LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (I)
Ana María Tepedino
Los modernos
estudios sobre el movimiento de Jesús lo sitúan como un movimiento de renovación dentro del judaísmo,
así como el fariseísmo se considera otro movimiento de renovación del judaísmo
de la misma época. Todos predicaban la venida del Reino de Dios, aunque de
formas diferentes.
Jesús y su
movimiento compartían con otros grupos de Palestina ese símbolo y el conjunto
de esperanzas que evoca. El movimiento de Jesús era un movimiento carismático
itinerante en el que se admitían hombres y mujeres en igualdad de condiciones.
No hace acepción de personas en sus relaciones con ellas. A todos y a todas
acoge y con todos y todas se relaciona de la misma forma. Esto fue
verdaderamente revolucionario.
Esta realidad
forma parte del contenido del Reino de Dios, del reinado de Dios que se acerca
con Jesús (cf. Mc 1.15; Lc 4.18s), que es una intervención gratuita de Dios
dentro de la realidad para invertirla: los últimos serán los primeros y los
marginados los herederos. El Reino de Dios que se inaugura con Jesús es un
Reino de vida, simbolizado en el banquete, un reino al que todos están
invitados; los primeros (Israel: las personas religiosas) no aceptan la
invitación, mientras son convocados quienes normalmente están excluidos de las
fiestas de la vida (cf. Lc 14.15-24).
Un dato común a
los cuatro evangelios es la pertenencia de las mujeres a la asamblea del Reino
convocadas por Jesús, no como componentes accidentales, sino como participantes
activas. A juzgar por los relatos, parecen también beneficiarias privilegiadas
de sus milagros (cf. Mr 1.29-31; 5.23-34; 7.24-30; Lc 8.2, etcétera). Los
evangelios refieren curaciones de mujeres; quizá con ello Jesús quiere llamar
la atención sobre la situación infrahumana en la que vivían. El las cura para
que, de ese modo, siendo seres humanos completos, puedan participar de su
comunidad.
Jesús tomaba en
serio a las mujeres judías (fuesen o no pecadores), a las que la sociedad de su
tiempo marginaba de toda vida pública, social o religiosa. Conocía sus
sufrimientos y avatares y sabía hablarles y escucharlas, enseñándoles y
conviviendo con ellas, dando así una respuesta a su profunda expectativa, a su
sed de vida. Su actitud con las mujeres causaba estupor y asombro. Habla
públicamente con ellas, hasta con las extranjeras (cf. Jn 4.27), aunque, como sabemos,
los extranjeros eran discriminados en
Israel. No comparte los prejuicios de su tiempo sobre ellas. Las trata con
respeto y cariño, como hijas queridas del Padre. vive una especial alianza con
ellas, haciendo surgir lo "nuevo" a través de esa relación.
Las cura
(ejemplo: la suegra de Pedro, que se levanta, convirtiéndose, por tanto, en un
ser humano de nuevo apto y capaz, que para demostrarlo se pone a servirles)
(cf. Mc 1,29-31p). Rompe el prejuicio de la “impureza legal”, dejándose tocar
por la hemorroísa que queda curada (cf. Mr 5.25-34). Relacionado con este
relato está el de la curación de la hija de Jairo, donde una vez más, infringe
el precepto de la pureza legal y toca el cadáver (cf. Mr 5.21-24,36-43). Habla
con una extranjera, la sirofenicia, y se deja convencer por ella curando por
fin a su hija (cf. Mr 7.24-30).
Jesús levanta a
todas estas personas sacándolas del estado “de muerte”, pues las enfermedades
les impedían participar, como la mujer encorvada dieciocho años a la que cura
en la sinagoga en sábado, para que puesta en pie pueda alabar y dar gracias a
Dios. La llama incluso hija de Abraham, oponiéndose a la concepción judía (cf.
Mt 13.19-27), así como reconoce el don mayor de otra mujer: la fe (cf. Mt 15.28;
Lc 1.28). Para protegerla de la precipitación con la que a veces la abandonaba
su marido, Jesús interpreta el texto de Gn 1.26s y lo lleva hasta sus últimas
consecuencias (cf. Mt 19,1s). De esa forma, las mujeres experimentarán la dynamis (fuerza) del Reino que viene a
inaugurar.
Jesús se
solidariza con todos los que sufren. Sufre con ellos (syn patein), tiene compasión de ellos y, de ese modo se revela, al
tiempo que revela la misericordia del Dios del Reino, del Dios de la Vida, que
no puede soportar una situación de "menos vida" para ninguno de sus hijos. Por
eso tenía una especial predilección por los pobres, entre quienes estaban las
mujeres, que no sólo sufrían por ser mujeres sino también por su situación
económica de gran pobreza. Jesús no duda en desafiar las prohibiciones legales,
como dijimos, para curarlas y dirigirles su mensaje hasta el punto de aparecer
como inmoral o escandaloso (cf. Mt 11.6.15; Mc 2.15-17; Jn 6.61).
Era inconcebible
que un rabí entrara en casa de mujeres solteras, como nos relata Lc 10.38-42,
que hubiera mujeres que siguieran a un rabí abandonando sus hogares para
acompañarlo en su misión itinerante (cf. Lc 8.3, en donde se menciona a Juana,
mujer de Cusa, funcionario romano). De este modo, las mujeres desafiaban el respeto
humano y las prohibiciones legales para seguir a Jesús (cf. Mc 15.40-41; Lc
8.1), viajando con él.
Las mujeres,
junto con los demás marginados: enfermos, pobres, pecadores, publicanos, los
despreciados e infravalorados, se descubren como seres humanos a quien Jesús
valora y les restituye su dignidad de criaturas de Dios, recuperándolos y
recuperándolas, recreándolos y recreándolas, constituyendo su comunidad con
todos ellos. Esa recuperación, esa integridad de las personas y la mutua
integración entre ellas son signos del Reino que se instaura.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
EL SEGUIMIENTO Y EL INDIVIDUO
Dietrich Bonhoeffer
Entonces, en el mismo momento, se le
devuelve todo l0 que había dado. Abraham recibe de nuevo a su hijo. Dios le
muestra una víctima mejor, que debe sustituir a Isaac. Es un giro de grados;
Abraham ha recibido de nuevo a su hijo, pero ahora lo tIene de forma distinta.
Lo tiene por el mediador, a causa de él. Por estar dispuesto a escuchar y
obedecer literalmente la orden de Dios, le es permitido tener a Isaac como si
no lo tuviese, tenerlo por Jesucristo. Nadie sabe nada de esto. Abraham baja
con Isaac de la montaña tal como había subido, pero todo ha cambiado. Cristo se
ha interpuesto entre el padre y el hijo. Abraham había abandonado todo para
seguir a Cristo y, en pleno seguimiento, le es permitido de nuevo vivir en el
mundo en que antes vivía. Externamente, todo continúa como antes. Pero lo
antiguo ha pasado, y he aquí que todo se ha hecho nuevo. Todo ha debido pasar a
través de Cristo.
Ésta es la otra
posibilidad, la que consiste en ser individuo en medio de la comunidad, en
seguir a Cristo en medio de su pueblo y de la casa de su padre, en medio de los
bienes y posesiones. Pero es precisamente Abraham quien ha sido llamado a esta
existencia; Abraham, que había pasado antes por la ruptura visible; Abraham,
cuya fe se ha convertido en modelo para el Nuevo Testamento. Nos sería muy
fácil generalizar esta posibilidad de Abraham, entenderla de forma legalista,
es decir, aplicárnosla a nosotros mismos sin más ni más, pretendiendo que
nuestra existencia cristiana consiste en seguir a Cristo en medio de la
posesión de los bienes de este mundo, y ser así individualista.
Pero, sin duda,
es un camino más fácil para el cristiano ser conducido a la ruptura exterior
que soportar, en el misterio de la fe, la ruptura secreta. Quien no sabe esto,
es decir, quien no lo sabe por la Escritura y la experiencia, se engaña
indudablemente al marchar por el otro camino. Volverá a caer en la inmediatez y
perderá a Cristo.
No pertenece a
nuestra voluntad elegir esta posibilidad o aquella. Según la voluntad de Jesús,
somos llamados de tal o cual manera a salir de la inmediatez, y debemos
convertirnos visible o secretamente en individuos.
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LA POLÍTICA (III)
Roger Mehl
M
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uchos cristianos tienen alergia a la
política, precisamente porque supone lucha y crea enemigos. Es pura quimera
intentar hacer política sin tener adversarios. ¿Es posible que estos
adversarios no lleguen a convertirse en enemigos? Aunque existe una profunda
diferencia entre un adversario, cuyas ideas nos parecen falsas y nefastas, y un
enemigo, objeto de odio, hay que reconocer que la distancia entre adversarios y
enemigos se elimina fácilmente, dado que la política es y tiene que ser
apasionada precisamente en la medida en que es noble, es decir, combate por la
realización de un ideal (una idea de lo que debe ser la sociedad). Derecha e
izquierda, conservadores y progresistas, tradicionalistas, reformistas y
revolucionarios son categorías inevitables de la vida política, sin las que
ésta perdería todo su interés.
Sin embargo, la
ética política debe relativizar esas categorías, combatir el maniqueísmo
político y defender firmemente que un combate ideológico debe respetar a los
hombres en su honor, en su dignidad y en su vida privada. Debe recordar que, si
bien todo es política, la política no lo es todo.
Si las iglesias
cristianas han fomentado en el pasado una tendencia política más que otra, no
siempre ha sido, como se ha dicho a veces con ligereza, porque en la era
constantiniana las iglesias estuvieran siempre del lado de la clase dominante,
sino también porque así intentaban conservar su unidad y mantener entre sus
fieles una comunión que excluyera las luchas, las animosidades y los rencores.
Hoy las iglesias suelen dejar a sus fieles libertad en su opción política, lo
cual es bueno, pero no suficiente. Deberían ofrecer a los partidarios de líneas
opuestas la posibilidad de encontrarse, de discutir lo más serenamente posible
y recordarles que en Cristo pueden ser adversarios sin ser enemigos.
Pero la pasión
política, que no es un mal en sí, presenta otros peligros. Como toda pasión,
puede cegar, es decir, impedir que se oigan los argumentos del otro o se vean
ciertos aspectos de la realidad.
Por otra parte,
cuando un hombre o un partido han conquistado el poder, tienen la fuerte
tentación de considerarlo como un fin en sí mismo, independientemente de los
medios que ofrece para realizar un ideal político. La pasión del poder por el
poder forma parte de la patología de la política.
Es fácil
comprender por qué el poder embriaga a los que lo poseen: los convence de que
están haciendo historia (sentimiento que en un hombre como Hitler adquirió
dimensiones de verdadera locura). ¿Es totalmente ilusoria esta sensación de
hacer la historia? Tal es la tesis defendida por Jacques Ellul en La ilusión política.
Creemos que se
trata de una tesis exagerada: la institución de la Seguridad Social por el
poder político ha modificado profundamente nuestra sociedad y ha tenido un
impacto claro en la longevidad humana. Pero el mérito de Ellul consiste en
recordarnos que los hombres que están en el poder chocan con fuerzas anónimas
que no conocen ni dominan y que, al tomar decisiones, muchas veces se limitan a
seguir una de las pendientes de la historia, que no siempre es la correcta. Es
difícil lograr que el hombre de Estado sea humilde, pero hay que intentarlo
siempre.
También es
importante que exista en la nación cierto número de entidades independientes
(iglesias, universidades, organismos científicos, asociaciones culturales) que
puedan desempeñar ante el poder moderno el papel que algunos profetas
desempeñaron ante los reyes de Israel.
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