16 de mayo, 2021
Enséñenselas a sus hijos en todo momento y lugar, y así ustedes y ellos vivirán largos años en esta tierra que Dios les ha prometido. ¡Vivirán allí mientras el cielo exista!
Deuteronomio 11.20-21, TLA
La confluencia
de generaciones ante el Dios del Pacto
Escuchemos la
voz de un experto acerca de la importancia de las diversas generaciones que se
entrecruzan en el Deuteronomio, libro fundamental con el que cierra el
Pentateuco:
En relación con el
propósito de este libro hay varios elementos importantes. Primero, el asunto
generacional. Es notorio el hecho de cómo el Deuteronomio va llevando la
narración acompañada de una constante referencia a los de “ayer”, los de “hoy”
y los de “mañana”; “tus padres, tú, tus hijos” (1.35s, 38s; 4.9, 25; 5.2‑3, 29;
6.2s, 7, 20s; 7.9; 8.1, 16; 9.5; 10.11, 15; 11.2, 7, 19, 21; 19.10, 14‑15, 22,
29). Hacia cada generación, Deuteronomio tiene una actitud diferente (énfasis
agregado).[1]
Este entrecruce de generaciones buscó producir,
entre los lectores de hoy, la sensación de que el Dios del Pacto estaba
hablando siempre en tiempo presente al pueblo con el cual lo había
establecido. Semejante situación propició que cada lectura de este libro esté
teñida con los colores del momento en el cual ésta se llevaba a cabo. Nuestro
experto señala muy bien la confluencia de tiempos en las que cada experiencia
de fe arrojaba nuevas luces sobre la voluntad divina para la comunidad y para las
familias. El uso de las palabras ayer, hoy y mañana fue un
recurso literario fundamental para que los tiempos marcados por ellas
aparecieran, en ocasiones, de manera simultánea. Cada generación fue tratada de
manera diferente porque su situación era distinta. La de “ayer” había sido un
auténtico fiasco, y la del presente estaba a prueba, tal como agrega el experto,
la moneda estaba en el aire:
En el libro, la generación
de “ayer”, tristemente, no hizo la voluntad del Señor (1.35; 4.3). La
generación “presente” está a prueba (1.39; 4.1‑9, 15ss). Los de “mañana”,
dependiendo de la enseñanza de los de “hoy”, bien podrían ser infieles (4.25‑28)
o fieles y obedientes (4.29‑31, 39‑40; 5.32‑33). La relación de Dios con su
pueblo dependerá de la calidad de vida de éste: lo que el Señor espera es
obediencia y fidelidad. La calidad de vida de la generación futura, según el
Deuteronomio, dependerá en gran medida de la vida de la presente (6.1‑3).[2]
El hoy es el concepto más agudo y exigente
del libro, según lo explica el biblista francés Jacques Briend, citado por el
experto mexicano:
El término expresa con una
fuerza inigualable la percepción profunda de que la acción de Dios se sitúa en
la existencia concreta del pueblo. El lugar que este término ocupa en el
Deuteronomio manifiesta que la concepción de la temporalidad que aparece en el
documento es la misma desde el principio hasta el final. Todas las
generaciones de Israel deben ser testigos de la acción de Dios y de su Palabra:
“Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy te predico” (5.1; cf. 5.3,
24).
De esta forma, se hace participar a todas las generaciones de la acción de Dios, establecida en un hoy que depende totalmente de él. Frente a la Palabra de Dios, todos son llamados a obedecer, a poner en práctica y a guardar esta palabra en su corazón (6.6) para que les sirva de guía en el camino de la felicidad (énfasis agregado).[3]
La enseñanza de
la historia de salvación en la intimidad familiar
En Dt 11.16-24 aparecen tres aspectos bien definidos sobre la enseñanza de la historia de salvación en el seno de la familia: primero, no dejarse engañar por otros dioses (16-17); segundo, mantener la memoria de la fe y transmitirla a las nuevas generaciones (18-21); y tercero, obedecer los mandamientos divinos para obtener bendición (22-24). No dejarse engañar ni envolver por las creencias extrañas, atrayentes muchas de ellas, pero nocivas casi todas. El nuevo contexto agrícola que el pueblo iba a conocer podía desviarlo de la fe yahvista en el afán de tener lluvias para sus cosechas. Por el contrario, si eran desleales a Él, el Señor dejaría de enviar lluvias y el hambre se apoderaría de las familias: “…la fecundidad de la tierra de Canaán depende también del Señor, no del trabajo o del ingenio humano como en Egipto. El Dios fiel a la promesa, que da la tierra a su pueblo, no se desentiende luego de ella, sino que la cuida, mandando la lluvia del cielo para hacerla fecunda”.[4]
El proceso pedagógico de lucha contra el olvido (6.12)
es muy claro: a) aprender de memoria las enseñanzas (18a), b) meditar
en ellas (18b), c) escribirlas (18c), d) atarlas en brazos o
colgarlas en la frente (18d), e) escribirlas en las puertas (19a) y f)
enseñarlas a los hijos (19b). Esta cadena formativa debería realizarse en
cada hogar, en cada familia, en los momentos íntimos, cotidianos, de diálogo cercano.
El aprendizaje, la meditación, la escritura, en un primer trecho, representaban
un esfuerzo integrador de la memoria colectiva de las grandes hazañas de Dios
en la historia del pueblo. Colocar las enseñanzas divinas en el cuerpo y en las
paredes de las casas era parte de un proyecto didáctico de gran alcance para
que las generaciones venideras conocieran esa historia en profundidad. La promesa
derivada de esa práctica continua es grandiosa: “¡Vivirán allí mientras el
cielo exista!” (21b).
Finalmente, la obediencia de los mandamientos
nuevamente presentados debía estar ligada al amor y la fidelidad a la Divinidad
(22), no solamente como expresión de una obediencia ciega sino como manifestación
de un sentimiento profundo hacia ella. Al practicarla, el Señor prometió que el
pueblo podría expulsar a los habitantes de la tierra, como parte del plan más amplio
para manifestar sus bendiciones (23-24). La historia de la salvación, siempre
en marcha, debía ser comprendida, experimentada y transmitida a las nuevas
generaciones del pueblo, exactamente igual que hoy, cuando las comunidades de
fe requerimos estar siempre al tanto de lo que Dios ha hecho, hace y sigue
haciendo en medio del devenir humano para hacer presente su Reino y su salvación.
El papel de las familias en este proceso es presentado como algo insustituible
para la transmisión permanente de esos contenidos básicos para la fe.
[1] Edesio Sánchez Cetina, “La familia, la iglesia doméstica”, en Sociedad Bíblica Chilena, www.sbch.cl/sitio/la-familia-la-iglesia-domestica/.
[2] Ídem.
[3] J. Briend, El Pentateuco. 3ª ed. Estella, Verbo Divino, 1980 (Cuadernos
bíblicos, 13), p. 45.
[4] Félix García López, Deuteronomio:
una ley predicada. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 63), p.
27.
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