William Blake (1757-1827), Cristo aparece a sus discípulos después de la resurrección (1795)
21 de abril, 2019
Luego, Jesús se les
apareció a los once discípulos mientras ellos comían. Los reprendió por su
falta de confianza y por su terquedad; ellos no habían creído a los que lo
habían visto resucitado. Marcos 16.14, TLA
En la segunda parte del capítulo final de Marcos se
narra, como propuesta alternativa, otra posibilidad más esperanzadora en
relación con la resurrección de Jesús. En la primera propuesta, el v. 8 ofrece
un panorama no del todo afirmativo sobre esa realidad de fe: las mujeres se
fueron del sepulcro asustadas y con la enorme duda sobre el paradero del cuerpo
de Jesús, pues incluso guardaron silencio y no compartieron el importante mensaje
del joven misterioso sobre la resurrección de Jesús (vv. 6-7).
A
una práctica truncada violentamente por el asesinato corresponde un relato
incompleto, truncado por el miedo de las mujeres y por la huida de los
discípulos. Pero esa incompletitud del relato no remite a la resignación, sino
que empuja al lector, para que se encargue de su proseguimiento, si quiere saber de Jesús. Es inútil que narre la
experiencia pascual, porque ésta no se da. válidamente, más que en Galilea, en
el seguimiento de Jesús prosiguiendo
su práctica.[1]
“Marcos pone al lector en
su justo lugar, que es el de las mujeres que recorren cierto itinerario... El
sepulcro empuja hacia afuera... es preciso ir allá, pero para ser arrebatado
por otro proyecto...”.[2]
El mensaje anunciado por ese ser misterioso se desplegará, en la segunda parte,
a partir del encuentro del Jesús resucitado con María Magdalena (vv. 9-11), dos
de sus discípulos (vv. 12-13), y el grupo de 11 seguidores (v. 14), sucesivamente.
La aparición de Jesús vuelto a la vida fue in
crescendo, por decirlo así, para fortalecer la fe de sus seguidores y
confirmar los anuncios que se habían hecho al respecto. La sucesión de
apariciones marca un ritmo encaminado a instalar la misión de Jesús en la
conciencia de los discípulos, pero sólo a partir de una sana comprensión de la vida
recuperada de su maestro. Sin la vida de él, reencaminada por el Padre que desclavó
y resucitó a su Hijo, la vida y misión de ellos/as no será nada. Previo al
anuncio explícito de la misión que recibirían para realizar, debía realizarse
el encuentro con el Crucificado ahora Resucitado, quien gracias a esa experiencia
renovó el camino que habían iniciado desde que aceptaron seguirlo, acompañarlo
y aprender de él.
En el v. 14 las palabras
de Jesús son duras acerca de la falta de confianza y de la terquedad de los
discípulos, pues “no habían creído a los que lo habían visto resucitado” (14b),
lo que otorga continuidad a la enseñanza del Señor mientras anduvo con ellos y
les transmitió su mensaje. “De ese grupo fragmentado, de incrédulos y duros de
corazón, nació la Iglesia, nacimos nosotros”.[3]
Éste es el realismo con que se asumirá la misión de la iglesia: se trata de una
comunidad con múltiples defectos y siempre en conflicto con su eventual
desobediencia y alejamiento del sentido de la misión encomendada por el Resucitado.
El jesuita mexicano Carlos
Bravo Gallardo (1938-1997) desglosa lo acontecido por las etapas del propio
texto y concluye con el envío de los discípulos que hace el Resucitado. Primeramente,
expone lo sucedido con María Magdalena, una presencia femenina que compromete
al relato completo y le otorga a la narrativa originaria de la resurrección un
tono que no necesariamente se aprecia en los demás evangelios (en Mt la acompaña
la otra María, 28.1; en Lc se habla de “las mujeres”, 23.55-56), excepto el del
Cuarto (Jn 20.1-18), adonde el desarrollo de la historia tiene una personalidad
propia, por su extensión y alcances.
La
primera experiencia de su presencia definitiva en la historia la tiene una
mujer de la que Jesús había expulsado siete demonios, o sea, toda maldad (v.
9), pero de una fidelidad y un amor a toda prueba. Forma parte del grupo de
seguidoras de Jesús (15.41). Es mencionada por su nombre en 15.40, 47; 16.1, 9
y es, probablemente, la misma que había ungido a Jesús anticipadamente para la
sepultura (14.3ss). Esta primicia resulta sumamente provocativa para una cultura
patriarcal machista como era la judía. La reacción de incredulidad de los
apóstoles se entiende en ese contexto cultural. Imposible que ella,
precisamente ella, una mujer y de mala reputación, hubiera visto a Jesús (y no
ellos).[4]
En segundo lugar, aparecen
dos discípulos únicamente, que iban de regreso a su pueblo, ¿a retomar su
rutina de vida anterior al llamamiento de Jesús? Con todo, se encaminaron a
compartir la visión de Jesús. “La segunda experiencia la tienen unos
discípulos, que no son de los Doce, cuando iban de regreso a su pueblo. Por
Lucas sabemos de los discípulos de Emaús. Se regresaron para comunicar su
experiencia a los demás, pero tampoco les creyeron. No eran de fiar. El factor
común es la incredulidad total. No sólo no les creen, sino que no creen en la
fuerza de Dios ni en el testimonio de los hermanos”.[5]
Finalmente, Jesús se apareció
al grupo de once, mientras comían, es decir, mientras compartían un momento de
comunión. “No pueden ser testigos de nada quienes huyen a esconderse llorando
de aflicción. Uno de ellos lo entregó a la muerte, otro lo negó tres veces seguidas,
los demás huyeron a esconderse. ¿Quién se fiaría de ellos como testigos? Pero
el incorregible Jesús se les hace presente también a ellos, aunque ya no son
los Doce, sino sólo Once, un grupo roto por la traición y la
falta de fe. El número doce es de plenitud; once
no es nada”.[6]
Así,
capacitando a los discípulos para proseguir su misión, terminó Jesús su obra
terrena. Y nos dejó. Nos dejó la historia como el espacio donde construir el
mundo nuevo que nos enseñó a soñar y a forjar. Los discípulos salieron a poner
por obra la misión confiada. Y el Señor Jesús les (nos) dejó la historia como
el espacio encargado a los hombres; como su tarea. Y desde el cielo los (nos)
acompaña, trabajando hombro a hombro con ellos (con nosotros), confirmando su
(nuestro) mensaje con los signos que acompañan su (nuestra) palabra.[7]
La resurrección de Jesús
hizo posible la resurrección de la comunidad de discípulos/as, pues sin esa
experiencia de recuperación de la vida anunciada por el Padre sería imposible
que la iglesia pudiera afrontar semejante tarea. El desafío de cómo el Padre vivificó
a su Hijo mediante la resurrección, fue la reivindicación total de su persona y
la proyección de su misión, ahora a cargo de los discípulos. Tal como lo
resumió Bravo Gallardo: en la resurrección somos testigos de “la rebeldía
eficaz del Padre contra la muerte injusta del Hijo al rescatarlo del sinsentido
de la condena”.[8]
Marcos registra también el ascenso del Señor a la derecha del Padre (16.19) para
que, con ello, se cierre completo el círculo de la recuperación de la vida y
dignidad de Jesús como Dios y como ser humano, y los discípulos se lanzasen a
cumplir la misión recibida de anunciar su nombre por el mundo (v. 20).
[1] Xavier Léon-Dufour,
Resurrección de Jesús y mensaje pascual. Salamanca,
Sígueme, 1974 (Biblioteca de estudios bíblicos, 1), p. 201.
[2] C. Bravo Gallardo,
Jesús, hombre en conflicto. El relato de
Marcos en América Latina. 2ª ed. corregida y aumentada. México, Centro de
Reflexión Teológica-Universidad Iberoamericana, 1996, p. 243.
[3] Ibíd., p. 246.
[4] Ibíd., pp. 245-246.
[5] Ibíd., p. 246.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Ídem,
p.
301.
No hay comentarios:
Publicar un comentario