sábado, 5 de diciembre de 2020

La Encarnación: afirmación y cumplimiento de las promesas divinas. El proyecto del Cuarto Evangelio, L. Cervantes-O.

 

6 de diciembre de 2020

Y aquella Palabra fue hecha carne, y habitó entre nosotros: y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Aquel que es la Palabra / habitó entre nosotros / y fue como uno de nosotros. / Vimos el poder que le pertenece / como Hijo único de Dios, / pues nos ha mostrado / todo el amor y toda la verdad.

Y la Palabra carne se hizo [egéneto] y acampó entre nosotros, y vimos la gloria de ella, gloria como del Hijo Único de el Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan 1.1-14, Biblia del Oso, Traducción en Lenguaje Actual, El Nuevo Testamento Interlineal 

Una y otra vez hemos de volver, como bien decía Karl Barth, a repensar el misterio y el milagro de la Navidad, el momento histórico y suprahistórico más significativo de la historia de la salvación en el que, gracias a la condescendencia suprema del Dios eterno, su Hijo único “se convirtió en carne”, “acampó entre nosotros”, “nos visitó para quedarse”, “la tabernaculización del Logos encarnado” y se hizo realidad aquella enorme promesa consignada en el nombre Emmanu-El, Dios con nosotros, al lado nuestro. Y es que, en efecto, toda la suma de nuestra esperanza como seres humanos finitos descansa en esa inmensa realidad que anuncia la temporada de Adviento y que desemboca en la celebración del nacimiento de Jesús Nazaret en Belén. La Encarnación, cual es el nombre teológico de ella, se realizó en el mundo como parte de la afirmación y el cumplimiento de las promesas divinas al pueblo antiguo que, sin tener suficiente conciencia de lo que estaba aconteciendo, acogió en su seno la obra magnífica del Señor de irrumpir nuevamente en la historia, esta vez para quedarse definitivamente atado a ella.

El gran misterio y milagro de la Navidad nos remiten a ello mediante varios proyectos evangelizadores que encontramos en el Nuevo Testamento, todos dirigidos por la intención de dar a conocer semejante acontecimiento universal. Cada uno de ellos, a su manera y con un estilo propio, se despliegan ante nosotros para que los releamos desde nuestro presente y para que los apliquemos con la medida de la fe que Dios ha puesto en nuestros corazones. De esa manera, los documentos conocidos como Juan, Lucas, Marcos y Mateo llegan aquí hoy con la ofrenda de sus dones narrativos, querigmáticos y teológicos para hacernos ver, con los ojos de la fe, los entretelones, la consecución y las consecuencias de tan grandioso suceso.

El que se remontó de manera más remota y universal para explicar el megasuceso de la Encarnación es, sin duda, el Cuarto Evangelio: “Los primeros 18 versículos del evangelio de Juan son reconocidos como un prólogo de todo el evangelio. Están densamente trabajados y nos presentan los aspectos fundamentales de la identidad de Jesús, el lugar de Juan, la reacción del ‘mundo’ y la de los ‘suyos’, y cómo se relaciona Jesús con la tradición judaica de la cual proviene”.[1] Con sus clásicas palabras tomadas del Génesis, de los Proverbios[2] y del pensamiento griego acerca del Logos para referir la preexistencia del Hijo de Dios en el interior de la oeconomia divina:Antes de que todo comenzara / ya existía aquel que es la Palabra” (1a). Esa Palabra acompañante que se veía cara a cara con Dios (el Padre) era y es de la misma naturaleza que Él, como parte de una unidad indivisible (1b). Era, a su vez, la Palabra creadora imprescindible (2-3), fuente de toda vida y luz (4) que alumbra la oscuridad caótica y cuya luminosidad no puede ser destruida (5). Luego de esa introducción abrumadora y estruendosamente indagadora de la anatomía y las relaciones intradivinas, el texto desciende a la situación del pueblo para presentar (y diferir así el rumbo de su discurso teológico y misionero) al antecedente inmediato de Jesús de Nazaret, la Palabra encarnada, Juan, quien fue enviado para abrir el camino a esa aparición impar (6) y convencer a la gente para “creer en la luz” (7b), sin ser él la luz, mas para mostrar quién era ella (8).

Lo primero que vale la pena mencionar es el suspenso que crea Juan en relación con la presentación de Jesucristo, el protagonista principal de su obra. Si bien habla de él desde el primer versículo, lo hace de una manera indirecta que sólo es reconocida por quien ya ha aceptado a Jesús como el Cristo. El evangelista crea un suspenso en su obra y prolonga la incertidumbre sobre el nombre propio de quién es éste que es Verbo/Palabra (logos), que es vida y luz, que preexiste desde siempre en el seno de Dios, pero que ahora hizo morada en medio de la humanidad. Sólo en el v. 17 el evangelista revela que está hablando de Jesucristo.

El texto retoma su lenguaje cristológico superior y ahonda en su teopoética al hablar de la luz como tema central: “Y la luz verdadera pronto llegaría a este mundo” (9). La gran metáfora juanina refulge, de ese modo, con toda intensidad. La pequeña porción en prosa deja el lugar al poema que sigue proclamando el acto divino creador de la Palabra (10a) que, con todo, no fue reconocida (10b). Esa Palabra “vino a vivir a este mundo” (11a), pero fue rechazada por su propio (11b).

Los vv. 9-11 nos introducen en el misterio de la llegada del Verbo al mundo. El evangelista Juan utiliza la palabra “mundo” con una variedad de sentidos. En estos versículos aparece el “mundo” como un lugar neutral, que designa al lugar físico donde habita la humanidad y al mismo tiempo incluye a la humanidad misma. Este “mundo” es destinatario del amor de Dios y su acción salvífica a través de Jesucristo (3.16-17). Pero la palabra “mundo” también designa una dimensión social, política y cultural en conflicto con Jesús (17.14-16; 18.36). […]

El “mundo” como entidad social, política y cultural rechaza la verdad de Jesucristo. La contradicción es aplastante, y muestra cómo el “mundo” se ha distanciado de su propio sentido y esencia. Quien le dio sentido y lo creó ahora es desconocido por su creación. Es como mirarse al espejo y ver a alguien distinto. (Énfasis agregado)

Quienes la recibieron y creyeron en ella (las comunidades agrupadas bajo la figura del Discípulo Amado) (12a) fueron hechos hijos e hijas de Dios (12b), una filiación que, como la de la Palabra encarnada, humanizada, no obedece a voluntad humana (13). “La conjunción adversativa ‘mas’ en el comienzo del v. 12 muestra que hay un conflicto entre quienes lo rechazaron y quienes lo recibieron. La comunidad de creyentes incluye personas que originalmente no eran parte de ‘los suyos’”. Ése es todo el escenario trabajado para que los siguientes versos expongan, como en una especie de monumento a la revelación divina, las palabras fundacionales de la fe de estas comunidades pioneras en la aceptación en la fe en el Logos encarnado: “Aquel que es la Palabra / habitó entre nosotros” y fue como uno de nosotros, añade la TLA. La expresión “habitar entre nosotros/as” seguramente llevaba a los/as lectores originales a recordar la narrativa del Éxodo, según la cual el objetivo central de la construcción del tabernáculo era posibilitar que Dios habitara en medio de Israel: ‘Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos’ (Ex 25:8)”.

Inmediatamente después, el texto da testimonio de lo visto, de lo palpado por la experiencia sensorial por parte de quien estuvo al lado de Jesús: “Vimos el poder que le pertenece / como Hijo único de Dios, / pues nos ha mostrado / todo el amor y toda la verdad” (14b). Jesús vino a mostrar, a revelar, las grandezas de Dios, y de eso habló Juan, de quien debía llegar (15a), alguien cuya preexistencia (típica afirmación juanina, 15b) se tejió con la historia y el mundo. Así se superó lo hecho por Moisés, gracias a que Jesús hizo conocer la plenitud del amor y la verdad. El Hijo único es el ícono del Dios Padre, pues está más cerca de él (18a, en su regazo, Biblia del Oso) y es Dios mismo, por eso “ha enseñado cómo es él” (18b). Gracias a todo lo que el Hijo de Dios es, sus seguidores/as han/hemos recibido muchas bendiciones. Ésa es nuestra esperanza mayor y es la que compartimos en este día para todo aquel/la que desee asumirla y experimentarla vivamente.



[1] Darío Barolin, “Comentario de San Juan 1:[1-9], 10-18”, en Working Preacher, 5 de enero de 2020, www.workingpreacher.org/commentaries/revised-common-lectionary/second-sunday-of-christmas/comentario-del-san-juan-11-9-10-18-5.

[2] Ídem: De acuerdo con Pr 8:22, la Sabiduría ha sido “creada,” “adquirida” o “poseída” por Dios, según cómo elijamos traducir el verbo hebreo usado en el original. Esto es una diferencia con lo que se dice de Jesús en los primeros versículos de Juan, según los cuales existía en la misma intimidad de Dios, pero de la Sabiduría se dice también en Pr 8:22 que antecedía al resto de la creación. Así, la conocida visión hebrea de la Sabiduría es tomada por Juan para presentar a Jesucristo, aunque haciendo las correcciones pertinentes. Por otro lado, esta misma tradición le permite a Juan mostrar el nexo entre lo creacional y el don de la Sabiduría de dar vida a quien la encuentre (Pr 8.35)”.

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