jueves, 7 de febrero de 2008

El desafío de una nueva humanidad

27 de enero de 2008

¿Es posible la nueva humanidad?
En los años 60 del siglo pasado se habló y especuló bastante sobre el tema de la nueva humanidad, sobre todo ante los desafíos planteados por algunos gobiernos socialistas que alardeaban de estar cerca de alcanzar tan aleando ideal. Especialmente en Cuba y Nicaragua (20 años más tarde) se discutió acerca de tan discutible logro. Desde algunos ámbitos cristianos se criticaba, con razón, la creencia de que semejante meta se hubiera conseguido únicamente mediante transformaciones externas o materiales. Se objetaba, por ejemplo, que algunos regímenes imponían de manera más o menos autoritaria los lineamientos sociales y comunitarios para comenzar a experimentar esa nueva realidad. Por supuesto, en los años más difíciles de la llamada Guerra Fría, estos cuestionamientos obedecían más a la lucha ideológica que al reconocimiento honesto de ciertos logros del sistema socialista, actitud fomentada por la propaganda del bando contrario. Lo cierto es que, en el mejor de los casos, la posibilidad de debatir en torno a un asunto tan relevante para la fe cristiana, fue una excelente oportunidad para releer los textos bíblicos al respecto.

Reino de Dios y nueva humanidad

Según el Nuevo Testamento, la nueva humanidad es, simultáneamente, resultado y exigencia de los valores del Reino de Dios anunciado y vivido por Jesús de Nazaret y de una militancia consciente, responsable y progresivamente madura en la promoción y experimentación individual y comunitaria de los mismos en la vida cotidiana. Se entiende, también, que la transformación llevada a cabo por este ímpetu espiritual abarca todas las áreas de la vida humana, por lo que hablar de una nueva humanidad producida por la acción de Dios a través de su Espíritu es la punta de lanza del amplio proyecto divino por renovar todas las cosas. Sólo que, luego de más de dos milenios de cristianismo, en los que las diversas comunidades que reivindican ese nombre han afrontado con desigual fortuna la misión de dar testimonio de la radical novedad del mensaje de Jesús, pareciera que el ideal evangélico está todavía lejosde cumplirse. Y es que las enseñanzas bíblicas al respecto no anuncian necesariamente una superación inmediata de la vieja humanidad, marcada por el dominio casi permanente de la injusticia y el mal en todas sus formas. En lo que sí insisten es en la obligación ética de las comunidades cristianas de demostrar, con hechos, que la nueva humanidad introducida por Jesucristo en el mundo es una realidad efectiva. Porque la nueva humanidad es, ante todo, una actitud ética, no necesariamente moralista como a veces se promueve. De ahí que la genuina búsqueda y práctica de esta situación transformadora deba encontrar aplicaciones efectivas en medio de las complicaciones propias de un mundo que se resiste a la novedad de vida.

Desafíos para la Iglesia
Por todo lo anterior, las iglesias deberían ser los espacios naturales o talleres de la nueva humanidad, es decir, comunidades en las que la paz, la igualdad, la justicia, la dignidad y la tolerancia, entre tantas otras virtudes (o dones del Espíritu, en el lenguaje del NT), se experimenten mediante acciones visibles de rehumanización de las relaciones familiares, laborales, políticas, económicas, justamente los campos en donde las personas tienen que demostrar el tipo de valores que rigen su existencia.En estos tiempos en que la supuesta carencia de ilusiones o utopías ha hecho que el cinismo y la iniquidad vestida con piel de oveja someten la mentalidad general, es urgente subrayar que la acción de Dios es capaz, todavía, de volver a hacer lo que hizo en Cristo: instalar las bases para una nueva y auténtica humanidad. (LC-O)

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