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Mientras que Job ha puesto la
cuestión de la justicia como objetivo prioritario, Yahvé no dice nada de la
justicia: únicamente habla de la estructura y funcionamiento del universo. Si
reprende a Job es por establecer sus propios objetivos, sin tener en cuenta el
designio de Yahvé para el mundo. Las primeras palabras que dirige a Job son muy
significativas: “¿Quién es ese que enturbia el designio / con palabras sin
conocimiento?” (48.2).
La búsqueda de justicia de Job, y
su queja de que dicha justicia se le está negando, enturbia el hecho de que,
según estos discursos, Yahvé no se compromete a asegurar que la justicia reine
en el mundo. Yahvé ha creado el mundo, con sus sistemas físicos y morales, pero
no sigue al detalle lo que sucede en él ni hace las veces de policía cósmico.
La insistencia de Job en la
justicia, con el descuido consiguiente de otros valores, ha estado oscureciendo
o enturbiando el plan divino, impidiendo que las intenciones de Yahvé se hagan
patentes, y todo ello debido a que las palabras de Job estaban creando una
cosmovisión alternativa.
Según el discurso pronunciado
desde la tempestad, las preguntas de Job, por fundamentales que sean para su
propia comprensión y bienestar, por influyentes que sean además en la historia
del pensamiento teológico, no son en absoluto preguntas interesantes. Existe un
orden universal que Yahvé mantiene continuamente desde que lo instituyó en la
creación; pero sus principios no son el equilibrio, la equidad, la retribución
y la equivalencia, como piensan Job y todos sus amigos. Sus principios son más
estratégicos que todo eso. Se concentran en la intimidad, el sustento y la
variedad.
En este discurso, Yahvé conoce su
universo íntimamente. Conoce la anchura de la tierra (38.18), los caminos que
llevan a las moradas de la luz y las tinieblas (38.19), el sistema de las estrellas
(38.33), el ciclo de nacimiento de la cabra montés (39.1-3); él implanta los
instintos migratorios en los pájaros (39.26) y la irresponsabilidad maternal en
los avestruces (39.16-17). Este Dios es muy sabio... y tiene muchas cosas en la
cabeza. Ama el detalle y, aun cuando adopta la visión más amplia, únicamente
trabaja con ejemplos.
En este discurso, el sustento y
la crianza son objetivos clave del orden universal. Trátese del universo físico
o del mundo animal, la intimidad divina va encaminada a sostener la vida. Para
esta cosmovisión, la creación no es simplemente un acontecimiento pasado; la mañana
ha de ser rehecha cada día por su creador, llamando al amanecer, agarrando los
bordes de la tierra, sacudiendo de su sitio a Sirio, haciendo subir el horizonte
en relieve como arcilla bajo un sello hasta que todo resalta como los pliegues
de una capa y la luz de Sirio se atenúa mientras las estrellas de la línea del
Navegador se van apagando una a una (38.12-15).
En esta cosmovisión, el dios de
toda la tierra cuenta los meses de preñez de la madre de cada animal salvaje (39.2),
imbuye a los caballos salvajes de su fuerza (39.19), adiestra a los halcones en
el vuelo (39.26), proporciona carne fresca a las crías de águila en sus
fortalezas rocosas (39.27-30) y a los jóvenes leones en sus guaridas (38.39-40),
dirige al cuervo hasta su presa cuando sus polluelos graznan por falta de
alimento (38.41).
En este discurso, el mundo es
otro y enormemente variado. Vive para sí mismo, y si algo desempeña un papel
decisivo, si algo sirve para un propósito distinto de sí mismo, es por
casualidad. Los propósitos de la estructura universal son infinitamente
múltiples, cada uno de sus elementos posee su propia esencia y su propia misión
—sea el mar, las nubes, la luz, las tinieblas, la lluvia, las estrellas, la
cabra montés, el avestruz, el caballo de guerra o el águila—.
Como la “Belleza abigarrada” de
Gerard Manley Hopkins, esta visión suscita
Gloria a Dios por las cosas
moteadas,
por los cielos de dos colores
como una vaca pinta,
por el paisaje delineado y
parcelado –aprisco, barbecho y arado–;
Y todos los oficios, sus
herramientas, aparejos y atavíos.
Es una disertación sin resúmenes,
sin oposiciones, sin proposiciones, sin generalizaciones. Funciona con
imágenes, y maximiza la repercusión y la influencia. Tiene poco tiempo para la
claridad o la lógica. No es el lenguaje de la Summa ni de la Institución,
ni siquiera el del Deuteronomio o el de los diálogos del libro de Job.
En los discursos divinos, por
supuesto, no hay nada acerca de los seres humanos, nada acerca de ética,
justicia o días de sesión de tribunal. Es una charla para contables; la tarea
de Dios es ser el dirigente e inspirador de la empresa global. En los discursos
es donde Dios hace la declaración de su misión, da su visión, su pensamiento empresarial.
Lo humano es sólo una de las secciones de la economía global, y a sus problemas
específicos no se les puede dar la absoluta prioridad de Dios.
En la teología de los discursos
divinos no hay ningún problema con el mundo. Yahvé no intenta justificar nada
de lo que sucede en el mundo de los asuntos humanos, ni hay nada que tenga que
enmendar.
El mundo es tal como él lo
diseñó. Su orden universal no asegura la justicia para los rectos o los
malhechores, y él personalmente no se compromete a corregir las injusticias que
se dan en los asuntos humanos. Mientras que Job consideraba la justicia como un
valor supremo (quizá como el valor supremo), se podría decir que los discursos divinos
proponen otros valores rivales.
En la filosofía política contemporánea,
esto se llamaría situación de “pluralismo de valores” –como el que se da en los
conflictos entre libertad e igualdad, o entre lealtad a los amigos o a la
patria–. El pluralismo de valores haría pensar que incluso un valor tan
sumamente apreciado como la justicia podría ser tan sólo un valor entre otros,
y que tal vez no haya manera de dirimir todos los conflictos entre valores.
Finalmente, en la teología de los
discursos divinos se encuentra una respuesta implícita a la pregunta de Satán:
¿Sirve Job a Dios de manera desinteresada? (1.9), con la cual empezaba la
entera acción del relato. Esta pregunta, de hecho, ya había sido respondida en
el prólogo en el sentido de que Job continúa temiendo a Dios aun cuando se haya
eliminado la presunta “recompensa” de su piedad, esto es, su prosperidad. Ha
demostrado que es piadoso “sin causa”.
El Satán había insinuado que
tenía una causa, que era piadoso porque había descubierto que ser piadoso le
compensaba: Dios lo había bendecido, y por esa causa reverenciaba a Dios. Ahora
bien, en los discursos divinos se responde de nuevo, aunque en un sentido
diferente, a la pregunta de si Job sirve a Dios de manera desinteresada; pues
dado que niegan que exista un nexo causal entre hechos y consecuencias, se
sigue que todo hecho se hace “sin causa”, sin ninguna recompensa propiamente dicha.
Ningún acto, bueno o malo, lleva
aparejado un pago o una recompensa, pues en el universo no rige principio
alguno de retribución. Puesto que nadie es recompensado por temer a Dios,
tampoco Job tiene que ser recompensado por temer a Dios. Parece que la vieja teología
de la retribución ha quedado finalmente acallada.
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7ª REUNIÓN VIRTUAL DE ORACIÓN
Y REFLEXIÓN
17 de julio de 2020
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