viernes, 18 de enero de 2008

Letra 59, 20 de enero de 2007

LEER Y ESTUDIAR LA BIBLIA
César Vidal
Protestante Digital.com, 7 de diciembre de 2007


El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.
La Biblia es tajante en cuanto a la necesidad de un estudio diario. No deja de ser significativo que cuando Moisés desaparece, Dios insta a su sucesor Josué a vivir a diario de acuerdo con las Escrituras, unas Escrituras que debe leer y meditar varias veces al día: “Solamente esfuérzate y se muy valiente para ocuparte de actuar conforme a la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todo lo que lleves a cabo. Nunca debe apartarse de tu boca este libro de la ley, sino que, por el contrario, de día y de noche, meditarás en él, para que lo guardes y actúes de acuerdo con lo que se halla escrito en él; porque entonces lograrás que tu camino prospere y todo te saldrá bien” (
Josué 1.7-8).
Ese apego —entiéndase estudio y meditación— a la Palabra debía ser además una conducta familiar y no algo limitado al lugar de culto o a los especialistas. En Deuteronomio 6, tras resumir la fe de Israel en algunas frases, Moisés indica: “Y estas palabras que yo te ordeno estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas andando por el camino, y cuando te acuestes, y cuando te levantes” (
Deuteronomio 6.6-7).
Seguramente, algunas personas confían más para su futuro en determinadas políticas humanas, en determinados programas sociales y en determinadas ideologías que en otras circunstancias. En un no creyente semejante ceguera no es sorprendente. Resulta, sin embargo, patética en alguien que conoce —o debería conocer— la Biblia y es que debería llevarnos a reflexión el hecho de que Dios vincula la prosperidad personal y familiar con la relación cotidiana con las Escrituras.
En la época de Jesús y de los primeros cristianos no existían las concordancias, los diccionarios bíblicos o las ediciones de las Escrituras que pudieran guardarse en casa o llevar en el bolsillo. Sin embargo, esas dificultades objetivas fueron vencidas por la convicción de que la Palabra debía ser estudiada, meditada y digerida a diario hasta tal punto que era común conocer de memoria porciones considerables de la Biblia. No distinta debería ser nuestra conducta si es que tenemos intención, entre otras cosas, de comunicar el Evangelio a otros.
Ahora permítaseme —soy un impertinente y, como el resto de mis pecados, no lo oculto— formular algunas preguntas a mis lectores:

· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?

Y ahora permítaseme llevar mi impertinencia un paso más allá y formular alguna pregunta más:

· ¿Cuántas horas al día dedica a ver la televisión? (no entro en la información manipulada ni en la cosmovisión anticristiana que ésta ofrece por regla general).
· ¿Cuántas horas al día pasan sus hijos ante un receptor de televisión?
· ¿Cuántas veces al año ha apagado el televisor para leer la Biblia?
· ¿Cuántos personajillos del mundo televisivo —ya sabe, esas que cuentan cómo se han ido a la cama con un torero o desvelan las supuestas intimidades de una cantante— podría identificar si viera su foto aquí y ahora? y
· ¿Cuántos episodios de la vida y milagros de estos seres dignos de una profunda compasión podría mencionar en una hora?
Que cada uno —llevándose la mano al corazón y delante de Dios— responda y saque las consecuencias.
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EL ABC DE LA LECTURA DE LA BIBLIA
César Vidal
Protestante Digital.com, 14 de diciembre de 2007

Terminaba yo la semana pasada haciendo referencia a algunas preguntas impertinentes que no respondía sino que lanzaba sobre mis pacientes lectores. Esta vez desearía sugerir algunas vías de estudio de la Biblia que me parecen punto menos que indispensables.
Estas sugerencias son las que siguen:
1. Comience todos los días con la lectura de la Biblia: resulta algo tan elemental como lavarse la cara y desayunar, pero por si acaso no tiene práctica comience por cosas sencillas, por ejemplo, un capítulo del Antiguo Testamento y otro del Nuevo. Incluso puede comenzar por los libros más sencillos como Juan y los Salmos. En un año, habrá dado la vuelta dos veces al Nuevo Testamento y una al Antiguo.
2. Estudie sistemáticamente un libro tras otro de la Biblia: no le llevará más de treinta o cuarenta minutos al día. El tiempo ideal puede variar. Algunos preferirán la hora del café, otros cuando los niños se hayan dormido. Da igual. Haga un esfuerzo y encuentre unos minutos para detenerse con más cuidado en un libro. Con un cuaderno y un lápiz al lado para tomar notas. Se va a sorprender de lo que aprende.
3. Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.
4. Medite a diario en la Biblia: lo que ha leído, lo que ha estudiado, lo que el Señor le ha enseñado en sus lecturas cotidianas, téngalo en la mente y el corazón durante el día. El consuelo, la fuerza, el crecimiento que va a derivar de ello le sorprenderán.
5. Busque personas con las que compartir lo que encuentra: pueden ser los hermanos de su iglesia, los amigos y, por supuesto, la familia. También puede darse esa conversación a distintos niveles. Mi buen amigo y hermano Shai Shemer y yo gustamos de entretenernos en las sutilezas del texto hebreo del Antiguo Testamento y —lo confieso— algunos de los momentos más agradables de mi existencia se dan cuando puedo conversar con el pastor de mi iglesia sobre determinados pasajes. Pero tampoco hay que saber hebreo, encontrar a un amigo que lo conozca o tener un pastor como Iñaki Colera para compartir la Biblia. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que desmenuzó un texto bíblico charlando con su cónyuge? ¿Cuándo fue la última vez que conversó con sus hijos sobre las Escrituras?
6. No deje de profundizar en la Biblia: haga un ejercicio fácil. Diríjase a su biblioteca —o a lo que se parezca en su casa— y observe cuántos libros le ayudan a entender mejor lo que Dios nos ha enseñado. Le dirá mucho sobre sí mismo. Por ejemplo, si sus lecturas “cristianas” giran sobre cómo perder kilos evangélicamente o sobre cómo hacerse rico según la Biblia o sobre cómo adivinar el catastrófico futuro y no hay referencias a Jesús, a los Evangelios, a su mundo y un largo etcétera… no le quiero engañar: va por mal camino.
7. Por favor, no ponga excusas: No me hable de los niños, de la esposa (o esposo), del trabajo, de los amigos ni del calentamiento global. Si tiene usted tiempo para perderlo viendo la TV, leyendo libros o revistas, jugando a cualquier cosa… tiene tiempo para todo lo anterior. Podrá objetar quizá que necesita tiempo para distraerse y que leer la Biblia es una pesada carga.
Lamento decirle que su excusa no me convence. Primero, porque si considera que le distrae más ver la TV que profundizar en el mensaje de Dios las cosas no van muy bien y, segundo, porque usted no se ha enterado todavía de lo atrayente, apasionante, subyugante que puede resultar el estudio de la Biblia. Razón de más para que lo emprenda. ¡Ah! Se me olvidaba. No me hable de su amor por el prójimo y su sufrimiento por la Humanidad si ni siquiera es capaz de ordenar su tiempo para hacerse con el bagaje de amor, consuelo y compasión que se halla en la Biblia. No suena convincente.
Una última cuestión. Como mis lectores conocen mi impertinencia, no tengo la menor intención de pedirles disculpas o de endulzar lo consignado arriba. Como dijo aquel gobernador no precisamente digno de imitar, “lo escrito, escrito está”, pero es que además ha sido escrito por su bien.Eso sí. Como estamos en la época, me permito desearles una feliz Navidad… leyendo la Biblia.

"He aquí yo hago nuevas todas las cosas": Nuevo conocimiento (Jn 14.16-31)

20 de enero de 2007
1. Raíces del protestantismo como fuerza espiritual y cultural
Si se quisiera definir brevemente cuál ha sido la fuerza motriz de los protestantismos de todas las épocas, habría que remitirse a la Biblia desde cualquier punto de vista, al grado de que, en otras épocas, decir Biblia y protestantismo resultaban sinónimos. Hoy, la fuerza de los hechos ha impuesto a otro de sus componentes, la música, como el factor de asociación cultural con que se define o redefine la presencia evangélica en la sociedad. Ambos elementos forman parte, efectivamente, de la cultura protestante. Lamentablemente, el abaratamiento y adocenamiento de los géneros musicales ha convertido el campo evangélico en un territorio musical adonde la exigencia estética se ha visto reducida al mínimo, y hoy es posible ver, incluso en la televisión comercial, cómo estas formas musicales se han adueñado de la representación visible de las comunidades evangélicas. Este impacto se ha presentado simultáneamente al fenómeno cada vez más aceptado de la desbiblización del protestantismo, el cual se observa en buena parte de las iglesias latinoamericanas, pues como ha señalado el doctor Pablo Deiros, flamante promotor y exponente del movimiento neoapostólico, el centro del culto evangélico no es ya la Biblia sino los momentos de alabanza y adoración musical, los cuales pueden tener una duración indefinida, no así los dedicados a la reflexión y enseñanza de la Biblia.
[1] Deiros no ve esto como algo negativo, pues califica esta preferencia litúrgica como algo positivo, a contracorriente del llamado peligro racionalista, marcado según él por una búsqueda de Dios mediante la razón y no mediante el espíritu libre de la alabanza y adoración.
Desde España el polémico escritor evangélico César Vidal ha arremetido recientemente contra esta situación:

Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.
Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.
[2]

Y ha puntualizado también:

El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.
[3]

El profesor suizo Jean Zumstein describe este perfil menos bíblico del protestantismo como un proceso explicable por la época en que vivimos, pero subraya que, ahora más que nunca, nuestras iglesias necesitan practicar una lectura renovada, en nuestro caso, que vaya más allá de aquellas bonitas tradiciones de la insistencia en los capítulos leídos durante la semana, o la habilidad para encontrar con rapidez las citas bíblicas en concursos memorables. Él lo dice con claridad:

¡Que se nos comprenda bien! Partiendo de la connivencia histórica, que liga el protestantismo a la Biblia, no queremos convertirnos en abogados tradicionalistas de una renovación protestante, ni reactivar una polémica dirigida contra el catolicismo romano. Nuestro proyecto es diferente. Nosotros abogamos por la Biblia, por su lectura renovada, porque estamos persuadidos de que es solamente allí donde la Biblia se vuelve Palabra de Dios, que la fe es auténticamente vivida, y la comunidad, fuertemente edificada.
[4]

2. Conocimiento y Espíritu en la obra de Juan
Además de las características que la hicieron tan diferente a otras comunidades cristianas del primer siglo, las iglesias juaninas insistieron consistentemente en la necesidad de fortalecer el conocimiento espiritual de sus miembros. Para ello, partían de una base sólida que remitieron hasta la persona misma de Jesús, pues una de las promesas que ellos recordaban diáfanamente fue el anuncio de que el Espíritu Santo vendría, primero, a acompañar a los seguidores de Jesús (Jn 14.16), pero también “a fundar la teología”, claro, no con estas palabras, sino que estaría presente en medio de su pueblo para “enseñar todas las cosas” [¡el surgimiento de la teología!] y recordar lo que él había dicho” (v. 26). Y es que, por supuesto, se trata del Espíritu de Verdad, aquel cuya labor se anuncia también en el lema de la Universidad Iberoamericana: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8. 32). De modo que una labor fundamental del Espíritu Santo consiste en promover el mayor y nuevo conocimiento de los creyentes en Jesucristo para cimentar, consolidar y proyectar su fe hacia nuevos horizontes. La madurez cristiana, meta sublime hacia la cual se encamina este trabajo espiritual, pasa necesariamente por el conocimiento de la revelación escrita de Dios.
Las preguntas de Vidal, en ese sentido, son contundentes:

· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?
[5]

3. Biblia, teología y doctrina en la Educación Cristiana actual
Po todo lo anterior, la labor educativa de la Iglesia está íntimamente ligada a la promoción y práctica efectiva del estudio de la Biblia. Hay un camino que la inmensa mayoría de los creyentes no recorre completo y que está claramente delineado en la Biblia como labor permanente del Espíritu Santo y al cual el apóstol Pablo también le tuvo el mayor respeto: la fe de la Iglesia no puede sustentarse más que en una Palabra de Dios bien leída e interpretada, sólidamente vivida e intensamente promovida entre aquellos que no la conocen. Parecería que hoy, a casi 500 años del inicio de la Reforma Protestante, es necesario un avivamiento bíblico y teológico que permita responder a los enormes desafíos espirituales y culturales de una época que cree haber logrado, por fin, desembarazarse de las palabras divinas para entregarse definitivamente en los brazos del hedonismo y la falta de sentido. La Iglesia de hoy debe responder, sí, con la Biblia en la mano, pero sobre todo, con la formación bíblica de sus miembros, antiguos y nuevos, para que éstos sigan siendo lo que son llamados a ser en los esquemas de hoy: ciudadanos responsables del mantenimiento de lo humano en todas sus formas y luchadores por la renovación de aquellas cosas que siguen vigentes pero que no responden a la esperanza del Reino de Dios anunciado y vivido por Jesucristo.
En esta tarea, la Educación Cristiana tiene un papel insustituible en la conformación de planes de estudio, cursos y propuestas alternativas que de manera efectiva nos conduzcan a todos a una sana y completa comprensión de las verdades bíblicas, doctrinales y teológicas necesarias para articular un amplio panorama de fe que nos permita ser Iglesia de la mejor manera. Cada clase bíblica debe constituirse en un espacio de diálogo crítico dirigido siempre por el Espíritu para alcanzar el nuevo conocimiento que Él nos tiene preparado. Y no se trata de verdades espirituales esotéricas o sobrenaturales sino de planteamientos realistas, de cara a la situación presente, porque los desafíos espirituales, éticos, sociales y políticos demandan una respuesta que puede demorarse.

Notas

[1] P.A. Deiros, Protestantismo latinoamericano. Miami., Caribe, 1990.
[2] C. Vidal, “El ABC de la lectura de la Biblia”, en Protestante Digital.com, 14r de diciembre de 2007.
[3] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”, en Protestante Digital, 7 de diciembre de 2007.
[4] J. Zumstein, Escritura y Palabra. Trad. de Luis Vázquez B. México, Comunidad Teológica, 2008.
[5] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”.

Biblia, conocimiento de Dios y Educación Cristiana

20 de enero de 2007

¿Protestantismos sin Biblia?
A estas alturas de la historia de la iglesia evangélica o protestante en México y América Latina, hay que hacer una dolorosa confesión: se trata del abandono paulatino de la Biblia, es decir, de su estudio metódico y serio en busca de una consistente formación cristiana. En otras épocas, los protestantes eran reconocidos como quienes mejor conocían el contenido de las Escrituras. La gente se esforzaba por escudriñar y memorizar porciones enteras de los libros bíblicos. Ciertamente, algunos métodos para dominar los textos bíblicos no eran del todo adecuados (como los concursos o el llamado “esgrima”), pero se intentaba que las congregaciones asumieran su papel de lectores/as de la Biblia de la mejor manera. Hoy ya no es así: a casi cualquier invitación a profundizar en el estudio sistemático, se reacciona con argumentos insostenibles. Y es que ahora se cree que la espiritualidad o la profundidad de la vida cristiana no depende directamente de la lectura y estudio de las Sagradas Escrituras, porque han surgido aparentes sustitutos de algo que forma parte esencial de la identidad protestante, de ahí que resulte inconcebible un protestantismo sin Biblia, sobre todo a la luz de las luchas reformadoras del siglo XVI que le dieron origen a las iglesias y movimientos que aún reivindican ese nombre.

La espiritualidad es bíblica o no es suficientemente cristiana
El doctor Pablo Deiros, en un estudio sobre el protestantismo latinoamericano observa, como algo prácticamente irremediable, el desapego de los evangélicos hacia la Biblia. Y agrega que elementos como la música (aunque habría que decir más bien que cierta himnología descontextualizada, uniformadora y deudora del hit parade) se encargan de conformar la espiritualidad evangélica actual. ¿Cómo refutar este tipo de observaciones cuando somos testigos de la banalización y chamanización de algunas zonas del protestantismo? Porque aunque nos situemos lejos del espacio religioso comercializado (Pare de sufrir, para más señas), la influencia de algunos movimientos que deforman el trato cotidiano con Dios y con su palabra es, lamentablemente, una triste realidad entre nosotros. Y es que ninguna crítica que se haga a esta situación estará a la altura del problema si no propone una nueva forma de aprovechar las riquezas que Dios ha revelado en su palabra escrita. El profesor Jean Zumstein afirma, por su parte, que como protestantes debemos enfrentar varias tentaciones para recuperar de manera óptima el lugar de la Biblia para nuestra vida de fe. Acaso la principal sea, dados nuestros antecedentes, el fundamentalismo que, por medio del biblicismo (y hasta la bibliolatría intolerante, en sus formas más extremas), intenta restablecer la autoridad de la Biblia en la Iglesia.

Biblia y Educación Cristiana
Debe revisarse, entonces, una verdad tan elemental como urgente: que cada iglesia tiene la enorme responsabilidad de transmitir, de la mejor manera, el contenido de la Biblia, especialmente a las nuevas generaciones de creyentes, pues son quienes enfrentan con mayor intensidad los desafíos de una época particularmente difícil, dada la enorme competencia por la atención de las personas. La Educación Cristiana, por lo tanto, sigue siendo el recurso que la Iglesia debe renovar continuamente para no perder de vista la centralidad del mensaje bíblico para la fe y la práctica cristianas, tan escasas a pesar de la supuesta mayor presencia evangélica. (LC-O)

jueves, 10 de enero de 2008

Letra 58, 13 de enero de 2007

LAS FIESTAS DE DICIEMBRE EN RUSIA. DIFERENTES FECHAS, DISTINTAS TRADICIONES
Alexander Serikov
Siempre!, 23 de diciembre de 2007

Cada país tiene costumbres y tradiciones autóctonas y Rusia también. Es por ello que la fiesta de diciembre más importante no es la Navidad sino el festejo del Año Nuevo. La Navidad como tal se celebra en enero del año siguiente debido a que hay diferencia entre el calendario civil actual gregoriano aceptado por la Iglesia Católica y el antiguo calendario juliano que la Iglesia Ortodoxa Rusa considera como su propio calendario eclesiástico. Los años vividos por Rusia después de la revolución bolchevique de 1917 hicieron que la Iglesia Ortodoxa Rusa perseguida en aquel entonces como la promotora de la religión caracterizada por Vladimir Lenin como “opio para el pueblo”, se limitara a celebrar la Navidad solamente en los templos, mientras que el pueblo en su mayoría festejó la llegada del Año Nuevo.
Fue costumbre de los zares rusos de colocar en la plaza céntrica del Kremlin un enorme árbol que en Rusia no se llama árbol de Navidad sino árbol del Año Nuevo. Es un abeto traído de los bosques del norte del país, un árbol de ramos frondosos de unos treinta metros de alto. El gobierno de Lenin abolió esta costumbre y sólo después del 1991 cuando cayó el régimen comunista en Rusia, fue rescatada esta tradición. Cabe señalar que los rusos no se apresuran a colocar en sus viviendas o en los lugares públicos los arbolitos del Año Nuevo como lo hacen los habitantes de muchos países latinoamericanos, sino los ponen y adornan a partir aproximadamente del día 25 de diciembre y nunca los tiran a la calle una vez celebrada la llegada del Año Nuevo, sino mantienen en sus hogares casi todo el mes de enero. Además no hay costumbre de colocar los Nacimientos ni festejar los Reyes Magos.
Esta vez un abeto de más de 30 metros de alto ya había sido localizado en un bosque al norte de Rusia y será trasladado a Moscú y colocado en el Kremlin. Allá, en el Palacio de los Congresos se ofrecerán fiestas para los niños que serán amenizadas con música, canciones y bailes, con la presencia de acróbatas y artistas circenses, y los anfitriones de estas fiestas serán el Abuelo Frío –así se llama en Rusia Santa Claus- y su nieta Snegúrochka que es análoga a Blancanieves. Muchos niños sueñan con asistir a estas fiestas en el Kremlin, pero solamente los mejores alumnos de las escuelas de todo el país reciben sus invitaciones y llegan a Moscú de todos los rincones de Rusia.
Entonces, un enorme abeto será instalado en el Kremlin. Imaginémonos que las autoridades rusas se encarguen de adornarlo. ¿De qué manera y con qué lo van a hacer? La imaginación nos sugiere contemplar las esferas rojas como promesas de convertir la vida de los ciudadanos rusos en una continua cadena de felicidad y progreso. Las guirnaldas doradas son aumentos insignificantes de las pensiones para los jubilados y simples funcionarios públicos y fuertes aumentos para los altos dirigentes y parlamentarios. Las luces multicolores son signo de que se construyan buenas carreteras en las regiones más alejadas de Moscú, pero dentro de las frondosas ramas del abeto se esconden viejas figuritas de ovejitas, vacas y pollitos hechas de cartón y algodón que simbolizan los mismos problemas de siempre: falta de viviendas, de buena atención médica y educación gratuitas, y a su lado, lobos grises que son clínicas y colegios privados accesibles sólo para la gente adinerada.
Pero la sorpresa más grande que se esconde en la estrella de oro que corona el árbol del Año Nuevo instalado en el centro del Kremlin, es la aprobación de Dmitry Medvédev como el probable sucesor de Putin en el trono más alto del poder del Kremlin, personalidad esta que seguramente continuará el camino trazado por Putin. Si el pueblo ruso lo escoge como su máximo dirigente para los próximos cuatro años, desde luego.
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ANCIANOS Y DIÁCONOS EN LA TRADICIÓN REFORMADA: MINISTERIOS DE AUTORIDAD Y SERVICIO (y VII)

Ante el actual estado de cosas y como parte de su ministerio en el sentido más espiritual, los diáconos tienen la enorme responsabilidad de orientar, conducir y reflexionar junto con las comunidades acerca de la importancia del dinero y los bienes materiales. En ese aspecto, deben discutirse algunas de las conclusiones de Max Weber y otros autores acerca de la forma en que los creyentes reformados se ubican en cuanto a su papel como mayordomos en términos de la vocación o llamado para administrar los frutos de su trabajo y sus riquezas. La escandalosa diferenciación entre iglesias pobres y ricas poco abona en el camino hacia un compromiso efectivo con la atención a los grupos más necesitados de la sociedad, empezando por los miembros más débiles de las congregaciones. Parecería que el manejo de recursos económicos se le indigesta a algunas iglesias debido a la escasa información con que cuentan sobre el desarrollo del diaconado en la historia de as iglesias reformadas.
Muchos estudiosos, entre los que destacan André Biéler (Calvin’s economic and social thought. (El pensamiento económico y social de Calvino), Ed. de Edouard Dommen. Ginebra, Consejo Mundial de Iglesias-Alianza Reformada Mundial, 2005), W. Fred Graham (The constructive revolutionary. Calvin and his socio-economic impact. (El revolucionario constructivo. Calvino y su impacto socio-económico), Richmond, John Knox Press, 1971), Jürgen Moltmann (Diaconía en el horizonte del Reino de Dios. Hacia el diaconado de todos los creyentes. Santander, Sal Terrae, 1987) y Philip Benedict (Christ’s churches purely reformed. A social history of Calvinism. (Iglesias de Cristo verdaderamente reformadas. Una historia social del calvinismo), New Haven-Londres, Universidad de Yale, 2002), resaltan la importancia de una sana y amplia comprensión de la diaconía en la vida de la Iglesia que vaya más allá de la estrecha visión eclesiástica y posibilite la movilización de los creyentes en proyectos y procesos de dignificación humana, pues con ello se estará cumpliendo el ideal de servicio propio de comunidades deseosas de participar y promover los beneficios del Reino de Dios.
(LC-O)
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LOS GOBIERNOS RECIENTES SÓLO HAN HUNDIDO AL CAMPO, AFIRMA LA IGLESIA CATÓLICA
Mariana Norandi, La Jornada, 7 de enero de 2008

Ofrece a los agricultores del país espacio en los templos para que comercialicen productos sin intermediarios

La Iglesia católica aseguró que los tres últimos gobiernos, así como el actual, no sólo no han hecho nada por el campo mexicano, sino que cada vez más lo han hundido en la pobreza y en la marginación. En el editorial del semanario informativo de la Arquidiócesis de México, Desde la Fe, se arremete contra la entrada en vigor del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y se señala que México no está preparado para ponerse en igualdad de condiciones con sus dos socios.
Sin embargo, indica, ahora, más que lamentarse por dicho acuerdo económico o tratar de cancelarlo o renegociarlo, se debe buscar un nuevo nivel de pacto, basado en acciones “más efectivas y reales”, porque ha llegado el momento de una ampliación y abordar lo que realmente interesa a nuestro país y a su vecino del norte: la regulación de la emigración mexicana hacia Estados Unidos y el desarrollo tecnológico de nuestro campo.
“Se requiere de una política más audaz y más nacionalista, en el auténtico sentido, de parte del gobierno mexicano. No podemos permitir más el maltrato de los millones de mexicanos que hacen posible la riqueza agropecuaria de nuestros vecinos, y no podemos seguir siendo un país de profundos contrastes entre el desarrollo urbano y la miseria rural” precisa el texto de Desde la Fe.
Describe muchos de los problemas del campo mexicano, como la falta de preparación y de tecnificación, la ausencia de subsidios, la emigración de la mano de obra, el abandono de las tierras, el sistema de ejidos inoperantes o los líderes campesinos corruptos, y subraya que, pese a todos estos problemas, desde hace cuatro sexenios ningún gobierno ha hecho nada por sacar el agro adelante.
“¿Qué han hecho los últimos tres gobiernos y el actual desde que comenzó el Tratado de Libre Comercio para evitar la falta de equilibro de una nación y otra, la falta de igualdad entre unos campesinos y otros? A juzgar por lo que está sucediendo, prácticamente no se ha hecho nada: mientras un campesino estadunidense es subsidiado con cerca de 20 mil dólares anuales, el mexicano recibe, en el mejor de los casos, alrededor de 700 dólares, tal vez muy disminuidos por las manos de los políticos y líderes corruptos que deben entregarlos”.
Apoya el lema de los opositores al TLCAN: “Sin maíz no hay país”, y pone de ejemplo el modelo económico desarrollado por la Unión Europea, que según la Iglesia no se basa únicamente en un intercambio de mercancías, sino en una preocupación por el desarrollo de todos los países involucrados. “Si los tratados de libre comercio no se orientan hacia una mayor justicia interna y externa, no tienen ningún sentido”, afirma.
Por otro lado, tras la misa de ayer en la Catedral Metropolitana ofrecida por el obispo auxiliar Francisco Clavel Gil, el vocero de la Arquidiócesis de México, Hugo Valdemar Romero, dijo que la Iglesia católica está dispuesta a prestar sus atrios para que los campesinos comercialicen en ellos sus productos sin intermediarios. “El gobierno, la Iglesia y la sociedad civil pueden adoptar medidas para ayudar a nuestros hermanos campesinos. Cáritas puede coordinar los programas de venta de productos en las iglesias para que los campesinos se vean beneficiados, y no el intermediario”, puntualizó.Agregó que la entrada en vigor de dicho capítulo no sólo es un problema económico al incrementar la pobreza en el campo mexicano, sino que es también un problema “moral”, ya que conlleva la desintegración de las familias por el aumento de migración de nuestros connacionales, principalmente a Estados Unidos. Asimismo criticó el alza escalonada de los precios de la canasta básica, y aseguró que esta medida va en detrimento de la economía familiar y que el gobierno debe vigilar que los comerciantes no cometan abusos y aumenten desorbitadamente los precios de los alimentos básicos para la población mexicana.

"He aquí yo hago nuevas todas las cosas": Nueva vida (Ro 6.1-14), L. Iván Jiménez J.

13 de enero de 2007

La nueva vida en Cristo, Claudio Cruces

Ya en Romanos 5 Pablo habla de la libertad en Cristo concluyendo: cuando el pecado abundó, sobreabundó la Gracia (5.20). El apóstol sabía que aquí caminaba por el filo de la navaja; podía ser mal interpretado en cualquier momento, por eso el capítulo seis comienza aclarando una objeción que sabía que los fariseos le iban a refregar: ¿pecaremos por eso? ¡por supuesto que no! Una pregunta de la que ya se había ocupado con anterioridad: "¿por qué no decir... hagamos males para que vengan bienes? (3.8) La respuesta no se hace esperar. Pablo nos habla en el capítulo seis de porqué (6.1-14) somos libres del pecado y para qué (6.15-23).

Libres por el bautismo
La respuesta de Pablo a la pregunta ¿pecaremos para que la gracia abunde? es un no enfático y la razón de ese no se halla en el bautismo. Todo el que fue bautizado en Cristo participa de su muerte y de su vida. El bautismo nos incorpora en Cristo, en una nueva comunidad que se llama cuerpo de Cristo, quien es nuestra cabeza, y por ende, su muerte es nuestra muerte, y su resurrección es la nuestra. La simbología del bautismo no deja dudas: al sumergirnos, simbolizamos la muerte de Cristo y al levantarnos del agua su resurrección. Y por pertenecer a su cuerpo, somos participantes tanto de su muerte como de su resurrección. En este punto conviene rescatar lo que dice Nygren que si bien el bautismo es un símbolo, “no sólo tenemos que ver con símbolos sino con realidades. Lo que el bautismo simboliza realmente sucede y precisamente por medio de él” . El v. 5 se torna interesante cuando dice fuimos plantados juntamente con El. Ese plantados, que retoma en el capítulo 11.17 ss. Cuando habla de los gentiles “injertados” en el verdadero olivo. No porque seamos injertados, quiere decir que no tengamos raíces. Somos copartícipes del mismo olivo, y el olivo es Cristo. Pero en la práctica vemos que esa libertad del pecado de la que Pablo habla con tanta insistencia, parece disolverse en la realidad. No hay iglesia a la que el apóstol visitara, en la que el pecado no fuese una realidad activa. Tal vez la respuesta esté en que libertad de pecado, no sea sinónimo de perfeccionismo (o impecabilidad).
Estar libres del pecado y no pecar son efectos de cosas muy distintas entre sí. Si alguno pregunta a Pablo si el cristiano es “libre de pecado” respondería con un si incondicional. En cambio si le pregunta si el cristiano es “sin pecado” contestaría también incondicionalmente con un no.
¿Donde encontramos la respuesta a tal paradoja que nos plantea Nygren.?. Sin duda alguna en la definición de pecado. Si el pecado es un estado en el que el hombre nace, un estado antropológico (“en Adán), pues entonces el hombre está libre del pecado. Pero si vemos al pecado como lo presentan los pietistas como una realidad básicamente ético-moral, “que según su opinión el cristiano puede vencer en virtud de su nuevo estado espiritual” , debemos reconocer que estamos lejos de haberlo alcanzado.
Entendemos pues que Pablo, cuando habla de libertad del pecado no lo hace de una perspectiva moralista sino en un sentido antropológico. El pecado fue vencido por Cristo y nosotros somos partícipes de esta victoria porque nos ha sido imputada en el símbolo del bautismo. La libertad del pecado es así un hecho objetivo (“fuera mío”) del que gozamos por ser partícipes de una nueva realidad: el cuerpo de Cristo.
El versículo siete afirma que somos justificados del pecado porque hemos muerto, palabras que se explican más detalladamente en el cap. 7:1-6. Pero aquí lo liga al vers. 14 somos justificados...el pecado no se enseñorea de nosotros porque no estamos bajo la ley sino bajo la Gracia, lo que equivale a decir que nuestra justificación, el hecho de no estar bajo la esclavitud del pecado no depende de una cualidad moral que se halla en el cristiano, sino a que ahora, el cristiano vive bajo un nuevo sistema: el sistema de la gracia.
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"He aquí yo hago nuevas todas las cosas": Nuevos cielos y nueva tierra (Apoc 21.1-14), L. Cervantes-Ortiz

6 de enero de 2008
1. La mirada escatológica de Apocalipsis, una mirada de esperanza
Un acercamiento serio y respetuoso al Apocalipsis, en momentos de reinicio de época, puede permitir advertirlo como una ventana hacia el presente y el futuro con profunda esperanza. Todo ello porque el tipo de literatura al que pertenece mezclaba, en dosis adecuadas, la crítica al presente y el llamado a la resistencia con anuncios de esperanza basados en la intervención de Dios en la historia para levantar a su pueblo. Vista de esta manera, los elementos apocalípticos de la fe de los creyentes del primer siglo pueden ayudarnos hoy a conformar una visión que incorpore creativamente ambos aspectos y alimente nuestra perspectiva. Como señala Samuel Pagán: “El ministerio apocalíptico desarrolla una teología de consolación y salvación hacia los fieles perseguidos y angustiados, y una de juicio hacia los representantes de las fuerzas del mal que ofenden, hieren y matan al pueblo de Dios. Por un lado, se afirma la esperanza, el triunfo y la liberación de los fieles; por el otro, se proclama el juicio definitivo contra los que no han aceptado ni asimilado los valores del Reino de Dios”.
[1]
Pagán agrega que “Juan escribió las revelaciones para edificar y consolar, no para amedrentar, confundir o atribular cristianos”. La sugerencia es alentadora: “La fe en esa acción salvadora y transformadora de Dios impele a los cristianos a la movilización. El triunfo de Dios significa la derrota de la alienación, el cautiverio, la opresión, la desesperanza, la injusticia, el mal, la violencia y el dolor; es decir, la destrucción definitiva del pecado y Satanás. Ese triunfo divino hará posible la manifestación del Reino de Dios, que es la demostración visible, real e histórica de la soberanía de Dios y el señorío de Jesucristo”.[2] El poder divino para renovar el cosmos se manifiesta intensamente en la visión de Apocalipsis 21, adonde luego de las visiones del encarnizado combate entre Dios y sus enemigos, finalmente se impone para traer nuevas condiciones de existencia para toda su creación. Xabier Pikaza explica: “A los ojos de Juan la historia no acaba por pecado o vejez, cansancio o muerte sino por plenitud […] Ante el rostro radiante de Dios desaparecen las formas viejas de mundo e historia (cf. 20.11), no para perderse sino para ser sustituidas por las más honda verdad: la nueva tierra, el nuevo cielo”.[3]

2. Continuidad con el anuncio de Isaías 65
Esta visión tiene como claro antecedente la profecía de Isaías 65 (vv. 17-25), adonde Dios promete a su pueblo la renovación entera de mundo, es decir, la transformación de las situaciones negativas que aquél ha vivido para introducirlo a una etapa plena de justicia y paz, la utopía humana mayor. En aquel entonces, la experiencia del destierro había marcado profundamente la fe de una comunidad que necesitaba urgentemente recomenzar y justamente ése es el espíritu de esta nueva visión. La invitación divina consiste en olvidar el pasado y prepararse para un futuro pletórico de bendiciones y alegría (vv.17-18). La centralización de este nuevo estado de ánimo en Jerusalén estaba en función de los enormes sinsabores que había padecido. El horizonte mesiánico de Isaías ofrece un panorama de bienestar inimaginado hasta entonces y los elementos utópicos sobre la paz y la armonía, relacionados, entre otros, con la sobrevivencia de los niños (v. 20) y el trabajo para el beneficio propio (vv. 21-23) se enlazan para formar un tejido de esperanzas muy propicio para un pueblo sumido en la depresión.
La forma en que Apocalipsis relee esa profecía maneja un contraste efectivo, porque ahora no se trata de un pueblo en particular sino de la humanidad completa, a quien se le garantiza un futuro en donde el cosmos entero será renovado. No obstante, los tintes utópicos permanecen idénticos, pues a contracorriente de aquellos que anuncian el fin de la historia y de las ilusiones humanas, la mirada apocalíptica cristiana establece que el interés renovador de Dios por su creación permanece intacto y es susceptible de ser vivido de nuevas formas, especialmente en tiempos como los que vivimos, plagados de anuncios y realidades negativas sobre el porvenir, lo cual no quiere decir que se deba vivir irresponsablemente sino con una fe crítica, atenta a los aspectos positivos y negativos del presente.

3. Visiones para el futuro
La percepción de un futuro mejor ha pasado por numerosas variaciones conceptuales y de estados de ánimo en la experiencia humana. La fe cristiana también ha tenido que interrogarse sobre el tipo de esperanza que ofrece Dios y de transformación permanente realizada por Él a lo largo de la historia. No resulta sencillo ahora replantear las visiones del futuro cada vez que se reinicia una etapa o se atisba un nuevo rumbo. Elisabeth Schüssler Fiorenza resume muy bien la perspectiva predominante en el pasaje:

Los “primeros” cielo y tierra pertenecen ahora al pasado, pues eran fruto del dualismo antagónico entre el reinado de Dios y de Cristo en el cielo y el reinado del dragón y sus aliados en la tierra y en el abismo. El “nuevo cielo y la nueva tierra” están en continuidad con el cielo y la tierra de antes, pero forman un mundo cualitativamente nuevo y unificado. Esta nueva realidad se caracteriza por la presencia de Dios entre sus pueblos. […]
A diferencia de Pablo, Juan no piensa que en el Último Día los cristianos “serán arrebatados” a las nubes para salir al encuentro del Señor (I Tes 4.17), ni espera, como Daniel, que los justos brillen como estrellas en el cielo (Dn 12.3ss). El centro de la visión teológica y del impulso retórico del Apocalipsis es más bien la tierra. Esta nueva tierra se diferencia de la tierra que conocemos, pues “el cielo estará en la tierra”.
[4]

La diferencia cualitativa con el mundo anterior constituye la radical novedad de cielos y tierra. La deshumanización, la corrupción y la injusticia que, al parecer, se habían adueñado del mundo, dejan su lugar a una era de paz, justicia y armonía. Más allá de las imposiciones negativas del presente, la orientación cristiana subraya la acción re-creadora de Dios. “La realidad del nuevo cielo y de la nueva tierra no está determinada por el sufrimiento, el llanto, el duelo, el hambre, el cautiverio y la muerte, sino por la vida, la luz y la felicidad (cf. 7.9-15); en consecuencia, el mar, como lugar de las bestias y símbolo del mal (13.1), ya no existe (21.1). El mundo futuro de la salvación de Dios no es concebido como una isla, sino como una realidad que abarca a toda la creación”.
[5] Así, los impulsos ecologista de los creyentes no pueden ser entendidos sino como una extensión de la esperanza global en la renovación de todas las cosas que Dios llevará a cabo. Ése es el factor que hace la diferencia real entre la fe y la creencia en que las cosas, inevitablemente, te4ndrán un fin sin propósito ni sentido. Los y las creyentes en Jesucristo tienen mucho que enseñar a los demás si experimentan estos elementos apocalípticos de su fe.

Notas
[1] S. Pagán, El tiempo está cerca. Una lectura pastoral del Apocalipsis. Miami, Caribe, 1999, p. 127.
[2] Ibid., p. 130.
[3] X. Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999 (Guías de lectura del Nuevo Testamento, 17), p. 244.
[4] E. Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 1997 (Ágora, 3), p. 152. Énfasis agregado.
[5] Ibid., 152-153.

El nuevo orden cósmico, José Adriano Filho

En el drama escatológico que se desarrolla en el Apocalipsis, la historia se desenvuelve desde la percepción de una situación de caos hacia una nueva creación. Los individuos, Babilonia y la naturaleza están envueltos en este proceso. La destrucción de los enemigos escatológicos incluye la destrucción de los “destructores de la tierra” (11,18) y de Babilonia que “corrompió la tierra con su prostitución” (19,2). Eso nos lleva ahora a la descripción de la nueva creación (21,1-22,9), que culmina y contrasta con los eventos escatológicos anteriores y abre un nuevo horizonte: el futuro está abierto gracias al juicio justo de Dios sobre todos los enemigos escatológicos. La nueva creación abre a las comunidades a otra perspectiva.
Ap 21,9-14 compara a la ciudad con “una novia adornada para su marido”. Estas imágenes entresacadas del lenguaje del matrimonio, que ilustrando varios aspectos de la relación entre Dios y su pueblo, se originan en las tradiciones del profeta Isaías en cuyo libro la imagen del matrimonio no solo presenta la relación entre Dios y el resto fiel simbolizado por Sión/Jerusalén, sino que también describe la restauración de la Jerusalén histórica en el período post-exílico (49,18; 61,10)
. Describen también “una gran muralla” que rodea la ciudad y que da seguridad plena a sus moradores (Is 60,18; Ap 21,25-26). La ciudad santa es presentada como el cumplimiento de la promesa de Dios a una comunidad histórica específica. No es anónima, tiene un nombre: Jerusalén. Sus puertas tienen los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel y en sus cimientos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Patriarcas, profetas y apóstoles son definitivos y sus muchas historias se entrelazan en una única historia: La historia de la ciudad de Dios. Es la ciudad del Cordero y de los apóstoles cuyos nombres están escritos sobre sus cimientos, son los apóstoles del Cordero, los que sustentan el testimonio de Jesucristo, el que indica que la comunidad escatológica es vista en continuidad con la comunidad apostólica: no hay ruptura, sino desarrollo y trascendencia.
Ap 21,15-21 presenta la descripción de las dimensiones y fundamentos de la ciudad (Ex 40; 45,2; 48,20). La nueva Jerusalén es cuadrangular (21,16-17). Esas medidas destacan la grandeza de la ciudad. Los sueños rabínicos acerca de la Jerusalén recreada eran bastante grandes. Se decía que la nueva Jerusalén se extendería desde Damasco hasta el límite sur de Palestina, cubriendo toda la tierra santa. Se trata de una grandeza simbólica: En la nueva Jerusalén hay lugar para todos y se extenderá sobre los territorios de todos los pueblos . Los vv 18,21 a su vez, describen los materiales preciosos con los cuales la ciudad fue construida. La muralla es de jaspe y la propia ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro, lo cual denota su pureza y la brillante radiación de su luz e indica que la ciudad está cubierta completamente de la luz de la gloria de Dios y la estructura de jaspe adornada con doce piedras preciosas (Is 54,11-12) .No podemos olvidar que en su contexto, las doce piedras preciosas que encontramos en Ap 21,18-21, en la descripción de la nueva Jerusalén, están en franco contraste con las joyas que adornan a la prostituta (17,4; 18,11-13.16). El hecho de que la estructura de la nueva Jerusalén presente los mismos materiales con que está adornada la prostituta, solidifica y fortalece la identificación hecha en 17,5.18 de la prostituta como Babilonia, la grande (17,5.18) y, la repetición de las piedras preciosas en 21,18-21 destaca el contraste entre las dos ciudades al describir las joyas de una y la arquitectura de la otra en términos similares. Se destaca también el hecho de que la ostentación de la prostituta contrasta con la pureza de la novia del Cordero (19,8). La ciudad de Dios del fin de los tiempos es diametralmente opuesta a la ciudad de lascivia que gobierna el mundo presente.
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana

"En tu mano están mis tiempos": eternidad e historia en la perspectiva divina (Salmo 31), L. Cervantes-Ortiz

31 de diciembre, 2007

1. Tiempo y eternidad desde la mirada divina
El tiempo, para los autores bíblicos, no era lo mismo que para nosotros hoy, pues para ellos, atentos, por un lado, a los vaivenes humanos, pero sobre todo a la perspectiva divina, en la cual percibían claves misteriosas para ubicarse en el mundo con una visión que trasladase la trascendencia a la vida cotidiana. La sensación de abandono y dependencia que experimentaban la plasmaron de diversas maneras en los textos. Así, mientras que por un lado los salmos dan fe de una búsqueda de fe profunda y diligente, dentro del marco de la alianza de Dios con el pueblo, libros como el Eclesiastés observan con una buena dosis de escepticismo el paso del tiempo, aunque con una sabiduría asentada por la observación y el análisis minucioso de la conducta humana. Pocas veces encontramos la palabra eternidad en la Biblia. En el salmo 103.17 se utiliza para subrayar la amplitud de la misericordia y la justicia de Dios sobre los que le temen. Y en Eclesiastés 3.11 (“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio y hasta el fin”), aparece con elocuencia contundente, pues allí se aprecia cómo el sabio intuye que la manera en que Dios percibe el tiempo se encuentra como escondida en el corazón humano, escindido éste en su debate trágico entre el tiempo y la eternidad, la historia y la superación de la misma.
Los ciclos vitales vividos por el pueblo de Dios hicieron que al celebrar el inicio de un nuevo año insistiera en la renovación del pacto. En Mesoamérica se vivía algo muy similar con la ceremonia del fuego nuevo, en la cual el pueblo entero participaba del ingreso a una nueva época marcada por la regeneración del mundo. Al finalizar un periodo de 52 años, debían extinguirse todos los fuegos al tiempo que se destruían enseres domésticos, la mujeres y niños se recluían en sus casas y los hombres se reunían al pie del cerro. Al anochecer los sacerdotes ascendían al cerro y con un cuchillo ritual sacrificaban a una víctima. Sobre su pecho abierto se encendía un fuego y se pasaba al tlecaxitl, de donde luego se encendían las antorchas para los templos y los hogares. El nuevo amanecer significaba que el mundo se había salvado de la destrucción y que comenzaba un nuevo ciclo de 52 años.

2. El tiempo humano en las manos de Dios
En el salmo 31, la afirmación “En tu mano están mis tiempos” remite a lo que, como explica Karl Barth, es el tiempo humano, es decir, la historia de nuestra vida, la conjunción de tiempos: “Mi tiempo es la historia de toda mi vida, con todo lo que he sufrido y he hecho y, tal vez, tendré que sufrir y hacer, la historia de mi vida, con todo lo que fui, soy y seré”.
[1] El tiempo como tal no existe: somos los seres humanos mismos, el transcurrir de la historia a través de nuestra piel, nuestros sentimientos y experiencias. Al ser nosotros mismos, ese tiempo es valioso para Dios, como comenta Barth: “Mi tiempo, por lo tanto, no está por ahí en alguna parte […] Ni va rodando como una bola echada por una mano invisible. Ni tampoco tiembla como una hoja al viento. […] Se mantiene en pie porque está en tus manos”.[2]
Cuando hablamos del destino, en ocasiones parece que usamos el término de la misma forma que se acostumbra en general, es decir, como si se tratase de una realidad ciega, fatalista, ajena a lo humano. El salmista subraya que su tiempo, nuestro tiempo, está en las manos de Dios, no en las de un destino ciego, pues como dice Barth: “Con el destino podría arreglármelas. Contigo, oh Dios, no me las puedo arreglar, lo único que puedo hacer es estar junto a ti”.[3] Como escribió Amado Nervo: ¡Que yo fui el arquitecto de mi propio destino”. No, el salmista niega incluso esto, que el tiempo esté en las propias manos humanas pues: “Es bueno que yo no sea mi propio señor, que mi tiempo no esté en mis manos. Sino que mi tiempo, la historia de mi vida, yo mismo, estemos en tus manos”. Porque, qué mejor que estar en esas manos, manos paternales que dirigen a buen destino. Manos que representan el cuidado atento de un Dios que elige, conduce y acompaña las vidas humanas. Manos que prometen que nadie que haya llegado hasta ahí podrá ser arrancado o arrebatado. Como dice Unamuno en un poema: “Al corazón sobre tu pecho pones/ y como en dulce cuna allí reposa/ lejos del recio mar de las pasiones,// mientras la mente, libre de la losa/ del pensamiento, fuente de ilusiones,/ duerme al sol en tu mano poderosa”.[4]

3. La proyección de la esperanza en el futuro
Po todo ello, la actitud del salmista esboza un modelo de dependencia de la mano de Dios que recorre el texto de principio a fin. La experiencia de la protección divina le hacen decir (y anunciar) que la presencia divina, en todos sus tiempos, es una garantía para sobrevivir en medio de los peores augurios. Nosotros hoy, ante las amenazas económicas, morales, políticas y de todo tipo, sólo apelamos a la misericordia y fidelidad de Dios, a la hora de avanzar en el tiempo, el que nos consume y nos acerca cada día a la presencia del Señor. Así, la oración con que se planta uno delante de Él puede ser como aquella que elevó en su momento el gran pensador danés Søren Kierkegaard:

Oración
Un año más ha pasado, ¡oh Padre celestial! Te agradecemos que lo añadas al tiempo del perdón; y no estamos en absoluto asustados al pensar que se añadirá también a las cuentas que habremos de entregarte, porque confiamos en Tu misericordia.
El año nuevo se nos presenta con sus exigencias, y aunque entramos en él abatidos y preocupados, sin poder ni querer ocultar el pensamiento de lo que deleitó nuestros ojos y nos mantuvo bajo su encanto, ni el pensamiento de venganza cuya dulzura nos sedujo, ni de la ira que nos volvió implacables, ni del corazón reseco que huyó lejos de Ti; sin embargo, no entramos en el año nuevo sin recordar las angustiosas dudas que fueron apaciguadas, las secretas aflicciones que fueron consoladas, el alma abatida que fue levantada, la alegre esperanza que no fue desilusionada.
En nuestros momentos de tristeza queremos fortalecer y reanimar el corazón con el pensamiento de los grandes hombres que tú escogiste para ser tus instrumentos y que en la dureza de las tribulaciones espirituales, en la angustia de sus corazones, conservaron el alma libre, el valor intacto, el cielo abierto ante sus ojos; también nosotros queremos sumar nuestro testimonio al suyo, seguros de que, como ellos, si nuestro ánimo no es más que desfallecimiento y nuestra fuerza impotencia, Tú al menos eres el mismo, el mismo Dios poderoso que prueba a los espíritus en la lucha, el mismo Padre sin cuya voluntad los pájaros no caen en tierra. Amén.
[5]

Con palabras así, respetuosas de la majestad de Dios y del devenir humano, es posible afrontar cualquier contingencia o situación, puesto que al depender de Él, con la certeza de la fidelidad a su pacto, la fe podrá sostenerse en medio de todo.

[1] K. Barth, Al servicio de la Palabra. Salamanca, Sígueme, 1985, p. 178.
[2] Idem.
[3] Ibid., p. 179.
[4] M. de Unamuno, “En la mano de Dios”, en L. Cervantes-Ortiz, sel., Lo sagrado y lo divino. Grandes poemas religiosos del siglo XX. México, Planeta, 2002, p. 15.
[5] S. Kierkegaard, La espera de la fe. Con ocasión del año nuevo. México, Publicaciones Cruz, 1993, p. 11.

El reverso de la Navidad: la matanza de los inocentes, L. Cervantes-Ortiz

De un inmigrante y exiliado político, Enrique Dussel

Lo que se llama Navidad es una festividad de las culturas del Mediterráneo y de otros pueblos en la que se celebraba el 21 de diciembre, el día más corto del año, porque desde ese día el sol habría de ir “creciendo”. Era el solis natale. Desde el tercer siglo dC, el cristianismo adoptó esa fiesta, que no era judía ni cristiana, y celebró el nacimiento de Joshúa de Nazareth. Las circunstancias de ese nacimiento pasan frecuentemente desapercibidas, fetichizadas bajo sentimientos completamente superficiales. […]
El monarca colonial colaboracionista del Imperio romano, siendo Herodes un usurpador no de estirpe real, al enterarse que había la posibilidad del nacimiento de un descendiente de David, temiendo que un día le disputara el poder, ordenó “matar a todos los niños de dos años abajo en Belén y sus alrededores” (Mat 2.16). […]
Vemos entonces que la vida de Joshúa se inició en el peligro de la pobreza, la humillación, la opresión (nació en un pesebre), y no bien nacido casi lo asesinan (de no ser por los buenos informantes que tenía José). ¡Era entonces un perseguido político! Y léase bien: perseguido político y no religioso, porque se lo intentó asesinar porque en la “genealogía de Joshúa, el Ungido, [estaba indicado que era] descendiente de David (Lc 1.1). […]
Lo cierto es que aquella familia de exiliados políticos e indefensos inmigrantes cuando tuvieron información de que murió Herodes regresaron a Israel. Pero, como toda familia de exiliados, políticos, “tuvo miedo de ir allá”, y esto porque “Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes”. Fue por ello que prefirió estar lejos de Jerusalén donde los servicios de inteligencia de la época eran menos activos, y por ello “se retiró a Galilea” (Lc 2.22-23).
Pero no es todo. Al final de su vida, aquel laico (porque Joshúa nunca fue sacerdote, y celebró cultos propios de todo padre de familia, como el hagadá, la llamada “última cena”) enderezó su crítica en primer lugar contra la corrupción de la religión de su pueblo (“toda crítica comienza por la crítica a la religión”, dirá siglos después un descendiente judío alemán), ya que entrando al templo de Jerusalén “volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas, diciéndoles: Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones” (Mt 21.13), claro que, al menos, no debó criticarlos por protectores de pederastas. […]


La Jornada, 27 de diciembre de 2007, p. 16

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...