jueves, 26 de junio de 2008

Letra 77, 15 de junio de 2008

FIRMES Y ADELANTE
José de Segovia
Protestante Digital, núm. 231, 3 de junio de 2008, www.protestantedigital.com/new/nowleerarticulo.php?a=2154


Pocos autores de himnos hay tan extraños como Sabine Baring-Gould (1834-1924), el compositor de “Firmes y adelante”. Teólogo, arqueólogo, poeta, novelista, historiador y anticuario, fue famoso por sus recopilaciones de canciones populares. Era alguien tan extravagante que lo mismo escribía cuentos de fantasmas que un completo estudio sobre licantropía, como El libro de los hombres lobo: Información sobre una superstición terrible, que ha publicado recientemente Valdemar en Madrid. Si alguien piensa que los escritores de los himnos clásicos eran serios y aburridos, será porque no conoce la vida de ninguno de ellos. Basta leer el apasionante prólogo del crítico de cine Antonio José Navarro, a este libro del autor de “Firmes y adelante”, para sospechar que habrá pocos que escriban música de alabanza hoy, que tengan una vida tan interesante como él…
Aunque nació en Exeter (Inglaterra), su padre había trabajado en la famosa Compañía de las Indias Orientales, pero sufrió un accidente de carruaje que le obligó a retirarse prematuramente. Aburrido de Londres, se dedicaba a viajar por toda Europa con su esposa y su hijo, desde que tenía sólo tres años. Sabine Baring-Gould fue instruido por su padre, pero gracias a su deambular, aprendió a hablar correctamente seis lenguas. Tras estudiar en Cambridge y ordenarse como pastor anglicano, su pasión por los viajes no hizo más que aumentar. Tras casarse con una muchacha de su primera iglesia en Yorkshire, fue como pastor a un pequeño pueblo de Devon, donde tuvo una gran familia, que le acompañaba a menudo en sus numerosos viajes...
En 1862 sin embargo, recorre solo Islandia a caballo. Lo cuenta en un libro que publicó al año siguiente sobre sus paisajes y sagas, acompañado de una serie de acuarelas. A los que siguió otros dos volúmenes con sus propias traducciones de las sagas, Sabine había viajado en un barco de vapor danés, que llevaba correo, mercancías y pasajeros a la isla, desde Copenhague. Llevaba poncho y medias impermeables, así como un flotador para casos de emergencia, pero el caballo no tuvo suficiente hierba para comer en el camino. Por lo tuvo que volver antes de lo que pensaba. Pasó sin embargo cuarenta días y cuarenta noches al aire libre. ¡Quién piensa que estos himnos huelen a bancos de madera, no tiene la menor idea de dónde vienen!…

Sobre fantasmas y hombres lobo
Lo que más nos extraña hoy sin embargo de Baring-Gould, es su afición a las historias de fantasmas y hombres-lobo. Sabine escribió veintitrés cuentos sobre aparecidos, un género muy popular en aquel entonces. Baring-Gould no era ni mucho menos el único teólogo al que interesaban estas cosas. Otro ejemplo muy conocido es el del profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Cambridge, Westcott, que hizo una conocida edición del texto griego de las Escrituras, que ha servido de base para la mayor parte de las traducciones actuales. Los críticos de estas ediciones de la Biblia, suelen acusarle a menudo de ocultista, cuando en realidad no era más que un aficionado a los cuentos de fantasmas, que pertenecía a un club de lectores que compartía estos intereses. Nada que se pareciera a un grupo ocultista…
Todavía más racionalista es su acercamiento al fenómeno de la licantropía, que califica desde el propio subtitulo de su Libro de los hombres lobo como Una superstición terrible. Es una obra que ha inspirado mucha literatura fantástica. La publicó en Londres en 1865. En ella investiga la información que desde la antigüedad ha dado lugar a una serie de leyendas en Europa sobre la existencia de lobos humanos. Estos relatos míticos, en el siglo XVI se convierten en una auténtica plaga. Las explicaciones son muy variadas. Van desde las drogas alucinógenas hasta la posesión diabólica, pero no parece más que una mera superstición…
Cuando murió mi padre recientemente, llegaron a mis manos unos libros que habían escrito mis abuelos, que habían sido catedráticos de universidad de medicina y zoología en Madrid y Salamanca. Uno de ellos trata sobre el lobo en España. Al mirarlo, me sorprendió que en ese contexto académico mi abuelo dedicara una larga sección del libro a la licantropía. Ignoro el origen de su interés, pero aunque tengo bastante vello, les aseguro que no hay antecedentes en mi familia de repentinas apariciones de pelo en las noches de luna llena…

Marcha infantil
Aunque Baring-Gould no era un gran músico, había recopilado un gran número de canciones populares con la ayuda de otros dos hombres, uno de los cuales era también pastor. Durante doce años viajaron por Devon y Cornualles, visitando antiguos cantantes, en su casa y en el campo. Su publicación en cuatro volúmenes, es la más importante que se hizo, después de que otro pastor hiciera lo mismo en Sussex, publicándolo privadamente en 1843. Su nombre sin embargo ha quedado inseparablemente unido al himno Firmes y adelante (Onward Christian Soldiers)…
El día después de Pentecostés era fiesta en los colegios de York. El año 1865 Sabine dice que había organizado que la escuela de su pueblo se uniera con el colegio del pueblo vecino. Quería que los niños marcharan de una aldea a otra. Buscó algo que pudieran cantar en el camino, pero no encontró nada apropiado. Se puso por lo tanto esa noche a escribir lo que llamó Un himno para una procesión con cruz y estandartes: “¡Firmes y adelante, huestes de la fe/ Sin temor alguno, que Jesús nos ve!/ Jesús soberano, Cristo al frente va,/ Y la regia enseña, tremolando está”.

¿Huestes de la fe?
Los himnos con tema militar fueron muy populares hasta los años sesenta del siglo pasado. La guerra del Vietnam produjo un renacer del movimiento pacifista, que rechazó todo este lenguaje militarista. Aquellos que hemos sido objetores de conciencia, nos cuesta pensar en la imagen bíblica del cristiano como un soldado. No hay sin embargo un cuadro que se repita más reiteradamente a lo largo de la Escritura que éste. No sólo el Antiguo Testamento está lleno de visiones de guerra, sino que el propio apóstol llama a los efesios a “vestirse de toda la armadura de Dios” (6.10-17)...
En la segunda carta que Pablo escribe al joven pastor Timoteo, le anima a “sufrir penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2.3). Ya que cuando somos llamados a seguir a Cristo, entramos en una lucha. La Palabra de Dios nos llama a combatir contra el poder del mal el nuestra vida y el mundo. ¡Debemos resistir al Maligno! El mismo Dios sin embargo, que nos manda luchar, nos da fuerzas para la batalla… “Al sagrado nombre de nuestro adalid,/ Tiembla el enemigo, y huye de la lid./ Nuestra es la victoria, dad a Dios loor,/ Y óigalo el averno, lleno de pavor”.

Unidad, sin uniformidad
Ese llamado a luchar contra el mal, es confundido a veces con una actitud agresiva, por la que algunos no dejan de pelearse los unos con los otros. Si formamos parte de un mismo ejercito, no podemos concentrarnos en aquello que nos divide. En tiempo de guerra hay que unir filas, para que apoyándose unos a otros, podamos luchar juntos, con el mismo espíritu de camaradería y oración, que expresa este himno: “Somos sólo un cuerpo, y uno es el Señor,/ Una es la esperanza y uno nuestro amor”.
Los evangélicos creemos que la Iglesia de Cristo debe andar unida en la verdad y el amor. No es una institución humana la que nos une, con un centro geográfico como Roma, sino la verdad de Dios en su Palabra (Juan 17.17). No es algo que nosotros creamos, si no que recibimos por medio del Espíritu Santo, que crea esa unidad. La forma de guardarla no es por lo tanto mantener la uniformidad de un ejército. Podemos andar a un mismo paso, mantenido la unidad en la diversidad...
Nuestro llamado no es finalmente a una guerra santa, si no a una marcha al Cielo, en que invitamos a todos a unirse a nuestra peregrinación (Pueblos vuestras voces, a la nuestra unid). ¡Hay muchos que nos anteceden! Puesto que de los ya gloriosos, marchamos en pos. Adoran en los cielos a Aquel que es el Rey. Y nos llaman a unirnos en un cántico de victoria, por el que reconocemos el triunfo del Cordero. Él ha ganado la batalla, y vencido a todos nuestros enemigos. Por eso cantamos: “¡Prez, honor y gloria, sea a Cristo Rey!/ Esto por los siglos, cantará su grey”.

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