por la conversión individual y no sólo por
una reforma de las estructuras sociales, aun cuando las enjuició y evidenció. Con
todo, aun cuando “el fin del mundo no está todavía por venir, podemos pensar
que ‘estructuras sociales más justas favorecen también la conversión individual
exigida por Jesús’”, en palabras de Gutiérrez. “En realidad, al predicar la
conversión personal, Jesús señala una actitud fundamental y permanente: no se
opone a una preocupación por las estructuras sociales sino a un culto puramente
formal, sin autenticidad religiosa ni contenido humano. [...] La miseria y la
justicia social revelan una “situación de pecado” de quiebra de la fraternidad
y la comunión; al librarnos del pecado Jesús ataca la raíz misma de un orden
injusto”. [7]
Con esas premisas en la mente, Jesús preparó a
los discípulos en una clara línea de contestación profética, sin ninguna
posibilidad de colaboracionismo con los poderes establecidos. Al marcar
distancia de ellos (aunque formalmente fue asesinado como zelote, grupo con el cual
también marcó una clara separación ideológica, pues era más revolucionario que
ellos), enseñó a sus seguidores a relativizar el peso específico del sistema
político en la realización de los planes de Dios: “Jesús nunca se organizó para
tomar el poder político, lo que consideró en él una tentación diabólica; esto
lo separaba de los zelotes. Su reino es universal, y no se hace historia por la
imposición ni por la fuerza de la ley, sino por la fuerza del amor que gana
libremente a los hombres, y los prepara para la irrupción definitiva de este
reino”.[8] Finalmente, como bien ha
afirmado Jon Sobrino, “Jesús no propugna un amor despolitizado, sino un amor
político, es decir, situado y con repercusiones visibles para el hombre”,[9]
pero a su vez critica todo poder dominador (Lc 22.25-28) y le niega su carácter
de mediador entre Dios y los hombres. A los Césares les niega su carácter
divino y su condición de última instancia, tal como hoy se pueden señalar los
defectos a los gobernantes en la búsqueda del bien común.
La definición de Gutiérrez es muy útil para
concluir: “El Reino es una nueva creación: postula la búsqueda de un nuevo tipo
de hombre en una sociedad distinta. No se confunde con una sociedad justa, sino
que revela la aspiración a una sociedad justa: se realiza en una sociedad
fraterna y justa, y, a su vez, esa realización despunta en promesa y esperanza
de comunión plena de todos los hombres con Dios. Lo político entronca en lo eterno”.[10]
[1] P. Richard, “El evangelio de Lucas.
Estructura y claves para una interpretación global del Evangelio”, en RIBLA, núm. 44, 2003/1, p. 20, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla.
[2] J.S. Croatto, “Jesús muere como profeta
en Jerusalén”, en RIBLA, núm. 44,
2003/1, p. 153, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla.
[3] Ídem.
[4] Robert J. Karris, “Evangelio de Lucas”,
en R. Brown et al., eds., Nuevo comentario bíblico san Jerónimo. Nuevo
Testamento y artículos temáticos. Estella, Verbo Divino, p. 179, http://mty.sanjuan.org.mx/dki/Raymond_E_Brown-Nuevo_Comentario_Biblico_San_Jeronimo-NT.pdf.
[5] Ídem.
[6] G. Gutiérrez, “Jesús y el mundo político”,
en Perspectivas de Diálogo, 7 (63), mayo
de 1972, https://repositorio.uc.cl/bitstream/handle/11534/15344/000425965.pdf?sequence=1,
p. 271.
[7] Ídem.
[8] R. Castellanos, “El amor subversivo en el
Evangelio de Lucas”, en RIBLA, núm.
12, 1992, p. 111, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla.
[9] J. Sobrino, Cristología desde América Latina. México, Centro de Reflexión Teológica,
1976.
[10] G. Gutiérrez, op. cit., p. 271. Énfasis agregado.
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