La violencia desaparecerá de tu tierra;
se terminarán la desolación y la destrucción de la guerra.
La salvación te rodeará como las murallas de una ciudad
y la alabanza estará en los labios de todos los que entren allí.
Isaías 60.12, TLA
El
lenguaje metafórico sobre la luz en Isaías 60 sirve para que el mensaje
profético apunte hacia las acciones restauradoras de Dios en medio de un pueblo
que necesitaba recomponer su vida presente y su destino. El dinamismo de la luz
será capaz de superar al realismo histórico para ver las cosas desde una mirada
esperanzadora y llena de fe. No se trataba solamente de levantar el ánimo de
una comunidad deprimida y sometida por los vaivenes de la historia, sino de
encontrar en las nuevas circunstancias la forma en que la mano de Dios seguiría
conduciendo a ese pueblo hacia nuevos derroteros en el marco de la
reconstrucción casi completamente realizada de sus bases religiosas, culturales
y espirituales. La gran metáfora de la luz cumple una función abarcadora del
mensaje, tal como lo expusieron Alonso Schökel y Sicre:
El esquema nos hace ver
la función de la luz aurora, no hay ocaso. Se podrían leer por separado los vv.
1-3, 19-20 para concentrarse en el tema de la luz; puede ser útil para apreciar
la concentración, pero más importante es descubrir su función poética. […] es
de noche, oscuridad universal, de repente el centinela anuncia la aurora. Va
esclareciendo extrañamente en un punto central (no en oriente), y todos se
vuelven a contemplar esa luz inesperada, que los cita. Se ponen en movimiento
los hijos dispersos y pueblos extranjeros que se ofrecen a llevarlos. Van
llegando una inundación de camellos y un volar de navíos. Es de día y vienen
los trabajos de la reconstrucción, la acumulación de tesoros, el triunfo de la justicia
y la paz. Con esto se ha llenado el tiempo del día y podemos prepararnos para
la noche, la noche no llega, porque ha comenzado el día único sin término, día
de luz, vida, justicia y fecundidad.[1]
La gracia nunca dejó de actuar en la vida del pueblo,
como a veces se entiende de una manera esquemática, pues basta con recordar las
palabras de Zac 12.10: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los
moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a
quien traspasaron…” (RVR1960).[2] La
renovación del templo y la recuperación de una parte de su esplendor es aludida
directamente en 60.13 cuando se recuerda el lugar de que procedieron algunos
materiales para la construcción del primer templo: las maderas del Líbano vendrían
a “dar hermosura a mi templo / donde he puesto mi trono”, se afirma. Los herederos
de los adversarios, como parte de una nueva generación, reconocerán a Jerusalén
como “Ciudad del Dios santo de Israel” (60.14b), como parte de una especie de
conversión a las acciones liberadoras de Yahvé.
La ciudad misma, centro de la existencia histórica del
pueblo, que se hallaba “abandonada, odiada y muy sola”, será nuevamente motivo
de orgullo y alegría (15). La apertura universal de la ciudad hará que se
asocie a ese reconocimiento un acercamiento para llevar a ella un tributo y
dones y, al mismo tiempo, sus habitantes advertirán el poder salvador de Dios
(16b). Por encima de los poderes visibles, extranjeros e imperiales, sumamente injustos
en muchas ocasiones, el pueblo debía aprender a reconocer el gobierno divino,
un gobierno en el que prevalecen la paz y la justicia (17a). ese ejercicio teológico-político
debía desembocar en adquirir una sólida conciencia ante los acontecimientos históricos,
la cual se vería reflejada posteriormente en la escritura de un libro como el
de Daniel. El gobierno divino estaba más allá de los intereses de las potencias
de las diversas épocas. La intención de Yahvé, tal como lo expresan las
metáforas del v. 17b sería mejorar sustancialmente la situación del pueblo al
darle oro, plata, bronce y hierro, en vez de otros materiales menores en valor:
“…los materiales que servían para fabricar armas y máquinas de guerra serán
sustituidos por metales preciosos: el oro sustituirá al bronce, la plata al hierro.
Y estos metales serán aún más duraderos: bronce en lugar de madera, hierro en
lugar de piedra. Se trasformará el régimen político de la ciudad: en vez de sufrir
la dominación de conquistadores extranjeros, tendrá por gobernadores la paz y
la justicia”.[3]
Pero acaso lo más significativo de la transformación anunciada,
en donde se vería la acción de la gracia divina (benevolencia y favor amplios
de Dios) para acompañar, restaurar y dignificar al pueblo sería la superación
completa de la violencia (18a), así como de la destrucción y ruina en que se
hallaban las murallas de la ciudad (18b, en una clara alusión al trabajo del
dirigente Nehemías). La expresión simbólica de esto último serían los nuevos
nombres de las murallas y los portones de la ciudad: Salvación y Alabanza, muy
significativos para la situación profetizada. El aspecto cósmico es introducido
entonces con una visión extraordinaria de la acción divina de gracia: ni el sol
ni la luna serán necesarios porque Yahvé cubrirá todo de luz: “porque para
siempre / yo seré su luz y resplandor” (19b). Aunque ambos astros permanezcan (20),
la luz divina lo llenará todo y cubrirá todos los aspectos de la vida del
pueblo: “…y seré para ustedes / una luz que brillará para siempre” (20b). Éste es
un gran antecedente de la visión del Apocalipsis sobre la forma en que la luz
de Dios lo abarcará todo de manera plena y absoluta: “La creación queda
superada por la presencia de Dios mismo, y las lumbreras que dividen el tiempo
cesan en su función. La última resonancia bíblica del tema se lee en Ap 21.23 y
22.5, aplicada a la Jerusalén celeste”.[4] Es
la realización de una creación nueva, de la realidad máxima del Reino de Dios,
siempre desde una visión dominada completamente por la utopía: “La ciudad no
necesita que el sol o la luna la iluminen, porque el brillo de Dios la ilumina,
y el Cordero es su lámpara. […] Allí nunca será de noche, y nunca nadie
necesitará la luz de una lámpara ni la luz del sol, porque Dios el Señor será
su luz, y ellos reinarán para siempre”.
Este conjunto de intervenciones del Señor acabará con
la tristeza del pueblo y transformará profundamente a la población de la
ciudad, pues la gente honrada será la única propietaria del país (21a). Esos
serán los renuevos de una planta cuidada por el propio Dios, y en ello se
manifestará su poder (21b). La proyección de todas estas acciones de gracia se
verá también en que hasta la familia más pequeña “se convertirá en una gran
nación” (22a) La garantía de que todo eso sucederá es el propio Dios, quien
hará que esas cosas sucedan pronto (22b). La gracia de Dios se manifiesta, así,
como un conjunto multiforme de acciones benéficas para la humanidad redimida y
para toda la creación.
[1] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre. Profetas.
I. Madrid, Cristiandad, 1980, p. 366.
[2] La teóloga católica germano-mexicana
Bárbara Andrade (1934-2014) hizo uno de los mejores estudios sobre la actuación
de la gracia en el Antiguo Testamento, mediante el análisis de la terminología
hebrea, en El camino histórico de salvación. México, Universidad
Iberoamericana-Librería Parroquial de Clavería, 1989, pp. 57-88.
[3] Samuel Amsler, Los últimos
profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos otros. Estella, Verbo
Divino, 1996 (Cuadernos bíblicos, 90), p. 47.
[4] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op.
cit., p. 367.
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