sábado, 12 de diciembre de 2020

Letra núm. 700, 13 de diciembre de 2020

EL MISTERIO Y EL MILAGRO DE LA NAVIDAD

Karl Barth 


L

a verdad de la concepción de Jesucristo por el Espíritu Santo y de su nacimiento de la Virgen María es, al mismo tiempo, la indicación de la verdadera encarnación del Dios verdadero, realizada en la presentación histórica de Jesucristo, y el recuerdo de la forma especial por la cual ese principio del acto divino de la gracia y la revelación sucedido en Jesucristo se distinguió de otros acontecimientos humanos.

Llegamos ahora a uno de los puntos, por no decir al punto, en que desde siempre y en muchas partes, también en la Iglesia Cristiana, se ha tropezado. Quizás también les suceda a quienes hasta ahora siguieron las explicaciones dadas, que, de vez en cuando, con extraños sentimientos pregunten: ¿Y adonde conduce todo esto? Quizás, repito, vacilen al llegar a lo que vamos a proseguir diciendo..., lo cual, por cierto, no es invención mía, sino que lo confiesa así la Iglesia.

Sin embargo, no tenemos por qué temer, pues si hasta aquí hemos continuado nuestro camino con bastante serenidad, trataremos este nuevo capítulo también serena y objetivamente: “Concebido por el Espíritu Santo; nacido de la Virgen María”. También ahora nos importa pura y enteramente la verdad; pero ahora también nos acercaremos con respeto y reverencia a este punto, de manera que lo último no sea la angustiosa interrogación de: ¿hay que creer esto? sino que podamos asentir, quizás, también aquí con todo gozo y libertad.

Se trata del comienzo de toda una serie de afirmaciones acerca de Jesucristo. Hasta aquí vinimos oyendo lo referente al sujeto; ahora oiremos una serie de determinaciones, como: concebido, nacido, padeció, crucificado sepultado, descendido, resucitado, sentado a la diestra de Dios, de donde ha de venir... Estos términos determinan una acción o un suceso. Se trata, pues, de la historia de una vida iniciada como toda vida humana con la concepción y el nacimiento; luego, hay la obra de una vida concentrada notablemente hacia la breve palabra “padeció”; una historia del sufrimiento (Pasión) y, finalmente, la confirmación divina de esa vida en su resurrección, su ascensión a los cielos y el final, aun no realizado, de “de donde vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos”. El que en todo esto actúa y vive es Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, nuestro Señor.

Si se quiere comprender lo qué significa: "Concebido por el Espíritu Santo y nacido de María virgen", ha de intentarse, ante todo, ver que ambas notables afirmaciones expresan que Dios, por su libre gracia se hizo hombre, hombre verdadero. El Verbo eterno se hizo carne. He aquí el milagro de la existencia de Jesucristo, el descenso de Dios de arriba a abajo: Espíritu Santo y virgen María. Y éste es el misterio de la Navidad, el misterio de la encarnación. Los creyentes católicos se persignan al ser pronunciada esta confesión del Credo, y los compositores han intentado de las más diversas maneras dar vida musical a ese et incarnatus est. Es este milagro el que anualmente celebramos al celebrar la Navidad. "Al querer comprender este misterio, calla mi espíritu con temor y respeto" [Comienzo de la segunda estrofa de un himno de Navidad del poeta alemán Ch. F. Geller, 1715-1769]. Se trata, en fin, de la revelación de Dios in nuce, la cual únicamente podemos comprender y oír como el principio de todas las cosas.

Además de todo eso, no se trata aquí de la concepción y el nacimiento en general, sino de una concepción y un nacimiento determinados. ¿Por qué concepción por el Espíritu Santo y por qué nacimiento de María virgen? ¿Por qué este milagro especial, expresado en esos dos conceptos, junto al gran milagro de la encarnación? ¿Por qué se une al misterio de la Encarnación el misterio de la Navidad? Y es que aquí se coloca junto a la afirmación óntica una afirmación noética, por así decirlo. En la encarnación se trata de la cosa misma, pero aquí de la señal. No se confunda lo uno con lo otro; porque la cuestión de que se trata en la Navidad es en sí verdadera, pero ello se muestra, se descubre en el milagro de la Navidad. Sin embargo, sería un error colegir entonces de eso que se trata, pues, sólo de una señal que quizá podría restarse del misterio. ¡Cuidado! En la vida sucede rara vez que pueda separarse la forma del contenido y viceversa.

“Dios verdadero y hombre verdadero”. Al examinar esta verdad fundamental cristiana a la luz de “concebido por el Espíritu Santo”, se nos presenta esta verdad: Jesucristo hombre tiene su origen decididamente en Dios, esto es; su principio histórico consiste en que Dios en persona se hizo hombre. Y esto significa que Jesucristo es hombre, hombre verdadero, pero no solamente hombre, digamos, por ejemplo, un hombre extraordinariamente dotado o especialmente guiado, y, desde luego, en modo alguno un superhombre; sino que él, en tanto es hombre, es Dios mismo.

Dios es con él una sola cosa. Su existencia comienza con el acto especial de Dios; como hombre está fundado en Dios; él es Dios verdadero. El sujeto de la historia de Jesucristo es, pues, Dios mismo, sin dejar de ser cierto que el hombre Jesucristo viva y sufra y actúe Y tan cierto como que en la vida de Jesucristo la iniciativa es humana, igualmente es cierto que dicha iniciativa humana se basa en que Dios ha tomado la iniciativa en Cristo y por medio de Cristo. Así mirado, no podremos por menos de decir que la encarnación (Menschwerdung = el hecho de hacerse Dios hombre) es una analogía de la creación: Dios obra nuevamente como Creador, pero ahora no como Creador de la nada, sino que se presenta y crea dentro de la creación ya existente un nuevo comienzo en la historia, en la historia de Israel. En la continuidad de la historia de la humanidad se hace ahora visible un punto donde Dios mismo corre en ayuda de la criatura y se hace una sola cosa con ella. Dios se hace hombre. Así comienza esa historia.

Volvamos ahora la página y llegaremos a la segunda cuestión expresada con las palabras: “Nacido de María virgen”. Aquí se subraya que nos encontramos en este mundo. Se trata de una criatura humana de la cual proviene Jesús igual que proviene de Dios. Dios se da a sí mismo (esto significa: “Nacido de María virgen”) un origen terrenal, humano. Jesucristo no es “solamente” Dios verdadero, pues esto no sería una verdadera encarnación; tampoco es un ser intermedio, sino que es hombre como nosotros, enteramente hombre. No es que se parezca a nosotros, los hombres, sino que es igual que nosotros. Así como Dios es el sujeto en la vida de Jesucristo, el hombre es el objeto en esa historia, mas no como si se tratara de un objeto sobre el cual se actúa, sino que se trata de un hombre actuante. En este encuentro con Dios no se convierte el hombre en un muñeco, sino que, si hay verdadera humanidad se halla justamente aquí, donde Dios mismo se hace hombre.

Este sería uno de los círculos que ha de mirarse ahora: La divinidad verdadera y la humanidad verdadera en unidad absoluta. La Iglesia, en el Concilio de Calcedonia (año 451) intentó limitar claramente dicha unidad contra todos los errores, así: contra la unificación monofisita que había de acabar en el llamado docetismo, que, en el fondo, no reconoce ninguna humanidad verdadera en Cristo (Dios se hizo nombre sólo en apariencia), y contra la separación nestoriana entre Dios y hombre, según la cual la divinidad de Cristo podía suponerse en cualquier momento separada de su humanidad. También esta doctrina tiene sus raíces en un antiguo error, que era el de los ebionitas. De éstos parte el camino que conduce a los arrianos, para quienes Cristo no era más que una criatura superior.





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