LEER Y ESTUDIAR LA BIBLIA
César Vidal
Protestante Digital.com, 7 de diciembre de 2007
El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.
La Biblia es tajante en cuanto a la necesidad de un estudio diario. No deja de ser significativo que cuando Moisés desaparece, Dios insta a su sucesor Josué a vivir a diario de acuerdo con las Escrituras, unas Escrituras que debe leer y meditar varias veces al día: “Solamente esfuérzate y se muy valiente para ocuparte de actuar conforme a la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todo lo que lleves a cabo. Nunca debe apartarse de tu boca este libro de la ley, sino que, por el contrario, de día y de noche, meditarás en él, para que lo guardes y actúes de acuerdo con lo que se halla escrito en él; porque entonces lograrás que tu camino prospere y todo te saldrá bien” (Josué 1.7-8).
Ese apego —entiéndase estudio y meditación— a la Palabra debía ser además una conducta familiar y no algo limitado al lugar de culto o a los especialistas. En Deuteronomio 6, tras resumir la fe de Israel en algunas frases, Moisés indica: “Y estas palabras que yo te ordeno estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas andando por el camino, y cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6.6-7).
Seguramente, algunas personas confían más para su futuro en determinadas políticas humanas, en determinados programas sociales y en determinadas ideologías que en otras circunstancias. En un no creyente semejante ceguera no es sorprendente. Resulta, sin embargo, patética en alguien que conoce —o debería conocer— la Biblia y es que debería llevarnos a reflexión el hecho de que Dios vincula la prosperidad personal y familiar con la relación cotidiana con las Escrituras.
En la época de Jesús y de los primeros cristianos no existían las concordancias, los diccionarios bíblicos o las ediciones de las Escrituras que pudieran guardarse en casa o llevar en el bolsillo. Sin embargo, esas dificultades objetivas fueron vencidas por la convicción de que la Palabra debía ser estudiada, meditada y digerida a diario hasta tal punto que era común conocer de memoria porciones considerables de la Biblia. No distinta debería ser nuestra conducta si es que tenemos intención, entre otras cosas, de comunicar el Evangelio a otros.
Ahora permítaseme —soy un impertinente y, como el resto de mis pecados, no lo oculto— formular algunas preguntas a mis lectores:
· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?
Y ahora permítaseme llevar mi impertinencia un paso más allá y formular alguna pregunta más:
· ¿Cuántas horas al día dedica a ver la televisión? (no entro en la información manipulada ni en la cosmovisión anticristiana que ésta ofrece por regla general).
· ¿Cuántas horas al día pasan sus hijos ante un receptor de televisión?
· ¿Cuántas veces al año ha apagado el televisor para leer la Biblia?
· ¿Cuántos personajillos del mundo televisivo —ya sabe, esas que cuentan cómo se han ido a la cama con un torero o desvelan las supuestas intimidades de una cantante— podría identificar si viera su foto aquí y ahora? y
· ¿Cuántos episodios de la vida y milagros de estos seres dignos de una profunda compasión podría mencionar en una hora?
Que cada uno —llevándose la mano al corazón y delante de Dios— responda y saque las consecuencias.
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César Vidal
Protestante Digital.com, 7 de diciembre de 2007
El estudio —que no sólo la lectura— de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban incorporar a sus vidas, católicos y ortodoxos se valían de otros instrumentos de devoción como podía ser el culto a las imágenes o la repetición de oraciones establecidas.
Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos.
La Biblia es tajante en cuanto a la necesidad de un estudio diario. No deja de ser significativo que cuando Moisés desaparece, Dios insta a su sucesor Josué a vivir a diario de acuerdo con las Escrituras, unas Escrituras que debe leer y meditar varias veces al día: “Solamente esfuérzate y se muy valiente para ocuparte de actuar conforme a la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todo lo que lleves a cabo. Nunca debe apartarse de tu boca este libro de la ley, sino que, por el contrario, de día y de noche, meditarás en él, para que lo guardes y actúes de acuerdo con lo que se halla escrito en él; porque entonces lograrás que tu camino prospere y todo te saldrá bien” (Josué 1.7-8).
Ese apego —entiéndase estudio y meditación— a la Palabra debía ser además una conducta familiar y no algo limitado al lugar de culto o a los especialistas. En Deuteronomio 6, tras resumir la fe de Israel en algunas frases, Moisés indica: “Y estas palabras que yo te ordeno estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas andando por el camino, y cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6.6-7).
Seguramente, algunas personas confían más para su futuro en determinadas políticas humanas, en determinados programas sociales y en determinadas ideologías que en otras circunstancias. En un no creyente semejante ceguera no es sorprendente. Resulta, sin embargo, patética en alguien que conoce —o debería conocer— la Biblia y es que debería llevarnos a reflexión el hecho de que Dios vincula la prosperidad personal y familiar con la relación cotidiana con las Escrituras.
En la época de Jesús y de los primeros cristianos no existían las concordancias, los diccionarios bíblicos o las ediciones de las Escrituras que pudieran guardarse en casa o llevar en el bolsillo. Sin embargo, esas dificultades objetivas fueron vencidas por la convicción de que la Palabra debía ser estudiada, meditada y digerida a diario hasta tal punto que era común conocer de memoria porciones considerables de la Biblia. No distinta debería ser nuestra conducta si es que tenemos intención, entre otras cosas, de comunicar el Evangelio a otros.
Ahora permítaseme —soy un impertinente y, como el resto de mis pecados, no lo oculto— formular algunas preguntas a mis lectores:
· ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
· ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
· ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
· ¿Cuántas doctrinas fundamentales —Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo…— podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
· ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
· ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?
Y ahora permítaseme llevar mi impertinencia un paso más allá y formular alguna pregunta más:
· ¿Cuántas horas al día dedica a ver la televisión? (no entro en la información manipulada ni en la cosmovisión anticristiana que ésta ofrece por regla general).
· ¿Cuántas horas al día pasan sus hijos ante un receptor de televisión?
· ¿Cuántas veces al año ha apagado el televisor para leer la Biblia?
· ¿Cuántos personajillos del mundo televisivo —ya sabe, esas que cuentan cómo se han ido a la cama con un torero o desvelan las supuestas intimidades de una cantante— podría identificar si viera su foto aquí y ahora? y
· ¿Cuántos episodios de la vida y milagros de estos seres dignos de una profunda compasión podría mencionar en una hora?
Que cada uno —llevándose la mano al corazón y delante de Dios— responda y saque las consecuencias.
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EL ABC DE LA LECTURA DE LA BIBLIA
César Vidal
Protestante Digital.com, 14 de diciembre de 2007
Terminaba yo la semana pasada haciendo referencia a algunas preguntas impertinentes que no respondía sino que lanzaba sobre mis pacientes lectores. Esta vez desearía sugerir algunas vías de estudio de la Biblia que me parecen punto menos que indispensables.
Estas sugerencias son las que siguen:
César Vidal
Protestante Digital.com, 14 de diciembre de 2007
Terminaba yo la semana pasada haciendo referencia a algunas preguntas impertinentes que no respondía sino que lanzaba sobre mis pacientes lectores. Esta vez desearía sugerir algunas vías de estudio de la Biblia que me parecen punto menos que indispensables.
Estas sugerencias son las que siguen:
1. Comience todos los días con la lectura de la Biblia: resulta algo tan elemental como lavarse la cara y desayunar, pero por si acaso no tiene práctica comience por cosas sencillas, por ejemplo, un capítulo del Antiguo Testamento y otro del Nuevo. Incluso puede comenzar por los libros más sencillos como Juan y los Salmos. En un año, habrá dado la vuelta dos veces al Nuevo Testamento y una al Antiguo.
2. Estudie sistemáticamente un libro tras otro de la Biblia: no le llevará más de treinta o cuarenta minutos al día. El tiempo ideal puede variar. Algunos preferirán la hora del café, otros cuando los niños se hayan dormido. Da igual. Haga un esfuerzo y encuentre unos minutos para detenerse con más cuidado en un libro. Con un cuaderno y un lápiz al lado para tomar notas. Se va a sorprender de lo que aprende.
3. Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.
4. Medite a diario en la Biblia: lo que ha leído, lo que ha estudiado, lo que el Señor le ha enseñado en sus lecturas cotidianas, téngalo en la mente y el corazón durante el día. El consuelo, la fuerza, el crecimiento que va a derivar de ello le sorprenderán.
5. Busque personas con las que compartir lo que encuentra: pueden ser los hermanos de su iglesia, los amigos y, por supuesto, la familia. También puede darse esa conversación a distintos niveles. Mi buen amigo y hermano Shai Shemer y yo gustamos de entretenernos en las sutilezas del texto hebreo del Antiguo Testamento y —lo confieso— algunos de los momentos más agradables de mi existencia se dan cuando puedo conversar con el pastor de mi iglesia sobre determinados pasajes. Pero tampoco hay que saber hebreo, encontrar a un amigo que lo conozca o tener un pastor como Iñaki Colera para compartir la Biblia. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que desmenuzó un texto bíblico charlando con su cónyuge? ¿Cuándo fue la última vez que conversó con sus hijos sobre las Escrituras?
6. No deje de profundizar en la Biblia: haga un ejercicio fácil. Diríjase a su biblioteca —o a lo que se parezca en su casa— y observe cuántos libros le ayudan a entender mejor lo que Dios nos ha enseñado. Le dirá mucho sobre sí mismo. Por ejemplo, si sus lecturas “cristianas” giran sobre cómo perder kilos evangélicamente o sobre cómo hacerse rico según la Biblia o sobre cómo adivinar el catastrófico futuro y no hay referencias a Jesús, a los Evangelios, a su mundo y un largo etcétera… no le quiero engañar: va por mal camino.
7. Por favor, no ponga excusas: No me hable de los niños, de la esposa (o esposo), del trabajo, de los amigos ni del calentamiento global. Si tiene usted tiempo para perderlo viendo la TV, leyendo libros o revistas, jugando a cualquier cosa… tiene tiempo para todo lo anterior. Podrá objetar quizá que necesita tiempo para distraerse y que leer la Biblia es una pesada carga.
Lamento decirle que su excusa no me convence. Primero, porque si considera que le distrae más ver la TV que profundizar en el mensaje de Dios las cosas no van muy bien y, segundo, porque usted no se ha enterado todavía de lo atrayente, apasionante, subyugante que puede resultar el estudio de la Biblia. Razón de más para que lo emprenda. ¡Ah! Se me olvidaba. No me hable de su amor por el prójimo y su sufrimiento por la Humanidad si ni siquiera es capaz de ordenar su tiempo para hacerse con el bagaje de amor, consuelo y compasión que se halla en la Biblia. No suena convincente.
Una última cuestión. Como mis lectores conocen mi impertinencia, no tengo la menor intención de pedirles disculpas o de endulzar lo consignado arriba. Como dijo aquel gobernador no precisamente digno de imitar, “lo escrito, escrito está”, pero es que además ha sido escrito por su bien.Eso sí. Como estamos en la época, me permito desearles una feliz Navidad… leyendo la Biblia.
2. Estudie sistemáticamente un libro tras otro de la Biblia: no le llevará más de treinta o cuarenta minutos al día. El tiempo ideal puede variar. Algunos preferirán la hora del café, otros cuando los niños se hayan dormido. Da igual. Haga un esfuerzo y encuentre unos minutos para detenerse con más cuidado en un libro. Con un cuaderno y un lápiz al lado para tomar notas. Se va a sorprender de lo que aprende.
3. Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubes sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable, salvo para los que se aprovechan de ella.
4. Medite a diario en la Biblia: lo que ha leído, lo que ha estudiado, lo que el Señor le ha enseñado en sus lecturas cotidianas, téngalo en la mente y el corazón durante el día. El consuelo, la fuerza, el crecimiento que va a derivar de ello le sorprenderán.
5. Busque personas con las que compartir lo que encuentra: pueden ser los hermanos de su iglesia, los amigos y, por supuesto, la familia. También puede darse esa conversación a distintos niveles. Mi buen amigo y hermano Shai Shemer y yo gustamos de entretenernos en las sutilezas del texto hebreo del Antiguo Testamento y —lo confieso— algunos de los momentos más agradables de mi existencia se dan cuando puedo conversar con el pastor de mi iglesia sobre determinados pasajes. Pero tampoco hay que saber hebreo, encontrar a un amigo que lo conozca o tener un pastor como Iñaki Colera para compartir la Biblia. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que desmenuzó un texto bíblico charlando con su cónyuge? ¿Cuándo fue la última vez que conversó con sus hijos sobre las Escrituras?
6. No deje de profundizar en la Biblia: haga un ejercicio fácil. Diríjase a su biblioteca —o a lo que se parezca en su casa— y observe cuántos libros le ayudan a entender mejor lo que Dios nos ha enseñado. Le dirá mucho sobre sí mismo. Por ejemplo, si sus lecturas “cristianas” giran sobre cómo perder kilos evangélicamente o sobre cómo hacerse rico según la Biblia o sobre cómo adivinar el catastrófico futuro y no hay referencias a Jesús, a los Evangelios, a su mundo y un largo etcétera… no le quiero engañar: va por mal camino.
7. Por favor, no ponga excusas: No me hable de los niños, de la esposa (o esposo), del trabajo, de los amigos ni del calentamiento global. Si tiene usted tiempo para perderlo viendo la TV, leyendo libros o revistas, jugando a cualquier cosa… tiene tiempo para todo lo anterior. Podrá objetar quizá que necesita tiempo para distraerse y que leer la Biblia es una pesada carga.
Lamento decirle que su excusa no me convence. Primero, porque si considera que le distrae más ver la TV que profundizar en el mensaje de Dios las cosas no van muy bien y, segundo, porque usted no se ha enterado todavía de lo atrayente, apasionante, subyugante que puede resultar el estudio de la Biblia. Razón de más para que lo emprenda. ¡Ah! Se me olvidaba. No me hable de su amor por el prójimo y su sufrimiento por la Humanidad si ni siquiera es capaz de ordenar su tiempo para hacerse con el bagaje de amor, consuelo y compasión que se halla en la Biblia. No suena convincente.
Una última cuestión. Como mis lectores conocen mi impertinencia, no tengo la menor intención de pedirles disculpas o de endulzar lo consignado arriba. Como dijo aquel gobernador no precisamente digno de imitar, “lo escrito, escrito está”, pero es que además ha sido escrito por su bien.Eso sí. Como estamos en la época, me permito desearles una feliz Navidad… leyendo la Biblia.
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