lunes, 27 de julio de 2020

Letra núm. 280, 26 de julio de 2020

EL DIOS DE JOB (V): LA VOZ DE YAHVÉ (38-41)
David J.A. Clines

William Blake: Religion and Psychology: JOB - PAGE 13

L

os discursos de Yahvé son famosos por su negativa a abordar los interrogantes de Job. El hecho de que no respondan a su problema es implícitamente un rechazo de la validez de su queja. Yahvé no dice con ninguna de sus muchas palabras que Job esté planteando un interrogante equivocado o pensando con categorías erróneas, pero ésa es la deducción que se saca de lo que dice.

Mientras que Job ha puesto la cuestión de la justicia como objetivo prioritario, Yahvé no dice nada de la justicia: únicamente habla de la estructura y funcionamiento del universo. Si reprende a Job es por establecer sus propios objetivos, sin tener en cuenta el designio de Yahvé para el mundo. Las primeras palabras que dirige a Job son muy significativas: “¿Quién es ese que enturbia el designio / con palabras sin conocimiento?” (48.2).

La búsqueda de justicia de Job, y su queja de que dicha justicia se le está negando, enturbia el hecho de que, según estos discursos, Yahvé no se compromete a asegurar que la justicia reine en el mundo. Yahvé ha creado el mundo, con sus sistemas físicos y morales, pero no sigue al detalle lo que sucede en él ni hace las veces de policía cósmico.

La insistencia de Job en la justicia, con el descuido consiguiente de otros valores, ha estado oscureciendo o enturbiando el plan divino, impidiendo que las intenciones de Yahvé se hagan patentes, y todo ello debido a que las palabras de Job estaban creando una cosmovisión alternativa.

Según el discurso pronunciado desde la tempestad, las preguntas de Job, por fundamentales que sean para su propia comprensión y bienestar, por influyentes que sean además en la historia del pensamiento teológico, no son en absoluto preguntas interesantes. Existe un orden universal que Yahvé mantiene continuamente desde que lo instituyó en la creación; pero sus principios no son el equilibrio, la equidad, la retribución y la equivalencia, como piensan Job y todos sus amigos. Sus principios son más estratégicos que todo eso. Se concentran en la intimidad, el sustento y la variedad.

En este discurso, Yahvé conoce su universo íntimamente. Conoce la anchura de la tierra (38.18), los caminos que llevan a las moradas de la luz y las tinieblas (38.19), el sistema de las estrellas (38.33), el ciclo de nacimiento de la cabra montés (39.1-3); él implanta los instintos migratorios en los pájaros (39.26) y la irresponsabilidad maternal en los avestruces (39.16-17). Este Dios es muy sabio... y tiene muchas cosas en la cabeza. Ama el detalle y, aun cuando adopta la visión más amplia, únicamente trabaja con ejemplos.

En este discurso, el sustento y la crianza son objetivos clave del orden universal. Trátese del universo físico o del mundo animal, la intimidad divina va encaminada a sostener la vida. Para esta cosmovisión, la creación no es simplemente un acontecimiento pasado; la mañana ha de ser rehecha cada día por su creador, llamando al amanecer, agarrando los bordes de la tierra, sacudiendo de su sitio a Sirio, haciendo subir el horizonte en relieve como arcilla bajo un sello hasta que todo resalta como los pliegues de una capa y la luz de Sirio se atenúa mientras las estrellas de la línea del Navegador se van apagando una a una (38.12-15).

En esta cosmovisión, el dios de toda la tierra cuenta los meses de preñez de la madre de cada animal salvaje (39.2), imbuye a los caballos salvajes de su fuerza (39.19), adiestra a los halcones en el vuelo (39.26), proporciona carne fresca a las crías de águila en sus fortalezas rocosas (39.27-30) y a los jóvenes leones en sus guaridas (38.39-40), dirige al cuervo hasta su presa cuando sus polluelos graznan por falta de alimento (38.41).

En este discurso, el mundo es otro y enormemente variado. Vive para sí mismo, y si algo desempeña un papel decisivo, si algo sirve para un propósito distinto de sí mismo, es por casualidad. Los propósitos de la estructura universal son infinitamente múltiples, cada uno de sus elementos posee su propia esencia y su propia misión —sea el mar, las nubes, la luz, las tinieblas, la lluvia, las estrellas, la cabra montés, el avestruz, el caballo de guerra o el águila—.

Como la “Belleza abigarrada” de Gerard Manley Hopkins, esta visión suscita

 

Gloria a Dios por las cosas moteadas,

por los cielos de dos colores como una vaca pinta,

por el paisaje delineado y parcelado –aprisco, barbecho y arado–;

Y todos los oficios, sus herramientas, aparejos y atavíos.

 

Es una disertación sin resúmenes, sin oposiciones, sin proposiciones, sin generalizaciones. Funciona con imágenes, y maximiza la repercusión y la influencia. Tiene poco tiempo para la claridad o la lógica. No es el lenguaje de la Summa ni de la Institución, ni siquiera el del Deuteronomio o el de los diálogos del libro de Job.

En los discursos divinos, por supuesto, no hay nada acerca de los seres humanos, nada acerca de ética, justicia o días de sesión de tribunal. Es una charla para contables; la tarea de Dios es ser el dirigente e inspirador de la empresa global. En los discursos es donde Dios hace la declaración de su misión, da su visión, su pensamiento empresarial. Lo humano es sólo una de las secciones de la economía global, y a sus problemas específicos no se les puede dar la absoluta prioridad de Dios.

En la teología de los discursos divinos no hay ningún problema con el mundo. Yahvé no intenta justificar nada de lo que sucede en el mundo de los asuntos humanos, ni hay nada que tenga que enmendar.

El mundo es tal como él lo diseñó. Su orden universal no asegura la justicia para los rectos o los malhechores, y él personalmente no se compromete a corregir las injusticias que se dan en los asuntos humanos. Mientras que Job consideraba la justicia como un valor supremo (quizá como el valor supremo), se podría decir que los discursos divinos proponen otros valores rivales.

En la filosofía política contemporánea, esto se llamaría situación de “pluralismo de valores” –como el que se da en los conflictos entre libertad e igualdad, o entre lealtad a los amigos o a la patria–. El pluralismo de valores haría pensar que incluso un valor tan sumamente apreciado como la justicia podría ser tan sólo un valor entre otros, y que tal vez no haya manera de dirimir todos los conflictos entre valores.

Finalmente, en la teología de los discursos divinos se encuentra una respuesta implícita a la pregunta de Satán: ¿Sirve Job a Dios de manera desinteresada? (1.9), con la cual empezaba la entera acción del relato. Esta pregunta, de hecho, ya había sido respondida en el prólogo en el sentido de que Job continúa temiendo a Dios aun cuando se haya eliminado la presunta “recompensa” de su piedad, esto es, su prosperidad. Ha demostrado que es piadoso “sin causa”.

El Satán había insinuado que tenía una causa, que era piadoso porque había descubierto que ser piadoso le compensaba: Dios lo había bendecido, y por esa causa reverenciaba a Dios. Ahora bien, en los discursos divinos se responde de nuevo, aunque en un sentido diferente, a la pregunta de si Job sirve a Dios de manera desinteresada; pues dado que niegan que exista un nexo causal entre hechos y consecuencias, se sigue que todo hecho se hace “sin causa”, sin ninguna recompensa propiamente dicha.

Ningún acto, bueno o malo, lleva aparejado un pago o una recompensa, pues en el universo no rige principio alguno de retribución. Puesto que nadie es recompensado por temer a Dios, tampoco Job tiene que ser recompensado por temer a Dios. Parece que la vieja teología de la retribución ha quedado finalmente acallada.

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7ª REUNIÓN VIRTUAL DE ORACIÓN Y REFLEXIÓN

17 de julio de 2020


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