EL DISCIPULADO NOS FORMA Y TRANSFORMA PARA LA VIDA
Néstor Míguez, Conferencia sobre Misión Mundial y
Evangelización
Déjenme, para concluir, decir algo de mi propio relato. […] Sin que me sobrara nada, sin embargo, mi
infancia fue todo lo feliz que puede ser un niño de clase media, con un padre
pastor y una madre maestra de Jardín de infantes, viviendo en un barrio humilde
de gente trabajadora. La marginación y el riesgo de vida lo conocí después,
cuando ya yo mismo pastor de la iglesia metodista, mi participación en la lucha
por la justicia social y los derechos humanos me hizo un perseguido por la
dictadura militar en mi país. En esos años sombríos, con tantos compañeros
muertos, presos, torturados, exiliados, conocí las amenazas de muerte, la
necesidad de ocultarse, el riesgo personal y de mi familia. Sin embargo, junto
con otros y otras compañeros y compañeras de lucha, creyentes o no, acompañamos
la lucha de las Madres de la Plaza, pudimos sostener y animar a muchas víctimas
y sus familias, logramos rescatar a otros perseguidos, ocultar familias
enteras, y sacar del país a muchos cuyas vidas estaban en peligro.
No es que no
tuviéramos temor. Pero la misión se nos imponía, el mandato solidario era más
fuerte, y la ayuda y colaboración de muchos hermanos y hermanas de otros
lugares, especialmente de otras iglesias y el propio Consejo Mundial, nos daba
la fortaleza y el consuelo necesario para seguir adelante. Allí fue la misión
la que nos formó para la vida. Y así sigue siendo frente a otras formas
cotidianas de violencia, discriminación y opresión que se siguen dando en el supuesto
estado democrático que vivimos en este mundo imperializado. Ni que decir en
otros espacios donde el odio y la guerra, donde la ambición insensible de los
poderosos y la violencia indiscriminada de los vengativos han hecho de la vida
humana un constante camino del calvario.
Los márgenes,
que en realidad constituyen hoy la mayoría de nuestra humanidad, son la fuente
de nuestro compromiso. Con el poder concentrado en menos del 1% de la
humanidad, y con la devastación de los recursos de la creación para satisfacer
el lujo de apenas un 10%, mientras casi la mitad de la humanidad aún padece en
la pobreza, hay que preguntarse dónde está la vida. El Evangelio es siempre un
cuestionamiento de los poderes existentes desde la potencia de la vida de los
humildes. Recordemos que en nuestra historia de fe fue en la marginal Galilea,
y en el mesías crucificado entre marginales, donde se manifiesta la
transcendencia de los excluidos de la historia, que conforman el discipulado
capaz de actuar.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer
La justicia de Cristo
No penséis que he venido a abolir la
ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo
aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la ley
sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos
mandamientos menores y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el reino
de los cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ese será grande en
el reino de los cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que
la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 5.17-20).
No es
extraño que los discípulos, al oír las promesas hechas por su Señor, en las que se quitaba valor a todo lo que el pueblo estimaba
y se alababa todo lo que para él carecía de importancia, viesen llegado el fin
de la ley. Se les hablaba y consideraba como a hombres que lo habían conseguido
todo por pura gracia de Dios, como a quienes ahora todo lo poseen, como a
herederos seguros del reino de los cielos. Tenían la comunidad plena y personal
con Cristo, que todo lo había renovado.
Eran la sal, la
luz, la ciudad sobre el monte. Por eso, todo lo antiguo ha pasado, se ha
disuelto. Parece faltar muy poco para que Jesús establezca una separación
definitiva entre su persona y lo antiguo, para que declare abolida la ley del
Antiguo Testamento y reniegue de ella con su libertad de Hijo de Dios,
liberando también a su comunidad. Por todo lo que había sucedido, los
discípulos podían pensar como Marción que, reprochando a los judíos haber
falseado el texto, lo cambió del siguiente modo: “¿Pensáis que he venido a
cumplir la ley o los profetas? He venido a abolir, y no a dar cumplimiento”.
Son innumerables los que desde Marción han leído e interpretado el texto de
esta forma. Pero Jesús dice: “No penséis que he venido a abolir la ley y los
profetas...”.
Cristo revalora
la ley del Antiguo Testamento. ¿Cómo hay que entender esto? Sabemos que se
habla a los que le siguen, a los que están ligados solamente a Jesucristo.
Ninguna ley podría haber impedido la comunidad de Jesús con sus discípulos, como
vimos al interpretar Lc 9.57s. El seguimiento es unión inmediata a solo Cristo.
Sin embargo, de forma totalmente inesperada, aparece aquí la vinculación de los
discípulos a la ley del Antiguo Testamento. Con esto Jesús indica dos cosas a
sus apóstoles: que la unión a la ley no constituye aún el seguimiento, y que la
vinculación sin ley a la persona de Jesucristo no puede ser llamada verdadero
seguimiento. Pone en contacto con la ley a los que ha concedido todas sus
promesas y su plena comunidad.
La ley tiene
valor para los discípulos porque así lo dispone aquel a quien ellos siguen. Y
ahora surge la pregunta: ¿qué es lo verdaderamente válido: Cristo o la ley? ¿A
quién estoy yo ligado? ¿A él sólo, o también a la ley? Cristo había dicho que
ninguna ley podía interponerse entre él y sus discípulos. Ahora dice que la
abolición de la ley significaría separarse de él. ¿Qué sentido tiene esto?
La ley es la ley
del Antiguo Testamento; no se trata de una ley nueva, sino de la antigua, de la
que se habló al joven rico y al escriba como revelación de la voluntad de Dios.
Si se convierte en un precepto nuevo es sólo porque Jesús vincula a los que le
siguen con esta ley. No se trata, pues, de una «ley mejor» que la de los
fariseos; es la misma, la ley que debe permanecer con todas sus letras hasta el
fin del mundo, que se ha de cumplir hasta en lo más pequeño. Pero sí se trata
de una mejor». Quien no posea esta justicia mejor, no entrará en el reino de
los cielos, porque se habría separado del seguimiento de Cristo, que le pone en
contacto con la ley. Pero los únicos que pueden tener esta justicia mejor son
aquellos a quienes Cristo habla, los que él ha llamado. La condición de esta
justicia mejor es el llamamiento de Cristo, es Cristo mismo.
Resulta por lo
tanto comprensible que Jesús, en este momento del sermón del monte, hable por
primera vez de sí mismo. Entre la justicia mejor y los discípulos, a los que se
la exige, se encuentra él. Ha venido para cumplir la ley de la antigua alianza.
Este es el presupuesto de todo lo demás. Jesús da a conocer su unión plena con
la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento, en la ley y los profetas. De hecho,
no tiene nada que añadir a los preceptos de Dios; los guarda, y esto es lo
único que añade. Dice de sí mismo que cumple la ley. Y es verdad. La cumple
hasta lo más mínimo. Y al cumplirla, se “consuma todo” lo que ha de suceder
para el cumplimiento de la ley. Jesús hará lo que exige la ley, por eso sufrirá
la muerte; porque sólo él entiende la ley como ley de Dios. Es decir: ni la ley
es Dios, ni Dios es la ley, como si esta hubiese ocupado el puesto de Dios.
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FE, LECTURA Y LIBRE INTERPRETACIÓN: LA FUNCIÓN
CULTURAL DE LAS TRADUCCIONES BÍBLICAS (II)
La
importancia de la Biblia traducida por Lutero
es dimensionada, desde Francia, como sigue, al situarla en el marco de la
formación de esa cultura bíblica que sería propia de las iglesias y comunidades
protestantes: “Lutero tradujo a partir de los originales hebreos y griegos, y
tradujo hacia una lengua de destino comprensible por todos y que se presenta
como el equivalente vernáculo de la fuente. Eso
significó elevar la lengua vernácula a la categoría de nueva lengua bíblica, lo
que no se hacía oficialmente en Occidente desde la Vulgata”. (O. Millet y
P. de Robert, Cultura bíblica).
Semejante logro
únicamente podría ser apreciado con el paso del tiempo, dado el enorme rechazo
que causó en los medios católicos la insólita aparición de una traducción como
ésta. Se estableció un hasta entonces inimaginable paradigma cultural,
lingüístico y literario que afectaría al resto de las sociedades europeas: cada
vez que se tradujesen las Escrituras a un idioma vernáculo se estaría
inaugurando una nueva literatura, capaz de ir más allá del dominio del latín
como lengua oficial de la iglesia católica, lo que significó el abandono
inmediato del mismo, incluso en los ambientes protestantes.
Así, en Suiza se
fomentó la traducción al neerlandés en 1526, al alemán en 1530, italiano en
1532 y francés e inglés en 1535. La Biblia de Lutero se reeditó unas 400 veces
antes de su muerte. Se dice que Calvino también fundó con varias de sus obras
el idioma literario francés.
Por otro lado,
el énfasis estrictamente religioso y teológico de la difusión de la Biblia
obligó a diferenciarse de las propuestas católicas:
Al hacer de la Biblia la única
fuente y autoridad en materia de fe (el principio de la sola Scriptura), al afirmar la claridad de las Escrituras y
comprometerse de manera más o menos sistemática a la difusión masiva de su
traducción en lengua vernácula, la Reforma protestante inauguró una forma por
completo nueva, en la tradición cristiana, de cultura bíblica. Como al comienzo
el catolicismo rechazó esos principios, prefiriendo atenerse en esos diferentes
campos a principios tradicionales, sin preocuparse por renovar y reformar las
formas de aplicación, en este terreno es mejor mencionar, de forma contrastada,
los efectos de una y otra reforma religiosa del siglo xvi, empezando por el protestantismo. (O. Millet y P. de
Robert)
Otra visión,
esta vez desde Italia, manifiesta la vertiente revolucionaria que hizo posible
el acceso de miles de personas medianamente letradas, al contenido de la
Biblia:
Una revolución es un proceso que
implica grupos sociales hasta ahora sometidos, excluidos del poder y del
conocimiento. En los años alrededor de 1520, la lectura de los textos sagrados
y de todos los libros, folletos y carteles en los que se expresaban las ideas
de los reformadores, no tuvo lugar en privado. Ciertamente, la lectura y la
meditación individual eran abundantes. Pero la Reforma se convirtió rápidamente
en un hecho público: las ideas se debatieron y discutieron en los conventos e
iglesias, en los hogares, en los consejos municipales, en los talleres, en las
plazas, en las tabernas. Y para ello la relectura de la Sagrada Escritura se
transformó en algo radicalmente diferente de las religiones del pasado. (Mario
Miegge, Martín Lutero, la Reforma Protestante
y el surgimiento de las sociedades modernas). (LC-O)
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