25 de noviembre, 2018
Cristo le da a la
iglesia todo lo que necesita, y une a todos sus miembros de acuerdo con el plan
de Dios.
Colosenses 2.19b, Traducción
en Lenguaje Actual
El lenguaje de la
carta a los Colosenses da testimonio de una profunda preocupación por el
contacto de la comunidad con las ideologías sincréticas que se habían
introducido en ella. El apóstol Pablo, a la distancia, enfrentó ese asunto muy
a su manera: exhortando a los creyentes a discernirlas crítica y adecuadamente
para mantenerse firmes en la fe que habían recibido. La descripción que hace en
2.16-18 es elocuente al máximo en su propósito de redondear sus observaciones
para describir sus fallas concretas y la manera en que podían poner en riesgo
su fe: primeramente, aparece el recuerdo de los judaizantes que los critican
por determinadas comidas o bebidas que hacían (16a) o por no celebrar
determinadas fiestas (luna nueva o sábado, 16b). la primera parte del v. 17 es
contundente al calificar el sentido de las mismas: “sombra engañosa de lo que
estaba por venir”, de manera muy similar a algunas expresiones de la Epístola a
los Hebreos. La segunda parte del versículo es directa también: “Lo real y
verdadero es Cristo”.
Desde esa plataforma
cristológica, el autor se va a referir al culto a los ángeles (18a), una
práctica que retomaba elementos de ciertos desarrollos judíos. Todo ello
entraba en un contexto que requería explicaciones y análisis más minuciosos:
El papel de los
ángeles, guardianes de la Ley, procede de ciertas concepciones judías [en
relación con las “Potencias”, “principados y potestades”, RVR], pero aquí
resulta extraña la importancia que se da a su papel en el cosmos: ¿no aparecen
aquí como los rectores de los cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego (cf.
Filón, De Spec. Legibus 11, 255), a
partir de los cuales la filosofía de aquella época explicaba la formación del
mundo? Al afirmar con energía que Cristo es el único Artífice de la creación
(1.15s), Pablo se opone a las especulaciones sobre los intermediarios entre el
Dios supremo y el mundo. Observemos que la epístola no utiliza más que una vez
el término eón (1,26), característico
de los sistemas gnósticos del siglo 11, e incluso lo hace en un sentido banal:
desde las “generaciones” (1.26).[1]
Mucha gente creía que
las “Potencias” cósmicas (arjás,
exousías, kosmokrátoras, Ef 6.12; Col 2.15) dirigían el destino humano, por
lo que debían ser honradas mediante un culto que el apóstol denunció como
supersticioso y atentatorio contra la única mediación de Cristo. Pero: “Al
evocar las Potencias, Pablo pensaba en las energías que se manifiestan en el
mundo, energías cósmicas y destino, autoridades políticas necesarias, pero a
menudo tiránicas, fuerzas instintivas y oscuras que dirigen el comportamiento
de los hombres”.[2] Hoy hablamos de ideologías que producen
“estructuras de pecado”, o de corrupción, como en nuestro medio presente (el
caso de Perú, con cinco ex presidentes en la cárcel o sujetos a juicio, es
enormemente aleccionador). “El mensaje del Nuevo Testamento no recae sobre el
análisis de las leyes que dirigen el cosmos y el devenir de las sociedades: es
un mensaje de liberación en Cristo. Contra todos los fatalismos que provocan el
pesimismo y el desánimo, Pablo no cesa de decirnos que Cristo nos ha liberado
de toda servidumbre, de la servidumbre del destino y de la servidumbre de la
Ley, y que nos ha abierto el camino real de la agapé”.[3]
Ese camino es el de la vida anunciada, compartida y otorgada por el Señor a su
pueblo.
Quienes adoraban a
los ángeles participaban en los llamados “cultos de misterios”: el verbo embateuein
(2.18, “entrando en cosas”), traducido a veces por “preferir” o por “sumergirse
en”, significa en sentido propio “pisar el umbral” de un santuario y se usaba
en ese tipo de religiones. Asimismo, haría alusión a la visión que se concedía
a los neófitos en los ritos de iniciación. Por otro lado, estaban las personas que decían tener visiones, pero que,
en realidad, mentían y, además, los hacía ser soberbios o sentirse superiores
(18b). Esa actitud los distanciaba automáticamente de Jesucristo, jefe y cabeza
de la iglesia (Ef 4.15s) y su razón de ser (19a). La afirmación siguiente
resume completamente la fuente de poder y de vida de la iglesia. “Cristo le da a la iglesia todo
lo que necesita, y une a todos sus miembros de acuerdo con el plan de Dios” (19b, “nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y
ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”, RVR1960). Esas personas no están unidas a Cristo, quien
gobierna su iglesia, la fortalece permanentemente y le proporciona cohesión y
sustento (19).
Finalmente, la
experiencia de contacto directo con Cristo (“unidos a él por su muerte en la
cruz”, 20a) ha liberado a los creyentes de cualquier forma de esclavitud “a los
espíritus que gobiernan este mundo” (20b, “rudimentos”, RVR1960; “principios”,
RVC; “elementos”, BJ).
Por el bautismo hemos muerto con Cristo no solamente
al pecado, sino a todos esos reglamentos que no tienen más que una apariencia
de devoción. Después de tres ejemplos: “No tomes; no gustes; no toques”, Pablo
alude a una palabra de Isaías (29.13), que representa un gran papel en la
controversia a propósito de la pureza ritual: “Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí; es inútil que me rindan culto, pues
las doctrinas que enseñan no son más que preceptos humanos” (cf. Mr 7.6s y Mt
15.9). La alusión a Isaías cobra más interés aún si se piensa que Col no
contiene ninguna cita directa de la Escritura más que ésta. […]
Es verdad que hemos resucitado con Cristo, pero
tenemos que hacernos (de hecho) lo que somos (de derecho). Aunque la
antítesis vida/muerte sea una constante en Pablo (por ejemplo, Rom 6.4; 1 Cor
15.21; 2 Cor 2.16; 4.11s; etcétera), presenta aquí una forma especial, ya que
el mismo Cristo es considerado como la vida.[4]
Comportarse como si
aún se siguiese bajo el dominio de esas fuerzas es algo inaceptable, sobre todo
porque ahora la comunidad es portadora de la nueva vida obtenida en Cristo. Su
validez es relativa o secundaria, pero lo primordial ahora es la obediencia al
Señor, o mejor aún, experimentar continuamente las bendiciones de vida que Él
ha obtenido para su pueblo. Se trata de caminar en ellas para alcanzar la
plenitud de vida prometida.
[1] Edouard Cothenet, Las cartas a los colosenses y a los efesios.
Estella, Verbo Divino, 1994 (Cuadernos bíblicos, 82), pp 7-8, http://mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/082%20Las%20cartas%20a%20los%20Colosenses%20y%20a%20los%20Efesios%20(EDOUARD%20COTHENET).pdf
[2] Ibíd., p. 27.
[3] Ídem.
[4] Ibíd., pp. 30-31. Énfasis original.
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