30 de mayo, 2021
Más tarde, Moisés le dijo al pueblo: “Piensen bien en todo lo que les he enseñado, y ordenen a sus hijos y a sus hijas que obedezcan cada uno de estos mandamientos". Deuteronomio 32.46, TLA
Como se ha
visto hasta aquí, la intención del libro del Deuteronomio fue dirigirse a una
nueva generación del pueblo de Dios a fin de fortalecer su compromiso como
parte del pacto con Él. La nueva entrega de los mandamientos, así como la
insistencia en que las familias de Israel transmitiesen la memoria de los actos
divinos de liberación formaron parte de un amplio paquete discursivo mediante
el cual debían fortalecerse la fe y la esperanza comunitarias. La entrada a la
tierra prometida, presentada como el motivo central de las acciones de Dios, fue
la base de toda la enseñanza de este libro, una auténtica “Ley predicada”. A
medida que se aproximaba su separación del pueblo, Moisés tomó las últimas
precauciones para asegurar su sucesión en el liderazgo y la tutela de la ley. A
esto se encaminaron las disposiciones del cap. 31.
El gran poema didáctico de Dt 32 “presenta a Moisés como Deuteronomio ya lo ha hecho explícitamente: como profeta. El himno es realmente una visión profética que presenta el cuadro completo de la historia de Israel: su pasado y su futuro. El presente queda enmarcado en el momento en el que el pueblo escucha esa visión profética de su historia”.[1] En él, la acción de “escuchar” es fundamental y está relacionada directamente con la presentación del libro de la ley y del himno como testigos en contra del pueblo:
El himno está enmarcado entre dos versículos que tienen la frase “a oídos de”. En 31.30 se dice: “Y este fue el cántico que recitó Moisés de principio a fin, en presencia de toda la asamblea de Israel”. En 32.44 se dice: “Moisés fue y recitó ante el pueblo todas las palabras de este cántico”. Además, el canto empieza con la expresión: “Escuchen, cielos... oye, tierra...”. El himno, a la vez, queda enmarcado con la doble cita de la palabra “toda/s”; en 31.30 referida al pueblo y en 32.44, al cántico: todas las palabras del himno serán escuchadas por todo el pueblo (énfasis original).[2]
La estructura del cántico es muy clara: los vv. 1-6
están dirigidos al cielo y a la tierra como testigos también. En 7-14 se
recuerdan las acciones liberadoras y de sostén de Yahvé a favor del pueblo (“Dios
ha cuidado de ustedes / como cuida el águila a sus polluelos. / Dios siempre ha
estado cerca / para ayudarlos a sobrevivir”, 11). Estos versículos recuerdan a
6.20-25, donde se relata la práctica pedagógica de las preguntas de los hijos y
las respuestas de los padres sobre la historia de la salvación. Las nuevas
generaciones y las pasadas eran responsables de conocer su propia historia a
fin de mantener una firme fidelidad a Dios, quien ha sido fiel a su pueblo y ha
cumplido sus promesas. En 15-18 se afirma que el pueblo desobedeció cuando
conoció la prosperidad y cómo Dios lo disciplinó por ello y se apartó de él. Los
vv. 19-25 enumeran las acciones divinas para castigarlo y conducirlo por el
camino que Él deseaba: los hizo sufrir (23), pero no los dispersó (26-27). En
34-35 se anuncia el castigo que llegará en el momento oportuno. En 36-42
aparece la confianza que tenía el pueblo para ser apoyado por su Dios. En 43 se
exhorta a la alabanza. Todo ello anunciado por Moisés mientras Josué estaba a
su lado (44-45).
A manera de enlace con la conclusión del cántico,
Moisés agregó una importante exhortación que trasluce la relevancia del
momento: “Piensen bien en todo lo que les he enseñado, y ordenen a sus hijos y
a sus hijas que obedezcan cada uno de estos mandamientos. Lo que les digo es
muy serio. Si ustedes obedecen, vivirán muchos años en el territorio que ahora
van a conquistar, y que está al otro lado del río Jordán” (46-47). Este último
alto antes de cerrar el canto resume toda la enseñanza del libro sobre la
inmensa responsabilidad de cada generación: la comunidad yahvista debía,
primero, pensar en todo lo recibido (Ley, mandamientos, advertencias);
en segundo lugar, debía ordenar a sus hijos/as a obedecer los estatutos
transmitidos; en tercer lugar, el acto mismo de obedecerlos para que,
así, pudieran disfrutar durante mucho la tierra a la cual se dirigían. Estas
acciones debían realizarse en el momento preciso para dar cauce a la continuidad
de la existencia del pueblo con todo derecho en las nuevas condiciones que se
avizoraban en Canaán.
Moisés es llevado por Dios a la región montañosa de
Abarim, al monte Nebo, en territorio de Moab, frente a Jericó, para que, como
desde una especie de mirador turístico pudiera, literalmente, “admirar el
territorio de Canaán, que voy a darles a los israelitas” (49b). Se trató de
algo eminentemente simbólico que vino a cerrar la existencia de Moisés y allí
quedaría enterrado, igual que su hermano Aarón (50). Ambos habían desobedecido
al Señor, pues “delante de todos los israelitas me faltaron al respeto” (51b).
El gran simbolismo de observar la tierra prometida desde lejos (52) marcó la
separación entre la vieja generación y la nueva que enfrentaría, como sucede en
esos casos, nuevos desafíos y tentaciones en el largo e interminable camino de
la historia de la salvación, un proceso dirigido a consolidar a las familias en
el proyecto renovador de Dios. Igual que siempre, cada familia en esas generaciones
debía cumplir los requisitos de la alianza para hacerse acreedores a las
bendiciones y bondades que formaban parte de ella.
Tal y como concluye Sánchez Cetina, al extraer ocho
grandes principios de este libro bíblico para las familias de esta época, “sujetos
pedagógicos de la evangelización y la misión en la iglesia”, señala en el
sexto:
Con tal perspectiva, se
entiende y experimenta con más facilidad el principio pedagógico de
Deuteronomio 6.4-9. “Estas palabras” son objeto de enseñanza en el ámbito total
de la vida cotidiana. La fe deja de ser una parte minúscula en el programa de
vida y llega a entenderse como la vida total. Así, ser cristiano deja de ser el
resultado de una aseveración intelectual, de la afirmación de un credo o de la
participación dominical en un lugar establecido, para convertirse en un estilo
de vida, una nueva vida, que se manifiesta de manera más genuina en las horas
más seculares y profanas de la vida cotidiana. Ser cristianos es vivir
sometidos al Señor, y sólo a él, las veinticuatro horas del día.[3]
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