jueves, 26 de junio de 2008

La masculinidad desde los niños (Sal 8, Mt 21), L. Cervantes-Ortiz

22 de junio, 2008

1. La formación de la masculinidad en la infancia
En nuestra cultura parece que no existen dudas al respecto de cómo se ha formado la masculinidad en los años iniciales: en las familias, el papel de las madres y abuelas es determinante para desarrollar los estereotipos masculinos. Un par de evidencias bíblicas ayudan a corroborarlo: Raquel y Proverbios 31, adonde se percibe la forma en que si se vicia de alguna manera la educación en este sentido, en los años posteriores se verán las consecuencias. Raquel influyó de manera determinante en la consolidación del estereotipo en la vida de sus hijos: Esaú era el fuerte, el hombre de la calle, y Jacob era el hogareño, el fino, el consentido. Proverbios 31 da fe de cómo la madre del rey Lemuel le inculcó una mentalidad de respeto y valoración del llamado “sexo opuesto” mediante una visión complementaria de lo que aparece en el resto del libro en el sentido de que sólo la sabiduría basada en el temor de Dios puede producir hombres y mujeres dignos.
“El modelo imperante de masculinidad en América Latina representa un obstáculo que impide a los hombres tener un contacto más sincero consigo mismos, y sobre todo con su vida emocional. Sus necesidades, miedos y expectativas están en constante lucha con el rol social que se han visto obligados a aceptar, y ello puede generar consecuencias nefastas”. Con estas ideas en mente, el investigador británico Mark Millington realizó un amplio estudio de las versiones de la masculinidad que subyacen en diversas obras literarias de la región, y plasmó sus conclusiones en el libro Hombres in/visibles: la representación de la masculinidad en la ficción latinoamericana, 1920-1980 (FCE).
[1] Para este autor, hoy en día, el ser masculino entraña una fuerte contradicción: por una parte, ocupar un lugar central en las sociedades, tener posiciones de poder y estar continuamente expuestos al público, pero al mismo tiempo esconderse detrás de fórmulas y convencionalismos que le impiden definir sus necesidades personales y llevarlas a cabo. Para desmontar las estructuras mentales del machismo, considera Millington, es necesario que hombres y mujeres emprendan una serie de pequeños cambios graduales en su vida cotidiana, en el ámbito familiar, entre padres e hijos. “Podemos llegar a la igualdad entre sexos dando pequeños pasos, haciendo cambios a escala menor. Ahora es mucho más aceptado que el hombre sea quien cuide a los niños en la casa, y las mujeres ocupan posiciones importantes en organizaciones públicas, aunque eso no es suficiente. El machismo tiene bases bien establecidas que no van a cambiar de la noche a la mañana”.
Por todo ello, la simbología de la infancia para vivir una manera diferente de ser hombres aparece en la Biblia como una propuesta de oposición a la hegemonía que impone sus valores acrítica e inconscientemente desde los inicios de la vida de las personas, cuando los juicios de valor que se construyen por lo que se percibe en el ambiente se orientan hacia la preservación del dominio de los poderosos en todas su manifestaciones. Cuando uno escucha a los niños referirse despectivamente a las mujeres, comenzando por sus madres y hermanas, porque sienten ya una superioridad que les hace mandarlas, despreciarlas y someterlas, estamos ante la evidencia de que los elementos culturales e ideológicos siguen cumpliendo la función de preservar y reproducir conductas que no contribuyen a la equidad y el reconocimiento de la dignidad de las personas. La misoginia es un hábito mental y verbal que manifiesta el grado de interiorización del sometimiento aceptado supuestamente de manera universal. Un niño misógino es un adulto golpeador en potencia y un sujeto que necesitará tratamiento para superar su falsa superioridad de género. Las madres de familia tienen, entonces, una enorme responsabilidad en estos procesos.

2. El poder infantil según el salmo 8 y Mateo 21
Edesio Sánchez Cetina, biblista mexicano, se ha acercado de manera muy sensible al tema de las masculinidad de los niños y ha subrayado, en primer lugar, que la Biblia, cuando habla del origen de la humanidad, tiene una perspectiva profundamente equitativa, pues al ser creada a imagen de Dios, se enfatiza “el aspecto de la igualdad entre hombre y mujer sin comprometer las diferencias de ambos” y que la imagen divina “sólo se manifiesta en la pluralidad (nada homogeneizadora) de hombre y mujer”.
[2] Además, en Gén 1-2 no

se mencionan diferencias sociales, raciales, étnicas, lingüísticas o de inteligencia. Nada hay en ellos que coloque a ningún ser humano, varón o mujer, por encima de otro u otros. […]
Los dos primeros capítulos del Génesis son un buen punto de partida para una teología bíblica que ofrece una alternativa viable (“más humana y humanizadora”) respecto de la masculinidad hegemónica.
[3]

Al centrarse en la masculinidad a partir de una relectura bíblica desde la perspectiva infantil, más allá de cualquier idealización de la infancia, algunos elementos propios de esta etapa vital destacan características claves del proyecto utópico de Dios. El salmo 8.2 expresa sólidamente esa idea:

Con las primeras palabras
de los niños más pequeños
y con los cantos
de los niños mayores
has construido una fortaleza
por causa de tus enemigos.
¡Así has hecho callar
A tus enemigos que buscan venganza!
(Traducción en Lenguaje Actual)

No es el varón, entonces, adulto, grande y poderoso quien encarna más adecuadamente el liderazgo para vencer la maldad, sino el niño claridoso y sincero, transparente y hasta cínico. De ahí que Jesús practicó una relectura de este pasaje en Mt 21.14-17, para subrayar el hecho de que desde la debilidad, el canto y el juego, justo aquello a lo que se oponían los líderes religiosos, Dios vendría a hacer presente su reino. El salmo está en perfecta continuidad con las intuiciones de Isaías (9.6-7 y 11.3-6), quien utiliza también la metáfora del niño para vehicular las esperanzas del pueblo en una conducción sana, obediente y justa. Por eso en la Navidad no se celebra la llegada de un guerrero adulto y poderoso: “Dios decide hacerse humano y presentarse ante nosotros como niño, y presenta ante nuestros ojos al reino mesiánico desde una perspectiva infantil”. Sánchez comenta que “a los adultos que acompañaron a Jesús les costó entender el proyecto de Dios de crear una humanidad cuyos rasgos más importantes se los imprimiera la metáfora [del] niño”.
Jesús agradeció al Padre que éste revelara su voluntad primordialmente a los niños (Mt 11.25). Jesús utilizó la imagen del niño para contrarrestar la perspectiva hegemónica del varón adulto (Mr 10.14-15; Lc 9.46-48). El texto bíblico hace a un lado al adulto para darle al niño la posibilidad de convertirse en un “mejor ejemplo de la imagen de Dios.

3. Otras historias del “poder infantil”
Sánchez recuerda las historias de Naamán el sirio (2 Re 5) y Zaqueo (Lc 19.1-0) como ejemplos de manifestaciones del “poder infantil”, negado siempre, a diestra y siniestra por los adultos de todas las épocas. En el primer caso, Naamán obtiene la bendición de Dios hasta que se hace como un niño, crédulo e inocente, sin los prejuicios de la vida adulta (su etnocentrismo acendrado acerca de los ríos de su patria), para ser capaz de percibir lo mismo que la niña israelita que había llevado y gracias a quien va a ser curado por el profeta Eliseo, quien no se deja intimidar por su poder y simplemente le “ordena” lavarse en un río de Israel. ¡A él, acostumbrado a mandar! Pues llega e impone condiciones para ser sanado: “el profeta debió salir, inclinarse ante mí y orar por mi salud”. Naamán debe abandonar la costumbre de dar órdenes para obedecer y someterse a la voluntad de Dios, tal como le sugirió la niña sometida y secuestrada. “Su carne se volvió como la carne de un niño” (v. 14). Naamán deja su soberbia y se vuelve un adorador de Yahvé.
Zaqueo, a su vez, es un niño ya desde su tamaño, pero su conducta ante Jesús, nada adulta, le va a ganar el perdón de pecados y la restauración de su dignidad como persona, alterada por su percepción ante los demás, de pequeñez física y humana, que él trataba de compensar con altanería. Ya convertido a la justicia de Dios, es capaz de devolver lo que había obtenido ilícitamente.
En conclusión, la propia Escritura ofrece vías para reconstruir la masculinidad y lo hace desde las raíces, esto es, desde la formación misma de la masculinidad, adonde, paradójica y complementariamente, debe reconstruirse también la identidad femenina para así formarnos y desarrollarnos como seres humanos llamados a la plenitud, como hombres y mujeres, por el Creador, quien desea que seamos capaces de instaurar en la cultura los valores de su Reino de paz, armonía y justicia.



Notas



[1] Fernando Camacho Servín, “Modelo de masculinidad bloquea vida emocional de los hombres: Millington”, en La Jornada, 22 de junio de 2008, p. 7a.
[2] E. Sánchez Cetina, “Masculinidad desde los niños. Un mundo nuevo, un ser humano nuevo, un nuevo proyecto”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 56, 2007, p. 111.
[3] Idem. Rodolfo Míguez (“Lo débil del mundo escogió Dios. Una lectura teológica posible de la Encarnación , desde la perspectiva del género”, en Signos de Vida, núm. 42, diciembre de 2006, www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/SdV42/lo%20debil%20del%20mundo.htm) tiene una tesis muy interesante sobre la encarnación de Dios en la debilidad del varón: “Volvamos al planteo inicial que motiva este texto y cuestionemos si no nos estará diciendo algo la ‘masculinidad' del Creador, a la hora de autorrevelarse al mundo. Esta elección de género, ¿tendrá algo que ver con el hecho de que Dios siempre empleó un mismo criterio al comprometerse con la historia de la humanidad, optando una y otra vez por lo débil? Vista desde la línea argumental que he ido dibujando con el auxilio de las Escrituras, ¿tendrá algo especial que decirnos esta opción divina de hacerse varón, y no mujer? ¿Habrá algún sentido teológico en la Encarnación ? O se hizo varón porque cambió de criterio, y por primera, única y última vez en la historia sagrada, optó por lo fuerte . O se hizo varón porque no cambió de criterio, sino que a la hora más decisiva, la hora clave, lo confirmó y siguió escogiendo lo débil . Si nos basamos en la Biblia , es posible afirmar que Dios no se contradice, pues siempre es el mismo. Él, fiel a su modo de ser, porque no puede dejar de serlo, es inmutable. Por esto, en la Navidad , con el nacimiento de aquel niño, una vez más debió haber funcionado la lógica divina. Efectivamente, en mi opinión, Dios, el Creador del Universo, se hizo varón en nuestra carne, porque como siempre y desde siempre eligió lo débil del mundo. Claro que esto desestabiliza nuestra lógica humana que, tradicionalmente -y muy especialmente en el siglo I y en la cultura judía imperante entonces- considera al sexo masculino como ‘lo fuerte’ y al sexo femenino como ‘lo débil’”.

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