23 de mayo de 2021
¿Quién no ha sufrido alguna vez la experiencia de una desilusión, ya sea amorosa, laboral, o familiar? Este pasaje que leímos en Deuteronomio 31 nos muestra la desilusión de un pueblo, y en los versículos anteriores, Moisés les dice: “Esfuércense y tengan ánimo”. Si vemos a una persona esforzándose, dando todo de sí, la vemos cantando y feliz. Por ello, no se nos ocurriría decirle: “Esfuérzate, anímate”, pues estas palabras estarían fuera de lugar. Pero vamos a ubicarnos un poco, para entender con claridad.
Cuando
José fue gobernador de Egipto, se llevó a toda su familia, y mientras José y
aquel faraón vivieron, todo estuvo bien, pero cuando toda aquella generación
murió, las cosas ya no fueron iguales y empezaron a ser esclavos. En total,
vivieron en Egipto 430 años (Génesis 15.13; Éxodo 12:40).
Cuando
ya no aguantaron más, clamaron a Jehová y él los oyó, y mando a un libertador,
Moisés. Para este hombre no fue fácil sacarlos de Egipto, pero Dios hizo
grandes prodigios y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. Pero, aunque
Dios les mostro su gran poder, este pueblo fue rebelde y quejumbroso. A pesar
de que Dios abrió el mar para que pasaran, y sepultó en el mar a todo el ejército
del faraón.
Dios
les dio agua de una roca, les dio el maná, les dio carne, los cuidó. De noche
la nube que los seguía era luz, y en el día sombra. No se desgastó la ropa, ni
el calzado en 40 años, y aun así reclamaron.
Dios
decidió que este este pueblo no entendería y lo mantuvo dando vueltas, hasta
que se acabó esa generación. Sólo quedaron Moisés, Caleb y Josué (Números 32.13).
Al acabarse aquella generación, los demás siguieron adelante y antes de pasar
el Jordán, pelearon con los amorreos y tomaron sus ciudades.
Un
día, Moisés habló a todo Israel, y le dijo: “Yo soy de 120 años y Jehová me ha
dicho que no pasaré el Jordán”. Cuando oyeron esto, seguramente el espíritu del
pueblo decayó desilusionándose. ¿Cómo nuestro caudillo, nuestro líder, no va a
entrar? ¿Qué vamos a hacer? Pero antes de que empezaran a quejarse, Moisés les
dijo: “Tranquilos, Jehová, pasará delante de vosotros, y no los dejará ni los
desamparará, esfuércense y anímense”.
Inmediatamente
le dijo a Josué, su general: “Esfuérzate, anímate, porque tú entrarás con este
pueblo a la tierra que juró Jehová que a sus padres les daría y tú se las harás
heredar”. Enseguida escribió Moisés la ley de Dios y la entregó a los
sacerdotes, para que en la fiesta de los tabernáculos se leyera a las familias,
para que oyeran y aprendieran a temer a Jehová.
Pero…
¿todo esto que tiene que ver con nosotros? O es sólo una historia sorprendente
y, aunque es bueno saberla, Dios no quiere que sólo la sepamos, sino que
vayamos más allá. Es por eso que, al aplicar este pasaje a nuestras vidas, en
este tiempo de tanto desconcierto, por las enfermedades, carencias económicas
por falta de trabajo, cuando muchas ilusiones se han roto, viajes que no se
realizaron, amigos y familiares que murieron, nos preguntamos: ¿qué vamos a
hacer nosotros?, el pueblo que Jesucristo compró con su sangre. Es el momento
de quedarnos quietos para oír el susurro de Dios en nuestros oídos: “Esfuérzate,
ten ánimo, yo voy delante de ti, no te dejaré ni te desampararé”.
Estamos
conscientes y sabemos quién está haciendo esas promesas. No las hizo alguien
que pueda fallar, no, nos las hace el soberano del Universo, el que dijo: “Sea
la luz, y fue la luz”, el que dijo: “Haya lumbreras, una para la noche y una
para el día”. Él es el Todopoderoso, el que hizo todo lo que existe, quien, al
oír su voz, las tempestades se calman. Él va delante de nosotros, y nos lleva,
no a un lugar en esta tierra, sino a la Jerusalén celestial.
Ese
Dios maravilloso nos hace estas promesas, pero… ¿qué pide de nosotros? Pone condiciones,
porque a veces sólo queremos las promesas, y hay quienes hasta subrayan en su
Biblia todas las promesas. Pero para que estas promesas sean efectivas, hay
condiciones, por ejemplo: “¿Quieres ser feliz y que en todo lo que hagas te
vaya bien?” (Salmo 1).
Estas
promesas no son la excepción: Moisés mandó que se oyera y se leyera la ley con
toda la familia. Hoy es lo mismo para nosotros, es muy importante la palabra de
Dios para la familia para que por ella tengamos:
a) Fe (“La
fe viene por el oír la palabra de Dios”, Romanos 10.17).
b) Fuerza (“Los
que esperan en Jehová, tendrán nuevas fuerzas, / levantarán las alas como el
águila, / correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”, Isaías 40.31).
c) Ánimo (“¡Tened
ánimo, yo soy, no temáis!”, Marcos 6.50).
d) Temor a Dios (“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos”, Salmo 128.1).
¿Por
qué el mundo está como está? Robos, asaltos, crímenes… Porque no hay temor a
Dios. Si en tu peregrinar por este desierto de la vida, te encuentras sin
salida, acuérdate de que nuestro Dios abrió el mar para hacer un camino donde
pasó un pueblo que estuvo entra la espada y el mar.
Quizás
has sufrido alguna o muchas decepciones, de quien pensaste que te amaba, que te
mintió, si en tu trabajo no te pagan lo que pensabas, si tenías tantas
ilusiones, con tus hijos, con tu trabajo. En este momento acuérdate de que no
estás solo, que Él va delante de ti, que no te dejará ni te desamparará. “Esfuérzate,
anímate”.
Nunca
olvides que somos peregrinos, que nuestro hogar permanente no es éste, que la
vida aquí es corta comparada con la eternidad y que nuestro Dios, el Todopoderoso,
dice: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis
2.10). “Esfuérzate, ten ánimo, no te dejaré ni te desampararé, yo voy delante
de ti, dice el Señor, ten fe”.
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