sábado, 6 de abril de 2019

El camino de Jesús: profetismo, cruz y vida recuperada, L. Cervantes-O.

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7 de abril, 2019

Como pueden ver, ahora vamos a Jerusalén. Y a mí, el Hijo del hombre, me entregarán a los sacerdotes principales y a los maestros de la Ley. Me condenarán a muerte y me entregarán a los enemigos de nuestro pueblo, para que se burlen de mí, y para que me escupan en la cara y me maten; pero después de tres días resucitaré.
Marcos 10.33-34, TLA

Jesús no pudo disfrutar de una vejez tranquila. Murió violentamente en plena madurez. No lo abatió una enfermedad. Tampoco fue víctima de un accidente. Lo ejecutaron en las afueras de Jerusalén, junto a una vieja cantera, unos soldados a las órdenes de Pilato, máxima autoridad romana en Judea.
Era probablemente el 7 de abril del año 30. Esa misma mañana, el prefecto lo había condenado a muerte como culpable de insurrección contra el Imperio. Su vida apasionante de profeta del reino de Dios terminaba así en el patíbulo de la cruz.[1]
José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

Recordatorio, preparación, reflexión de fe: todo ello está delante como una posibilidad al momento de acercarnos a la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Ante ello, ¿qué evoca, qué nos produce cada aspecto: profetismo, cruz, vida recuperada? ¿Cómo lo hemos asimilado en nuestra experiencia particular, concreta? ¿Cómo se ha reproducido cada uno de ellos en nuestra existencia cristiana? Pues de alguna manera nos recuerdan que el camino de Jesús también es el nuestro en una medida proporcional a la fe con que contemos o cómo hayamos avanzado en el conocimiento de la su obra redentora. La autoconciencia de Jesús acerca de adónde lo conduciría su obediencia al proyecto de Dios de contribuir a hacer presente el Reino de Dios en el mundo aparece, en la versión inicial del Evangelio en Marcos, con enorme claridad y certeza. Su anuncio del Reino de Dios concretado en una actuación al servicio de los necesitados, su combate a la hipocresía y su rechazo de la religiosidad institucional le granjearon una oposición que lo llevaría a la muerte violenta, inevitablemente. Estos aspectos se entrelazan profundamente en los evangelios y vienen ahora a reclamarnos una conexión directa con ellos mediante la persona de Jesús de Nazaret.

Profetismo
En la versión de Marcos, Jesús vivió, de manera continua en la clandestinidad. En ese sentido, de no divulgar muchas cosas que hacía, iban sus advertencias (1.34b, 44; 8.30). Su labor profética, es decir, de enseñanza, denuncia y resistencia hacia lo que acontecía en su tiempo en las esferas socio-política y religiosa, fue en aumento. Habló de las malas prácticas de los dirigentes y su accionar hizo visibles algunos signos del Reino de Dios, a contracorriente del desprecio de los políticos y religiosos por el pueblo. En suma, se puso al lado de los más desfavorecidos: poseídos, mujeres, niños, enfermos, solitarios, pecadores/as. A todos ellos les enseñó, sanó, alimentó, acompañó y devolvió su dignidad humana. Marcos ocupa nueve capítulos para mostrar la forma en que esa tarea comenzó a producir preocupación entre los poderosos. Juan Bautista muere en el capítulo 6 (vv. 14-29) y eso coloca mayor atención sobre él; su camino sería muy similar. Luego de la confesión mesiánica de Pedro, Jesús consideró que debía advertir a sus seguidores lo que iba a suceder (Mr 8.31-38; 9.30-32), transformando dicho anuncio en una firme llamada a los discípulos a tomar su propia cruz (8.34).

José Antonio Pagola ha hecho algunas de las preguntas obligadas ante la intensidad de su labor profética:

Pero, ¿qué había podido suceder para llegar a este trágico final? ¿Ha sido todo un increíble error? ¿Qué ha hecho el profeta de la compasión de Dios para terminar en ese suplicio que solo se aplicaba a esclavos criminales o a rebeldes peligrosos para el orden impuesto por Roma? ¿Qué delito ha cometido el curador de enfermos para ser torturado en una cruz? ¿Quién teme al maestro que predica el amor a los enemigos? ¿Quién se siente amenazado por su actuación y su mensaje? ¿Por qué se le mata?[2]

Cruz
Jesús anuncia a los temerosos doce discípulos lo que sucederá con él mientras “sube a Jerusalén” (10.32a), en una especie de premonición de lo que vendrá. Esa subida representa el acercamiento a la crisis máxima de su vida, cuando saldrá de la clandestinidad para afrontar las consecuencias de sus acciones proféticas y el horizonte de la cruz como instrumento de tortura y asesinato se haría más claro. La entrega, el sufrimiento y el martirio se presentarán como la única alternativa para él. Afrontar con tanta certeza ese destino no fue fruto del estoicismo sino de una profunda y dolorosa constatación: los poderes se ensañarían con él. La fórmula estaba bien definida: “Me entregarán a los sacerdotes principales y los maestros de la Ley. Me condenarán a muerte y me entregarán a los enemigos de nuestro pueblo” (33b, énfasis agregado). Todo ello signado por estilo apocalíptico para referirse a sí mismo. A partir de ese momento, ya todo está dominado por la perspectiva de la cruz: en esa clave debe leerse el resto del evangelio, comenzando con la supuesta “entrada triunfal” a Jerusalén. La “cruz” es todo lo contrario de la “gloria” en esa misma clave.

La fe cristiana está marcada profundamente por la cruz, por la “teología de la cruz”, como decía Lutero, y como han desarrollado Jürgen Moltmann, en el protestantismo, y Bárbara Andrade (1934-2014), teóloga mexicana, desde el catolicismo. Nada puede ocultar, edulcorar o minimizar el ignominioso “escándalo de la cruz” al que se refiere San Pablo (Gál 5.11). Siempre debemos estar prevenidos contra la tentación de ver a Dios como un Dios sádico. Escribe Andrade: “En la cruz, el Hijo de Dios ha tomado sobre sí el mal y el sufrimiento en su propia muerte dolorosa e injusta, y por el Hijo el Padre ha sido incluido en el sufrimiento en la cruz. Este rasgo, subrayado en varias teologías de la cruz […], es importante en el sentido de que plantea que nuestro sufrimiento le toca también a Dios y de que no se mantiene una contraposición entre un Dios “impasible” —o cruel y arbitrario— y su creatura sufriente”.[3]

Vida recuperada
“Su trágico final no fue una sorpresa. Se había ido gestando día a día desde que comenzó a anunciar con pasión el proyecto de Dios que llevaba en su corazón. Mientras la gente lo acogía casi siempre con entusiasmo, en diversos sectores se iba despertando la alarma. La libertad de aquel hombre lleno de Dios resultaba inquietante y peligrosa. Su conducta original e inconformista los irritaba. Jesús era un estorbo y una amenaza”.[4] Así se vuelve a referir Pagola a lo hecho por Jesús que ocasionó su muerte violenta. En América Latina, al parecer, y a nuestro pesar, deberíamos ser “especialistas” en la teología de la cruz desde el sufrimiento gratuito e involuntario. Lo que aconteció con Jesús debería calar hondo en nuestras sociedades y comunidades, para así poder acompañarlo en la recuperación de su vida. Afirmar la resurrección, en palabras de Andrade, es creer firmemente que Dios desclavó a su Hijo de la cruz para así hacer posible el desclavamiento de todos los crucificados de la historia: “En un mundo desgarrado por la falta de fe y de comunión, en el que el envío y el anuncio de Jesús ‘debía’ terminar en el escándalo de la cruz, la participación en la cruz de Cristo es —para los creyentes— ella misma la consolación, porque Dios se ha convertido en Padre de los crucificados al desclavar a Jesús de la cruz. El kerygma de la cruz no permite ni la glorificación, ni la banalización del sufrimiento, sino que vence el sufrimiento en la comunión y la esperanza”.[5]

Prepararse para volver a ver con los ojos de la fe a Jesús en la cruz, nos debe servir para ver también en ella al propio Dios, algo a lo que no estamos acostumbrados: “Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo […]. Dios es impotente y débil en el mundo, y solo así Dios está con nosotros y nos ayuda […]. Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos” (D. Bonhoeffer).[6]




[1] J.A. Pagola, Jesús, aproximación histórica. Madrid, PPC, 2007, p. 333.
[2] Ídem.
[3] B. Andrade, “Algunas reflexiones sobre la ‘creación’ y el sufrimiento”, en Proyección. Teología y mundo actual, año XLIX, núm. 205, julio-diciembre de 2002, p. 131, https://dioscaminaconsupueblo.files.wordpress.com/2014/02/reflexiones-ba.pdf.
[4] J.A. Pagola, op. cit.
[5] B. Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1999, p. 267.
[6] D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión. Cartas desde la prisión. Salamanca, Sígueme, 1983, p. 252.

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