sábado, 9 de junio de 2018

Letra 572, 10 de junio de 2018


LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (I)
Ana María Tepedino

Resultado de imagen para las discípulas de jesús tepedinoLos modernos estudios sobre el movimiento de Jesús lo sitúan como un movimiento de renovación dentro del judaísmo, así como el fariseísmo se considera otro movimiento de renovación del judaísmo de la misma época. Todos predicaban la venida del Reino de Dios, aunque de formas diferentes.
Jesús y su movimiento compartían con otros grupos de Palestina ese símbolo y el conjunto de esperanzas que evoca. El movimiento de Jesús era un movimiento carismático itinerante en el que se admitían hombres y mujeres en igualdad de condiciones. No hace acepción de personas en sus relaciones con ellas. A todos y a todas acoge y con todos y todas se relaciona de la misma forma. Esto fue verdaderamente revolucionario.
Esta realidad forma parte del contenido del Reino de Dios, del reinado de Dios que se acerca con Jesús (cf. Mc 1.15; Lc 4.18s), que es una intervención gratuita de Dios dentro de la realidad para invertirla: los últimos serán los primeros y los marginados los herederos. El Reino de Dios que se inaugura con Jesús es un Reino de vida, simbolizado en el banquete, un reino al que todos están invitados; los primeros (Israel: las personas religiosas) no aceptan la invitación, mientras son convocados quienes normalmente están excluidos de las fiestas de la vida (cf. Lc 14.15-24).
Un dato común a los cuatro evangelios es la pertenencia de las mujeres a la asamblea del Reino convocadas por Jesús, no como componentes accidentales, sino como participantes activas. A juzgar por los relatos, parecen también beneficiarias privilegiadas de sus milagros (cf. Mr 1.29-31; 5.23-34; 7.24-30; Lc 8.2, etcétera). Los evangelios refieren curaciones de mujeres; quizá con ello Jesús quiere llamar la atención sobre la situación infrahumana en la que vivían. El las cura para que, de ese modo, siendo seres humanos completos, puedan participar de su comunidad.
Jesús tomaba en serio a las mujeres judías (fuesen o no pecadores), a las que la sociedad de su tiempo marginaba de toda vida pública, social o religiosa. Conocía sus sufrimientos y avatares y sabía hablarles y escucharlas, enseñándoles y conviviendo con ellas, dando así una respuesta a su profunda expectativa, a su sed de vida. Su actitud con las mujeres causaba estupor y asombro. Habla públicamente con ellas, hasta con las extranjeras (cf. Jn 4.27), aunque, como sabemos, los extranjeros  eran discriminados en Israel. No comparte los prejuicios de su tiempo sobre ellas. Las trata con respeto y cariño, como hijas queridas del Padre. vive una especial alianza con ellas, haciendo surgir lo "nuevo" a través de esa relación.
Las cura (ejemplo: la suegra de Pedro, que se levanta, convirtiéndose, por tanto, en un ser humano de nuevo apto y capaz, que para demostrarlo se pone a servirles) (cf. Mc 1,29-31p). Rompe el prejuicio de la “impureza legal”, dejándose tocar por la hemorroísa que queda curada (cf. Mr 5.25-34). Relacionado con este relato está el de la curación de la hija de Jairo, donde una vez más, infringe el precepto de la pureza legal y toca el cadáver (cf. Mr 5.21-24,36-43). Habla con una extranjera, la sirofenicia, y se deja convencer por ella curando por fin a su hija (cf. Mr 7.24-30).
Jesús levanta a todas estas personas sacándolas del estado “de muerte”, pues las enfermedades les impedían participar, como la mujer encorvada dieciocho años a la que cura en la sinagoga en sábado, para que puesta en pie pueda alabar y dar gracias a Dios. La llama incluso hija de Abraham, oponiéndose a la concepción judía (cf. Mt 13.19-27), así como reconoce el don mayor de otra mujer: la fe (cf. Mt 15.28; Lc 1.28). Para protegerla de la precipitación con la que a veces la abandonaba su marido, Jesús interpreta el texto de Gn 1.26s y lo lleva hasta sus últimas consecuencias (cf. Mt 19,1s). De esa forma, las mujeres experimentarán la dynamis (fuerza) del Reino que viene a inaugurar.
Jesús se solidariza con todos los que sufren. Sufre con ellos (syn patein), tiene compasión de ellos y, de ese modo se revela, al tiempo que revela la misericordia del Dios del Reino, del Dios de la Vida, que no puede soportar una situación de "menos vida" para ninguno de sus hijos. Por eso tenía una especial predilección por los pobres, entre quienes estaban las mujeres, que no sólo sufrían por ser mujeres sino también por su situación económica de gran pobreza. Jesús no duda en desafiar las prohibiciones legales, como dijimos, para curarlas y dirigirles su mensaje hasta el punto de aparecer como inmoral o escandaloso (cf. Mt 11.6.15; Mc 2.15-17; Jn 6.61).
Era inconcebible que un rabí entrara en casa de mujeres solteras, como nos relata Lc 10.38-42, que hubiera mujeres que siguieran a un rabí abandonando sus hogares para acompañarlo en su misión itinerante (cf. Lc 8.3, en donde se menciona a Juana, mujer de Cusa, funcionario romano). De este modo, las mujeres desafiaban el respeto humano y las prohibiciones legales para seguir a Jesús (cf. Mc 15.40-41; Lc 8.1), viajando con él.
Las mujeres, junto con los demás marginados: enfermos, pobres, pecadores, publicanos, los despreciados e infravalorados, se descubren como seres humanos a quien Jesús valora y les restituye su dignidad de criaturas de Dios, recuperándolos y recuperándolas, recreándolos y recreándolas, constituyendo su comunidad con todos ellos. Esa recuperación, esa integridad de las personas y la mutua integración entre ellas son signos del Reino que se instaura.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS

EL SEGUIMIENTO Y EL INDIVIDUO
Dietrich Bonhoeffer

Resultado de imagen para bonhoeffer estatuaEntonces, en el mismo momento, se le devuelve todo l0 que había dado. Abraham recibe de nuevo a su hijo. Dios le muestra una víctima mejor, que debe sustituir a Isaac. Es un giro de grados; Abraham ha recibido de nuevo a su hijo, pero ahora lo tIene de forma distinta. Lo tiene por el mediador, a causa de él. Por estar dispuesto a escuchar y obedecer literalmente la orden de Dios, le es permitido tener a Isaac como si no lo tuviese, tenerlo por Jesucristo. Nadie sabe nada de esto. Abraham baja con Isaac de la montaña tal como había subido, pero todo ha cambiado. Cristo se ha interpuesto entre el padre y el hijo. Abraham había abandonado todo para seguir a Cristo y, en pleno seguimiento, le es permitido de nuevo vivir en el mundo en que antes vivía. Externamente, todo continúa como antes. Pero lo antiguo ha pasado, y he aquí que todo se ha hecho nuevo. Todo ha debido pasar a través de Cristo.
Ésta es la otra posibilidad, la que consiste en ser individuo en medio de la comunidad, en seguir a Cristo en medio de su pueblo y de la casa de su padre, en medio de los bienes y posesiones. Pero es precisamente Abraham quien ha sido llamado a esta existencia; Abraham, que había pasado antes por la ruptura visible; Abraham, cuya fe se ha convertido en modelo para el Nuevo Testamento. Nos sería muy fácil generalizar esta posibilidad de Abraham, entenderla de forma legalista, es decir, aplicárnosla a nosotros mismos sin más ni más, pretendiendo que nuestra existencia cristiana consiste en seguir a Cristo en medio de la posesión de los bienes de este mundo, y ser así individualista.
Pero, sin duda, es un camino más fácil para el cristiano ser conducido a la ruptura exterior que soportar, en el misterio de la fe, la ruptura secreta. Quien no sabe esto, es decir, quien no lo sabe por la Escritura y la experiencia, se engaña indudablemente al marchar por el otro camino. Volverá a caer en la inmediatez y perderá a Cristo.
No pertenece a nuestra voluntad elegir esta posibilidad o aquella. Según la voluntad de Jesús, somos llamados de tal o cual manera a salir de la inmediatez, y debemos convertirnos visible o secretamente en individuos.
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LA POLÍTICA (III)
Roger Mehl

M
uchos cristianos tienen alergia a la política, precisamente porque supone lucha y crea enemigos. Es pura quimera intentar hacer política sin tener adversarios. ¿Es posible que estos adversarios no lleguen a convertirse en enemigos? Aunque existe una profunda diferencia entre un adversario, cuyas ideas nos parecen falsas y nefastas, y un enemigo, objeto de odio, hay que reconocer que la distancia entre adversarios y enemigos se elimina fácilmente, dado que la política es y tiene que ser apasionada precisamente en la medida en que es noble, es decir, combate por la realización de un ideal (una idea de lo que debe ser la sociedad). Derecha e izquierda, conservadores y progresistas, tradicionalistas, reformistas y revolucionarios son categorías inevitables de la vida política, sin las que ésta perdería todo su interés.
Sin embargo, la ética política debe relativizar esas categorías, combatir el maniqueísmo político y defender firmemente que un combate ideológico debe respetar a los hombres en su honor, en su dignidad y en su vida privada. Debe recordar que, si bien todo es política, la política no lo es todo.
Si las iglesias cristianas han fomentado en el pasado una tendencia política más que otra, no siempre ha sido, como se ha dicho a veces con ligereza, porque en la era constantiniana las iglesias estuvieran siempre del lado de la clase dominante, sino también porque así intentaban conservar su unidad y mantener entre sus fieles una comunión que excluyera las luchas, las animosidades y los rencores. Hoy las iglesias suelen dejar a sus fieles libertad en su opción política, lo cual es bueno, pero no suficiente. Deberían ofrecer a los partidarios de líneas opuestas la posibilidad de encontrarse, de discutir lo más serenamente posible y recordarles que en Cristo pueden ser adversarios sin ser enemigos.
Pero la pasión política, que no es un mal en sí, presenta otros peligros. Como toda pasión, puede cegar, es decir, impedir que se oigan los argumentos del otro o se vean ciertos aspectos de la realidad.
Por otra parte, cuando un hombre o un partido han conquistado el poder, tienen la fuerte tentación de considerarlo como un fin en sí mismo, independientemente de los medios que ofrece para realizar un ideal político. La pasión del poder por el poder forma parte de la patología de la política.
Es fácil comprender por qué el poder embriaga a los que lo poseen: los convence de que están haciendo historia (sentimiento que en un hombre como Hitler adquirió dimensiones de verdadera locura). ¿Es totalmente ilusoria esta sensación de hacer la historia? Tal es la tesis defendida por Jacques Ellul en La ilusión política.
Creemos que se trata de una tesis exagerada: la institución de la Seguridad Social por el poder político ha modificado profundamente nuestra sociedad y ha tenido un impacto claro en la longevidad humana. Pero el mérito de Ellul consiste en recordarnos que los hombres que están en el poder chocan con fuerzas anónimas que no conocen ni dominan y que, al tomar decisiones, muchas veces se limitan a seguir una de las pendientes de la historia, que no siempre es la correcta. Es difícil lograr que el hombre de Estado sea humilde, pero hay que intentarlo siempre.
También es importante que exista en la nación cierto número de entidades independientes (iglesias, universidades, organismos científicos, asociaciones culturales) que puedan desempeñar ante el poder moderno el papel que algunos profetas desempeñaron ante los reyes de Israel.

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