20 de enero de 2007
1. Raíces del protestantismo como fuerza espiritual y cultural
Si se quisiera definir brevemente cuál ha sido la fuerza motriz de los protestantismos de todas las épocas, habría que remitirse a la Biblia desde cualquier punto de vista, al grado de que, en otras épocas, decir Biblia y protestantismo resultaban sinónimos. Hoy, la fuerza de los hechos ha impuesto a otro de sus componentes, la música, como el factor de asociación cultural con que se define o redefine la presencia evangélica en la sociedad. Ambos elementos forman parte, efectivamente, de la cultura protestante. Lamentablemente, el abaratamiento y adocenamiento de los géneros musicales ha convertido el campo evangélico en un territorio musical adonde la exigencia estética se ha visto reducida al mínimo, y hoy es posible ver, incluso en la televisión comercial, cómo estas formas musicales se han adueñado de la representación visible de las comunidades evangélicas. Este impacto se ha presentado simultáneamente al fenómeno cada vez más aceptado de la desbiblización del protestantismo, el cual se observa en buena parte de las iglesias latinoamericanas, pues como ha señalado el doctor Pablo Deiros, flamante promotor y exponente del movimiento neoapostólico, el centro del culto evangélico no es ya la Biblia sino los momentos de alabanza y adoración musical, los cuales pueden tener una duración indefinida, no así los dedicados a la reflexión y enseñanza de la Biblia.[1] Deiros no ve esto como algo negativo, pues califica esta preferencia litúrgica como algo positivo, a contracorriente del llamado peligro racionalista, marcado según él por una búsqueda de Dios mediante la razón y no mediante el espíritu libre de la alabanza y adoración.
Desde España el polémico escritor evangélico César Vidal ha arremetido recientemente contra esta situación:
Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.
Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.[2]
Y ha puntualizado también:
El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.[3]
El profesor suizo Jean Zumstein describe este perfil menos bíblico del protestantismo como un proceso explicable por la época en que vivimos, pero subraya que, ahora más que nunca, nuestras iglesias necesitan practicar una lectura renovada, en nuestro caso, que vaya más allá de aquellas bonitas tradiciones de la insistencia en los capítulos leídos durante la semana, o la habilidad para encontrar con rapidez las citas bíblicas en concursos memorables. Él lo dice con claridad:
¡Que se nos comprenda bien! Partiendo de la connivencia histórica, que liga el protestantismo a la Biblia, no queremos convertirnos en abogados tradicionalistas de una renovación protestante, ni reactivar una polémica dirigida contra el catolicismo romano. Nuestro proyecto es diferente. Nosotros abogamos por la Biblia, por su lectura renovada, porque estamos persuadidos de que es solamente allí donde la Biblia se vuelve Palabra de Dios, que la fe es auténticamente vivida, y la comunidad, fuertemente edificada.[4]
2. Conocimiento y Espíritu en la obra de Juan
Además de las características que la hicieron tan diferente a otras comunidades cristianas del primer siglo, las iglesias juaninas insistieron consistentemente en la necesidad de fortalecer el conocimiento espiritual de sus miembros. Para ello, partían de una base sólida que remitieron hasta la persona misma de Jesús, pues una de las promesas que ellos recordaban diáfanamente fue el anuncio de que el Espíritu Santo vendría, primero, a acompañar a los seguidores de Jesús (Jn 14.16), pero también “a fundar la teología”, claro, no con estas palabras, sino que estaría presente en medio de su pueblo para “enseñar todas las cosas” [¡el surgimiento de la teología!] y recordar lo que él había dicho” (v. 26). Y es que, por supuesto, se trata del Espíritu de Verdad, aquel cuya labor se anuncia también en el lema de la Universidad Iberoamericana: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8. 32). De modo que una labor fundamental del Espíritu Santo consiste en promover el mayor y nuevo conocimiento de los creyentes en Jesucristo para cimentar, consolidar y proyectar su fe hacia nuevos horizontes. La madurez cristiana, meta sublime hacia la cual se encamina este trabajo espiritual, pasa necesariamente por el conocimiento de la revelación escrita de Dios.
Las preguntas de Vidal, en ese sentido, son contundentes:
· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?[5]
3. Biblia, teología y doctrina en la Educación Cristiana actual
Po todo lo anterior, la labor educativa de la Iglesia está íntimamente ligada a la promoción y práctica efectiva del estudio de la Biblia. Hay un camino que la inmensa mayoría de los creyentes no recorre completo y que está claramente delineado en la Biblia como labor permanente del Espíritu Santo y al cual el apóstol Pablo también le tuvo el mayor respeto: la fe de la Iglesia no puede sustentarse más que en una Palabra de Dios bien leída e interpretada, sólidamente vivida e intensamente promovida entre aquellos que no la conocen. Parecería que hoy, a casi 500 años del inicio de la Reforma Protestante, es necesario un avivamiento bíblico y teológico que permita responder a los enormes desafíos espirituales y culturales de una época que cree haber logrado, por fin, desembarazarse de las palabras divinas para entregarse definitivamente en los brazos del hedonismo y la falta de sentido. La Iglesia de hoy debe responder, sí, con la Biblia en la mano, pero sobre todo, con la formación bíblica de sus miembros, antiguos y nuevos, para que éstos sigan siendo lo que son llamados a ser en los esquemas de hoy: ciudadanos responsables del mantenimiento de lo humano en todas sus formas y luchadores por la renovación de aquellas cosas que siguen vigentes pero que no responden a la esperanza del Reino de Dios anunciado y vivido por Jesucristo.
En esta tarea, la Educación Cristiana tiene un papel insustituible en la conformación de planes de estudio, cursos y propuestas alternativas que de manera efectiva nos conduzcan a todos a una sana y completa comprensión de las verdades bíblicas, doctrinales y teológicas necesarias para articular un amplio panorama de fe que nos permita ser Iglesia de la mejor manera. Cada clase bíblica debe constituirse en un espacio de diálogo crítico dirigido siempre por el Espíritu para alcanzar el nuevo conocimiento que Él nos tiene preparado. Y no se trata de verdades espirituales esotéricas o sobrenaturales sino de planteamientos realistas, de cara a la situación presente, porque los desafíos espirituales, éticos, sociales y políticos demandan una respuesta que puede demorarse.
Notas
[1] P.A. Deiros, Protestantismo latinoamericano. Miami., Caribe, 1990.
[2] C. Vidal, “El ABC de la lectura de la Biblia”, en Protestante Digital.com, 14r de diciembre de 2007.
[3] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”, en Protestante Digital, 7 de diciembre de 2007.
[4] J. Zumstein, Escritura y Palabra. Trad. de Luis Vázquez B. México, Comunidad Teológica, 2008.
[5] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”.
Si se quisiera definir brevemente cuál ha sido la fuerza motriz de los protestantismos de todas las épocas, habría que remitirse a la Biblia desde cualquier punto de vista, al grado de que, en otras épocas, decir Biblia y protestantismo resultaban sinónimos. Hoy, la fuerza de los hechos ha impuesto a otro de sus componentes, la música, como el factor de asociación cultural con que se define o redefine la presencia evangélica en la sociedad. Ambos elementos forman parte, efectivamente, de la cultura protestante. Lamentablemente, el abaratamiento y adocenamiento de los géneros musicales ha convertido el campo evangélico en un territorio musical adonde la exigencia estética se ha visto reducida al mínimo, y hoy es posible ver, incluso en la televisión comercial, cómo estas formas musicales se han adueñado de la representación visible de las comunidades evangélicas. Este impacto se ha presentado simultáneamente al fenómeno cada vez más aceptado de la desbiblización del protestantismo, el cual se observa en buena parte de las iglesias latinoamericanas, pues como ha señalado el doctor Pablo Deiros, flamante promotor y exponente del movimiento neoapostólico, el centro del culto evangélico no es ya la Biblia sino los momentos de alabanza y adoración musical, los cuales pueden tener una duración indefinida, no así los dedicados a la reflexión y enseñanza de la Biblia.[1] Deiros no ve esto como algo negativo, pues califica esta preferencia litúrgica como algo positivo, a contracorriente del llamado peligro racionalista, marcado según él por una búsqueda de Dios mediante la razón y no mediante el espíritu libre de la alabanza y adoración.
Desde España el polémico escritor evangélico César Vidal ha arremetido recientemente contra esta situación:
Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.
Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.[2]
Y ha puntualizado también:
El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.[3]
El profesor suizo Jean Zumstein describe este perfil menos bíblico del protestantismo como un proceso explicable por la época en que vivimos, pero subraya que, ahora más que nunca, nuestras iglesias necesitan practicar una lectura renovada, en nuestro caso, que vaya más allá de aquellas bonitas tradiciones de la insistencia en los capítulos leídos durante la semana, o la habilidad para encontrar con rapidez las citas bíblicas en concursos memorables. Él lo dice con claridad:
¡Que se nos comprenda bien! Partiendo de la connivencia histórica, que liga el protestantismo a la Biblia, no queremos convertirnos en abogados tradicionalistas de una renovación protestante, ni reactivar una polémica dirigida contra el catolicismo romano. Nuestro proyecto es diferente. Nosotros abogamos por la Biblia, por su lectura renovada, porque estamos persuadidos de que es solamente allí donde la Biblia se vuelve Palabra de Dios, que la fe es auténticamente vivida, y la comunidad, fuertemente edificada.[4]
2. Conocimiento y Espíritu en la obra de Juan
Además de las características que la hicieron tan diferente a otras comunidades cristianas del primer siglo, las iglesias juaninas insistieron consistentemente en la necesidad de fortalecer el conocimiento espiritual de sus miembros. Para ello, partían de una base sólida que remitieron hasta la persona misma de Jesús, pues una de las promesas que ellos recordaban diáfanamente fue el anuncio de que el Espíritu Santo vendría, primero, a acompañar a los seguidores de Jesús (Jn 14.16), pero también “a fundar la teología”, claro, no con estas palabras, sino que estaría presente en medio de su pueblo para “enseñar todas las cosas” [¡el surgimiento de la teología!] y recordar lo que él había dicho” (v. 26). Y es que, por supuesto, se trata del Espíritu de Verdad, aquel cuya labor se anuncia también en el lema de la Universidad Iberoamericana: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8. 32). De modo que una labor fundamental del Espíritu Santo consiste en promover el mayor y nuevo conocimiento de los creyentes en Jesucristo para cimentar, consolidar y proyectar su fe hacia nuevos horizontes. La madurez cristiana, meta sublime hacia la cual se encamina este trabajo espiritual, pasa necesariamente por el conocimiento de la revelación escrita de Dios.
Las preguntas de Vidal, en ese sentido, son contundentes:
· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?[5]
3. Biblia, teología y doctrina en la Educación Cristiana actual
Po todo lo anterior, la labor educativa de la Iglesia está íntimamente ligada a la promoción y práctica efectiva del estudio de la Biblia. Hay un camino que la inmensa mayoría de los creyentes no recorre completo y que está claramente delineado en la Biblia como labor permanente del Espíritu Santo y al cual el apóstol Pablo también le tuvo el mayor respeto: la fe de la Iglesia no puede sustentarse más que en una Palabra de Dios bien leída e interpretada, sólidamente vivida e intensamente promovida entre aquellos que no la conocen. Parecería que hoy, a casi 500 años del inicio de la Reforma Protestante, es necesario un avivamiento bíblico y teológico que permita responder a los enormes desafíos espirituales y culturales de una época que cree haber logrado, por fin, desembarazarse de las palabras divinas para entregarse definitivamente en los brazos del hedonismo y la falta de sentido. La Iglesia de hoy debe responder, sí, con la Biblia en la mano, pero sobre todo, con la formación bíblica de sus miembros, antiguos y nuevos, para que éstos sigan siendo lo que son llamados a ser en los esquemas de hoy: ciudadanos responsables del mantenimiento de lo humano en todas sus formas y luchadores por la renovación de aquellas cosas que siguen vigentes pero que no responden a la esperanza del Reino de Dios anunciado y vivido por Jesucristo.
En esta tarea, la Educación Cristiana tiene un papel insustituible en la conformación de planes de estudio, cursos y propuestas alternativas que de manera efectiva nos conduzcan a todos a una sana y completa comprensión de las verdades bíblicas, doctrinales y teológicas necesarias para articular un amplio panorama de fe que nos permita ser Iglesia de la mejor manera. Cada clase bíblica debe constituirse en un espacio de diálogo crítico dirigido siempre por el Espíritu para alcanzar el nuevo conocimiento que Él nos tiene preparado. Y no se trata de verdades espirituales esotéricas o sobrenaturales sino de planteamientos realistas, de cara a la situación presente, porque los desafíos espirituales, éticos, sociales y políticos demandan una respuesta que puede demorarse.
Notas
[1] P.A. Deiros, Protestantismo latinoamericano. Miami., Caribe, 1990.
[2] C. Vidal, “El ABC de la lectura de la Biblia”, en Protestante Digital.com, 14r de diciembre de 2007.
[3] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”, en Protestante Digital, 7 de diciembre de 2007.
[4] J. Zumstein, Escritura y Palabra. Trad. de Luis Vázquez B. México, Comunidad Teológica, 2008.
[5] C. Vidal, “Leer y estudiar la Biblia”.
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